domingo, 20 de julio de 2014

Adiós a las Mariposas Amarillas María Mas desde mi chinchorro


Adiós a las Mariposas Amarillas


María Mas desde mi chinchorro
ESCRITORA DE ARAGUA. Venezuela.




La muerte oprime, por ello Karl Marx, gran titán del pensamiento filosófico, expuso que la religión era el opio del pueblo. Marx dilucidó cómo ante la muerte no hay más salida que la resignación, comportamiento humano que sólo comparece ante la imposición inalterable del caos en el entorno. El grito y el quejido de una criatura arrodillada que alertó Marx, el
alemán, fue contra la opresión que procura la muerte a todo lo terrícola, ante su inmanente y eterna presencia. No sólo los pobres se van de este mundo, también aquellos que simpatizan con los comunistas y son premio nobel en literatura.


Bueno, es muy humano avenirse con comunistas, pues algo de desviado tienen el arte y los escritores de fama como fue el caso del Gabo, el gran escritor Gabriel García Márquez
que ahora narrará sus novelas, cuentos y peripecias literarias desde los arcanos del cielo, entre la hojarasca iridiscente de las nubes, las flores amarillas que arremolinaban sus personajes y los olores pestilentes de los pasquines que ya deben anunciar su última obra en las estanterías angelicales del otro mundo.


Confieso que me leí a García Márquez por imposición de mi profesora de bachillerato que militarmente auguró: Son cien años de soledad, ni uno más, ni uno menos. Luego de la impresión ante tantas páginas por escudriñar para una adolescente de pueblo, comenzó el
transito irrenunciable hasta hoy, de sentir el sopor de su novela, la circularidad del tiempo que se va y siempre regresa, los personajes que se repiten renovados y vibrantes como el calor y la escasez en Venezuela. 

Allí estaba yo, largo a largo sobre el chinchorro de hilo suave, acariciada por la cálida brisa aragüeña, mirando el cielo aturquesado cuando decidía imaginar a Doña Ursula o a Remedios la bella, numinosa y perdida por entre la niebla de la fantástica redacción del colombiano. Aún siento el momento con palpitante desespero, con el trasegar del que avanza y no llega a ninguna parte, pues el no entender el caos fue uno de los grandes conflictos de un autor que desde su primera letra se preparaba para la muerte, la desaparición y la inmortalidad de su voz, impresa en cada huella que dejan hoy sus traviesas letras, a tiempo de complicados trabalenguas que dejan grandes revelaciones de la historia humana. 


Pues Gabriel García escribió todo acerca de la religión y cantó al símbolo desde su obra ya que su infinito terror por la nada patente en la hojarasca movediza, indefinible, de difusos límites, su permanente
capacidad por exponer exotéricamente lo inabarcable en cada personaje, en cada trama, en cada línea, en el −de pronto−, que caracterizó su paralizante llamado de alerta al lector, dan cuenta de una profunda conexión con lo sagrado, componente fundamental en la condición del arte y de la vida humana. El arte es pues un puente entre lo sagrado y profano, un salvavidas ante la opresión de la muerte, un éxtasis humano que mitiga el dolor que nos produce las hordas malvadas de la vida o el sin sentido que nos atesora a su paso la muerte.


Pero nada tan iluminado como sus cuentos y con éstos sus personajes. La angustia de la muerte anunciada me siguió acompañando y luego ya en la universidad me tropecé con sus 12 cuentos peregrinos, llenos de santería, rapúcenles enterradas, viejos con cuerpo de pájaros que renacen siempre desde su último segundo de vida antes de su muerte. Y donde dejas el gato viejo de las putas tristes? Mi ídolo. El acompañante perfecto de un viejo loco que a falta de poder corporal se dedicó al deleite sexual a través del disfrute de una mulata
El gato viejo de Mis Putas Tristes
durmiente que en la lujuria de la vejez no perdió su vida en lamentaciones sino que retomó su antigua vida burdelesca en la mente y en el recuerdo, en alianza con la madama Rosa Carcavas. Son tanto los personajes que sin duda me pongo melancólica. Creo que la noticia que me llegó de su muerte en el malévolo pasquín me recordó la mala hora, tal como su novela, con el mismo desasosiego y el no saber de dónde viene, ni hacia dónde va?





Ahora, quién me llevará nuevamente a conocer
el hielo en Macondo, esa caverna de ensoñación donde la mente del Gabo pario a las cien generaciones de Buendías que acompañaron mi destierro escolar. ¡Ahora quien cuidará de Macondo! Por primera vez voy leyendo y comprendiendo al amigo Aureliano Babilonia que se encontró con el rabillo de cochino y nunca más salió del cuarto donde terminó de leer los pergaminos del Gabo, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra en las letras de Gabriel García Márquez el colombiano de Macondo.

Gran Final:

Antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrastrada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia  acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible, desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.

Gabriel Gracia Márquez

Último párrafo de la novela

“Cien años de Soledad”

 

Mi Chinchorro en Aragua






Con mariposas amarillas que no son mis preferidas







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