viernes, 16 de julio de 2021

Las arepas del amor.

 

Amor con arepas



 👐👫 Amor con apuros no dura

Ella salió presurosa de su minúscula habitación tan veloz como el rayo que días antes la asustó por la ventana contemplando la tormenta. La angustia de siempre se fundía en el pecho y unas arcadas hondas le estiraban el torso. Los gritos de Teresita eran frenéticos. Por qué no había un juego en silencio, en orden?; ¿Un juego de la paz? Dame la muñeca…, tras, tras;… levantó un submarino rojo de plástico que sin estridencias emergía de la alcoba rosa…; siguen los gritos y quejidos y los vecinos paran la oreja por todos los balcones y ventanas. No tienen vida propia. Son cretinos, de mala cepa y curiosidad perniciosa. Se muestran amables pero son gentuza. Son gentuza barata, pues solo la gentuza opina lo que ellos opinan y de lo que ellos se preocupan. ¿Pero es que no puede vivir una mujer sola con sus tres hijos y una sirvienta joven y bella como yo, sin que seamos un par de meretrices??? Según ellos no…, no es posible. La gente mide a los demás por su propia corteza.

Entonces, siento un tufito, luego tufaradas alargadas que corren por entre las cortinas mantecado y vaporosas de la sala que llegan hasta la poceta enmarañada de jabón y estopa. ¡Cristo santo!…; me empino y descanso frente a la estufa plateada impecablemente limpia. Susana es fanática de la limpieza de las hornillas, los gabinetes, la nevera; en fin de todo lo que constituye el lugar de guisar y comer. No le importa si los hijos se revientan de mocos en la cara…, pero la cocina, ¡qué va! debe estar impecablemente perfecta. Inmaculada. Como si toda la sazón de los platillos que prepara a diario dependiera de la asepsia. Las arepas se queman. La espumadera me hace de mano de hierro y de una sola avalancha las libro de la candela. ¡Puf! Salvadas las arepas. 

De repente un grito aterrador. Lo sé todo. Mataron a la niña. Son asesinos… siempre lo he sabido, estos niños son monstruos malos. El calor inunda mi pecho y todo mi cuerpo se estremece haciendo que el miedo se enrolle en mi delantal grasiento. Los guantes de plástico nazarenos se me revientan por los dedos; solos, solitos de tanto miedo. Mal augurio…, la llamada de la muerte se anuncia con las campanadas del timbre. Susana asoma un ojo por el botón plateado de la puerta. Luego, informa en tono de descubrimiento que es alguno de los insulsos miembros del condominio que vienen a…; quien sabe que estupidez de las muchas que inventan. 

¿Pero arepa con qué comerá esta gente? Me lanzo hacia lo profundo de la nevera en busca de la guarnición necesaria y el fracaso es total. Ni huevos, ni leche, sin mantequilla y ninguna salsa o verdura que untar o destripar me delata que el destino culinaria queda escrito: Arepa, con arepa, con agua, con dientes, muelas y muuucha hambre. La locura de las arepas salvavidas. La mujer del condominio sigue en la reja y las estupideces llegan hasta el baño de atrás y se sumergen en la poceta abierta, llena de amoniaco. No aguanto el mal olor. Corro y exorcizo el lugar haciendo hincapié en la palanca metálica. Ruirui rui; el agua baja arremolinada como si llegase hasta el fondo del mar… El mar..., me hace recordar a mí Cesar, con sus manos inmensas y sus labios finos, rosados y húmedos. 

Yo sigo pensando en Cesar con el pecho henchido de felicidad. Hoy nos encontraremos en el parque, al lado de las Cuarentonas y las Margaritas. Seguro me espera con un helado en la mano izquierda y un caramelo en el bolsillo. Él, es una persona de ritos fijos. Siempre se acerca rápido, me da un beso en la mejilla, me abraza fuertemente como si una Tragavenados me enrollase toda

la humanidad, recordándome el puesto de cada hueso de mi cuerpo. Entonces, se suelta en el balcón un becerrido del primo… ¡Ricardaaaaa! en la voz valentonada; y yo lo ignoro pensando en la flor que esconde Cesar detrás de la espalda para nuestro encuentro vespertino. 

El tal Israel, primo hermano y langosta de la dueña de esta casa, llegó del monte una tarde, se instaló con su risa fea, de dientes de domino caídos por una noche y ya lleva tres años de sistémica horripilancia. El chulo del año lo llamo yo que vive con todas las comodidades, sin trabajar y de gratis. Se rumorea que machuca a la patrona, pero yo, que vivo en esta casa, doy fe de lo contrario. Todos los días gasta el mismo parlamento, que pendiente con el teléfono, que lo llamarán para notificarle un empleo..., blablablá. Seguro de panadero, de aparca carros, de tomador profesional de la esquina. Nunca, pero jamás, llamaran a este inútil, pues él, no busca trabajo, ya que es una bestia floja que no conoce el concepto de la palabra "responsabilidad". 

¡Las arepas!…, corro tras las arepas en su vuelta de tuerca final…, seguro se me quemaron y habrá la gran bronca. Llegó a la cocina con la escoba en un brazo, el plumero en otro y el telefonito en el bolsillo de mi delantal cielito. Yo misma me lo confeccioné con mi primer sueldo…, quizás sea por eso que lo veo tan bonito. Suena un pitico de sexo… al menos yo lo siento así. Desembolsillo veloz y leo el “te amo mi negra” y un suspiro se me suelta del pecho. Miro bien al suelo y hay una mancha de mayonesa y más adelante la niña estrega la arepa contra el suelo, con sus manitas regordetas y diminutas y se la mete en la boca masticándola con gusto. “Rufinaaaaa que no hagas cochinadas con la comida, escupe esa arepa”. Rufina me mira escéptica y balbucea “está caliente y sabe a pescado..., asco” Finalmente, se mete los deditos en la garganta y vomita. Brinco por encima de la nauseabunda niña y me detengo en el balcón a disfrutar del sol, de la nueva cita…, del amor de Cesar. ¿Será que le regalo una arepa en este nuevo encuentro? Medito amorosamente con el pecho henchido de ansia y el delantar grasiento…, FIN.