Marco Antonio,
tiritando de frío, se frotaba la barba encanecida, en medio del hedor de sus
desagües enfermizos que le auguraban una pronta y atormentada despedida de la
vida. El viejo estudiante de metalurgia, como fiera herida, roncaba unos
alaridos solitarios y secos, con el único fin de llamar la atención de algún
miembro de su familia, para que en medio del silencio ensordecedor de la noche
mentolada, le arrimasen el pastillero roído de metal, que repleto de pepitas
coloreadas representaban, según él, un alivio a las múltiples laceraciones de
sus desgastados riñones.
En la fantasía
de las tres y treinta de la mañana y desde hacia ya varios años, las pepitas,
de talante multicolor, se convirtieron en la fórmula mental para que el viejo
se mantuviese en la vida, a pesar que éstas, no eran más que candorosos
caramelos de vainilla, porque ya
nada se puede hacer por su salud, dijo
el médico, en tono apesadumbrado, ni siquiera por disminuir sus
constantes y crecientes dolores y defecaciones, terminó redoblando el viejo
doctor en tono
cálido a sus familiares, que obstinados lo miraban escépticamente.
En ese momento
desesperado, mientras el dolor se le derramaba al hombre a través de sus
enclenques huesos y con la poca imaginación que los alaridos le permitían
conciliar, la puerta verdinegra y ahuecada de su habitación se abrió, de par en
par y con elegancia y garbo de protagonista irrumpió, lentamente, la muerte.
Ella, desde la altivez de su infinitud abismal, miró al viejo a los ojos
desorbitados de dolor y sin más gestos de misericordia que los que su calavera
amarillenta y escarpada permitían, resultado del paso inmemorial de los años,
lo invitó, con premura, a que por fin el hombre se muriera, aportándole, desde
el eco del límite del misterio, un seco: -¡vámonos!, estoy muy apurada-.
El anciano
levantó la cabeza y se quedó observando a la muerte de frente, con cara seria y
sin intimidarse en lo más mínimo, ni demostrar, un solo síntoma de asombro y
respondió tajantemente, que lo disculpara pero que en este momento no
puedo acompañarla. Será en otra oportunidad, pues estoy pendiente de concluir
un trabajo muy importante para mi futuro.
La muerte, con
un golpe seco, echó la cabeza hacia atrás y se despojó de su enorme capucha
hechizada y dejándole ver a Marco Antonio, todo el vacío de su rostro, sin
perder por un instante su cadavérica sonrisa, le interrogó acerca de los
motivos de su rotunda negativa. No sin advertirle, que no me gusta perder
el tiempo con mortales, viejos, enfermos y caprichosos. Así que hágame el favor
de circular, pues, tengo mucho trabajo y voy retardada. Mire que es noche de
brujas y a la gente le encanta morirse por estas fechas.
El añejado
personaje desfiguró el rostro, en medio de quejidos adoloridos, explicándole a
la muerte que no podía acompañarla por el momento, ya que no he
terminado la tesis de grado y por tanto, no me he podido graduar de ingeniero
en metalurgia. La muerte giró la cabeza hacia los lados como buscando
algo y quedó estupefacta al escuchar las palabras del estudiante. Nunca se
había encontrado con semejante situación y mucho menos, de voz de un anciano
enclenque y putrefacto, con más historia que futuro.
El estudiante,
resueltamente, con rostro de solicitud y en tono delicado le terminó pidiendo a
la muerte que le acercara el pastillero, pues, me duele mucho la cadera
para agacharme y si no me tomo ahora las medicinas, no podré dormir bien esta
noche. He dispuesto el día de mañana para revisar algunos materiales de la
tesis y si no lo cumplo, me será imposible comenzar temprano con mis obligaciones
académicas. Es que los dolores de cadera me empiezan, generalmente, después de
las dos de la tarde, cuando tengo que ir al baño y se me hinchan
los pies.
La muerte, clavó la guadaña en el pastillero y lo
acercó frente al rostro del viejo, mientras sus ojos vacíos se llenaban de
espesura y de un acertijo meridional con estelas de impaciencia. Marco Antonio
terminó dándole las gracias, de corazón a la muerte, por la atención de
acercarle las pepitas coloreadas y después de engullir como animal, varias de
ellas; comenzó, primero con dificultad y después con más soltura, a comentarle
a su interlocutora, los motivos que le impedían acompañarla, ya que, si
no concluyo mi tesis de grado, no podré obtener, por fin, después de cuarenta
años, el grado de profesional universitario.
Aún, la muerte,
sin comprender a cabalidad lo difícil y extravagante de la situación, decidió
tener algo de paciencia con el maloliente viejo, giró hacia el costado
contrario de la cama, ataviada de cobijas rayadas, olorosas a sangre y a
pernicioso orín, tomó asiento con cuidado en la orilla del catre, no sin antes
apoyar la guadaña, delicadamente, en el copete de la cama, cruzó los huesudos
pies de color tierra, derramados debajo del largo batolón, hilado con sangre
coagulada. Con palabras serenas, la muerte, le indicó al estudiante que estoy
cansada de escuchar, a lo largo de los tiempos infinitos, artos motivos para no
llevarme a los mortales, pero te confieso, que es primera vez, que un viejo
decrepito como tú, me solicita un armisticio de vida por no haber concluido una
tesis de grado. No entiendo porque yo, que soy tan responsable con mis deberes,
debo dejar de consumar mis responsabilidades por causa del incumplimiento de las
tuyas. La muerte cruzó los brazos, mientras remató con un
celebre: soy toda oídos.
El hombre con
gran serenidad y con la complacencia reflejada en el rostro por no sentir las
pulsaciones en los riñones, encaramó las piernas del otro lado del catre y
quedó acostado, con placidez, frente a su interlocutora. Y mientras, Marco
Antonio, comentaba que le agradecía profundamente el favor de haberle alcanzado
el pastillero con las pepitas de colores, lo que le había permitido, al menos,
por ahora, dejar de sentir pulsaciones y puyadas en los riñones, el viejo,
comenzó un rosario de verdaderos motivos que me impidieron, de
verdad, verdad, por más esfuerzo que hice terminar con la tesis de grado para
lograr graduarme de ingeniero en metalurgia. La muerte sin dejarlo
hablar, lo miró riéndose y terminó por preguntarle ¿si es
que la
metalurgia es muy difícil para ti, porque no te cambiaste de
especialidad y te inscribiste en civil?. La mayoría de los ingenieros que me
llevo por estos lados son graduados en eso.
Marcos le
explicó a la muerte que cuando el inició el estudio de la carrera en
metalurgia, fue porque el verdadero campo de trabajo estaba en las calderas. Por
eso yo decidí estudiar esa especialidad. Necesitaba ganarme la vida desde muy
jovencito. Yo me enamoré adolescente, cuando aún era estudiante, de una vecina
hermosa y risueña. A lo cual la muerte, relinchando los dedos
fieramente le suplicó que no te pongas romántico y vete al grano, por
favor, no soporto a los viejos sentimentales, pobres y cursis.
Luego, el
estudiante, percatándose del mal genio de la muerte, después de haberse
liberado del azote de los dolores de cadera le explicó que, de éstos
amoríos nació una niña, y me ví en la obligación de
buscarme un trabajo a tiempo completo. De esta forma, cuando llegaba a la casa,
ya era bien entrada la noche y aunque yo deseaba
estudiar, generalmente, me
encontraba sumamente cansado para realizar la tesis. Después vinieron dos hijos
más, las responsabilidades familiares aumentaron, necesité más dinero, creció
la carga de trabajo por lo que descuide, por completo, la elaboración de la
tesis. Así transcurrieron diez años, después de haber terminado la escolaridad
en la facultad de ingeniería.
La muerte
escuchaba aletargada con rostro escéptico. No se le movía ni uno solo de los
huesitos del rostro. Todo el discurso del vejestorio hombre le parecía
demasiado común y en el fondo, le producía una repugnancia de cotidiana
mortalidad. A la muerte siempre la decepcionó la pobreza y Marco Antonio daba
muestras de una escasez, infranqueable, a lo largo del relato. Regresé
a la Universidad para buscar un tutor e introducir el proyecto de
tesis y todas las cosas allí habían cambiado. A lo que la muerte
torciendo los huecos de los ojos hacia arriba interrumpió diciendo me
lo imagino. Lo único que no les cambia a los humanos soy yo, todo
lo demás se les releva constantemente, aunque insistan en no
comprender esa
máxima tan elemental, terminó murmurando la muerte, entre dientes.
Miles de obstáculos aparecieron. Ya no conocía a
nadie en la universidad. Estaba sin amigos, ni relacionados que pudieran
tenderme una manita. Me informaron que el pensum de estudios había cambiado y
que para graduarme, debía inscribir tres nuevas materias, pues, había quedado
sometido a un régimen curricular especial. Transcurrieron tres años hasta
lograr la reincorporación como estudiante normal y poco a poco, como pude,
cursé las materias que me faltaban. Así paso el tiempo hasta que llegó el
divorcio. La
muerte estaba casi adormitada ante el relato del viejo estudiante, aprovechando
el cuento para descansar. Enderezó la cabeza etéreamente doblada y moviendo los
dedos lentamente terminó por increpar un sutil, sigue, sin cursilerías,
por favor.
La separación
de mi esposa Gladis fue devastadora para mí. Me dedique al trabajo con el mismo
entusiasmo que a la bebida. Supongo que fue en ese entonces que se me enfermó
el hígado y el baso, replicó el hombre en tono reflexivo, mientras la muerte, con acento bucólico
gruñó una, ¡aja!, decepcionado.
Después vino lo
peor, rememoró
el viejo con excitación, Gladis me quitó los niños y por más de cuatro
años no los pude volver a ver. Fue un tiempo terrible donde dejé de creer en la
vida, alegó el anciano
apesadumbradamente, mientras la
muerte le interrogaba en tono irónico: pero tampoco creías en mi, pues,
ni siquiera intentaste un pequeño suicidio, expuso el costal de huesos
en aireado acento de romanticismo. No pensaste ni un poquito en mi,
terminó concluyendo la muerte incrédulamente.
No se crea
Señora, usted nunca me ha preocupado lo suficiente. Su llegada es de
tal inexorabilidad que tan sólo pensar con la idea de detenerla es símbolo de
testarudez infinita. Todos vamos a morir, tarde o temprano. El problema no se
limita a la irremediable presencia de la muerte, sino más bien, el drama
consiste en la gallardía, la magia y la fortaleza con que se enfrenta la vida. En ese momento la muerte alteró su faz de
incomodidad por lo que estaba escuchando del viejo estudiante y
comenzó a considerar, con seriedad, las palabras del hombre.
Yo sufrí mucho
con la separación de mis hijos, la muerte de mi madre y la perdición de mis
hermanos. Siempre soñé con una vida feliz y sólo he vivido a cambio angustias y
sinsabores. Pero créame, muerte, ¿No se molesta si le digo muerte?, interpeló Marco Antonio
respetuosamente, mientras
ella respondió con un flácido ademán de mano y replicó sin tregua, eso
soy y termíname de contar tu historia, mira que me hallo muy apurada esta
noche, ya te lo dije Marco Antonio.
El viejo
continuó el dialogo entristecido. Luego conseguí el amor y eso me liberó de
usted. A lo cual, la muerte gruñó un te salvo la mujer tuya
que por fin pudiste mantener. El viejo continúo como si no hubiese
escuchado los comentarios de la muerte. Y en verdad el amor lo había salvado
del alcohol pero lo retiró una vez más de la tesis cuando me puse a
vivir con Francia no tenia ganas de ir a la universidad. Siempre me gustó
compartir con la gorda todas las cosas, la comida, los viajes hasta que
nuevamente dio a luz una niña bel...bla, bla, bla. El viejo se percató de
los ronquidos sordos de la muerte y permaneció en silencio.
Instantáneamente
Roberto abrió la puerta del cuarto de su abuelo y le preguntó ¿cómo te
sientes?, ¿ porqué estas descansado con la muerte al lado?, ¿no te dan miedo,
tantos huesos sucios cerca de ti.?
La muerte se despertó colérica porque
más sucios y cochinos serán los tuyos. Dentro de muy poco, mocoso infeliz, te
llevo conmigo. Me tienes cansada y no acepto tus difamaciones. Tres veces te he
salvado, pero hasta aquí llegaste cabezón.
El viejo
continuó con severidad su relato sobre las dificultades de la tesis mientras
Roberto, sin inmutarse ante las amenazas de la muerte, se acercó a la cama y se
recostó en la guadaña para poder escuchar a su abuelo de cerca. La muerte,
enojada, sacudió la guadaña de luna y empujó al joven, no sin reiterarle que
eres un pasado y un abusador. Siempre me han molestado estos prodigios humanos.
No me toques la guadaña y párate de ahí.
Entretanto el
jovenzuelo la miraba de reojo sin temor ni apuro hasta que le expuso con
elegancia por favor no me grites. Desde que nací estoy amenazado con
morirme pero a pesar que siempre vienes a buscarme yo termino salvándome. Ya no
me reconoces, soy amigo tuyo, últimamente, en mis gravedades te has dedicado a
jugar conmigo. Soy yo, tu amigo Roberto.
La muerte
enfocó bien los huecos de su rostro y metiendo la mano en el bolsillo de su
batolón, extrajo unos pequeños espejuelos, los limpió lentamente y se los
colocó sobre el rostro. Después se volteo hacia el muchacho y se le quedo
mirando con precisión. La muerte pegó un grito de alegría manifestando un vente
para acá amiguito, tenía tiempo que no te veía. La última vez fue
cuando te dio la meningitis y jugamos en el jardín del hospital. Pero si eres
tu Robertico. Ven y dame un beso.
El mozo se
incorporó lentamente, abrazó a la muerte, le dio un beso en el rostro y se la
quedo mirando de cerca, al tiempo que terminó susurrando en verdad como
que ya estas vieja. ¿No me reconoces?. Ten cuidado, por que así vas y te llevas
a cualquiera, aunque no le toque. Déjate esos espejuelos puestos cosa que no te
vayas a equivocar de muerto.
Ella se reía a
mandíbula batiente mientras jugaba a darle golpecitos en la barriga del joven y
él trataba de esquivarla como en los buenos tiempos verdad mi amor,
pregonaba la muerte fascinada con el encuentro. Pero ahora dime que
tienes que ver tú con este viejo rancio, patético y moralista, replicó
en voz baja la muerte en el oído de Robertico.
Amiguita es mi
abuelo. Marco Antonio es mi abuelito, no te lo vayas a llevar a él. Sácate a
cualquier otro de aquí pero el es muy bueno conmigo, sobre todo cuando me
enfermo. Él, es el único que me
conciente, pero además es un señor muy
estudioso. Siempre vive buscando papeles y libros. Chica.
¿ Por qué
no lo ayudas, así como hiciste conmigo?.
Marco Antonio
estaba mudo de la impresión al ver la camaradería con que la muerte y el más
pequeño de sus nietos se trataban. ¿Y porque tu nunca nos dijiste que
veías a la muerte?; eres un desconsiderado Robertico, replicó el viejo.
No se trata de
eso, sino que yo hice un pacto con ella y lo cumplí. La veía, pero no decía
nada, ese era el acuerdo. Respondió el joven tristemente. Por que él, sí que es un joven
con voluntad y libertad que cumple lo que se propone. Sabe cumplir ordenes,
particularmente, las propias. Eso es libertad, poder cumplir las ordenes que
uno mismo se da. No como tú, que eres un moralista sin palabra. Nunca has
podido cumplir la orden de terminar la tesis. Eres un viejo sin voluntad. ¡Un
esclavo!. Remató la muerte rabiosamente.
Robertico
arrimó de un ladito a la muerte y se sentó al lado de ella y lentamente se le
acercó al oído, para que sepas que el es muy sentimental y a todos nos
ha ayudado y ha trabajado mucho toda su vida. Pero el solito para todo. Hay
cosas que no se puede lograr solo, como la bendita tesis, de la cual se queja
todos los días. El viejo esta frustrado por su falta de voluntad y tú, encima,
en ves de llevártelo, te sientas a meterle el dedo en la llaga y escucharle sus
delirios de tesista frustrado. Es que tú no eres fácil.
La muerte
enternecida por las palabras del joven Roberto le respondió susurrante ¿Tú
lo quieres verdad?, y él, mirándola a los ojos, sin parpadear, remató: mucho,
lo quiero mucho y yo creo que en esta casa, ese viejo es el único que me quiere
a mí.
La telúrica
sombra miró el reloj de pared, se incorporó de la cama donde Marco Antonio
yacía medio adormitado y con la guadaña tocándole la barriga al viejo le
expreso desde mañana temprano te pones a rematar esa tesis. Tienes
fecha tope de entrega para dentro de un mes. Robertico te ayudará. Si usted
tiene su trabajo yo tengo el mío y lo voy a cumplir de cualquier manera. No soy
una esclava que
no cumple las órdenes que se da. Por mi voluntad estoy donde
estoy, desde hace mucho tiempo, mucho. Increpó la muerte elevando la cabeza
en forma altiva. Buena suerte Don Marco Antonio. Nos vemos en el
grado. Lo voy a estar esperando. ¡Júrelo!.
El muchacho con
su pijama de dormir rayado se incorporó de inmediato abrazándose de la muerte,
le dio un beso en la áspera calavera reiterándole no te quites más los
lentes, mira que puedes causar problemas y a ti no te gustan las
equivocaciones. Eso fue lo que me dijiste la ultima, vez.
La muerte
arremolinó los vientos y salió por la ventana como ráfaga de luz porque esa era
una de las formas de agradar al joven. Siempre me ha gustado
su espectacularidad y su estilo teatral, es toda una artista esta muerte mía, alegó
Roberto.
Al día
siguiente Marco Antonio gozaba de excelente salud, reorganizó los libros y
escritos mientras Robertico ultimó los detalles burocráticos en la
Universidad. El viejo estudiante comenzó la escritura acerca de la
investigación metalúrgica que desde hacia largos años estaba realizada. Muchos
datos y técnicas desconocidas había logrado precisar el calderero a lo largo de
sus años como supervisor del ministerio. Marco Antonio era un ingeniero
metalúrgico empírico. Su saber se lo arrancó al hacer y a la práctica que
adquirió a lo largo de sus años de trabajo como inspector de calderas del
ministerio. Porque el viejo calderero era un fanático del aprendizaje y
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de la
creación. Le gustaban los inventos, las innovaciones y disfrutaba mucho con los
datos y la construcción de hipótesis. Para él todo era un juego de niños. Pero
Marco Antonio nunca soportó la presión de la supervisión. Odiaba ser
fiscalizado. Las evaluaciones siempre le causaron profunda preocupación. Por
eso, a pesar de su buen trabajo y de sus muchos conocimientos nunca pudo
ascender en la jerarquía ministerial. Los cargos que desempeñó
fueron de pobre categoría.
Cuando sea
ingeniero voy a solicitar una reclasificación en el cargo y cuando me aumenten
el sueldo me voy a ir de vacaciones con la gorda Francia y con mis muchachos, rumió siempre el viejo soñador. Pero además, era
alérgico al método. A pesar del tipo de trabajo que desempeñó a lo largo de su
vida, el hombre era distraído y desordenado, a tal punto, que vendió su carro
pues nunca se acordaba donde lo había aparcado. Marco Antonio, en ese estado de
caos sabía de sus limitaciones para presentar la tesis, afrontar una defensa,
ostentar un titulo profesional, asumir nuevas y mayores responsabilidades
laborales, responder por la buena marcha de las calderas del ministerio,
salvaguardar el vapor y asegurar la vida de los seres humanos que trabajarían
con las máquinas tubulares. En el fondo de todo lo que Marco Antonio sentía era
miedo. Miedo de hacer, tener, crecer, asumir y ser. Miedo a la vida.
Mientras tanto,
Robertico pedía explicaciones y relatos sobre la tesis del abuelo, que
embelesado le narraba sus ideas. De esta forma dialogante se fue escribiendo la
tesis de Marco Antonio, a través de las conversaciones entre el viejo y su
nieto. Porque en la sintomatología miedosa del rancio estudiante, nunca le
gustó estar solo. Era el perfecto hombre de equipo, pero no por camaradería,
sino
por falta de alternativa. Marco Antonio jamás brilló con luz propia, sino
con los destellitos pobres que le sobraban o pudo robarle a sus
semejantes.
De vez en vez,
la muerte se asomaba en el cuarto a ver como se iba elaborando el trabajo, pero
solo el nieto se daba cuenta de esas visitas. En las noches Marco Antonio se
dedicaba a revisar los escritos y los argumentos expuestos y de esta forman
surgían nuevas ideas y correcciones que se realizaban al día siguiente. Cuando
la tesis estaba completamente escrita Robertico le pidió una revisión a su tío
Carlos, un profesor de la universidad que se dedicaba a la revisión de
las tesis.
Las ideas están
muy bien, concluyó el
doctor, pero el documento no presenta el orden, ni la forma de escritura que
exige una tesis correcta. Estos documentos se perfilan con esquemas rigurosos
de presentación, un diseño previó, un lenguaje científico, sobre todo para este
tema de las calderas y un análisis de datos coherente que desemboque
en algunas conclusiones que permitan resolver el problema inicial, remató
el profesor mirando por encima de los lentes
la cara interrogada del
estudiante. El nieto se sentó al lado del viejo y comenzó a tomar nota de las
correcciones del trabajo no sin antes solicitarle que sea lento
por favor, por que yo, no entiendo mucho y éste cuando lo corrigen se queda
sordo. Es como un niñito que solo está dispuesto a escuchar lo que quiere y lo
que le conviene. Es un abuelo caprichoso.
A la semana
siguiente Marco Antonio mandó a su nieto a buscar una botella de vino para
celebrara la finalización de la tesis. Tiempo después y a pesar de los
quebrantos de salud que comenzaron a hacer mella en el cuerpo del viejo
calderero defendió el trabajo de grado en la facultad y el bachiller Marco
Antonio se hizo acreedor del título de Ingeniero en Metalurgia. Tres meses
después el hombre ataviado con toga y birrete negro, subió lentamente las
escaleras del
auditorio, recibió el diploma de la mano del rector y regresó
hasta su asiento. Al volver, divisó a la muerte sentada entre los asistentes,
aplaudiendo con la mano y la hoja de la guadaña el grado de Marco Antonio
que además, resultó la atracción de la ceremonia por su constancia en la
obtención del titulo. El viejo levantó el diploma y saludó a la muerte mientras
ésta daba golpes frenéticos y hacia ovaciones escandalosas abrazándose a
Robertico que brincaba loco de felicidad entre la multitud delirante.
Lentamente
Marco Antonio tomó asiento entre los graduandos y a pesar del regocijo por el
grado se sentía desfallecer. Todo el cuerpo le dolía al unísono, como si un
camión lo oprimiera. Pidió agua a la gente de protocolo y cuando finalizó el
acto lo llevaron de emergencia al
hospital. Allí cayó en coma y
estuvo sin sentido por varios días. Luego despertó y fue trasladado a su casa.
Su cuarto había sido pintado de color rosado, cambiadas las cortinas y el
mobiliario. Le dijeron que todo fue para que te sientas mejor. Tu cama
era muy vieja y sucia. Pero la verdad fue que doña Francia alegó ese
viejo ya no vuelve. Arreglen el cuarto para la tía Francisca, que a veces no
tiene donde quedarse cuando llega a Caracas.
Marco Antonio
entró despacio en su nueva habitación y tomó asiento en un pequeño escritorio
cerca de la ventana, llamó a Robertico que aún peleaba con la vieja Francia por
lo del cuarto del abuelo y ordenó sus escritos. El viejo le explicó al muchacho
que durante el coma, pude estructurar un manual para caldereros. Se
trata de un pequeño escrito que serviría a las nuevas generaciones para el
manejo de las máquinas de vapor.
La muerte se asomó a la estancia y
los vio muy entretenidos con el nuevo proyecto. El Manual se convertiría en una
ayuda a la humanidad por parte del viejo y en una nueva enseñanza para Roberto.
Se veían felices y entusiasmados con lo que estaban tramando. El joven sintió a
su amiga la muerte y se la quedó mirando fijamente mientras ella, como siempre,
a través de gestos le solicitó que se mantuviera en silencio. Tu abuelo
ya no es esclavo, replicó, sigan bien; y sin más palabras la
muerte dio la vuelta como un remolino y se marchó.
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