miércoles, 4 de febrero de 2015

Sangre en el Hotel MareMare Una historia de mafias, amores, sinsabores y terror en Barcelona

Sangre en el Hotel MareMare

Una historia de mafias, amores, sinsabores y terror en Barcelona




Aracelis Mogollón era una mulata alta y bien acuerpada encargada de la limpieza en el sector del Araguaney, del gran hotel cinco estrellas llamado MareMare que descansa plácido en las soleadas
María Gabriela Medina 
costas de Barcelona, en el Estado Anzoátegui. La voluptuosa Aracelis, tongoneaba sus caderas anchas y descolgaba senos prominentes, adornando su rostro aniñado con ojos arabescos, ojos brujos, diría yo, que maquillaba diariamente desde el alba, cargados de sexy picardía, comunicando sus apetencias y deseos más obscenos. Observé como su necesidad de tener buenos corotos la arrastraban más allá de la hucha pobretona de su Marido Camilo Albarrán, un
humilde barcelonés que se ganaba la vida, honestamente, haciendo la cosmética de los jardines memoriales de los ricos de Lecherías. Ésta, a pesar de la crisis económica y la estampida del turismo internacional, mantenía su halo de zona de gente acomodada. Aracelis la camarera y limpiadora del MareMare andaba siempre en algún negocio, con un trajín entre las manos. Su concubino Camilo era todo lo contrario, un poeta delirante, enamorado de las flores, de la mar y de los olores de su mulata. Él, era muy feliz con la camarera.

Un día, mientras asoleaba mi glamurosa humanidad en el borde de la piscina, divisé la llegada de un tal Luiggi Crapacchio, según se identificó en recepción. Yo lo conocía por ser una saltimbanqui nocturnal y sabía de sus negocios con narcotráfico. Era un mafioso conectado con los árabes ladrones, multimillonario. Llegó con su cabeza en alto, alquiló la mejor suite del hotel por un año y canceló, por adelantado, con una brillante tarjeta. Luego, dio propinas apetitosas y solicitó los nombres de las personas que harían la limpieza dos veces diarias. Era un bipolar del orden, el lujo y el glamour. Aracelis Mogollón fue una de las camareras
asignadas por la Gerente del Hotel, la dinámica Gabriela Medina. Sin duda, y de ello estoy segura, ha sido la mejor gerente que ha tenido el MareMare en los últimos años, comprometida con la vida y con nuestro Hotel.


La Iguana DORITA oriunnda del Mare Mare
Para mí el MareMare es mi casa, como para muchos otros. Mi mayor tragedia es Dorita. Una iguana de la tercera edad que me quita espacio y cámara antes los visitantes. No sé, verdaderamente, cuál es su atractivo ante los fotógrafos. Esa bicha vive bajo un baño
de flash, día y noche, a pesar de su horrible mirada, igual a la del
Dorita recién levantada
mafioso Luiggi. Ambos, revelaban ojos sádicos de muerte y brujería demoníaca. Decidí mantener control de la zona del pandillero. Descubrí que la ventana del baño estaba averiada y con un leve empujoncito podía entrar. El cuarto que le asignaron quedó en planta baja, con un balcón escoltado de un pequeño jardín de ixoras rojas, siempre de resplandeciente encarnación, tal como alfombra magisterial que conducía al puerto acantonado en un mar de brillos aturquesado. 
Yo estudiando el caso


Mi hotel era bello y lujoso. Yo me sentaba en las tardes a tomar el sol crepuscular mirando el lago azulado y los veleros taciturnos. De vez en vez, mi amiga, la Gerente del hotel, Gabriela Medina, daba paseos supervisando el orden y la limpieza. Era una gerente moderna que no se apoltronaba nunca. Por eso era tan amiga mía.
Las Ixoras del Balcón Trágico

Pintura mía en observación (oleo)
Transcurrieron meses hasta que una mañana sentí los pasos del mafioso Luiggi regresar, inusualmente, hasta su pieza. Mi intensa curiosidad felina me impulsó por la ventana del baño, sentí luego un seductor olor a jamón serrano y crema pastelera, ¡mis preferidos! Me arriesgué a husmear asomando mis sedosos bigotes acaramelados por la puerta del baño. Luiggi y
Aracelis se revolcaba desnudos en la cama gritando y haciendo miles de acrobáticos movimientos. Sobre una mesa, divisé mi presa. Después de un rato, ambos quedaron dormidos y yo pude degustar, tranquilamente, de mis bocadillos preferidos: jamón serrano con crema pastelera. La ocasión era perfecta para mis andanzas y
descubrí que mientras la camarera y el mafioso se estremecían en la cama yo podía comer y tomar mis exquisiteces sin mayores sustos.


Pero una mañana, entre muchos encuentros, mi entrada se realizó por el balcón del patio. Ese día decidieron mirar la naturaleza y revolcarse en la cama, acariciados por el zumbido de la bahía de
Barcelona. Yo me extendí en uno de los sofás de bambú, mientras hacia la limpieza sobre mi largo y dorado pelaje. Luego, vi como un hombre calvo y moreno, que barría el patio, se les quedó mirando estupefacto. La pareja no se percató que el jardinero los divisaba por el balcón abierto. Entre tanto, los guardaespaldas del Luigi miraban unas
mujeres que nadaban desnudas en la piscina. 

De pronto, el hombre calvo se acercó al cuarto y se volvió loco. Fue cuando los acróbatas de la cama se levantaron asustados y Luiggi gritó
trancándose en el baño. Era Camilo el jardinero. Entró jadeando y golpeó, brutalmente, a la camarera. Hubo tal escándalo que yo me escondí bajo el comodín, justo al lado de la nevera. Luego, el rapado gritó, tomó una botella, la reventó contra la pared y el pico puntiagudo lo encajó con furia, en la garganta de la mulata, aflorando una fuente color vino que me llamó la atención al verla correr, locamente, sobre la cama y la alfombra. 


Al instante, Camilo rompió en llanto, tomó una de las pistolas que descansaban sobre la repisa y se percutió un tiro en la cabeza desmoronándose vertiginosamente sobre la alfombra mojada. Yo me acerque a los cuerpos, husmee sus auras, lamí un poco del líquido pero me supo amargo. Finalmente, llegaron los hombres armados. Pensé que iban por mí, corrí entre sus piernas pero ellos estuvieron atentos a los cuerpos del suelo. Luiggi voló del cuarto, con sus acompañantes y por varios días María Gabriela Medina, la gerente
del Hotel Mare Mare, entraba y salía sin parar, acompañada de los extraños uniformados a toda hora, que tomaban notas y hacían pesquisas.

Clausuraron el cuarto por un tiempo y al cabo de unos meses, percibí que algunos turistas se quedaban allí. Al entrar al recinto yo veía a la camarera Aracelis arreglándose el cabello frente al espejo, con su orificio en la garganta, al lado de su marido, de ojos secos y mirada triste. Como relámpago, en la madrugada, Aracelis le daba por gritar y
llorar, como si el demonio de la infidelidad la molestara. Yo me espeluco y brinco enloquecida con los aullidos del espectro de la camarera, el fantasma llorón. ¿Qué culpa tienen los turistas y una gata como yo de las infidelidades y tragedias de la camarera avara? Yo aún me lo pregunto, pero lo cierto es que la pobre ánima sigue gritando por los balcones en las mañanas cálidas y en noches de luna nueva. 



¡Amigos, cuando lleguen al MareMare, no olviden santiguarse y no sean infieles, mire que Camilo los está buscando… ¡

Yo, estupefacta ante lo sucedido



YO, Alerta