“Sobre
la platabanda de un destartalado edificio de Petare se arma el fiestón, cada
vez que el misterio de la radio anuncia el rumbón. Luces por doquier y de la
nada, una luz brillante se enciende como lámpara de Neón. Aparece la cabeza del
Diyei dando vueltas hasta el amanecer” (Música). Este estribillo se lo
compusieron al diyei Amazonio Mogollón, un
negrito flaco, con cuerpo de reptil,
que pasó la vida intentando ser amable con hombres y mujeres, vivir con el
esfuerzo y el trabajo mínimo, aparearse hasta el amanecer y dejar que
trabajasen los otros aparentando que fue él.
Era
un hombre flojo hasta para pensar. Su desgano lo había hecho fracasar en los
estudios, en todos
sus trabajos y en las relaciones importantes de su vida, con
sus hijos, tanto como con las mujeres. Le gustaban las adolescentes
recalentadas y pobretonas. A los cuarenta y cinco años ya contaba con una
amplia prole de ocho vástagos diseminados por Mesuca, el Tanque, Guarenas, Guatire hasta Higuerote. Para Mogollón la vida comenzaba a partir de las seis de la tarde, cuando la cebada hacia su teatral aparición salida de algún bolsillo furtivo. Una día sentado en el pórtico de la casa de su madre, un vecino músico lo invitó a que lo ayudara con el caletear de los equipos y desde esa noche comenzó su carrera de diyei de Petare.
De
tanto ir y venir con el vecino músico, aprendió a operar las consolas y equipos
de una pequeña emisora del barrio y su fama por los alrededores mejoró
notablemente. Ya no era sólo el hijo o el marido de “fulana”, sino el que
operaba los controles, la consola y definía la música de la rumba del viernes
en la noche. Entre el grupito de borrachos y adictos del viernes en el barrio,
él, se convirtió en una celebridad. Pero la fama es traicionera y te arroja
hacia espacios
incontrolables, por eso, al tal Amazonio Mogollón le ofrecieron
un trabajo “serio” de operador de consola, en la radio del Fuerte Militar, que
hacia lindero con el barrio donde vivía. La emisora se la entregaron a la
amante de un capitán, Renatta Rondón, que jamás tenía tiempo para atender la
gerencia de la estación más que para realizar los cobros, ya que sólo se
dedicaba a su cuidado personal, al arreglo de su larga y rubia cabellera, de
sus infinitas prótesis y de las uñas postizas. Ella era la vanidad ambulante y
Amazonio le encontró su punto débil recordándole lo bella y sexy que era, a
cadainstante. La programación era aburrida y de mala calidad, pero el negocio no daba pérdidas más que las esperadas.
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Sólo
unos pocos escuchas extrañaron el programa matutino y Amazonio continuó su vida
pensando que había vencido al trabajo, expulsando con su actitud de flojo pobretón,
a la mujer del programa, en la estación radial. Seis meses después cuando
Renatta Rondón abrió la puerta de la emisor para buscar una factura se encontró
con la cabeza del diyei sobre la consola, llevaba los audífonos puestos y tenía
un gran micrófono metido dentro de la boca. La policía hizo una exhaustiva
investigación sobre la muerte
del hombre pues, le habían arrancado la cabeza
con un alambre de cobre de radio y picaron su cuerpo repartiéndolo en macetas
de colores por todos los rincones. Dicen que fue el esposo de la mujer, un
general de alto rango que lo mandó a triturar por gritarle a su señora, aquella
infatúa mañana. Otros cuentan que fue el marido de una locutora que lo asesinó
por traición, también dicen que fue el hijo de la Rondón que lo encontró fornicando con su madre. Últimamente se habló de una de sus tantas amantes, una psicópata vendedora de seguros que le juró la muerte al dejarla por la sirvienta.
Nunca
se supo, a ciencia cierta, quien asesino al diyei de Petare, pero en las noches
de los viernes y
de las fiestas patrias, las luces de la estación de radio se
prenden solas y comienzan todos los equipos y cornetas a funcionar como si
alguien los estuviese operando. También dicen que cuando una mujer bella se
encuentra en la estación se apagan los aires acondicionados y sólo un escalofrío
abraza a los concurrentes. Dicen que el diyei de Petare los está acechando.