Entre tubos de Neón
A los participantes del taller:
“Vamos a Escribir sin
Miedo”
Hay muchas formas de abordar un taller de literatura, desde
los empinados cenáculos de los clásicos inmortales, hasta la poesía y narrativa
breve…, más bien brevísima…, que vuelan en instantes a través de las redes
sociales, nuevos mandamás de tendencias y modas, que van dando forma diaria a
la vida humana y a su obra, en medio del colapso de la sociedad del rectángulo,
que sólo deja tiempo para posar sus pupilas en letras condensadas, con
significados impactantes y luminosos, repletos de figuras turgentes y tubos de
neón. La literatura, como toda obra humana, cambia y se despereza como la
lechuza de Minerva, mostrando el aroma y el sabor de su terruño, usando temas
añejos, con deditos nuevos que tintinean sobre computadoras de última
generación. Este es el fenómeno del referido taller de letras, donde se escogió
al Estado Aragua como telón de fondo para reencarnar el arte de la literatura.
¿Pero quién puede contra la magnificencia canónica de los
clásicos de la literatura? Sus castillos y personajes… ¡¿Quién se atreve a
retar la inmortalidad de los grandes de las letras?! ¿Un Cervantes, con su
Quijote a cuestas y la mansedumbre de su Sancho?… Dostoyeski, Hamelt, El
Marqués de Sade, Goethe, Mary Shelley ,
Victor Hugo, Charles Dickens, Julio Verne, Oscar Wilde, Franz Kafka, Marguerite Duras, Truman Capote, Andrés
Bello, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda,
Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo.
¿Quiénes?..., tantos, tantísimos escritores célebres que ya
lo han escrito y han inventado todo…, todo, sin dejar espacio para una letra
más… ¿Qué hacer y qué escribir cuando los personajes están completos en el
repertorio de lo sagrado que constituye la obra de arte literaria, como símbolo
entre el inmortal y la obra humana? ¿Quiénes, pues, han retado al destino?
¿Quiénes han abierto una senda nueva?…. Tamaña herejía de los naipes letrados…
Así es el ingenio y el deseo humano, que preñado de lirismos
y sueños buenos, nos emocionamos ante los poemas de Tania Pacheco, quien con
sus ojos de melaza la arrastraron hasta la realización de su deseo: Hacer un taller
de escritura que la enseñara a navegar a través de las profundas aguas de la
literatura. Como si mirase a lo lejos por la circunferencia de un viejo
calidoscopio, un nuevo mundo. Y como Dios premia a los hijos buenos, no tuvo
que alejarse grandemente de su casa, surcar los aires, ni remontar empinadas
montañas, para encontrar el cántaro de nuevos conocimientos y sensibilidades
que le permitieran lograr sus deseos de artesana de la palabra. Fue como si la
poderosa Maracaya, arcaica y de fiera raigambre, le hubiese arrojado la presa
sobre su regazo.
Así, en los recovecos y luces opacas del salón universitario,
Tania comenzó un viaje sin retorno hasta el nunca volverás atrás. El miedo
salió de sus huesos como si una delicada aguja le extrajera la sangre y empezó,
pueril y lentamente, a mostrar su sonrisa y a develar que la poesía, los
estribillos y la armonía de los versos, no sólo formaban parte de su repertorio…,
que había más, mucho más. Sintió el gélido impacto de la explosión creativa que
reventó dentro de sí, justamente a la hora de cantar el gallo y sin más, tomó
el lápiz y el papel y narró su primera historia. El relato del amanecer que la
comprometía
con trasegar un camino. Así, Tania Pacheco, la mujer de los poemas y las
poesías, nos relató su historia compromiso donde, finalmente, comprendió su
teleología: Ella era una escritora; escritora con E mayúscula, más allá del
sentimiento y el dolor, más allá del compromiso familiar. Así, Tania en las
letras madrugadoras nos contó como algo que explotaba a diario dentro de ella,
tan importante como el gran amor por sus hijos y por su marido Iván, se había
salido de control hasta llegar al cuaderno vigilante de la mesa de noche. Entonces,
nos mostró un amor existencial que se da y se siente en la espesa asfixia que produce
no querer ser y hacer más que eso: una escritora. Así, ella, decidió dar curso
a la travesía y dejar que la pluma desmenuzara una narrativa que trascendiera
los estribillos de siempre.
De pronto, emerge Dania
Loggidice, con su morral escarchado a cuestas, lleno de acertijos y sueños.
Sus largas y esbeltas manos de pianistas que se aferran al lápiz y al papel,
que como náufragos buscan salvar su vida. Sus historias, recrudecen todas las
historias del mundo, reencontrándose en el espacio infinito, como recreando un
nuevo Principito, mirando culebras y elefantes saltarines o emergiendo desde
pozos de sangre fétida que se albergan en las líneas de libretas viejas… ¡Oh!,
la adolescencia, la juventud llena de horizontes, inocencias y colores.
Entonces, su padre y madre, candorosos y eternos compañeros de vida, la
acompañan hasta la puerta del taller, pues barruntan, desde siempre que la
magia de una imborrable escritora llenará para siempre su hogar y sus vidas. Ella
tiene aroma y sabor a escritora famosa, pues ya, en sus ojos serios, la profesión del crear sueños con letras, le
tiñen la mirada curiosa. La niña de la casa tiene la vocación, la textura y el
tesón para entregarse al comprometidomundo de la literatura y ellos, padres
responsables y amorosos,lo dan todo para su fortalecimiento y formación.

Cuando se tienen dos hijos
se tiene todo el miedo del planeta,
todo el miedo a los hombres luminosos
que quieren asesinar la luz y arriar las velas
y ensangrentar las pelotas de goma
y zambullir en llanto ferrocarriles de cuerda…
Y luego se toma agua, en vasitos que como enanos surgen de la
amabilidad y la cordialidad de los colegas docentes, recreando la vista en el
gato dorado que decora alguna lámina de la profesora. Ojos de acero y oro, ojos
asesinos y bigotes de seda que rompen la quietud de las letras, dando paso a
imágenes que recuerdan que en la vida, alguien muere convirtiéndose en víctima
y alguien sobrevive como cazador. Leyes de la vida terrestre y mortal, planeta
primitivo y desconocido aún, como los escritos de Tomedes que con sagacidad
felina, el hombre callado entrega. Allá va el primer manuscrito del taller. Lo
posa lentamente sobre el regazo de la facilitadora. Él la mira fijo a los ojos
y le dice tantas cosas, sólo con el mimético gesto que deja escapar un susurro:

Así, la historia prospera, dubitativamente por entre manos
amigas y compañeras. Impele acurrucar amorosamente la obra nueva, alejándola de
la crítica absurda y malévola del mercadeo interesado. Se reniega de los
expertos literatos que desde el empinado espacio de sus propios intereses, usan
el trabajo de los demás para sacar algo propio a cambio…, pues así, muchos críticos,
sin dar nada, como zamuros, quieren vivir de la carne y las letras ajenas.
Viejo bolso de iniquidades vanas las de ésos.
¡No señor!. Entonces,
la mujer sonríe avezada entre las letras, acurruca el manuscrito de Tomedes
entre su falda floreada y luego mira al cielo, salpimentado de lámparas de neón
apagadas y cierra los ojos como acuñando en la mirada cegada, un nuevo mundo. ¿Le
habrá gustado?..., pensaron todos en silencio… ¿Qué escribió Tomedes? y la curiosidad embistió las entrañas de los
asistentes. Allá queda la obra de Tomedes, expectante, como el niño que entrega
el dibujo a la maestra en espera de la nota, decidiendo si ¿será pintor o poeta?,
¿si el verde o el gris volverán a tocar el lienzo de la hoja?, ¿si, finalmente
él terminará siendo funcionario o simplemente un poeta?

Y como el amor siempre es caritativo y apoya la brega de los
escritores…, jugosas naranjas y melocotones nos abrazan traídos por sus manos
de seda. El olor pacífico nos invade y Valentina nos
recrea con su dulzura y
sus mieles. Piensa, habla, comparte, dejando caer sus historias desde el suelo
al techo, desde el corazón al trasmundo…, tierra de poetas y poemas cansados…,
tierra de descubrimientos.
Pero no hay descanso para el alma infatigable de los
investigadores y Malva Higuerey no se doblega ante las explicaciones. La
ciencia duda, sin esta última no podría llamarse ciencia. No cree y no debe
creer…, se interroga, se increpa a sí misma sobre sus historias, el mundo… va y
viene, se pierde y se encuentra en el repertorio de sus reflexiones. Una nueva
materia la arropa y presta indaga la verdad. Silente busca el jaque mate a sus
disquisiciones. Malva transita a ciegas
por su nueva obra y eso le crispa el entendimiento, no hay método, ni episteme
para la doctora Malva que la oriente en esta nueva faena. ¿Pero, como dejar
atrás todo lo aprendido y sabido? ¿Cómo desandar el camino duramente construido
durante toda una vida? Impele unos nuevos lentes y una nueva mirada. Sin
método, sin razón, la científico tiembla. Pero la obra de arte la seduce, tanto
como la verdad de la ciencia. Se inquieta y comienza nuevas búsquedas y
estudios. Abatida por la alea de la creación confiesa a manera de himno novel:
−Esto es nuevo para mí, ustedes han hecho que interrogue mis
lentes y métodos de siempre−.
La novedad la arrodilla y la retorna a la caverna
platónica desde donde ningún científico ha salido nunca jamás. Despistada y
novata resuelve comenzar de nuevo, con sus disquisiciones e interrogatorios de
siempre. Mantiene su paso de celadora universitaria, recrudece su rostro de
piedra, acostumbrada a no saber y a comenzar de nuevo todos los días. Un
trabajo repugnante como el dar vuelta alrededor de un viejo molino, sin
descanso, ni tregua.
Por los recovecos del amplio libro que inicia su historia
vigila Iván, cautivado por la novedad de todas las palabras y las cosas. Es como si más allá de sus diseños
y obras de arte se le develara un nuevo mundo. Él, convertido en un pequeño
Colón se extasía ante el encuentro. Tantas cosas nuevas lo obnubilan y hasta
cierto punto lo amedrentan, pero Iván es terrible y avanza hacia lo
inaccesible. Reflexiona sobre el apoyo a los valores de la familia venezolana y
se regocija ante el deber cumplido. Lo
importante que es la plasticidad de un buen gerente amanece allí.
El final llega inexorable y la profesora María Mas sale cansada
de la sala de clase y cierra la puerta.
María Guasare Herrera Mas
Maracay, tierra de la Maracaya