martes, 12 de septiembre de 2017

Entre tubos de Neón

Entre tubos de Neón
A    los participantes del taller:
“Vamos a Escribir sin Miedo”
 
Hay muchas formas de abordar un taller de literatura, desde los empinados cenáculos de los clásicos inmortales, hasta la poesía y narrativa breve…, más bien brevísima…, que vuelan en instantes a través de las redes sociales, nuevos mandamás de tendencias y modas, que van dando forma diaria a la vida humana y a su obra, en medio del colapso de la sociedad del rectángulo, que sólo deja tiempo para posar sus pupilas en letras condensadas, con significados impactantes y luminosos, repletos de figuras turgentes y tubos de neón. La literatura, como toda obra humana, cambia y se despereza como la lechuza de Minerva, mostrando el aroma y el sabor de su terruño, usando temas añejos, con deditos nuevos que tintinean sobre computadoras de última generación. Este es el fenómeno del referido taller de letras, donde se escogió al Estado Aragua como telón de fondo para reencarnar el arte de la literatura.


¿Pero quién puede contra la magnificencia canónica de los clásicos de la literatura? Sus castillos y personajes… ¡¿Quién se atreve a retar la inmortalidad de los grandes de las letras?! ¿Un Cervantes, con su Quijote a cuestas y la mansedumbre de su Sancho?… Dostoyeski, Hamelt, El Marqués de Sade, Goethe, Mary Shelley , Victor Hugo, Charles Dickens, Julio Verne, Oscar Wilde, Franz Kafka, Marguerite Duras, Truman Capote, Andrés Bello,  Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo.


¿Quiénes?..., tantos, tantísimos escritores célebres que ya lo han escrito y han inventado todo…, todo, sin dejar espacio para una letra más… ¿Qué hacer y qué escribir cuando los personajes están completos en el repertorio de lo sagrado que constituye la obra de arte literaria, como símbolo entre el inmortal y la obra humana? ¿Quiénes, pues, han retado al destino? ¿Quiénes han abierto una senda nueva?…. Tamaña herejía de los naipes letrados…

Así es el ingenio y el deseo humano, que preñado de lirismos y sueños buenos, nos emocionamos ante los poemas de Tania Pacheco, quien con sus ojos de melaza la arrastraron hasta la realización de su deseo: Hacer un taller de escritura que la enseñara a navegar a través de las profundas aguas de la literatura. Como si mirase a lo lejos por la circunferencia de un viejo calidoscopio, un nuevo mundo. Y como Dios premia a los hijos buenos, no tuvo que alejarse grandemente de su casa, surcar los aires, ni remontar empinadas montañas, para encontrar el cántaro de nuevos conocimientos y sensibilidades que le permitieran lograr sus deseos de artesana de la palabra. Fue como si la poderosa Maracaya, arcaica y de fiera raigambre, le hubiese arrojado la presa sobre su regazo. 


Así, en los recovecos y luces opacas del salón universitario, Tania comenzó un viaje sin retorno hasta el nunca volverás atrás. El miedo salió de sus huesos como si una delicada aguja le extrajera la sangre y empezó, pueril y lentamente, a mostrar su sonrisa y a develar que la poesía, los estribillos y la armonía de los versos, no sólo formaban parte de su repertorio…, que había más, mucho más. Sintió el gélido impacto de la explosión creativa que reventó dentro de sí, justamente a la hora de cantar el gallo y sin más, tomó el lápiz y el papel y narró su primera historia. El relato del amanecer que la
comprometía con trasegar un camino. Así, Tania Pacheco, la mujer de los poemas y las poesías, nos relató su historia compromiso donde, finalmente, comprendió su teleología: Ella era una escritora; escritora con E mayúscula, más allá del sentimiento y el dolor, más allá del compromiso familiar. Así, Tania en las letras madrugadoras nos contó como algo que explotaba a diario dentro de ella, tan importante como el gran amor por sus hijos y por su marido Iván, se había salido de control hasta llegar al cuaderno vigilante de la mesa de noche. Entonces, nos mostró un amor existencial que se da y se siente en la espesa asfixia que produce no querer ser y hacer más que eso: una escritora. Así, ella, decidió dar curso a la travesía y dejar que la pluma desmenuzara una narrativa que trascendiera los estribillos de siempre.

De pronto, emerge Dania Loggidice, con su morral escarchado a cuestas, lleno de acertijos y sueños. Sus largas y esbeltas manos de pianistas que se aferran al lápiz y al papel, que como náufragos buscan salvar su vida. Sus historias, recrudecen todas las historias del mundo, reencontrándose en el espacio infinito, como recreando un nuevo Principito, mirando culebras y elefantes saltarines o emergiendo desde pozos de sangre fétida que se albergan en las líneas de libretas viejas… ¡Oh!, la adolescencia, la juventud llena de horizontes, inocencias y colores. Entonces, su padre y madre, candorosos y eternos compañeros de vida, la acompañan hasta la puerta del taller, pues barruntan, desde siempre que la magia de una imborrable escritora llenará para siempre su hogar y sus vidas. Ella tiene aroma y sabor a escritora famosa, pues ya, en sus ojos serios,  la profesión del crear sueños con letras, le tiñen la mirada curiosa. La niña de la casa tiene la vocación, la textura y el tesón para entregarse al comprometidomundo de la literatura y ellos, padres responsables y amorosos,lo dan todo para su fortalecimiento y formación.

¿Y no es de amor que está llena la literatura? Amor por las letras y el arte, por la historia y la metáfora, por existir más allá de los límites de la memoria… La niña Dania, alta como una espiga de trigo bien abonado, nos mueve para hilvanar el lenguaje correcto, cuidar el fondo y la forma, no perder la raigambre de sentir que en cada hijo o hija  de Venezuela tenemos uno que es propio, tal como alguna vez nos lo regaló el poeta Andrés Eloy Blanco a través de Los Hijos Infinitos.

Cuando se tienen dos hijos
se tiene todo el miedo del planeta,
todo el miedo a los hombres luminosos
que quieren asesinar la luz y arriar las velas
y ensangrentar las pelotas de goma
y zambullir en llanto ferrocarriles de cuerda…

Y luego se toma agua, en vasitos que como enanos surgen de la amabilidad y la cordialidad de los colegas docentes, recreando la vista en el gato dorado que decora alguna lámina de la profesora. Ojos de acero y oro, ojos asesinos y bigotes de seda que rompen la quietud de las letras, dando paso a imágenes que recuerdan que en la vida, alguien muere convirtiéndose en víctima y alguien sobrevive como cazador. Leyes de la vida terrestre y mortal, planeta primitivo y desconocido aún, como los escritos de Tomedes que con sagacidad felina, el hombre callado entrega. Allá va el primer manuscrito del taller. Lo posa lentamente sobre el regazo de la facilitadora. Él la mira fijo a los ojos y le dice tantas cosas, sólo con el mimético gesto que deja escapar un susurro: 

−Léalo cuando tenga tiempo y después me comenta−, fueron los ecos lejanos. Entonces, la rubia toma el pliego y la curiosidad la ciega…, no tiene tiempo que perder, pues la ansiedad le anega el rostro. No puede esperar más para saber que dicen todas las palabras juntas. Es cuando la obra de Tomedes inicia su recorrido a través de ojos y mentes extrañas. Se descosen sentimientos y personajes que vagan a través de sensaciones que forman un nuevo relato que avanza incontrolable hacia la otredad.

Así, la historia prospera, dubitativamente por entre manos amigas y compañeras. Impele acurrucar amorosamente la obra nueva, alejándola de la crítica absurda y malévola del mercadeo interesado. Se reniega de los expertos literatos que desde el empinado espacio de sus propios intereses, usan el trabajo de los demás para sacar algo propio a cambio…, pues así, muchos críticos, sin dar nada, como zamuros, quieren vivir de la carne y las letras ajenas. Viejo bolso de iniquidades vanas las de ésos.
¡No señor!.  Entonces, la mujer sonríe avezada entre las letras, acurruca el manuscrito de Tomedes entre su falda floreada y luego mira al cielo, salpimentado de lámparas de neón apagadas y cierra los ojos como acuñando en la mirada cegada, un nuevo mundo. ¿Le habrá gustado?..., pensaron todos en silencio… ¿Qué escribió Tomedes? y  la curiosidad embistió las entrañas de los asistentes. Allá queda la obra de Tomedes, expectante, como el niño que entrega el dibujo a la maestra en espera de la nota, decidiendo si ¿será pintor o poeta?, ¿si el verde o el gris volverán a tocar el lienzo de la hoja?, ¿si, finalmente él terminará siendo funcionario o simplemente un poeta?


Nadie se mueve y la tensión no cambia de forma…, ni el hambre, ni la fatiga abaten a los nuevos escritores. La inmortalidad vale la pena y puede ser de cualquiera…Hay que pagar el precio por ella y Valentina lo sabe bien. Su sonrisa lo devela, siempre atenta y reflexiva. No se esconde como, por el contrario se muestra. Nació para estar en la vida sin que nada la moleste ¿Por algo se llama Valentina, como el Santo del amor? En ella no hay tragedia… ¿quizás un poco de épica? Su risa resplandece más que las luces del techo. Su curiosidad se expande y recrea su obra completa. ¿Qué y cómo escribí lo hecho? Un auto interrogatorio recursivo, íntimo…, quizás hasta un tanto melancólico. La historia no perdona y detrás del recuerdo camina la memoria, el sentimiento, la pasión… ¿la tristeza? Llega su hermana, la bella como la Remedios del colombiano, con su figura esbelta, dormida y lerda. Venus que reencarna en cada descripción de la belleza. ¿Y quién no se arriesga por la belleza? Ella es el Paris de la Helena dispuesta a desmenuzar, nuevamente, la historia de canto a la imagen de su hermana suelta.


Y como el amor siempre es caritativo y apoya la brega de los escritores…, jugosas naranjas y melocotones nos abrazan traídos por sus manos de seda. El olor pacífico nos invade y Valentina nos
recrea con su dulzura y sus mieles. Piensa, habla, comparte, dejando caer sus historias desde el suelo al techo, desde el corazón al trasmundo…, tierra de poetas y poemas cansados…, tierra de descubrimientos.


Pero no hay descanso para el alma infatigable de los investigadores y Malva Higuerey no se doblega ante las explicaciones. La ciencia duda, sin esta última no podría llamarse ciencia. No cree y no debe creer…, se interroga, se increpa a sí misma sobre sus historias, el mundo… va y viene, se pierde y se encuentra en el repertorio de sus reflexiones. Una nueva materia la arropa y presta indaga la verdad. Silente busca el jaque mate a sus disquisiciones.  Malva transita a ciegas por su nueva obra y eso le crispa el entendimiento, no hay método, ni episteme para la doctora Malva que la oriente en esta nueva faena. ¿Pero, como dejar atrás todo lo aprendido y sabido? ¿Cómo desandar el camino duramente construido durante toda una vida? Impele unos nuevos lentes y una nueva mirada. Sin método, sin razón, la científico tiembla. Pero la obra de arte la seduce, tanto como la verdad de la ciencia. Se inquieta y comienza nuevas búsquedas y estudios. Abatida por la alea de la creación confiesa a manera de himno novel:

Esto es nuevo para mí, ustedes han hecho que interrogue mis lentes y métodos de siempre−.


La novedad la arrodilla y la retorna a la caverna platónica desde donde ningún científico ha salido nunca jamás. Despistada y novata resuelve comenzar de nuevo, con sus disquisiciones e interrogatorios de siempre. Mantiene su paso de celadora universitaria, recrudece su rostro de piedra, acostumbrada a no saber y a comenzar de nuevo todos los días. Un trabajo repugnante como el dar vuelta alrededor de un viejo molino, sin descanso, ni tregua.

Por los recovecos del amplio libro que inicia su historia vigila Iván, cautivado por la novedad de todas las palabras y  las cosas. Es como si más allá de sus diseños y obras de arte se le develara un nuevo mundo. Él, convertido en un pequeño Colón se extasía ante el encuentro. Tantas cosas nuevas lo obnubilan y hasta cierto punto lo amedrentan, pero Iván es terrible y avanza hacia lo inaccesible. Reflexiona sobre el apoyo a los valores de la familia venezolana y se regocija ante el deber cumplido.  Lo importante que es la plasticidad de un buen gerente amanece allí.

El final llega inexorable y la profesora María Mas sale cansada de la sala de clase y cierra la puerta.


María Guasare Herrera Mas
Maracay, tierra de la Maracaya
Abril del 2017