LAS TRAPISONDAS DE LA MUERTE Y SU ENAMORADO
CONTADOR
Una historia de la vida de personas infames en revolución y los Orishas Yorubas
Esta historia continuará ... Jueves 2/10/2014
Dedicada a las ánimas de Guasare, QPD
I. ANGUSTIA AHUMADA
El contador, aún sin haberlo concientizado
plenamente, había decidido suicidarse. Su cuerpo sudoroso se deshacía sentado en
las
sillas medio destartaladas de la secretaría de la dirección. El lerdo transcurrir
del tiempo y el papeleo sucio que se derramaba a través de los metálicos
archivos acrecentaban su angustia. Era como si una daga invisible de hierro sólido
se le clavara, lentamente, en el estómago.
En ese momento, el negro Urulo, el asistente
de la dirección de administración, abrió la puerta de su oficina para que
entrase aire fresco, al tiempo que una bocanada de humo negruzco, con cara de diablo, se
escapó danzante por la puerta de su minúscula oficina de ayudante e invadió,
sin más, ni más todos los espacios blanquecinos de la receptoría ministerial. La secretaria
de la Dirección; Doña
Arminda; miró de reojo al portero que medio adormitado por la resaca de la
noche anterior, luchaba con sus
parpados vencidos por el sueño y con la melancolía de siempre se dirigió a Jorge Luis murmurándole:
-Válgame
Dios, últimamente esta oficina ya no parece
la administración del ministerio, sino un nido de brujos locos -.
Repentinamente, como salida de la nada, la vieja Nancy entró al
recinto esparciendo con una mano un líquido desinfectante con olor a lavanda,
mientras trataba, con la otra mano, de estregar las gotas que se desparramaban
alegres y desordenadas por las demás paredes y escritorios, mientras en voz muy
bajita mascullaba una plegaria campesina.
Urulo era un hombre de escasa estatura y rostro
agorilado. Sentenciado a una cabeza puntiaguda que mantenía incrustada en
un
gorrito nigeriano multicolor, ostentaba en su pecho múltiples collares tornasolados rebosados a
través de una camisa mantecada que siempre llevaba semi-abierta.
- El
loco lo que quiere es que le vean el montón de collares de santería que tiene,
pero le digo algo señora Arminda, según yo sé, los collares de los Santos son
tan sagrados que no pueden estar a la vista de los mortales, por eso insisto,
ese negro retrechero lo que es un gran adulador y exhibicionista con eso de la Santería y la brujería, pero más na…, ja, ja…Si se mete conmigo le voy ha
enseñar quien es bruja de verdad, ja, ja…-; repostaba la vieja Nancy
en alguna pasada tarde bucólica de diálogos ministeriales.
Inmediatamente, desde lo profundo de los
dominios de su olorosa oficina latió un lento y amenazante: - Armindaaaaaa-. Pero Nancy le replicó sin vacilaciones:
- No crea que tenemos que
soportar la hediondez de su tabaco a toda hora. Arminda tienen razón, las
oficinas del gobierno no son para hacer brujería, sino para apoyar al pueblo,
¿no es así? -; remató estridente la limpiadora mientras detallaba altivamente al hombre,
de arriba abajo, cuando éste se plantó en el centro de la
puerta de su oficina
como gallo de pelea.
Arminda regresó con testarudez su rostro hacia
el trabajo amontonado sobre su escritorio y acostumbrada desde antaño a presenciar
los espectáculos de las peleas laborales de los funcionarios de cada estación,
sabiendo desempeñar varias actividades al mismo tiempo y sin retirarle la vista
de encima a Jorge Luís, apuntó con su faz de corcho:
-¿Se
siente mal licenciado, quiere una aspirina para los dolores? - mientras hacia notas en un libro grisáceo y aceitoso de entrada de
documentos.
El contador, desconsolado, con la vista
perdida en el vacío, sacudió la cabeza de un lado a otro en negativa señal, sin
pronunciar palabra. Meditaba acerca de las injusticias de su vida. Pensaba en
su hija María Eugenia y en su frustrado viaje a Europa; en Cecilia, su mujer,
tan abnegada en las tareas del hogar y
en su carrera truncada de funcionario. Una desesperanza honda aguijoneaba su
sensible corazón, aderezada con sonoros chillidos telefónicos. Allá afuera, en
medio del ronco rugir de la agitada ciudad, la tarde se desasía por entre los
vitrales mugrientos de pastoso hollín, y los transeúntes se movilizaban caóticamente
en una danza neurótica, parecida a las que perpetraban las hormigas locas de la
plaza principal del centro.
La secretaria Arminda, con su voz de ébano y
su cotidiana parsimonia gubernamental, bien aprendida a lo largo de treinta
años de servicio ininterrumpido, mantuvo su paso señorial de trabajadora,
acompasada del concierto esquizofrénico de los teléfonos, mientras la aseadora
y Urulo realizaban su propia cruzada.
- Esa
fumadera de tabaco no está permitida en las oficinas del gobierno, porque está
contaminando el ambiente. Hay una resolución, y se la voy a buscar, para que la
lea y se la aprenda, pues nos tiene
asfixiados a todos los que trabajamos aquí. Lo que hace es ensuciar todo el ambiente.
¿Cómo se ve que usted no es el que
limpia? -, remató la mujer indignada.
- O
se calla o la mando a despedir inmediatamente de aquí, sirvienta engreída. Mire
que sí le fumo un tabaco al revés y se lo
conjuro con el espíritu del eterno
despido, mañana no amanece en el carguito de obrera. Solo sabe chismear y no
limpia nada, lengüetera del demonio. Sálgase de
Definitivamente no era un buen momento para que
Jorge Luís atendiera más conflictos laborales, frases descoloridas y las
estupideces de siempre. - Más demagogia no, por favor-, se repetía internamente el hombre. El contador no portaba las
fuerzas suficientes para oír, estoico como antaño, las peleas, sinsabores, los
embustes y las eternas explicaciones, concebidas desde el ombligo de la rancia
burocracia de los gobiernos de la temporada.
En medio de la algarabía, del llanto y las
amenazas de la vieja Nancy y de los insultos que seguía propinando el negro
Urulo desde lo recóndito de su oficina, Arminda respondía los teléfonos,
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Jorge Luís se resistía a seguir oyendo el
mismo parlamento gastado y falso, que a lo largo de su peregrinar ministerial
había insensibilizado sus oídos. En ese momento desesperado la aseadora grito
un terrible, - te
arrepentirás de tú bocota, negro mojino, más pronto de lo que imaginas. Vamos a
ver quien será el botao -; y partió hecha un velorio por el pasillo
principal.
En ese instante, la puerta negra de la
dirección se abrió, derramando sus sórdidos crujidos de siempre, portadores de
tantas buenas y malas noticias a lo largo de los años. Pero esta vez, los
sonidos no arrojaron los acordes conocidos. La directora traspasó rápidamente
la sala de espera, acompañada en tropel, de su sequito de funcionarios de
confianza y con ojos amelazados se detuvo ante Jorge Luís comentándole un retórico:
- Lo
siento mucho licenciado, pero ya no hay nada que se pueda hacer por usted.
Verdaderamente lo lamento de corazón-, y sus irónicas palabras escoltaron la acústica de su rumbo
apresurado.
Luego se detuvo frente a la puerta principal del despacho y le refirió a la Señora Arminda un tímido,
- no es bueno tantos escándalos
y gritos, mira que se pueden escuchar desde el despacho del Ministro. Dile a
Urulo que controle al personal-, y con
la misma Renatta Firizzola desapareció como fantasma.
Con el entendimiento nublado por la noticia
que acababa de recibir, el hombre, de pantalón cenizo, intentó incorporarse lentamente
sin conseguirlo. Una nueva explosión de ácido se le derramó a través de las
entrañas carcomiéndole el estomago y a penas, si logro balbucear cortas
palabras de despedida, que de inmediato se volvieron lejanas. - No se preocupe doctora y
gracias por todo-, replicó
el contador.
Así permaneció largo rato hasta que la Directora del Despacho del
Ministro, -¡en persona!-, acompañada de una fauna de funcionarios diversos: Secretarias,
vigilantes, abogados y personal de seguridad; embistieron a la Señora Arminda advirtiéndole:
- Que
el doctor Urulo firme por favor, inmediatamente, la resolución de su
destitución. Es una orden expresa del ministro. Ya todo está conversado con su
jefa, la Directora
de esta unidad. Si no estuviere de acuerdo con la medida de reemplazo puede
comunicarse con la
Consultaría Jurídica del Ministerio para que emprenda los
tramites respectivos y sea asesorado en la materia que le competente. Y que se presente en la embajada de Cuba para su deportación inmediata-.
Arminda, atónita por lo que acababa de
escuchar, se levantó de su asiento, golpeó dubitativamente la puerta de la
oficina de Urulo y volvió a sentarse en su puesto como hipnotizada. El hombre
salió lentamente del lugar, con la camisa abrochada hasta el cuello y un enérgico;
- firme su destitución a la
prontitud y después apela si no se
siente conforme con las medidas administrativas. Cuenta con ciento veinte días
para reclamar ante los tribunales competentes, no obstante, bla, bla, bla -, sobrecogió a los porteros y demás secretarias de la Dirección.
Urulo observó a la mujer frontalmente y
desconcertado a la vez, garabateó en el papel que tenía delante sin siquiera
leerlo, recogió el abrigo colgado en su asiento y con la misma, dando un
portazo salio del recinto y se marchó para siempre. No sin ignorar a su presunta
verduga. Al cruzar frente a la puerta del baño de mujeres gritó un pavoroso:
- No
te escaparas de mí, vieja maldita, tú y
tus descendientes me la pagaran muy caro-.
Nancy entretanto, temblando de frío en el
baño de damas, volteó su rostro hacia Sofía, la aseadora del despacho del
ministro y con semblante compungido le confesó a su colega de trapos y jabones:
- Urulo
es palero, un adorador de la muerte, seguramente me hará un Budú para matarme,
¿qué hago? -, preguntó con desespero la vieja.
- No
se lo permitas-; respondió la mujer del veintiséis con
rostro de obviedad.
Esta
historia de novela continuará en otra entrega...