domingo, 19 de febrero de 2017

El lobo de la nariz marina, la crisis de la abuela Catalina Y la melancolía de Doña Mariana…, en tiempos negros de dictadura

Los Guasare de Turmero y el reencuentro
Alcántara, nuestro gran narrador de esta historia

El lobo de la nariz marina, la crisis de la abuela Catalina
Y la melancolía de Doña Mariana…

Narra Alcántara obstinado ya de los chismes de miss mirilla


Ramón Vudú de los Ángeles el saxofonista
y amigo del Vicealmirante
La abuela grita como una trompeta nueva a Ramón Vudú para que tome el teléfono de la casona… Raro, muy raro pues las llamadas que entran por el fijo, son de las viejas de Caracas, cobradores o avisos de muertos. Cada quien en la casona tiene un teléfono móvil o unos muertos muy potentes que dan los mensajes antes de ninguna aviso telefónico, tal como los de la Nana Kymbisa que en su vida ha utilizado un teléfono para ser informada de nada, ni de nadie. Doña Catalina continúa el jolgorio un tanto histérica, como loca de carretera y advierte sobre un lobo que requiere de conexión familiar… ¿de no sé dónde, y de no sé qué?, y necesita comunicarse con Ramón Vudú de los Ángeles, inmediatamente… ¡Je, je! Ramón Vudú de los Ángeles Lautaro Guasare Herrera y Herrera, el chico del burdelito! El trompetista aragüeño más buscado y acariciado de todo el Estado y de por estos alrededores… El rey del burdelito de la abuela…, ja, ja. Igualito a mí, con su piel suave de pantera africana, ojos de monte oscuro y risa de melodrama en comedia…. Un Alain Delon[i] criollo que regala felicidad e ilusión a todas las féminas de por estos oscuros y alejados derroteros de Dios. 

− Que tome el teléfono, pues lo solicitan urgentemente−, replica la abuela desde su alcoba. El escándalo me despierta a las onces de la mañana. No es justo tal perturbación madrugadora para un gato de casa, tranquilo y feliz como yo. Inmediatamente el tropel de la aldaba con rostro de Maracaya me eriza…. ¡tan, tan, tatán!. ¡Ésto ya es abuso! ¿Quién osa tocar el aldabón del viejo caserón con tales escándalos si no fuese familia, amigos añejos o las hiperviejas tontas e histéricas que intentan perpetrar los límites de la casona sin la suficiente suerte como para rastrear chismes y espavientos de
Turmero, y la fachada de su añeja iglesia acurrucaada al
costado de la plaza. Municipio Santiago Mariño,
Estado Aragua, Venezuela.
brujos malos? Ya sé…, seguro que son los muertos de hambre de siempre que vienen a hacer visita, justo a la hora que se sirve el almuerzo en este caserón. Pero esta vez están liquidados de antemano, pues la doctora Mariana ya dio la orden, categóricamente:

− Queda terminantemente prohibido ofrecer alimentos, desayunos, cenas almuerzos, meriendas y demás comidas y exquisiteces a ninguna persona fuera de la familia que pernota en la casona. Espero que se entienda bien y muy claro, a nadie…. Y NADIE ES NADIE−; remató la mujer con el moño un poco escarapelado, mirando por el filo superior de la montura de sus anteojos de marca, a través de sus ojos melados de tigra en celo.

Entonces, siento que se abre una de las puertas del portón principal y más atrás, suenan palmadas, susurros, abrazos, juntaderas, frotaciones, risas, pasos que profanan la vieja casona y luego grita
El níveo uniforme de la Armada
la abuela. Más atrás los alaridos de la Nana y oigo risas, algarabía…. ¿Qué relajo se desmadeja por este largo pasillo de la casona de los Guasare Herrera y Herrera? Nada, pues voy a la cocina a ver que se traen entre manos estos humanos infelices. Súbitamente brinca desde las postrimerías de los helechos de la Nana Kymbisa la Nykita y pasa corriendo como alma que lleva el diablo hacia los aposentos de la doctora Mariana a ¿quién sabe qué historia irá a contarle? Esa gata es chismosa como la vieja del frente, que prefiere morir de hambre por saberse un relato nuevo. 

Arribo lerdo y soñoliento al cuarto que recubre la vieja estufa familiar, con la modorra de las once y media de una mañana en el pueblo de Turmero, caluroso y húmedo. Entro sigilosamente sin hacer espectáculo y la perra Fifi está echada a los pies de la vieja Catalina. La miro a los ojos como advirtiéndole su ingrato destino si delata mi presencia. Lo único raro que encuentro por entre las cacerolas y las tufaradas de la cocina de la Nana, es la presencia de
La boina militar y revolucionaria de la abuela
un hombre moreno, más bien negruzco que tiene cara de perro grande y bravo. Está ungido, embalsamado más bien, en un traje níveo de marinero y se ríe a mandíbula batiente, como pianola nueva a cada invento de Ramón Vudú y cuentos de la abuela. Me gusta el envoltorio del hombre…, es elegante y señorial…. Parece un negrito fino…. ¡Yo quiero uno igualito, blanco y dorado con botones decorados con anclas y salvavidas oleados, caponas brillantes y bogavantes vibradores. ¡Sin duda todo el atuendo brillaría, relucientemente, sobre mi negro pelaje con verdadera esbeltez¡ ¡Soy puro! ¡Negro del África honda, sin mezclillas, ni juntaderas extrañas como las del tipejo éste! El es un pardo blancuzco…, yo soy negro de verdad, verdad, como el Ramón Vudú de los Ángeles, pero yo soy más puro, con más linaje, más estirpe, de marca perfecta.
El zaguán

de la casona de los Guasares

Me lanzo en lo alto de la nevera y me apertrecho detrás del frasco de las especies para escuchar… Allí me entero que el visitante es una amigo de la infancia de Ramón Vudú y mientras nuestro negro se fue a gastar la fortuna familiar en Inglaterra, con la escusa de estudiar para ser doctor en derecho, regresando tan sólo con el saxofón a cuestas, el otro amigo, cara de perro; ambos colegas de infancia, se desvaneció por las costas de la Guaira y ahora, veinte años después, nos visita con alegría, convertido en un militar de alto rango, vicealmirante de siete mares y por supuesto, con risita socarrona en los ojos, cacareando su adhesión irrestricta a la revolución que, según alega, será por siempre y para siempre, como las estirpes condenadas a cien años de soledad de la novela del colombiano.

Buñuelos de Lairen ofrecidos por la Nana Kymbisa
al Vicealmirante
Allí fue, entonces, que me supuse los brincos de la abuela que respira revolución por toda la piel y la cara de susto de la Nana Kymbisa cuando el marino preguntó por Doña Mariana, entre buñuelos acaramelados de Lairen y el jugo helado de papelón, hecho con limones del solar, dulce y fresco como una quinceañera virgen…. ¡Aquí viene la tangana pensé…, y me enrosqué en la oscuro Kukú de la Nana, en el comedor principal a esperar la contienda familiar que se avecinaba a la llegada de nuestro elegante y bien puesto vicealmirante revolucionario.

Agazapado allí, mientras preparan la mesa del comedor principal, deduzco que… ¡Oh! cara de perro debe ser un personaje de alto rango pues la abuela, no deja que ninguno pose su humanidad en las sillas de terciopelo rojo, a menos que pertenezca a su círculo íntimo. 

El tiempo corre como las olas del mar, suavemente entre la brisa marina y la abuela pregunta por Doña Mariana, mientras la Nana responde en el oído de la vieja que la doctora ya advirtió que no almorzaría hoy con la familia…, que la abuela no invente, que deje todo como está y que no busque más camorra de la que ya ha corrido por debajo del puente. Que si doña Mariana no baja, no baja y punto.

− ¿Pero porqué esta mujer es tal altanera y rencorosa?−; alega la abuela roja de la presión. 

− ¡Claro!, como el invitado especial es un militar revolucionario ella no lo mastica ni con chicle bomba−, remata estoica y como para su adentros la vieja envuelta en un pantalón de camuflaje y una blusa de seda hechura de la prima Carolina Herrera.

El Vice cara de perro se ríe con alegría y todos comparten en familia…, en verdad el milico tiene bonita sonrisa con ojos tristes y caídos como de llanto intenso, ojos amelazados, no son ojos brujos como los míos, verdes esmeraldinos, de seducción y de sangre a la vez. ¡De pronto! Llega la Nykita y más atrás hace acto de presencia la doctora Mariana, vestida de negro como si fuera a un funeral…
La Doctora Mariana Guasare, en el solar de la casona
Preciosa, con el rostro limpio, sin maquillaje, ni pintorreteos, el pelo en la nuca y el collar de perlas de sus quince años que no se retira ni para bañarse en el río. Desciende la escalera como espectro y sólo acerca su “buen provecho” dando inicio a su almuerzo. Me percato que el Villa se sonroja, se revuelca dentro de sí, en su propio asiento, intentando no dar muestras de emocionalidad alguna, pero que va…, los instintos a mi no me fallan… hay pálpitos y emocionadera por debajo de la mesa cuando mira de frente a Doña Mariana. 

La doctora está más impertérrita que nunca…, sus ojos endurecidos y fijos sobre la madre con ganas de bajarle la filosa hacha de la guillotina, pero también le siento una soterrada excitación enterrada… ¿puede ser de rabia? Ella es muy emocional aunque intente ocultárselo al mundo. Su gran problema con la vida es que ella no es una mujer para cumplir órdenes sino, más bien para darlas y la dictadura de la abuela, la impunidad de sus actos, la liviandad de sus decisiones y la pérdida de la fortuna de los Guasare Herrera, ha sido de la entera responsabilidad de la octogenaria. Mariana conoce el precio de tales errores, pero su incomodidad trasciende, largamente, los secretos familiares…, aquí hay más…., mucho más con este tipejo. No se trata únicamente de
Chicharras de Libertad del fantasma de la Tatara abuela
Luna María Libertad
afrentas políticas, de posturas dogmaticas o ideológicas contrapuestas… ¡Que va, paisanos! La historia es añeja y creo que hay facturas pendientes, páginas sin curtir, ni haber sido leídas denodadamente…, digo yo, para tanto revuelque de los instintos y de las almas.

La Nana se mantiene como sombra al lado de la doctora, quien pide más jugo y es cuando el Almirante Villalobos, de sopetón, se incorpora presto y le sirve el néctar dulce, con verdadero ademán de caballería medieval, mirándola a los ojos con rostro dulcificado. Mientras tanto, ella pétrea y distante, atina tímidamente a dar las gracias protocolarmente. ¡Ju!..., Que va…, aquí pasa algo raro que no logro desmenuzar con claridad. Me acerco a Nykita que no se aleja de las piernas de su ama por debajo de la mesa. Hay aspavientos, Frescolita traga grueso, Susana Clorofila se ríe y habla de unas algas mágicas que curan la impotencia, la frigidez, la culebrilla y el acné. La abuela ratifica que no hay revocatorio, ni elecciones, ni mucho menos cambios en el CNE, ni en el máximo
tribunal y que el país marcha en calma y paz restableciendo la economía de la guerra económica atroz desatada por la oligarquía mundial. Entonces, con la guerra y la política nacional sobre la mesa, se reanuda el alborozo entre los comensales, menos en los ojos lánguidos del Villalobos y de la parca Mariana que hacen esfuerzos por no tropezarse, ni siquiera con un toque de pupilas… ¿Porqué tanto escondrijo entre estos dos? ¿Qué pasa aquí?

Durante el postre la abuela se levanta sobre la silla y comienza un discurso revolucionario por el regreso y visita de su hijo y amigo Martín Villalobos, afecto revolucionario, hijo de la casona de los Guasare Herrera y Herrera y hechura de la canoníca revolución. Mariana no aguanta tanto bufo barato de su madre. Una mueca de rabia y desazón enhebra sus labios de chantillí, reflejando en sus pupilas el odio profundo ante tanto fetiche politiquero. El brindis enarbola todas las copas a un solo compás. El cristal de roca tintinea al juntarse…, todo brindan…, todos…, menos la copa de la doctora Mariana que permanece sentada e inmóvil como una roca fría. El Vicealmirante no le quita los ojos de encima a la enigmática mujer y pregunta:

¿No brinda conmigo, mi amiga?, ella toma su copa vacía, la levanta y hace el ademán de brindis y de fiesta, mientras una risa mortuoria se le escapa. Luego, voltea la copa y con cuidado la coloca boca abajo sobre la mesa, en santo y seña de un gran final… No te quiero y punto…, fue lo que le dijo al hombre y éste se torna morado como berenjena del conuco ¡Ay papá!.... La abuela roja y encolerizada por la afrenta hecha al militar y Mariana fría como un cubo de hielo. El marino descolocado y con su natural risa de camuflaje cuando lo asaltan los nervios ante la cruda ofensa, Ramón Vudú pálido ofreciéndole Guarapita al convidado y el resto de los Guasares cuchicheando la que se avecinaba tras el lamentable evento.

Cuando el barco hace aguas por las cuatro esquinas y la abuela pierde el control y el poder de sus tropas llegan las chicharras en manada. Llego la muerte de lacia melena, pienso yo. La intraficable Luna María Libertad Guasare Herrera, lideresa inconmensurable de la revolución contra la opresión y la dictadura, la tátara abuela más recordada de la casona…, el arquetipo a seguir de Doña Mariana.

Las chicharras entran por ventanas y por el patio del centro de la
YO, como narrador en pleno centro de los acontecimientos
 de la casona
casona y la aldaba con cara de Maracaya del portalón principal suena y retumba con fuerza. Los bichos éstos entran como un enjambre y obligan a todos los comensales a salir del comedor. La Nana Kymbisa se santigua y el olor a mastranto y huesos de muerto se cuela por el gran salón. Yo me quedo quieto detrás del sofá verde cuando siento las pisadas de las botas de la inconfundible revolucionaria…, y entra al recinto Luna María Libertad Guasare Herrera y Herrera. Llega taconeando fuerte, enterrada bajo su sombrero negro, con sus largas enaguas entierradas por la brecha y sus guantes de cuero seco. Se quita el sombrero y su lacia melena me cautiva… Que muerta tan bella…, parece una muñeca de porcelana. Razón tiene la historia de que enloquecía a los hombres…. Pero… ¿Qué quiere la muerta hoy en la casona?... ¿Será por qué odia a los hombres o a los militares…¿Será que busca un encuentro con la revolución?... No lo sé, pero me voy al patio interno a tomar un poco de agua fresca y a ver si consigo algún ratón con quién librarme de las locuras humanas…. ¡Ya regreso!










[i] Actor de Cine.