jueves, 24 de julio de 2014

La gata del dentista


La gata del dentista

Dedicado al Doctor Rafael  Castillo 
 Y a toda su familia

Rasguño I

Calipso sintió como las gotas de lluvia aguijoneaban el vidrio y un viento gélido, a hojarascas sobre un silbido lejano, penetró por la ventana de su oficina anunciando la intespectiva tormenta matinal. Nube entró lerda, como quien intenta acostumbrarse al aburrimiento de las diez de la mañana de un día grisáceo, cabeceando desganadamente y mostrando su magnífico y acerado pelaje de gata persa. Se paró en el centro de la alfombra carmesí, observó a la mujer con insistencia precisando su vasto territorio, conformado por la inmensa oficina de su ama y luego, se afiló las uñas sin mayores prolegómenos. 

La gata descargó su agresiva necesidad de matar, una y varias veces más, destinando toda su fuerza en destejer la alfombra, como quien se sacude los pies en el felpudo de la entrada de la casa. Luego, inició una acrobática danza alrededor del viejo sofá español despellejando, furicamente el foso del mueble con sus destructivas y bien afiladas garras de depredadora experta. El ruido del mueble herido asemejabase a los truenos de afuera. Calipso la miró de reojo como reprochándole el acto sin que ésta, de forma alguna, mostrara cambios ante su intemperancia e inquiriera en el regaño de su ama.

La mujer, preocupada, auguraba en la atmósfera matutina un problema grave. Así se lo advertían los acelerados latidos de su corazón de consumada bruja Europea. Nube, impaciente por que ya era la hora del los consentimientos y cariños, saltó sobre el escritorio de la hechicera y se lanzó en explanada, a través del mármol pulido, hasta rozar con su gran cabeza peluda el filo de las
uñas de la mano de su dueña, la cual, mantenía desganadamente sobre un libro adivinatorio. Calipso, escéptica como era su  costumbre, permaneció concentrada en las manecillas del reloj, sin advertir las necesidades amatorias de su minina consentida. La miza indignada, alzó el hocico salpimentado con unos largos bigotes blancos y con sus ojos esmeraldinos bien abiertos, se aproximó tanto como pudo al rostro de la señora, profiriéndole un enérgico:
_ Ráscame inmediatamente, que lo necesito urgente_; dijo secamente la gatuna, sin perder del foco de sus ojos, la sombra de la elegante dama.
Nube en descanso

Pero la hechicera, totalmente absorta en el futuro, observó como la aguja grande del reloj recorrió el tiempo en contra sentido. Se movió de izquierda a derecha. El turno de la vida retrocedía en las horas de su familia.
 _ Menos uno, dos, tres. Aún no llegan a ser la diez_; dijo Calipso y llevó la cuenta de los segundos íntimamente, en medio de un

sofocante dolor.
Fue entonces cuando ésta, cubierta por su larga melena azabache, esperó la mala hora al ver cuando la manecilla del reloj se devolvió en el tiempo circular y originario de su arcaico tictac.

Entonces, sucedió lo que ella se temía. Súbitamente la puerta de su oficina se abrió de par en par, dejando colar toda la luz de la calle, acompañada del viento perturbado por el hollín de la ciudad y entró en grandes carreras Eloisa, tapándose la boca con las dos manos, hecha un guiñapo, rezongando unos sórdidos mugidos de burra vieja.

Calipso se asustó, abrió los ojos hasta donde se lo permitieron los músculos de su cara, al tiempo que Nube masculló fastidiada, ignorando a la visitante y virando la cabeza hacia su ama dijo:
_ Esto es una cueva de locos, aquí ya ni siquiera hay tiempo para el amor. Que obstinación de oficina. Mejor me acuesto y duermo
hasta la hora del almuerzo. Así, no me involucro en la gazmoñería familiar de tú gentecita_; remató Nube manteniendo la vista sobre Calipso.

Eloisa lloraba con desafuero. Estaba flaca como un filistrín, con la ropa desgarbada, el pelo desgreñado y los ojos enmohecidos por el exceso de sufrimiento. Pero a pesar de que su paupérrimo estado era normal después de tantas pérdidas su hermana supo que su condición actual la conduciría a la tumba. Eso fue exactamente lo que Calipso, su hermana mayor, desde antes de las diez de la mañana, quiso evitar al ser avisada por sus espíritus acerca de las desgracias futuras. La sibila debía actuar con rapidez para invertir el ocaso del destino familiar.

_ Me duele mucho la boca, no puedo comer. Los dientes me bailan como hojas sueltas en otoño. Cualquier alimento que trago está
entero, pues no aguanto el ardor de la encía cuando aprieto los dientes. Me siento muy débil, ¡Ay ¡ muy débil hermana, ayúdame por favor_; dijo la flaca sollozando amargamente. Después continuó sus disquisiciones amarrándose la boca con las dos manos:
_ Las muelas se me parten sin razón aparente y se me caen a pedazos en medio de los trozos de comida enteros que con gran esfuerzo, casi no puedo tragar. Me siento como un trasto viejo y me quiero morirrrrrrrrrr. _. Remató ella gimoteando, mientras Nube agregó con soberbia:
_ Toda una tragedia griega esta niña_; dijo esbelta, sin retirar la vista de la ventana.

_ Creo que lo único que en verdad he comido en estos últimos días son muelas rotas, caries y putrefacciones _. Terminó Eloisa, sin que
Calipso pudiera entenderla muy bien, al tiempo que las lágrimas rebotaban como pelotas desde sus grandes ojos azules.

Mientras tanto, Nube intentó mantenerse alejada de la crisis, enroscada alrededor de la esfinge de su coterránea Bastet, la diosa gata, protectora de los difuntos del más allá, de la cual, ella era descendiente directa. La minina nevada, con su acostumbrada y cínica aristocracia, observaba la escena familiar burlonamente. Entonces, con su desfachatez felina miró a Calipso y le balbuceó en grueso ronroneo gatuno, muy cerca del oído, como fue desde siempre su modo locuaz de maullar:
_ Tú hermanita está loca. Enferma del alma y del cuerpo. Creo que no podrá sobrevivir con tales  complicaciones por largo tiempo. Cómprate otro vestido negro para que asistas a su funeral. Como
siga en su tristeza, su muerte se dará prontamente; más rápido de lo que tú piensas_; finalizó la gata en tono de festín.

La bruja, indignada por la replica de Nube, le asestó un fulminante cachetón en el hocico y ésta gritó, más por rabia, que por el dolor del golpe. Entonces, saltó y quedó plantada en cuatro patas, con el lomo arqueado, sobre la cola del largo piano negro, lista para defenderse de cualquier nueva agresión de la enardecida mujer.
Tenía los ojos de fuego que destilaban un odio profundo. Después, se alzó y mantuvo las patas delanteras en el aire, mostrando sus largas y afiladas garras de fiera salvaje, lista para atacar. Calipso no la tomó en cuenta para nada, con sus posturas bélicas, las poses de bestia bravía y sus consabidos refunfuños intimidatorios. La mujer estaba resuelta a salvar a Eloisa. Entonces, la muchacha abrió la boca ante los ojos escudriñadores de su hermana mayor y después de un riguroso examen bucal, Calipso concluyó:

_ Sólo necesitas un buen dentista que resuelva este caso. Creo que estás muy nerviosa y eso te ha trastornado la encía y la dentadura. Pero no te preocupes más por nada, te ayudaré. Acompáñame y descansa aquí, eso te cambiará un poco la vida; te lo aseguro yo_; remató decididamente la hermana mayor.

Calipso, tomó la mano de su enclenque hermanita y la condujo a la habitación continua donde la recostó en su sofá, añil intenso. En
instantes, Eloisa, fue presa de un sopor espeso y tibio desmoronándose, profundamente dormida. Quedó inconciente, como por arte de magia, después que la bruja le acarició las sienes y le rezó la cabeza con la oración de Santa Apolonia, abogada de las enfermedades dentales, para que se le olvidaran los malos recuerdos y se le quitara el dolor de la boca. Prontamente, la encaminó a través de un sueño almizclado, donde Eloisa no pudo desenterrar como siempre, el duelo por sus muertos, las decepciones amorosas de su vida, las pérdidas
financieras, las traiciones políticas, la envidia de las demás mujeres, las culpas de sus amantes y de las amistades extraviadas en los anales del tiempo.
_ Han sido muchas cosas fuertes las que ha vivido, la pobre, en estos últimos días y esta niña, no puede soportar con hidalguía todo este peso de la vida. He conjurado a Eloisa con la bendición de Santa Apolonia, mártir católica y patrona de las afecciones dentales. En tí confío, mi santa para curar a mi hermana _, inquirió ella en intimidad.

Lmicifuz, ahora dormitada sobre el piano, el belfo abrigado con las patas delanteras, bien apegada a su protectora y maestra Bastet, abanicándose con su larga y esponjada cola, parecida a un plumero
de limpieza, se mantenía alerta frente a un nuevo ataque, a pesar del orgullo herido por el trastazo y la mirada despreciativa de su cuidadora. Sin embargo, Calipso, pragmática como siempre, enfatizó en buen tono:
_ Maulladora de las noches, no te hagas la dormida y la lerda.Vente para acá, mi aristocrática descendiente de faraones que vamos a
trabajar. Necesito un buen sacamuelas para Eloisa_; expuso la maga, mientras que con energía caminó hacia su escritorio, concentrándose en la pantalla de su magnifica computadora, último modelo.
_ Y que tengo yo que hacer con las estupideces de tu hermanita la tonta. Tú lo has dicho muy bien, pertenezco al linaje de la diosa
Bastet, soy la encarnación de un Dios y aquí me tratan como una come cucarachas cualesquiera, como una caza moscas de pacotilla, golpeándome y ofendiéndome a toda hora. Olvídalo, no te ayudo y menos con esa gazmoña. Y no me pidas clemencia después de tus
porrazos, por que no te la daré. O es que me confundiste con Hesi-Re, el egipcio que sanaba los problemas bucales de los faraones. Ni que tu hermana perteneciera al linaje real _, repostó Nube sentándose serenamente en pose magistral, imitando a su antepasado gatuno.
Pero Calipso alegó en tono reconciliatorio;_ Anda bella hija de los dioses egipcios, deja los celos tontos de gata consentida y acércate a mí para que me ayudes. Recuerda tu larga vida y dime ¿quién te salvó del desastre cuando estuviste a merced de la jauría de perros salvajes del parque?; ¿No fue la afligida de mi hermanita Eloisa?; ¿No te acuerdas que por ella, precisamente por esa taradita, tú llegaste aquí? Sabes que esa mujer es muy sensible y probablemente, está somatizando sus desarraigos internos. Las anomalías de la boca se deben a tantas cosas terribles que ella bien conoce y que no puede decir. Saber cuesta Nube y mucho más, si tu
vida gira sobre mentiras, como le sucede a ella para sobrevivir en su mundo. Finalmente, Eloisa muestra en forma individual, el precio de la opresión que te conduce a la existencia de la muerte, en una sociedad que idolatra cualquier éxito. Una nación como la nuestra, en esta hora y momento, debe pagar por su irresponsable desdén y su falta de tino para vivir de acuerdo a la moral y no saber elegir, correctamente, a sus políticos para conducir su propio destino. El costo que se confiere por ese crimen es la locura y mucho más si ésta, se vive en sociedad _; inquirió la bruja en modulación entre burlesca y filosófica.

En seguida con entonación ceremonial remató:_ El tiempo de la verdad es perfecto y es cosa de Dios. Tarde o temprano, Eloisa, dirá todo lo que sabe, pero entre tanto, necesitamos un dentista que repare el daño bucal que la carcome. Así que acompáñame a navegar_.
La pequeña fiera se la quedó mirando con fijeza, como meditando en los arcanos del pasado, luego levantó la cabeza y movió las orejas como radares en círculo, en dirección de todas partes. Bostezó con fuerza mostrando su magnifica dentadura en hilera de marfil y sus afilados colmillos de depredadora arcaica. Después le echó un vistazo rápido a Calipso, con ciertas gotas de conmiseración:
_ Está bien, no me recuerdes ese episodio escatológico de mi vida con los perros que se me renace el susto_; finalizó a regañadientes la peludeza;_ Eso fue casualidad _; dijo el animal calmosamente, mientras caminó vanidosa hacia el escritorio de mármol, no sin antes asestar un fuerte rasguño en el mueble blanco.
_ Falso y no te las des de retrazada. Fue causalidad y no casualidad. Por Eloisa la estúpida, como piensas, tú estás aquí conmigo, dándote la gran vida, llena de cojines, salmón y rasquiñas ricas por todas partes. ¡Ah!, y para remate eres libre de cazar tus ratones,
vampiros y demás bichos. Así que a trabajar, mira que la vida cara cuesta y hay que cuidarla_; señaló la mujer secamente.
_ Ya no vives en Egipto _.
Nube se lamió las patas delanteras velozmente como afinando el paso, mientras Calipso se sumergió en la computadora para navegar a través de las redes marcianas del mundo mortal y conseguir un buen doctor que pudiera curar la boca de su hermana menor.

Pronto, la gata albina se acercó a la pantalla del computador y ambas escudriñaron la oferta de matasanos dentistas en las telarañas virtuales del globo terráqueo. Primero, intentaron hurgar opciones en el extranjero, pero muy pronto descubrieron que el
caso que debían resolver era una emergencia y no contaban con los minutos suficientes para viajes y extravagancias internacionales. Finalmente, después de soltar todo el imán de sus hechizos, se dejaron de criterios científicos, abandonándose al azar y a la suerte, en su propio territorio:

Fue entonces cuando Calipso exclamó:_ ¿Éste hombre?_; Y pronto repostó_; que va, está muy lejos de casa; ella nunca regresará dos veces a esa consulta. La mataría el dolor entre ir y venir_.
Y  después, con los ojos como alicates sobre la pantalla, prosiguió:_ ¿Este otro?, Nooooooooo, creo que sólo le importa el dinero, es un mortal avaro, que vaaaaaaaaaa_.
Nube inquieta, amplificando el horizonte al lado de su señora
alegó: _ Este hombrecito... A ver. No, de ninguna manera, es muy viejo, feo y con cara de rata. Además, refleja sadismo; creo que sólo disfruta al otorgarle dolor al paciente. Se nota que se deleita con el sufrimiento ajeno. Eloisa nunca se acoplará a una persona así. Busca uno menos enfermo que este bicho que tiene la cara de tu penúltimo ex marido. El que casi me mató ¿no te acuerdas del psicópata?_.
Calipso, sin querer recordar nimiedades pretéritas de amores caducos, y concentrada en la misión, como general en plan de guerra, continuó la pesquisa odontológica con furia carnicera:_ Dentista…dentis…den… éste, ¿podría ser lo que necesitamos?. Sí,
éste, creo que dimos con lo que queríamos, Nube. ¿Qué te parece este hombre, peludeza bella?...Tiene cara de persona seria_; remató alegremente.
La felina de afilados bigotes blancos, se acercó a la pantalla y lo observó desconfiada en una pequeña fotografía.

_ Bueno, tiene cara de tigre, mí querida ama. Pero, la cara no nos dice mucho acerca de su capacidad para curar bocas, mejorar dientes, arreglar muelas, poner amalgamas y cepillar encías. Esa tecnología no se refleja en el rostro de los profesionales del flúor. No te parece mejor que busquemos una mujer_; dijo.

Pero la bruja terminó con un; _no_; radical pues Eloisa alguna vez le comentó que las féminas no tenían la fuerza suficiente para sacar
bien las muelas.

Nube continuó su perorata:
_ En el rostro a las personas, únicamente, se les nota el alma y la vida recorrida. Éste parece que ha soportado situaciones importantes, en fin, que lo ha tocado la vida y que aún, a pesar de ello,  él mantiene cierta cordura_.
_ ¿Porqué lo dices?_; remató Calipso.
_ Por la serenidad y el dolor que esconde detrás de su hermética mirada_; prosiguió Nube.
_ Delata a través de sus ojos que ha disfrutado y sufrido con pasión cada momento de su vida y que ella lo ha tocado a él también; y hasta a lo mejor, lo ha empujado en medio del bullicio de sus avatares. Mantiene la alegría del nacimiento y la tristeza del ocaso en la mirada, una conjunción difícil por estos tiempos_; dijo riéndose la gata, observando a su ama a los ojos.
_ Niñaaaaa y te pusiste poética_, remató en chanza la mujer, luego continuó:

_ Oye, a mi me gusta por que es físicamente agraciado y se le nota que no es un hombre vanidoso, lleno de ego por todas partes. Más
bien, parecería que conoce sobre los duros coletazos de la existencia, tal como tú dices, pero él, como que está en su propio cosmos, ocupado en los avatares que él cree que debe vivir. Denota una aureola familiar, como si marchase responsable de una manada. Refleja un estandarte de sobriedad inigualable. Está en la médula de su propia razón y lideriza la acción de otros mundos, varios a la vez. Él es…es más bien como un león, rey del clan, con tanto poder, como responsabilidad sobre su vida y las existencias ajenas_; dijo en voz baja.


Luego roncamente prosiguió:
_ Actuar concientemente en medio de estas grandes complejidades y paradojas requiere de responsabilidad, inteligencia especial y a fin de cuentas, hermana gata, impele poseer una condición moral muy particular. Eso es, legítimamente, lo que necesitamos para restablecer la salud en la boca de mi hermana_, terminó por inquirir Calipso ostentando su magnifica dentadura de marfil por el asertivo hallazgo.

Luego, la gata con su acostumbrado desdén hacia las personas que no muestran sus garras prontamente dijo:
_ Bueno patrona, pero que desea para la loca esa, un dentista o un psiquiatra_.
Calipso la miró con desconcierto y arrugó el entrecejo y Nube, rápidamente, sin querer una nueva bofetada en tono apesadumbrado agregó:

_ Se ve muy joven, pero a lo mejor no es tan necesaria una sobredosis de experiencia para lo que requieren la fauces de la tristona de Eloisa_. Luego, filosófica añadió:

_ No me dirás que el dentista no muestra un aire reciamente felino. Yo no lo percibo como un león, más bien se me asemeja a un tigre
siberiano. Paciente y preciso en el ataque. Este hombre, le gusta mirar más allá de la maleza y tiene harta ciencia para la cacería. Esos mininos son los reyes de la estrategia y del camuflaje. Creería que este doctorcito es como de nuestra familia ¿no opinas lo mismo, Calipso?_; inquirió la morroña, ahora, seriamente.

_ Si señora_; concluyó Calipso, rascándole la cabeza a la gata y dejando pasear su mano a través del largo ropaje peludo del animal, hasta desembocar en la punta de su cola. Nube, fascinada por el amor de la bruja,  ondulaba su cuerpo moviendo la cabeza con
excitación y placer a la vez.
_Sin duda es el personaje que buscamos. Es de nuestra familia_; dijo la bruja con afirmativo acento y complacencia total.

Nube resuelta agregó con beneplácito:
_ Bueno, muy bien, todo resuelto y asunto concluido. Manda a la loquita mañana a la casa del saca muelas con cara de león y todas seremos muy felices, para que él le hinque sus afiladas garras de acero en los dientes y la deje sin aliento. Entonces, no escucharemos más sus lloriqueos bobos, de niña tonta. De esta forma, no entrará con más escándalos por esa puerta y que coma completo, feliz y lejos de nosotras dos. Por lo pronto, pensemos en el salmón del mediodía que ya es hora. Comunícale a la sirvienta que nos sirva el almuerzo, ya que pronto seré presa de la modorra y del sueño de la tarde. Apúrate, pues en lo que la Eloisa se levanté se acabará la paz y la cordura en esta oficina_; indicó Nube estirando su cuerpo como bailarina clásica y flexionando las patas delanteras buscando saltar a lo lejos.

_ Un momento, no tan rápido, Nube. Creo que tendrás que
trabajar_, repuso la mujer, serenamente, mirando a la gata con una risita socarrona en la mitad de los labios.
_ No_; repostó Nube inmediatamente y otro;
_ Ni lo sueñes _; secó y radical se escapó de su hocico chantalli al tiempo que estiró las dos orejas hacia el sur en señal de encarnada protesta.
_Cuidado bruja innovadora. No creo que sea una buena idea lo que estas pensando_, dijo la gata saltando sobre los cojines del sofá del fondo de la oficina, en modalidad de asustadiza acción de partida.

_ No te enloquezcas como siempre, pues la que paga tus equivocaciones brujeriles soy yo. Recuerda, la última vez que accedí a tus solicitudes, casi perdí los bigotes y el rabo, por mis intromisiones en el mundo mortal. Soy una gata, no soy humano y menos un médico de dientes. Yo, a éstos los utilizo únicamente
pata matar, defenderme y despedazar animales. Con ellos me alimento y me resguardo. No intento otras cosas más complicadas_; repostó Nube resueltamente, lista para fugarse de la oficina buscando la posición de salida y mirando hacia la ventana lateral.

Calipso, sosegadamente, tomó el largo y encorvado bastón del muerto que reposaba en el lado derecho de su escritorio, aferró su blanca mano sobre la empuñadura de oro que lo decoraba, desde los tiempos de la santa inquisición, cuando más lo utilizó y lo suspendió del suelo. Todos los espíritus emergieron desde lo profundo de la tierra, esperando la orden de la hechicera. A su lado derecho compareció Pierre Fauchard, precursor de la odontología moderna y a su siniestra se dibujo nítidamente, como una sombra helada la señora Lucy Beaman Hobbs, primera mujer graduada en materia dental. Ambos, asesores de la hechicera en el problema que se esperaba resolver.

_ Excelente idea, gran reflexión querida y faraónica Nube. Sin duda, ese dentista tiene un aire familiar. Pero recuerda una cosita, gata consentida, Eloisa es muy sensitiva y está muy débil en este momento. Necesitamos más que un hálito conocido alrededor de ella. Requerimos la acción de la familia y quien más indicada que
tú, mi querida, para iniciar semejante empresa. Tú, eres perfecta. Te asemejas a mi hija, mi hermana de clan, el tótem familiar, el vínculo simbólico con el trasmundo, la cura de la Eloisa, eres…eres una revelación y un regalo de los dioses_; concluyó Calipso en tono de ceremonial testimonio, golpeando el suelo una sola vez, con el báculo de mando de los muertos.

En ese instante el peludo animal quedó paralizado y desarrolló una réplica de maullidos lastimosa:
_ Ni lo pienses, ni te lo imagines, pues no lo haré, ni por todo el salmón de la tierra. ¿Porqué siempre tengo yo que escarbar en las pétreas interioridades de los mortales, habida cuenta de tus locas solicitudes?. NO LO HARE, no me convertiré en ese hombre, que quién sabe a qué dedica su vida y con quién gasta sus horas, después de traquetearle la boca y la dentadura a tanta  gente. No. Ese trabajo de dentista es sucio y me da asco. Además y para colmo de males, soy un animal mimético y bailarín. Que yo sepa, además de la lengua, nada se mueve dentro de una boca. Todo allí es pétreo e inmóvil. No tengo ligadura con el flúor, ni con caninos rudimentarios de humanos que han perdido todo su poder a través de los siglos infinitos de presunta civilización. En la boca sólo me gusta sentir la sangre de mis victimas y nada más_.

Calipso la observó fijamente y mientras ésta se sentó y se acurrucó entre los cojines del sofá, los ojos fieros y dorados de la mujer quedaron atrapados sobre el animal, consumando la fase inicial de su proyecto familiar. Nube, tan estática como adormilada, se embebió en un letargo espeso, con aroma y sabor a sardinas asadas y se fue atontando lentamente, sin quitarle la vista de encima a Calipso, que la mantuvo enfocada hasta la fase final de su largo viaje.
Rasguño II

Cuando Rafael Antonio se desperezó del ensueño profundo, sintió un hambre atroz, aderezado con un entorpecimiento inusual que le cimentó todo el cuerpo y le transpiró hasta el alma. Él, pausadamente fue abriendo los ojos y una luz refulgurante y alógena, venida de las entrañas de una lámpara dispuesta en lo alto de la unidad odontológica donde hacia la siesta, lo recibió sin beneplácito. Descansaba en el sillón electro hidráulico utilizado para los pacientes.

Con los ojos entrecerrados, filtrando la encegecedora luz a través de las selváticas pestañas que siempre le custodiaron la mirada, pudo ver como si un círculo de fuego se le desmoronara verdugamente sobre la cabeza y experimentó una sensación de represalia. Parecía que el rayo de Júpiter pendía sobre su cabeza dispuesto a ejecutar un siniestro interrogatorio. Era un haz de luz que podía penetrar cualquier oscura caverna. Luego, descifró que se trataba de la lámpara de iluminación intra-oral de su unidad. Rafael, el odontólogo de la calle Caroní, advirtió hastío y desconcierto a la vez, conjugados con unas arcadas hondas que le doblegaban la respiración.

Pasaron varios minutos antes de que pudiera reconocer el área donde se situaba. Con lentitud, identificó su cotidiano consultorio, ordenado y modesto, perfectamente dispuesto con el instrumental
necesario para ejercer sus labores de cura dientes. El espacio era acogedor y ordenado.

Un pequeño escritorio amparado por la ventana del fondo, con la persiana metalizada haciéndole de largo faldellín, daba la bienvenida a los visitantes. Al lado, reposaba un escaño en la entrada colocado, seguramente, para que los pacientes descansasen su dolor antes de poder salir del consultorio y reencontrarse con la vida. Después, le seguía sin mayores ambiciones decorativas un mesón largo, adherido a la pared, lleno de equipos, pomos, algodones, diques de goma, prótesis y demás peroles utilizados en la labor dental. En último lugar, colocado en el lado derecho, un humilde estante con algunos libros bastante nuevos, desfilaban todos acurrucados en perfecta formación militar y ofrecían, conjuntamente con los diplomas dispuestos en la pared, un clima de legítima sabiduría que inspiraba confianza a los numerosos visitantes enfermos.

Vertiginosamente se impresionó al poder reconocer con nitidez el brillo y el color de todas las cosas que allí yacían. En eso, Nube comenzó a recordar la feliz impresión que le producía percibir y examinar los refulgurantes colores con tanta viveza, tal como lo conseguían los humanos y no tener que vivir en un mundo opaco, entre sombras y penumbras, como les sucedía a todos los felinos. Algo grande se arremolinaba dentro de él y fue entonces cuando intentó enderezarse para beber del agua que corría sonora por la escupidera. El rugir de los aparatos encendidos le trastocaba la paz del cuerpo y cuando ¡al fin!, logró adecuar su lengua para tomar el agua, sintió repugnancia por lo que estaba a punto de hacer. Allí comenzó la gran crisis existencial entre ambos seres.

Experimentó asco al recordar los ríos de saliva y sangre que, a lo largo de los años, desfilaron libremente hacia lo profundo de la vieja escupidera y un nuevo vahído estomacal los asaltó prontamente. No recordaba si desinfectó esta parte del equipo después del último paciente.  La confusión y la locura se apoderaron del cuerpo. Él, brincó intespectivamente desde una pulsión primitiva que lo anegó, lanzándose al suelo, batuqueando la bandeja porta instrumentos y generando un rugir de metales que se sintió, más allá del consultorio.

Quedó agachado en cuatro patas detrás de la unidad odontológica. Desde su perspectiva, Nube advirtió una gran rabia por su nueva condición humana. La locura y el sin razón los atrapó a los dos, al tiempo que un viento fuerte, salido de las fauces del aire acondicionado les indicó que probablemente, la cabeza de ambos estallaría en mil pedazos. Y así fue, para sellar la fusión cuando el caos se apoderó de aquel cuerpo.

Después, gradualmente los latidos del corazón se ralentizaron al momento que los dos seres, gata y hombre, se percataron que estaban vivos dentro de aquel humilde recinto, únicamente conocido por el saca muelas. Una respiración profunda cedió ante
el peso inexorable e inconfundible de la realidad presente y dicha pareja, se husmeó desde las entrañas del cuerpo del odontólogo.

Pronto, concentrados en un mismo fin y victimas de un latir común del corazón, Nube y Rafael, comprendieron que coexistían en una misma identidad biológica. El dentista intentó exorcizar su materia de la gatuna intrusa, pero le fue imposible. Ella, por su parte, se explayó en la costa de las entrañas del dentista, subyugándole al mortal la voluntad, la emoción y los instintos más profundos. Las poderosas garras de la felina aprisionaron todos los deseos, placeres, sentimientos, miedos, pensamientos y necesidades de aquel señor. Nube tomó el control de la vida de Rafael Antonio a través de una telaraña de magia que lo envolvió íntimamente.

El pobre se encontró expropiado de su humanidad y encarcelado dentro de sí; espectando el peregrinar de su vida, sin mucho que poder aportarle. Ambos sintieron un odio común, el uno, por el otro. Pero lo cierto fue que después del amalgamamiento, compareció una inexorable y sincrética existencia. Ahora en ellos, asidos a una misma biología, ya no se delineaba cabalmente los límites de la mágica Nube, así como tampoco la vida planificada, ordenada y correcta de Rafael Antonio. Los dos seres se convirtieron, al golpe del bordón santo de Calipso, en la conjugación de una peligrosa unidad.

Nube fue introducida por su ama, la gran maga, en el cuerpo del mortal y él, prácticamente inconciente de su nuevo estado, nunca supo por quién sintió tanto odió en aquella hora, debido a lo que estaba sufriendo en su propio consultorio. Calipso encajó a la gata mágica en el organismo del Doctor Rafael Castillo y él, aún después de despertarse y saberse prácticamente desalojado de sí, no encontraba una explicación certera, racional, inteligente o ¿comprensible, tal vez?; al apreciarse tan minimizado y perdido.

Sin embargo, Rafael no olvidó su vida anterior. A pesar que todo su ser fungía bajo el dominio de la epicúrea Nube, la gata consentida de Calipso, él luchaba por salirles al paso. Pero la miza, sabiéndose ya experta en asuntos de transformación humana, ignoró los jaloneos del doctorcito y se dispuso a reconocer su nueva oficina relativa a la dentistería, en el pequeño centro comercial, del sur de la ciudad.

El animal se desperezó como acostumbraba, estiró los brazos hacia arriba como intentado aleccionase frente a las dimensiones de su recién estrenado cuerpo y se decepcionó al verificar que había perdido su esponjosa cola nevada. Se observó ambas manos dándoles vueltas lentamente, sonrió, escudriñando y moviendo cada uno de sus ágiles dedos. Estudió lo amputado de las uñas, tanto como sus redondeadas formas y poniendo cara de pocos amigos pensó, mientras movía todos los dedos con ligereza:
_Nunca estos tronquitos de uñas podrán llegar a ser tan hermosas como mis afiladas garras de nácar_.

Después, lentamente se acarició los bellos de los antebrazos, sintiéndose horrorosamente lampiña. Al mismo tiempo, Rafael, aún manteniendo un poco de independencia dentro de sí,  se apreció con tranquilidad al poder reconocer su cuerpo de siempre, delgado y fuerte. A partir de allí, ambos seres, Nube y el odontólogo, comprendieron que necesitarían varios días para el acoplamiento definitivo.

De todas maneras, él nunca logró racionalizar su nuevo estado, pero llegó a comprender que en los actuales momentos, además de humano, también era un gato. Más bien, una gata consentida y cazadora venida del más allá, para cumplir funciones rigurosas de su ama. Por otro lado, ella, conociendo lo que se le avecinaba, tomó el curso existencial de la vida del hombre y se dispuso a cumplir con su nueva encomienda.

El teléfono de la oficina sonó y ambos supieron que no contaban con mucho tiempo para actuar, además, Nube se sentía sorda ya que únicamente, pudo escuchar el pequeño resoplido del aire acondicionado y la dulce melodía que como odalisca, se alzaba desde la computadora encendida sobre la mesa del fondo, mientras la molestaba el rugir de la unidad dental. Ya no captaba los grillos lejanos, las mariposas del jardín, ni el traqueteo de los carros de afuera. La gata  perdió el oído felino.

La vida se veía y se sentía distinta para ambos. La luz, el olor de las cosas, todos los sonidos que los envolvían eran, resueltamente, de otro talante en la  oficina odontológica del doctor Castillo. El hombre elevó la cabeza y comenzó a olfatear fuertemente el ambiente, levantando la nariz hacia el techo, como intentando captar algún aroma distinto. Concientizó que le molestaba mucho la tufarada química y la asepsia del lugar.
_Tanta limpieza sabe a lejía_; pensó Nube.

Asomó un ojo por la rejilla de la persiana que tapaba la ventana y estudió loa alrededores de la calle y del centro comercial. La gente iba y venia. Unos predicadores regalaban folletos con la noticia que pronto Dios llegaría a la tierra salvando a los pecadores. En los costados, las trinitarias yacían regadas por doquier. Le fascinó el color sangre de los adornos navideños y las escarchas doradas que lo abrillantaban todo, concediéndole un ambiente festivo al lugar. Ahora, no tendría que correr por las calles como siempre pasó durante toda su vida de gata y podría, con beneplácito, disfrutar de los comercios, las calles, los parques y de todos aquellos sitios donde fue excluida por ser una gata hogareña.

Volvió la vista al consultorio. Se desplazó rápido y se paró frente a un pequeño espejo dispuesto en la pared. Allí se acercó cautelosamente hasta el hombre que se reflejó en el fondo. Nuevamente levantó la nariz en señal de reconocimiento y también para husmear la imagen del frente; pero sólamente se topó con la fuerza plateada del espejo. Inclinó el rostro hacia adelante y se concentró en el verde olivo de su mirada. Sus cejas arqueadas le enmarcaban la faz y el entrecejo poblado le fue muy familiar al hombre.


Aún los años no hacían grandes estragos en su piel y un flequillo desordenado le rebotaba sobre la frente, inspirando una halito pueril en el reflejo fotográfico del espejo. Con regocijo, Nube reencontró su fiereza y un arcaico salvajismo depredador se reflejó en lo profundo de la mirada de aquel nuevo ser.

Él, por su parte, se reconoció en el retrato que estaba frente a sí. Cerró los ojos y Nube exploró sus entrañas. En ellas percibió un estimulante cóctel de emociones; tocó sus miedos más profundos, juntamente con el coraje irreverente que lo acompañaban siempre. Rafael era un hombre valiente y eso motivó a la combativa Nube, a continuar el viaje encomendado.

En este encuentro, los dos, formaron parte de una misma ecuación. La minina, retadoramente y calculando su actual posición  pensó:
_ La muy desgraciada lo volvió a hacer otra vez _; mientras Rafael no supo a quién se estaba refiriendo semejante crítica brotada de sus interioridades, con la consabida blasfemia al castellano. El odontólogo era un gran lector, un hombre culto que se vanagloriaba en ser experto en el manejo del lenguaje, cuidando de todos los detalles necesarios en sus conversaciones, escritos y demás ensayos. Nube sabía que fue la hechicera quien la encarceló dentro de él.

Susana, la secretaria del Doctor Castillo, abrió la puerta del estudio con timidez y sus ojos de tormenta inspeccionaron el recinto. Él, de espaldas a la puerta la observó a través del espejo, pero un pájaro gris se posó en las ramas del árbol que acariciaban la ventana del consultorio. Nube tuvo la loca necesidad de cazar y comerse el ave fugitiva, pues le arreciaba el hambre, al tiempo que hurgó el ambiente interno del consultorio, percibiendo un tierno aroma de florecitas silvestres que caracterizó, en lo sucesivo, la presencia de aquella mujer. El lado felino del nuevo Rafael se concentró más entrañablemente en el aroma que desde siempre invadía su oficina y descubrió que Susana olía a lirios. A lirios silvestres del campo y eso le trasmitió confianza y paz.

Sin darle la cara frontalmente a la joven, él se aproximó a las necesidades y sueños más enterrados dentro de la secretaria: su melancolía ante el amor lejano, sus tristezas, anhelos y sus dolores, haciéndola transparente ante su nuevo jefe.

Ella, sensitiva y tímida, miró en derredor y notó que el Doctor Castillo no mostraba la afabilidad de todos los días. Sin titubeos le informó que en la recepción le esperaban varios pacientes desde tempranas horas y que se impacientaban preguntando por él. La mujer se lo quedó mirando, intentando encontrar algo anormal en el doctor por su extraño encierro matinal. Seguidamente y sin más ambages, ella le preguntó si había escuchado el sinfín de repiqueteos del teléfono. Él, lerdo y mirándose pacíficamente en el espejo, con la atención posada en el emplumado que brincaba en las afueras de la ventana, sin importarle las preocupaciones de la secretaria, no respondió ni una sola palabra, se estiró bien la bata como intentado desaparecer el polvo y las arrugas de la faena, e hizo pasar al consultorio a su primer paciente. Era un hombre grande y viejo, con cara de sapo que de entrada abrió la boca antes de tomar asiento en el sofá de la unidad. Parecía un caimán listo para el almuerzo. Una vez allí, Castillo y Nube, vueltos uno solo, se concentraron en el trabajo que se les avecinaba y resolvieron el conflicto del rancio reptil.

Interiormente, Nube se asombró al ver la maestría con la que el doctor Castillo diagnosticaba las cavidades bucales, utilizaba el instrumental odontológico, limpiaba dientes, ponías gasas, anestesiaba encías y remendaba las maltrechas muelas. Por otra parte, él, era preso casi de un delirio por recomponer cada pieza en la boca de sus semejantes. El saca muelas perseguía la enfermedad en las interioridades dentales con la misma excitación que un felino intenta cazar su presa, suelta y fresca en medio del prado. Su acción era precisa, radical y en la mayoría de las oportunidades era mortal. Estaba entrenado, desde hacia años, para acabar con el morbo y las molestias en las fosas de las bocas humanas. Además, Nube se percató que el odontólogo disfrutaba su trabajo. Actuaba con pasión, delicadeza e ilusión.

Entonces, la gata caviló:
_ Se parece a mí en algunas cosas, este doctorcito lampiño_.


El médico de dientes no permitía que los monstruos infecciosos se apoderasen de las encías vacías al menos mientras él estuviese al mando. Así comenzó a pasar el tiempo común entre ellos dos. Frecuentemente, Nube se aburría con las disquisiciones filosóficas, las lecturas y los análisis íntimos de Rafael. También la decepcionó sus deberes más prácticos: las ocupaciones del mediodía, los pagos y deudas, la infinitud de compromisos sociales y familiares, los recuerdos y meditaciones de sus amores más encomiados, los miedos latentes, sus gustos y sustos, las emociones remotas. Todo ese bla, bli, blo, tan humano que constituía el mundo de vida de Rabel Antonio le resultaba, extremadamente anodino a la sibarita Nube. Pero ¿quizás?, para ella, lo más execrable de todos los ensimismamientos del doctor, insoportablemente tedioso para las necesidades de una gata persa, heredera del linaje faraónico de los
dioses, era la angustia que él experimentaba diariamente ante la desidia y el saqueo que avizoraba en el paupérrimo destino hacia el cual se descarrilaba su mundo, por la irresponsabilidad de los militares que tomaron el control de su país.

_ Cuanta desdicha por la vaguedad de las almas y las confusiones de las guerras entre la humanidad. Todo por tener el control y el dominio de la vida, ja, ja,_; reflexionaba con risotadas Nube, mientras él, era preso del pánico por la inseguridad que representaba la vida de sus hijos en aquel lugar, donde imperaba el valor de la violencia y de la muerte. Rafael sufría ataques de inseguridad y se perplejizaba por la angustia que le producía la permanente sensación de muerte a su alrededor.

Todas estas intranquilidades humanas fastidiaban y ocupaban la vida sosegada y precisa de la bestia que ahora yacía dentro de él. Ella solo quería nutrirse, aparearse y vivir bien. Todo en aquella fiera amaestrada era cuestión de instinto y placer; mientras él, navegaba en muchas otras complejidades que llegaban desde sitios diversos y se dirigían a destinos inimaginables. Prontamente la gata no tuvo más opción que sumergirse en el inmenso mundo interior de Rafael Antonio para compartirlo todo.

A medida que transcurrieron los días, la fusión entre ambos se hizo cada vez más palpable y el cura muelas se mostró más callado que de costumbre. Disminuyó las conversaciones con la secretaria, los pacientes, colegas, amigos, hijos, pues en general, Nube sólo quería finalizar el trabajo y abandonar aquel cuerpo prestado, tan mimético y resistente. Además, bien sabia que no podía matar al perrito de la casa, de acarameladas tonalidades, el cual odió desde el mismo día que sintió su pestilencia al entrar por la puerta del hogar del dentista.

Días después de la metamorfosis entre la gata y el hombre; y de tanto bla, bla, bla con los pacientes que hubo curado en la semana, cansado ya de manipular fresas de turbina y contra ángulos, cucharillas, escavadores, espejos, sondas dentales y periodontales, cánulas, pinzas, separadores,  jeringas, agujas y demás instrumentos, Eloisa hizo acto de presencia en el consultorio.

Rafael Antonio la estaba esperando parado delante de la ventana, con el cuerpo relajado y apoyado en el escritorio. Llevaba puesta su bata blanca y unas gafas de carey que acentuaban el brillo de sus ojos y sus facciones felinas. El entrecejo flácido en medio del
bosque de sus cejas y los labios relajados que le adornaban el rostro, reflejaban la naturalidad del encuentro. Él, estaba cruzado de brazos, como apegándose a sí mismo. 

Ella penetró a tropezones, cargando su intenso dolor bucal, tan grande como el Ávila, que le impedía coordinar pensamientos y palabras. En medio del caos que representaba los alaridos de Eloisa, Nube se acurrucó con fuerza dentro de la melancolía de Rafael quien, prontamente, se interesó en resolver el caso. El odontólogo era un hombre de retos, recio ante las vicisitudes de la vida, nacido para la cura y la salud, por tanto, comprendió fácilmente la dificultad de lo que tenía delante.

Ella trató de hablar y explicarle su situación, de intimar con el problema. Sin embargo, Rafael con su tótem leonino le molestaba profundamente que la gente diera vueltas a través de su consultorio, que le interrumpieran sus disertaciones profesionales, que los ignorantes opinaran acerca de temas tan específicos sobre los cuales no sabían nada, ni tenían la menor idea. Por algo estaban allí, él era el odontólogo. Para los enfermos quedaba reservado el sillón electro hidráulico de la unidad. Los quería sentados, más bien acostados sobre éste, para poder decidir como curarles la boca. Eloisa se mostró como una neurótica parlanchina, mientras él, reflejó serenidad y paciencia a través de todos sus moderados y sabihondos discursos. Le solicitó unas radiografías y citó a la joven para una próxima ocasión. Quería pruebas. Debía estar seguro del terreno donde iniciaría la guerra contra la enfermedad de Eloisa.

Pasaron dos día y ella regresó, con la angustia que la caracterizaba, quizás más malhumorada que de costumbre y con las placa de la boca bajo el brazo. Susana lidiaba con el mal humor de la mujercita y Nube quería rasguñarla para que no hablara ni una sola palabra más y para que por fin, abriera la boca sólo para aplicarle la cura.

Después del diagnostico Rafael miró hacia el techo en señal de
preocupación. La bermeja joven sufría de muchas enfermedades y dolencias bucales al mismo tiempo: periodoncia, endodoncia, caries, inflamaciones, fallas estructurales congénitas. Una
verdadero popurrí de desastres anegaban la sonrisa y la nutrición de Eloisa y la tristeza fue evidente en ella, ante el su situación. Él explicó, pedagógicamente, que la cura de su boca era una acción delicada, complicada y de larga duración.

_ Será necesario trabajar a través de una suerte de mini proyectos. Resolveremos un problema primero y otro después. Se requerirá tiempo y paciencia para observar la evolución de la encía_, dijo sin reservas el doctor, mientras ella lo observaba aterrada. Eloisa nunca tuvo ninguna de las dos condiciones a lo largo de su vida.

Nube se indignó por saberse presa en la crisis de Eloisa y del tiempo mortal de Rafael. Sufrió un desgarramiento denso en el cuerpo, al no poder explicar sus rabias y desencuentros internos. Creció su odio por la mujer que tenía enfrente, tan débil y quejumbrosa. Sin embargo, recordó lo malvada y cruel que podía resultar Calipso cuando se le contradecía en el cumplimiento de sus planes, mucho más, si se trataba de su hermana menor. En ese momento la gata resolvió replegarse de su impaciencia y dejar trabajar al doctor Rafael. Ese fue el día en que se inició al tratamiento de curación, en la boca de la maltrecha Eloisa.
Rasguño III

Nube sintió lo mismo de siempre ante la hermanita de Calipso: rabia y aturdimiento. La importunaban sus cavilaciones fantasiosas y sus constantes quejas sobre su vida. Le provocó, una y mil veces, coserle la boca para no escucharla más, pero el especialista de las muelas esperó el momento apropiado para iniciar la cura. La joven bruja era una neurasténica. Pero él, quería sanarla y no le importunaban sus exclamaciones de dolor. Rafael estaba acostumbrado a lidiar con las enfermedades y fue, exactamente por ese don que Dios le entregó al nacer, que fue escogido por Calipso para salvarle la vida a Eloisa.

En aquel tiempo Calipso dedujo sencillamente, con su arcaica sabiduría, los regalos del cielo recibidos por el odontólogo, pero estaba tan absorta en sus análisis sobre el inventario de los saca muelas que ni siquiera se lo comentó a su gata ladina.

_ Rafael Antonio_, la bruja escudriñó el nombre desde las profundidades etimológicas.
_ Rafael es un nombre cuyo significado está referido a “la salud de Dios”. Reseña el mito de Tobías y Arcángel Rafael a través de una larga travesía, en donde se muestra el milagro de la salvación por la fe. Es la historia de la sanación, tanto del cuerpo, como del alma_; dijo ella afilándose la barbilla con una mano.

_ Bien. Antonio…San Antonio, el cocinero portugués, ordenado en un barco por el mismísimo San francisco de Asís, el santo vivo, hermano de la naturaleza. Cómo me gusta ese San Francisco_; remató ella con alegría y luego continuó:
_ San Antonio, fue un hombre Santo, el día que murió su compañero de celda lo vio cargando al Niño Jesús, el cual con su inocencia siempre perdona y abre nuevas posibilidades. Es el camino, la fe y la vida_; remató la bruja con la mano en el pecho.

Después, mantuvo la vista fija en el computador, movió la cabeza hacia el lado derecho para escuchar bien los consejos de sus muertos y pensó:

_ Rafael Antonio es el camino para la salud, la salud de Dios. En consecuencia para que este mortal mantenga sus equilibrios y su poder, debería empalmar con magistralidad tanta fe, como racionalidad y tecnología_; dispuso ella. Luego finalizó:
_ Bueno, no pienso entrometerme en las disquisiciones de este mortal por sus confusiones y oscuridades entre ciencia y religión. Si quiere saber más que estudie y se esfuerce, que tenga fe y rece_.

Transcurrieron los días pesadamente y el dentista albergaba la esperanza honda de deshacerse de la gata trepadora y falta de respeto que lo asaltó, inconsultamente, aquella mañana, arrebatándole el cuerpo y toda su vida, lo más pronto posible. Por su parte la minina tan desalentada como él por los entramados de lo que estaba viviendo, se mantuvo expectante ante la salud de Eloisa.

El hombre tomó el espejo dental y hurgó en los dientes de Eloisa:
_ Primero hay que desenterrar los dientes buenos de las encías malas_; dijo seguro Rafael y durante varios meses, la joven, respiró profundamente para soportar el dolor constante que sintió en la boca, después de los trabajos realizados.
La primera prueba de fuego surgió en el momento en que clavó la inyección con anestesia en la encía de Eloisa. Ésta cerró los ojos, azotada por las mucosas hirvientes, en la poltrona de la unidad odontológica, resignada a ser presa de los más terribles suplicios y torturas, tal como fueron sus experiencias anteriores. No obstante, pese a todos sus prejuicios pasados, lo increíblemente maravilloso de ese momento consistió en que esta vez, las cosas no sucedieron tan mal como ella se lo imaginó.

La morronga y Rafael, al tomar la jeringuilla y levantar la aguja,supieron que de ninguna forma podían seguir siendo dos entes separados. Una mismidad surgió beatamente entre ellos. Él, por su parte, concibió los instrumentos metálicos como el arma maestra con que inyectar salud y vida en la boca de la joven. Sus dedos se mimetizaron con las sondas, pinzas, curetas de Gracey y demás instrumentos; los manejó con tal naturalidad que asemejabanse a las
Santa Apolonia Madre de los Odontólogos y enfermos de los dientes
largas garras de metal que se desprendían del cuerpo de un hombre gato. Nube, por su parte, aportó su paciencia, precisión y sutileza para los raspados, la detección de las caries y las pérdidas de inserción de los dientes, colmillos y muelas.

Rafael, sentado en la butaca lateral de la unidad odontológica, se acercó al oído de Eloisa y le susurró suavemente al oído para dar inicio a la acción:

_ Respire profundamente_, dijo el matasano y asestó sobre la encía sangrienta de la mujer, la primera inyección. Eloisa apretó los puños, tanto como los ojos, mientras mantuvo un jadeo interno y un pequeño dolor que desapareció cualquier sensación de vida en la boca.

Otra vez la voz espesa, aterciopelada y el suave aliento cerca de la base del oído fungieron de calmante en el cuerpo de la mujer:
_ Respire_; fue un susurro que más calmó la emoción y la angustia que la encía de la Eloisa. Ella respiró como intentando alejarse del daño por el agujetazo mientras se aferraba a las apoyaderos de la silla para evitar que le temblaran tanto las manos. Él, dando tiempo al efecto del tranquilizante inició una plegaria de recomendaciones:
_ Si siente alguna molestia levante la mano, para hacer los cambios y tomar medidas; todo un bla, bli, bla _; terminó por indicar amablemente Rafael, con su voz almizclada de ébano pulido.

Eloisa experimentó el tenue dolor de los pinchazos en su encía mientras a cada paso, las molestias descendían, hasta quedarse rendida y entregada a una parálisis total de su cuerpo, con la boca abierta y la dentadura tan expuesta como la propia alma. Rafael Antonio se concentró absolutamente en la primera operación bucal que le profirió a la joven, al tiempo que Nube observaba atenta a la mujer, previendo cualquier loco movimiento de ésta.

Por su parte, Eloisa estuvo atenta a los diversos ruidos. Los chillidos secos de la unidad eran múltiples. Martillazos, cegetazos y raspaduras silbaban con acordes acerados disímiles. Ella era una pantera, con un oído extremadamente agudo y percibió hasta el momento en que se abrió la carne de su encía al penetrar la aguja de la anestesia. Sentía los resoplidos de la respiración del médico a pesar que estaba embalsamado con el tapaboca y mientras él, se quedó absorto en el trabajo de la cirugía bucal que le estaba practicando a la joven, ella se concentró en auscultar más allá de los límites de la carne.

Lentamente escuchó un ronroneo conocido, como el cántico que desenmarañan los gatos cuando se van a dormir, el cual emergía desde el centro del pecho del hombre. El gorgojeo ronco acompasó el latir del corazón de la rubia mujer, generando una sola melodía. Con los ojos cerrados y las pestañas apretadas Eloisa, pacientemente, recobró la seguridad tras el tamborileo que escuchó en las entrañas de Rafael.

Sin duda un felino vivía acurrucado en el alma de aquel hombre. Ella presintió que estaba acompañada y protegida, confiada en que sobre la silla odontológica y en las manos tibias de Rafael podría descansar de sus aflicciones, las ulceraciones d
el alma y las malignidades del mundo. Percibió que estaba en familia.

Al levantarse de la silla, a pesar de los maltratos de la boca, intuyó que todo iría bien y que en lo sucesivo, la suerte la acompañaría hacia una mejor dirección. La joven partió segura pues presintió que recobraría la salud y la confianza pérdida por sí misma, con los cuidados y curas de su odontólogo.

Aquel encuentro experimental, a pesar de su sangriento final, fue considerado por todos como satisfactorio y pese a sus adoloridas encías, la chica se dispuso a regresar para una nueva cita. Calipso observaba los acontecimientos sucedidos a través de la pantalla de su computadora y se sintió relajada cuando el trío comenzó a ganarle las batallas a la enfermedad de Eloisa.

El tiempo pasó y en cada encuentro, la boca de Eloisa mejoraba ostensiblemente. Pero las cosas entre Rafael y la miza no marchaban tan bien como lo esperado. Nube andaba hastiada de la vida del médico y éste, comenzó a deprimirse y a entristecerse por las anomalías que el despiadado animal lo obligaba a vivir, permanentemente.

En medio de los estragos que le causó la fiera, el dentista abandonó la consulta vespertina para poder hacer una larga siesta, tal como era la costumbre de su nueva inquilina. En la noche pasaba largas horas retozando en el balcón de su casa, fisgoneando las luces y las estrellas, sin querer siquiera dirigirle la palabra a su mujer y sin considerar ninguna de las solicitudes de sus hijos. En su nuevo entretenimiento se limitó a cazar mariposas y lagartijas verdosas, entre las plantas. Las personas que lo conocían bien, comenzaron a sospechar que algo malo le pasaba y lo miraban con recelo.

Una tarde, en medio de un tráfico feroz, recordó una máxima que en un pequeño cartelón yacía en la casa de sus abuelos. “La vida es como una cebolla, se pela con llanto”. Finalmente Rafael Antonio, comprendió a cabalidad el sentido de tal adagio. Su cambio fue tan drástico que su familia llegó a desconocerlo totalmente. Él, ya no era el mismo de antes.

Exclusivamente se preocupaba por su ingesta de salmón, la cual
obligó a que se la sirvieran a toda hora, incluso se lo solicitó con carácter de apremio a Susana. Olvidó las ensaladas frescas que siempre le fascinaron, el vino tinto lo despreció por amargo, tanto como el queso y las cebollas moradas, las cuales, lanzó con extremo odio en el pocillo del perro, que por cierto, le ladraba a toda hora.

_ Antes de irme de esta casa te mató, infeliz, pulgoso y desgraciado _, sentenció Nube martirizada ante tantos ladridos y por la acumulación de los sucios pelos amelazados en sus pantalones. Por último, no perdía oportunidad en molerlo a patadas cuando se hallaban solos. Fue por eso que el perro se escondía cada vez que olfateaba la presencia de su amo.

Era tal la tortura de la minina encerrada en el cuerpo de Rafael que comenzó a interesarse por la salud de Eloisa, tan sólo con el propósito de regresar con su ama, lo más pronto posible.

El tiempo corría a favor de Eloisa. La mujer pudo comer con tranquilidad y la encía recobró su estabilidad de siempre. Las caries sanaron, las hinchazones desaparecieron y las piezas faltantes fueron sustituidas con hermosas prótesis de titanio. El siglo XXI formó parte de la dentadura de Eloisa. Ella recobró el peso de su cuerpo, empezó a compartir con sus amigos y dejó de llorar por cualquier cosa. Se sintió tranquila y quiso agradecer su salud regalándole una visita de cortesía a su hermana mayor, llevándole como obsequio un hermosos ramo de rosas rojas. Eloisa bien conocía lo mucho que Calipso adoraba las rosas.

Rasguño IV

_ Su evolución ha sido excelente. Creo que el esfuerzo está cosechando los mejores frutos_ dijo Rafael.
Eloisa alegre por los resultados se despidió de su sanador. Al salir lo tomó por el antebrazo y le hizo una tímida sugerencia que le brotó del alma.
_La vida de los mortales está en manos de Dios. Si usted cree en él, háblele. Dios siempre nos ayuda. Todo lo que vivimos los mortales son pruebas. Exámenes a libro abierto que dependen, exclusivamente, de lo que podemos dar. Dios nos pone a prueba, pero todas éstas son diseñadas para que las podamos pasar. Fíjese en mí. Usted me salvó _, y luego continuó.

_ Durante quince años luchamos contra una enfermedad crónica y salvaje en el cuerpo de mi hermano. Quince años ganándole la batalla a la muerte y al final, un estúpido accidente automovilístico nos lo arrebató de las manos, a mi hermana y a mí. He vivido la mitad de mi vida con el miedo inyectado en las venas. Ahora soy presa de un enemigo mayor, que me asalta cada vez que quiere: la tristeza por la pérdida. Es un monstruo sin control que me paraliza y que surge sin siquiera esperármelo. Vive dentro de mí. _; Rafael comprendió, perfectamente, lo que significaba la experiencia de vivir con la imposición de un intruso.

Luego, serenamente, continuó:
_ Pero he resuelto matarlo. No lo dejaré que me venza. Mi
hermanito luchó mucho por mantenerse cerca de nosotras. Mostró en todo momento firmeza, esperanza, alegría, templanza y mucho
amor. Nunca sintió miedo por la muerte, lo que verdaderamente lo aquejumbraba era dejarnos solas. El amor lo sostuvo en la vida, hasta que su hora quedó cumplida. La tristeza no me devolverá vivo a mi hermano, pero si puede matarme. No lo logrará, mientras yo pueda evitarlo. Que en paz descanse su alma y que sea muy feliz cerca de Dios. Todos los días lo recuerdo. Usted mismo me comentó doctor, que leyó algo que lo maravilló: El amor es la alegría de saber que alguien existe. Donde mi hermano esté yo lo sigo amando_; lo miró a los ojos, le deseó suerte y salió despacio sonriéndole a Susana y buscando una nueva cita, para mantener el tratamiento.


El hombre tomó asiento abatido y se quedó meditando las palabras de la mujer, tan pertinentes para su vida y sus problemas actuales. Entonces, desde lo profundo de aquel descorazonado cuerpo, Nube emergió fascinada:
_ La loca se ha curado, ya se parece a su hermana, hasta filosofa. Ha vuelto ha ser de la casa. ¡¿Qué maravilla, no le parece?¡. Creo que te puedo abandonar, mi querido doctor. Te dejo en posesión de tu mundo y disculpa los desordenes que te he causado. No han sido mi total responsabilidad_.
Rafael salió corriendo del consultorio y se retiró a su hogar. Una vez en su apartamento comió salmón y tomó leche. Se echó en el sofá, sobre la cama, en la alfombra, intentó cazar al perro varias veces para matarlo estando solo a su merced. Revisó las mariposas y los insectos de la lámpara. Se sentía raro, como nunca antes, hasta que llegó su mujer. El olor que desprendió desde la puerta lo excitó. Ella siguió su curso normal de vida, cumplió con sus deberes hasta que el cansancio la extenuó y se fue a dormir en la alcoba. Él, la persiguió con sigilo, como si ella fuese su próxima victima.

Rafael salió al balcón y le provocó maullar fuertemente. El instinto hacia grandes estragos en su cuerpo. La luna llena lo asolaba trasmutándole las ganas. Sentía un repiquetear muy hondo que le aguijoneaba todo el cuerpo. Quería brincar hacia la cama y abandonarse a sus deseos más profundos sobre aquella mujer. Todo le olía a sexo en la casa, como nunca antes.
La luna le rozó la faz y él se miró las manos como intentando sacar las garras. Nube tenía estro y la vida se abriría paso esa misma noche, sobre el organismo de aquella mujer que placidamente, dormitaba en la habitación contigua.

Vertiginosamente, él no pudo contenerse más. Bajó del muro, saltó sobre el sofá de la sala y sin ruido, corrió a través del largo pasillo. Se paró en la puerta de la habitación desembarazándose de todo el ropaje que llevaba puesto. Sin perder de vista el amatorio botín que reposaba allí, profundamente dormida, se lanzó sobre la cama, sin mover el colchón. Quedó desnudo y en cuclillas al lado de ella. Su olor lo anegaba hasta erizársele todo el bello del cuerpo y excitarlo hasta el punto de sentir que iba a reventar como una castaña al fuego.

De un sólo movimiento la puso boca arriba, le arrebató la ropa frenéticamente y se colocó sobre ella, encajando todos sus músculos en el cuerpo de la mujer. Ésta, abrió los ojos y puerilmente le sonrió. Rafael quiso hacer de las suyas y actuar con el romanticismo, la ternura y el amor al que estaba acostumbrado, recitándole un decálogo de palabras cariñosas en el oído a su esposa, excitándola con el roce de su piel, acariciándola suavemente para elevarla hasta la cumbre del placer humano, perdidos en medio del éxtasis. Para Rafael hacer el amor era  más que un acto de placer, era una obra de arte.

Pero Nube no estaba acostumbrada a la zalamería erótica, ni a los perfeccionamientos amatorios y sentimentales del saca dientes. Para la miza, apareamiento y nutrición eran funciones vitales de la supervivencia. Sin pasiones, ni sensibilidades mortales, completamente fuera de la imaginería humana y alejada de los mundos fantasiosos cargados de bellezas individuales. En el hombre-gato, no hubo amor, compasión, ternura, promesas, ni compromisos. Se trataba de la perfección en la obra de la naturaleza: la reproducción de la vida. Únicamente era eso.

No le importó el cuerpo que yacía bajo su dominio. Él la poseyó fuertemente, aprisionándole ambas manos bajo las de él, e incrustándole la cabeza cerca de la almohada para mantener la fuerza erguida del cuerpo, con acrobáticos jadeos encima de ella. La consorte tensó su figura como un alambre y se estremeció, hasta que un quejido profundo saltó desde el fondo de su vagina y finalmente, de todo su ser.

El sudor corrió a través del hombre y tuvo unas ganas locas de lamerle el cuello, junto con los hombros y los brazos. La probó infinitas veces y su piel joven le supo a crema pastelera, dulce y lechosa a la vez. Nunca sabrá Rafael cuanto tiempo permaneció asido a su esposa con tales contorciones y eficaces movimientos. Al desaguarse sus ganas, se desprendió de ella de un solo jalón y se quedó, por algunos minutos paralizados a su lado, acostado boca arriba, sin pensar, ni sentir nada.


Sin demora, Rafael se inquietó por lo que ésta opinarse ante la nueva manera en que se efectuó el encuentro amoroso. Pero se extrañó inútilmente al percatarse, según la propia versión de la mujer, que fue el mejor sexo que nunca antes experimentó en su vida. Frente a dicho alegato, él no supo, si alegrase o entristecerse por lo que acababa de oír. Afuera, la luna se mantenía erguida en el horizonte y el cuerpo de la mujer, tanto como su cama, asfixiaban al hombre. Desnudo, salió al balcón y se recostó en una larga silla de jardín deseando que pronto amaneciera para beber su leche y comer más salmón crudo.
Como un lucero y desde el fondo de una maceta apareció Calipso, cubierta de plata. Se desplazó hacia él como si volara a través del aire, apoyada sobre su arcaico báculo, con una risa que le cruzaba el rostro. Por alguna razón incompresible Rafael sintió tanta alegría como Nube, al percatarse de la presencia de la hechicera. Ella se plantó frente al hombre, extendió la mano y le manoseó la cabeza diciendo:
_ Buen trabajo Nube, volvamos a casa_ y luego, como en señal de reverencia, Calipso inclinó dos centímetros su cuerpo hacia adelante y dijo en forma proverbial:
_ Muchas gracias doctor Castillo por sanar a mi hermana. Que Dios se lo pague_. En ese momento el dentista despertó.
Rasguño V

En el instante en que Castillo perdió el sueño, sonó el tamborileo del teléfono. Éste, se incorporó y abrió la puerta, justamente cuando Susana intentó acceder al consultorio, informándole que en el zaguán de afuera lo esperaba una emergencia. Ambos se asomaron a la puerta y el odontólogo observó a lo lejos, con
estupor, que se trataba de Eloisa y de Calipso. El asombro se le derramó a través del rostro. Susana intuyó que algo estaba fuera de lo normal y le recordó a Castillo que las dos mujeres apostadas en la entrada, eran sus pacientes desde hacia mucho tiempo:

_ Se trata de la señorita Laura y su hermana Doña Rosa, ambas de la Parra, ¿no las recuerda Doctor Castillo?_; en efecto, el hombre se acordó de ellas y se sonrió con su mueca de todos los días. Pidió unos instantes a la secretaria y se dio la vuelta.

Regresó al consultorio, se estiró el cabello con las dos manos desde
la frente hasta la nuca como, intentando poner en orden las ideas. Estaba mojado por el sudor a pesar que se encontraba encendido el aire acondicionado. Aún sentía un jadeo interno y el desahogo del cuerpo. Rememoró el sueño, tan fresco y vivo, tal como si todo aquello existiese en alguna parte. Le pareció que aquellas trapisondas hubiesen sucedido en la realidad. Indagó con rapidez acerca de los contenidos y la moraleja de su quimera y rápidamente comprendió el sentido del sueño. Se sintió feliz por los logros de su vida y por contar con una bella familia.
Sin pensarlo mucho, mandó a pasar hasta el fondo del consultorio a las dos mujeres, cerciorándose minutos después que las pacientes en nada se asemejaban a los personajes de sus alucinaciones adormiladas. Les curó la boca remediando la emergencia, mientras su mente se recreaba en la trama argumental de lo vivido en su onírico viaje. Con sofoco corroboró que Nube ya no vivía dentro de él, sin embargo, sintió que algo de su fiereza animal y de su capacidad innata de supervivencia, permanecían intactos en el fondo de su alma. Terminó la consulta y corrió hacia su casa, abrió la puerta del frente y como siempre, el canino color melaza se acercó creándole una fiesta de ladridos y meneos de cola.

Después salió a recibirlo su primogénito Jordi Rafael. Cuando lo vio, estiró como siempre los bracitos buscando cobijo en su padre. Los dos se abrazaron infinitamente, con el regocijo del primer encuentro. El padre recreó su amor profundo, como la primera vez que conoció a su primogénito recién nacido, en la cuna del hospital. Desde ese día lo amó intensamente. Después se les sumó el resto del clan, las dos niñas y el chiquillo menor. Todos arremolinados constituían una gran familia. Cada uno era un mundo grande y tendrían vidas distintas en el futuro. El amor jugaba suelto en medio de ellos

Repentinamente, un chillido seco se escapó del balcón y después, una fila de ecos infractores se alzó dentro de la casa. Todos salieron en tropel hacia la terraza donde quedaron estupefactos al ver que un pequeño y peludo animal, tal como si fuese una pantera en miniatura, abría las fauces enloquecidamente, pidiendo comida y reclamando atención. El perro corrió adelante como imponiendo su ley de guardián del territorio, pero el pequeño gato lo enfrentó sin titubeos y con gran valentía, haciéndolo retroceder. El canino huyó colocándose, exactamente, detrás del niño Rafael, el más pequeño de la familia.

Frente a la vista de todos y ante la escena de combate gatuno, los cuatro hijos del odontólogo hicieron la misma solicitud al unísono, sabiendo lo mucho que éste despreciaba los animales en casa, por razones de salubridad y limpieza:

_ Que se quede, es muy bonito_, dijeron todos a un compás mientras él, centrado en la pulcritud y la asepsia de siempre, les regaló una sorpresa. Se agachó, cargó al animal con delicadeza y le inspeccionó el género cerciorándose:
_ Es hembra. Se trata de una gata_, dijo.
_ ¿Nos las podemos quedar?_;  preguntó Rafaelito, el hijo menor del odontólogo, con la tristeza del que advierte una conocida negativa. Pero está vez hubo una sorpresa:
_ Si hijo, esta pantera ahora será parte de nuestra familia_. Concluyó el hombre, en medio de la algarabía bulliciosa de todos ellos por la alegre noticia.

Luego, soltó a la miza en el suelo y mientras un embrollo de manitas quiso tocarla a la vez, meditó sosegadamente:
_ ¡Pantera!, sí…, está bien ese nombre de Pantera. Suena interesante._
Luego, como alardeando y otorgándole cierta grandeza al nombramiento, concluyó:
_ Pantera, la gata del dentista_.

En el horizonte, subida en el copo de un viejo Roble, Calipso los observaba sonriente custodiada por dos hermosos ángeles. No había dudas que el odontólogo de la calle Caroní, aprendió una nueva lección. Él, pudo explorar su ser, así como el recorrido de toda su vida. Gozó de la oportunidad de comprender mejor la diferencia entre lo urgente y lo trascendente de la existencia. Supo de la importancia y de la fragilidad de lo humano y consiguió evaluar, con mayor nitidez, sus circunstancias futuras.

Se estremeció al revivir el enigma del verdadero amor en los ojos de Jordi Rafael, su hijo mayor y de acercarse a su sexualidad nativa, sin los atavíos de la emoción, el miedo y el apego, que tantas dificultades le causaban. Advirtió la presencia de la magia y la inmortal espiritualidad que habitaba en todas las cosas; de lo cerca que se hallaban los muertos de todos los vivos. Reencontró la felicidad en los diminutos detalles que se comparten en la fraternidad familiar. Sin duda, alrededor de Rafael Castillo y de su estirpe, flotaba el amor. Éste era su gran escudo contra todas las mefistofélicas adversidades de su existencia.

Los ángeles agradecieron a Calipso su encargo por haberles permitido intervenir en las hazañas del odontólogo. No fue azarosa la presencia de estos dos en el difícil recorrido que el hombre vivió, siempre apoyándolo y guiándolo secretamente, al estar a la merced de la pendenciera Nube. Se trataban de los espíritus del padre y del hermano de Rafael, los cuales desde hacía años abandonaron la tierra, dejando de pertenecer al mundo de los mortales. Los dos seres, desde su partida, custodiaban la acción de toda la familia desde el trasmundo, cooperando con las necesidades de Rafael, garantizando la unión y la felicidad de todos.


Mientras tanto Nube, sin perder tiempo, dormía placidamente sobre el regazo de su ama, soñando con un pequeño ratón cenizo que corría arrebatado por toda la oficina. Los espíritus se marcharon hacia la casa del odontólogo, donde vivían desde hacia algunos años y Calipso recostó su cuerpo hacia atrás sobre una gran rama, para sosegadamente, ver partir el cálido atardecer.

Mi querida gata NIKITA. Una verdadera amiga de siempre