La gata del dentista
Dedicado al Doctor
Rafael Castillo
Y a toda su familia
Rasguño I

La gata descargó su agresiva necesidad de matar, una y varias veces más, destinando toda su fuerza en destejer la alfombra, como quien se sacude los pies en el felpudo de la entrada de la casa. Luego, inició una acrobática danza alrededor del viejo sofá español despellejando, furicamente el foso del mueble con sus destructivas y bien afiladas garras de depredadora experta. El ruido del mueble herido asemejabase a los truenos de afuera. Calipso la miró de reojo como reprochándole el acto sin que ésta, de forma alguna, mostrara cambios ante su intemperancia e inquiriera en el regaño de su ama.
La mujer, preocupada, auguraba en la atmósfera matutina un problema grave. Así se lo advertían los acelerados latidos de su corazón de consumada bruja Europea. Nube, impaciente por que ya era la hora del los consentimientos y cariños, saltó sobre el escritorio de la hechicera y se lanzó en explanada, a través del mármol pulido, hasta rozar con su gran cabeza peluda el filo de las
uñas de la mano de su dueña, la cual, mantenía desganadamente sobre un libro adivinatorio. Calipso, escéptica como era su costumbre, permaneció concentrada en las manecillas del reloj, sin advertir las necesidades amatorias de su minina consentida. La miza indignada, alzó el hocico salpimentado con unos largos bigotes blancos y con sus ojos esmeraldinos bien abiertos, se aproximó tanto como pudo al rostro de la señora, profiriéndole un enérgico:
_ Ráscame inmediatamente, que lo
necesito urgente_; dijo secamente la gatuna, sin perder del foco de sus ojos,
la sombra de la elegante dama.
![]() |
Nube en descanso |
Pero la hechicera, totalmente absorta en el futuro, observó como la aguja grande del reloj recorrió el tiempo en contra sentido. Se movió de izquierda a derecha. El turno de la vida retrocedía en las horas de su familia.
_ Menos uno, dos, tres. Aún no llegan a ser la diez_; dijo Calipso y llevó la cuenta de los segundos íntimamente, en medio de un
sofocante dolor.
Fue entonces cuando ésta, cubierta por su larga melena azabache, esperó la mala hora al ver cuando la manecilla del reloj se devolvió en el tiempo circular y originario de su arcaico tictac.
Entonces, sucedió lo que ella se temía. Súbitamente la puerta de su oficina se abrió de par en par, dejando colar toda la luz de la calle, acompañada del viento perturbado por el hollín de la ciudad y entró en grandes carreras Eloisa, tapándose la boca con las dos manos, hecha un guiñapo, rezongando unos sórdidos mugidos de burra vieja.
Calipso se asustó, abrió los ojos hasta donde se lo permitieron los músculos de su cara, al tiempo que Nube masculló fastidiada, ignorando a la visitante y virando la cabeza hacia su ama dijo:
_ Esto es una cueva de locos, aquí ya ni siquiera hay tiempo para el amor. Que obstinación de oficina. Mejor me acuesto y duermo
hasta la hora del almuerzo. Así, no me involucro en la gazmoñería familiar de tú gentecita_; remató Nube manteniendo la vista sobre Calipso.
Eloisa lloraba con desafuero. Estaba flaca como un filistrín, con la ropa desgarbada, el pelo desgreñado y los ojos enmohecidos por el exceso de sufrimiento. Pero a pesar de que su paupérrimo estado era normal después de tantas pérdidas su hermana supo que su condición actual la conduciría a la tumba. Eso fue exactamente lo que Calipso, su hermana mayor, desde antes de las diez de la mañana, quiso evitar al ser avisada por sus espíritus acerca de las desgracias futuras. La sibila debía actuar con rapidez para invertir el ocaso del destino familiar.
_ Me duele mucho la boca, no puedo
comer. Los dientes me bailan como hojas sueltas en otoño. Cualquier alimento
que trago está
entero, pues no aguanto el ardor de la encía cuando aprieto los
dientes. Me siento muy débil, ¡Ay ¡ muy débil hermana, ayúdame por favor_; dijo
la flaca sollozando amargamente. Después continuó sus disquisiciones amarrándose
la boca con las dos manos:
_ Las muelas se me parten sin razón
aparente y se me caen a pedazos en medio de los trozos de comida enteros que
con gran esfuerzo, casi no puedo tragar. Me siento como un trasto viejo y me
quiero morirrrrrrrrrr. _. Remató ella gimoteando, mientras Nube
agregó con soberbia:
_ Toda una tragedia griega esta
niña_; dijo esbelta, sin retirar la vista de la ventana.
_ Creo que lo único que en verdad he comido en estos últimos días son muelas rotas, caries y putrefacciones _. Terminó Eloisa, sin que
Calipso pudiera entenderla muy bien, al tiempo que las lágrimas rebotaban como pelotas desde sus grandes ojos azules.
Mientras tanto, Nube intentó mantenerse alejada de la crisis, enroscada alrededor de la esfinge de su coterránea Bastet, la diosa gata, protectora de los difuntos del más allá, de la cual, ella era descendiente directa. La minina nevada, con su acostumbrada y cínica aristocracia, observaba la escena familiar burlonamente. Entonces, con su desfachatez felina miró a Calipso y le balbuceó en grueso ronroneo gatuno, muy cerca del oído, como fue desde siempre su modo locuaz de maullar:
_ Tú hermanita está loca. Enferma
del alma y del cuerpo. Creo que no podrá sobrevivir con tales complicaciones por largo tiempo. Cómprate otro
vestido negro para que asistas a su funeral. Como
siga en su tristeza, su muerte se dará prontamente; más rápido de lo que tú piensas_; finalizó la gata en tono de festín.
siga en su tristeza, su muerte se dará prontamente; más rápido de lo que tú piensas_; finalizó la gata en tono de festín.
La bruja, indignada por la replica
de Nube, le asestó un fulminante cachetón en el hocico y ésta gritó, más por
rabia, que por el dolor del golpe. Entonces, saltó y quedó plantada en cuatro
patas, con el lomo arqueado, sobre la cola del largo piano negro, lista para
defenderse de cualquier nueva agresión de la enardecida mujer.
Tenía los ojos de fuego que destilaban un odio profundo. Después, se alzó y mantuvo las patas delanteras en el aire, mostrando sus largas y afiladas garras de fiera salvaje, lista para atacar. Calipso no la tomó en cuenta para nada, con sus posturas bélicas, las poses de bestia bravía y sus consabidos refunfuños intimidatorios. La mujer estaba resuelta a salvar a Eloisa. Entonces, la muchacha abrió la boca ante los ojos escudriñadores de su hermana mayor y después de un riguroso examen bucal, Calipso concluyó:
Tenía los ojos de fuego que destilaban un odio profundo. Después, se alzó y mantuvo las patas delanteras en el aire, mostrando sus largas y afiladas garras de fiera salvaje, lista para atacar. Calipso no la tomó en cuenta para nada, con sus posturas bélicas, las poses de bestia bravía y sus consabidos refunfuños intimidatorios. La mujer estaba resuelta a salvar a Eloisa. Entonces, la muchacha abrió la boca ante los ojos escudriñadores de su hermana mayor y después de un riguroso examen bucal, Calipso concluyó:
_ Sólo necesitas un buen dentista
que resuelva este caso. Creo que estás muy nerviosa y eso te ha trastornado la
encía y la dentadura. Pero no te preocupes más por nada, te ayudaré. Acompáñame
y descansa aquí, eso te cambiará un poco la vida; te lo aseguro yo_; remató
decididamente la hermana mayor.
Calipso, tomó la mano de su enclenque hermanita y la condujo a la habitación continua donde la recostó en su sofá, añil intenso. En
instantes, Eloisa, fue presa de un sopor espeso y tibio desmoronándose, profundamente dormida. Quedó inconciente, como por arte de magia, después que la bruja le acarició las sienes y le rezó la cabeza con la oración de Santa Apolonia, abogada de las enfermedades dentales, para que se le olvidaran los malos recuerdos y se le quitara el dolor de la boca. Prontamente, la encaminó a través de un sueño almizclado, donde Eloisa no pudo desenterrar como siempre, el duelo por sus muertos, las decepciones amorosas de su vida, las pérdidas financieras, las traiciones políticas, la envidia de las demás mujeres, las culpas de sus amantes y de las amistades extraviadas en los anales del tiempo.
_ Han sido muchas cosas fuertes las
que ha vivido, la pobre, en estos últimos días y esta niña, no puede soportar
con hidalguía todo este peso de la vida. He conjurado a Eloisa con la bendición
de Santa Apolonia, mártir católica y patrona de las afecciones dentales. En tí
confío, mi santa para curar a mi hermana _, inquirió ella en intimidad.
Lmicifuz, ahora dormitada sobre el
piano, el belfo abrigado con las patas delanteras, bien apegada a su protectora
y maestra Bastet, abanicándose con su
larga y esponjada cola, parecida a un plumero
de limpieza, se mantenía alerta frente a un nuevo ataque, a pesar del orgullo herido por el trastazo y la mirada despreciativa de su cuidadora. Sin embargo, Calipso, pragmática como siempre, enfatizó en buen tono:
de limpieza, se mantenía alerta frente a un nuevo ataque, a pesar del orgullo herido por el trastazo y la mirada despreciativa de su cuidadora. Sin embargo, Calipso, pragmática como siempre, enfatizó en buen tono:
_ Maulladora de las noches, no te
hagas la dormida y la lerda.Vente para acá, mi aristocrática descendiente de
faraones que vamos a
trabajar. Necesito un buen sacamuelas para Eloisa_; expuso la maga, mientras que con energía caminó hacia su escritorio, concentrándose en la pantalla de su magnifica computadora, último modelo.
trabajar. Necesito un buen sacamuelas para Eloisa_; expuso la maga, mientras que con energía caminó hacia su escritorio, concentrándose en la pantalla de su magnifica computadora, último modelo.
_ Y que tengo yo que hacer con las
estupideces de tu hermanita la tonta. Tú lo has dicho muy bien, pertenezco al
linaje de la diosa
porrazos, por que no te la daré. O es que me confundiste con Hesi-Re, el egipcio que sanaba los problemas bucales de los faraones. Ni que tu hermana perteneciera al linaje real _, repostó Nube sentándose serenamente en pose magistral, imitando a su antepasado gatuno.
Pero Calipso alegó en tono
reconciliatorio;_ Anda bella hija de los dioses
egipcios, deja los celos tontos de gata consentida y acércate a mí para que me
ayudes. Recuerda tu larga vida y dime ¿quién te salvó del desastre cuando
estuviste a merced de la jauría de perros salvajes del parque?; ¿No fue la
afligida de mi hermanita Eloisa?; ¿No te acuerdas que por ella, precisamente
por esa taradita, tú llegaste aquí? Sabes que esa mujer es muy sensible y
probablemente, está somatizando sus desarraigos internos. Las anomalías de la
boca se deben a tantas cosas terribles que ella bien conoce y que no puede
decir. Saber cuesta Nube y mucho más, si tu
vida gira sobre mentiras, como le sucede a ella para sobrevivir en su mundo. Finalmente, Eloisa muestra en forma individual, el precio de la opresión que te conduce a la existencia de la muerte, en una sociedad que idolatra cualquier éxito. Una nación como la nuestra, en esta hora y momento, debe pagar por su irresponsable desdén y su falta de tino para vivir de acuerdo a la moral y no saber elegir, correctamente, a sus políticos para conducir su propio destino. El costo que se confiere por ese crimen es la locura y mucho más si ésta, se vive en sociedad _; inquirió la bruja en modulación entre burlesca y filosófica.
vida gira sobre mentiras, como le sucede a ella para sobrevivir en su mundo. Finalmente, Eloisa muestra en forma individual, el precio de la opresión que te conduce a la existencia de la muerte, en una sociedad que idolatra cualquier éxito. Una nación como la nuestra, en esta hora y momento, debe pagar por su irresponsable desdén y su falta de tino para vivir de acuerdo a la moral y no saber elegir, correctamente, a sus políticos para conducir su propio destino. El costo que se confiere por ese crimen es la locura y mucho más si ésta, se vive en sociedad _; inquirió la bruja en modulación entre burlesca y filosófica.
En seguida con entonación ceremonial
remató:_ El tiempo de la verdad es perfecto
y es cosa de Dios. Tarde o temprano, Eloisa, dirá todo lo que sabe, pero entre
tanto, necesitamos un dentista que repare el daño bucal que la carcome. Así que
acompáñame a navegar_.

_ Está bien, no me recuerdes ese
episodio escatológico de mi vida con los perros que se me renace el susto_;
finalizó a regañadientes la peludeza;_ Eso fue casualidad _; dijo el
animal calmosamente, mientras caminó vanidosa hacia el escritorio de mármol, no
sin antes asestar un fuerte rasguño en el mueble blanco.
_ Falso y no te las des de
retrazada. Fue causalidad y no casualidad. Por Eloisa la estúpida, como
piensas, tú estás aquí conmigo, dándote la gran vida, llena de cojines, salmón
y rasquiñas ricas por todas partes. ¡Ah!, y para remate eres libre de cazar tus
ratones,
vampiros y demás bichos. Así que a trabajar, mira que la vida cara cuesta y hay que cuidarla_; señaló la mujer secamente.
vampiros y demás bichos. Así que a trabajar, mira que la vida cara cuesta y hay que cuidarla_; señaló la mujer secamente.
_ Ya no vives en Egipto _.
Nube se lamió las patas delanteras
velozmente como afinando el paso, mientras Calipso se sumergió en la
computadora para navegar a través de las redes marcianas del mundo mortal y
conseguir un buen doctor que pudiera curar la boca de su hermana menor.
Pronto, la gata albina se acercó a la pantalla del computador y ambas escudriñaron la oferta de matasanos dentistas en las telarañas virtuales del globo terráqueo. Primero, intentaron hurgar opciones en el extranjero, pero muy pronto descubrieron que el
caso que debían resolver era una emergencia y no contaban con los minutos suficientes para viajes y extravagancias internacionales. Finalmente, después de soltar todo el imán de sus hechizos, se dejaron de criterios científicos, abandonándose al azar y a la suerte, en su propio territorio:
Fue entonces cuando Calipso exclamó:_ ¿Éste hombre?_; Y pronto repostó_;
que va, está muy lejos de casa; ella nunca regresará dos veces a esa consulta.
La mataría el dolor entre ir y venir_.
Y
después, con los ojos como alicates sobre la pantalla, prosiguió:_ ¿Este otro?, Nooooooooo, creo que
sólo le importa el dinero, es un mortal avaro, que vaaaaaaaaaa_.
Nube inquieta, amplificando el horizonte al lado de su señora
alegó: _ Este hombrecito... A ver. No, de ninguna manera, es muy viejo, feo y con cara de rata. Además, refleja sadismo; creo que sólo disfruta al otorgarle dolor al paciente. Se nota que se deleita con el sufrimiento ajeno. Eloisa nunca se acoplará a una persona así. Busca uno menos enfermo que este bicho que tiene la cara de tu penúltimo ex marido. El que casi me mató ¿no te acuerdas del psicópata?_.
Nube inquieta, amplificando el horizonte al lado de su señora
alegó: _ Este hombrecito... A ver. No, de ninguna manera, es muy viejo, feo y con cara de rata. Además, refleja sadismo; creo que sólo disfruta al otorgarle dolor al paciente. Se nota que se deleita con el sufrimiento ajeno. Eloisa nunca se acoplará a una persona así. Busca uno menos enfermo que este bicho que tiene la cara de tu penúltimo ex marido. El que casi me mató ¿no te acuerdas del psicópata?_.
Calipso, sin querer recordar
nimiedades pretéritas de amores caducos, y concentrada en la misión, como
general en plan de guerra, continuó la pesquisa odontológica con furia
carnicera:_ Dentista…dentis…den… éste, ¿podría
ser lo que necesitamos?. Sí,
éste, creo que dimos con lo que queríamos, Nube. ¿Qué te parece este hombre, peludeza bella?...Tiene cara de persona seria_; remató alegremente.
éste, creo que dimos con lo que queríamos, Nube. ¿Qué te parece este hombre, peludeza bella?...Tiene cara de persona seria_; remató alegremente.
La felina de afilados bigotes
blancos, se acercó a la pantalla y lo observó desconfiada en una pequeña fotografía.
_ Bueno, tiene cara de tigre, mí querida ama. Pero, la cara no nos dice mucho acerca de su capacidad para curar bocas, mejorar dientes, arreglar muelas, poner amalgamas y cepillar encías. Esa tecnología no se refleja en el rostro de los profesionales del flúor. No te parece mejor que busquemos una mujer_; dijo.
Pero la bruja terminó con un; _no_;
radical pues Eloisa alguna vez le comentó que las féminas no tenían la fuerza
suficiente para sacar
bien las muelas.
bien las muelas.
Nube continuó su perorata:
_ En el rostro a las personas,
únicamente, se les nota el alma y la vida recorrida. Éste parece que ha
soportado situaciones importantes, en fin, que lo ha tocado la vida y que aún,
a pesar de ello, él mantiene cierta cordura_.
_ ¿Porqué lo dices?_; remató Calipso.
_ Por la serenidad y el dolor que
esconde detrás de su hermética mirada_; prosiguió Nube.
_ Delata a través de sus ojos que ha
disfrutado y sufrido con pasión cada momento de su vida y que ella lo ha tocado
a él también; y hasta a lo mejor, lo ha empujado en medio del bullicio de sus
avatares. Mantiene la alegría del nacimiento y la tristeza del ocaso en la
mirada, una conjunción difícil por estos tiempos_; dijo riéndose la gata,
observando a su ama a los ojos.
_ Niñaaaaa y te pusiste poética_,
remató en chanza la mujer, luego continuó:
_ Oye, a mi me gusta por que es
físicamente agraciado y se le nota que no es un hombre vanidoso, lleno de ego
por todas partes. Más
bien, parecería que conoce sobre los duros coletazos de la existencia, tal como tú dices, pero él, como que está en su propio cosmos, ocupado en los avatares que él cree que debe vivir. Denota una aureola familiar, como si marchase responsable de una manada. Refleja un estandarte de sobriedad inigualable. Está en la médula de su propia razón y lideriza la acción de otros mundos, varios a la vez. Él es…es más bien como un león, rey del clan, con tanto poder, como responsabilidad sobre su vida y las existencias ajenas_; dijo en voz baja.
bien, parecería que conoce sobre los duros coletazos de la existencia, tal como tú dices, pero él, como que está en su propio cosmos, ocupado en los avatares que él cree que debe vivir. Denota una aureola familiar, como si marchase responsable de una manada. Refleja un estandarte de sobriedad inigualable. Está en la médula de su propia razón y lideriza la acción de otros mundos, varios a la vez. Él es…es más bien como un león, rey del clan, con tanto poder, como responsabilidad sobre su vida y las existencias ajenas_; dijo en voz baja.
_ Actuar concientemente en medio de
estas grandes complejidades y paradojas requiere de responsabilidad,
inteligencia especial y a fin de cuentas, hermana gata, impele poseer una
condición moral muy particular. Eso es, legítimamente, lo que necesitamos para restablecer
la salud en la boca de mi hermana_, terminó por inquirir Calipso ostentando su magnifica
dentadura de marfil por el asertivo hallazgo.
Luego, la gata con su acostumbrado
desdén hacia las personas que no muestran sus garras prontamente dijo:
_ Bueno patrona, pero que desea para
la loca esa, un dentista o un psiquiatra_.
Calipso la miró con desconcierto y
arrugó el entrecejo y Nube, rápidamente, sin querer una nueva bofetada en tono
apesadumbrado agregó:
_ Se ve muy joven, pero a lo mejor
no es tan necesaria una sobredosis de experiencia para lo que requieren la
fauces de la tristona de Eloisa_. Luego, filosófica añadió:
_ No me dirás que el dentista no
muestra un aire reciamente felino. Yo no lo percibo como un león, más bien se
me asemeja a un tigre
siberiano. Paciente y preciso en el ataque. Este hombre, le gusta mirar más allá de la maleza y tiene harta ciencia para la cacería. Esos mininos son los reyes de la estrategia y del camuflaje. Creería que este doctorcito es como de nuestra familia ¿no opinas lo mismo, Calipso?_; inquirió la morroña, ahora, seriamente.
siberiano. Paciente y preciso en el ataque. Este hombre, le gusta mirar más allá de la maleza y tiene harta ciencia para la cacería. Esos mininos son los reyes de la estrategia y del camuflaje. Creería que este doctorcito es como de nuestra familia ¿no opinas lo mismo, Calipso?_; inquirió la morroña, ahora, seriamente.
_ Si señora_; concluyó Calipso,
rascándole la cabeza a la gata y dejando pasear su mano a través del largo
ropaje peludo del animal, hasta desembocar en la punta de su cola. Nube,
fascinada por el amor de la bruja,
ondulaba su cuerpo moviendo la cabeza con
excitación y placer a la vez.
excitación y placer a la vez.
_Sin duda es el personaje que
buscamos. Es de nuestra familia_; dijo la bruja con afirmativo acento y
complacencia total.
Nube resuelta agregó con
beneplácito:
_ Bueno, muy bien, todo resuelto y
asunto concluido. Manda a la loquita mañana a la casa del saca muelas con cara
de león y todas seremos muy felices, para que él le hinque sus afiladas garras
de acero en los dientes y la deje sin aliento. Entonces, no escucharemos más sus
lloriqueos bobos, de niña tonta. De esta forma, no entrará con más escándalos
por esa puerta y que coma completo, feliz y lejos de nosotras dos. Por lo
pronto, pensemos en el salmón del mediodía que ya es hora. Comunícale a la
sirvienta que nos sirva el almuerzo, ya que pronto seré presa de la modorra y
del sueño de la tarde. Apúrate, pues en lo que la Eloisa se levanté se
acabará la paz y la cordura en esta oficina_; indicó Nube estirando su cuerpo
como bailarina clásica y flexionando las patas delanteras buscando saltar a lo
lejos.
_ Un momento, no tan rápido, Nube.
Creo que tendrás que
trabajar_, repuso la mujer, serenamente, mirando a la gata con una risita socarrona en la mitad de los labios.
trabajar_, repuso la mujer, serenamente, mirando a la gata con una risita socarrona en la mitad de los labios.
_ No_; repostó Nube inmediatamente y
otro;
_ Ni lo sueñes _; secó y radical se
escapó de su hocico chantalli al tiempo que estiró las dos orejas hacia el sur
en señal de encarnada protesta.
_Cuidado bruja innovadora. No creo
que sea una buena idea lo que estas pensando_, dijo la gata saltando sobre los
cojines del sofá del fondo de la oficina, en modalidad de asustadiza acción de
partida.
_ No te enloquezcas como siempre,
pues la que paga tus equivocaciones brujeriles soy yo. Recuerda, la última vez
que accedí a tus solicitudes, casi perdí los bigotes y el rabo, por mis
intromisiones en el mundo mortal. Soy una gata, no soy humano y menos un médico
de dientes. Yo, a éstos los utilizo únicamente
pata matar, defenderme y despedazar animales. Con ellos me alimento y me resguardo. No intento otras cosas más complicadas_; repostó Nube resueltamente, lista para fugarse de la oficina buscando la posición de salida y mirando hacia la ventana lateral.
pata matar, defenderme y despedazar animales. Con ellos me alimento y me resguardo. No intento otras cosas más complicadas_; repostó Nube resueltamente, lista para fugarse de la oficina buscando la posición de salida y mirando hacia la ventana lateral.
Calipso, sosegadamente, tomó el
largo y encorvado bastón del muerto que reposaba en el lado derecho de su
escritorio, aferró su blanca mano sobre la empuñadura de oro que lo decoraba,
desde los tiempos de la santa inquisición, cuando más lo utilizó y lo suspendió
del suelo. Todos los espíritus emergieron desde lo profundo de la tierra,
esperando la orden de la hechicera. A su lado derecho compareció Pierre
Fauchard, precursor de la odontología moderna y a su siniestra se dibujo
nítidamente, como una sombra helada la señora Lucy Beaman Hobbs, primera mujer
graduada en materia dental. Ambos, asesores de la hechicera en el problema que
se esperaba resolver.
_ Excelente idea, gran reflexión querida y faraónica Nube. Sin duda, ese dentista tiene un aire familiar. Pero recuerda una cosita, gata consentida, Eloisa es muy sensitiva y está muy débil en este momento. Necesitamos más que un hálito conocido alrededor de ella. Requerimos la acción de la familia y quien más indicada que
tú, mi querida, para iniciar semejante empresa. Tú, eres perfecta. Te asemejas a mi hija, mi hermana de clan, el tótem familiar, el vínculo simbólico con el trasmundo, la cura de
En ese instante el peludo animal
quedó paralizado y desarrolló una réplica de maullidos lastimosa:
_ Ni lo pienses, ni te lo imagines,
pues no lo haré, ni por todo el salmón de la tierra. ¿Porqué siempre tengo yo
que escarbar en las pétreas interioridades de los mortales, habida cuenta de
tus locas solicitudes?. NO LO HARE,
no me convertiré en ese hombre, que quién sabe a qué dedica su vida y con quién
gasta sus horas, después de traquetearle la boca y la dentadura a tanta gente. No. Ese trabajo de dentista es sucio y
me da asco. Además y para colmo de males, soy un animal mimético y bailarín.
Que yo sepa, además de la lengua, nada se mueve dentro de una boca. Todo allí
es pétreo e inmóvil. No tengo ligadura con el flúor, ni con caninos
rudimentarios de humanos que han perdido todo su poder a través de los siglos
infinitos de presunta civilización. En la boca sólo me gusta sentir la sangre
de mis victimas y nada más_.
Calipso la observó fijamente y
mientras ésta se sentó y se acurrucó entre los cojines del sofá, los ojos
fieros y dorados de la mujer quedaron atrapados sobre el animal, consumando la
fase inicial de su proyecto familiar. Nube, tan estática como adormilada, se
embebió en un letargo espeso, con aroma y sabor a sardinas asadas y se fue
atontando lentamente, sin quitarle la vista de encima a Calipso, que la mantuvo
enfocada hasta la fase final de su largo viaje.
Rasguño II
Cuando Rafael Antonio se desperezó
del ensueño profundo, sintió un hambre atroz, aderezado con un entorpecimiento
inusual que le cimentó todo el cuerpo y le transpiró hasta el alma. Él,
pausadamente fue abriendo los ojos y una luz refulgurante y alógena, venida de
las entrañas de una lámpara dispuesta en lo alto de la unidad odontológica
donde hacia la siesta, lo recibió sin beneplácito. Descansaba en el sillón
electro hidráulico utilizado para los pacientes.
Con los ojos entrecerrados,
filtrando la encegecedora luz a través de las selváticas pestañas que siempre
le custodiaron la mirada, pudo ver como si un círculo de fuego se le
desmoronara verdugamente sobre la cabeza y experimentó una sensación de
represalia. Parecía que el rayo de Júpiter pendía sobre su cabeza dispuesto a
ejecutar un siniestro interrogatorio. Era un haz de luz que podía penetrar
cualquier oscura caverna. Luego, descifró que se trataba de la lámpara de iluminación
intra-oral de su unidad. Rafael, el odontólogo de la calle Caroní, advirtió
hastío y desconcierto a la vez, conjugados con unas arcadas hondas que le
doblegaban la respiración.
Pasaron varios minutos antes de que
pudiera reconocer el área donde se situaba. Con lentitud, identificó su
cotidiano consultorio, ordenado y modesto, perfectamente dispuesto con el
instrumental
necesario para ejercer sus labores de cura dientes. El espacio era acogedor y ordenado.
necesario para ejercer sus labores de cura dientes. El espacio era acogedor y ordenado.
Un pequeño escritorio amparado por
la ventana del fondo, con la persiana metalizada haciéndole de largo faldellín,
daba la bienvenida a los visitantes. Al lado, reposaba un escaño en la entrada
colocado, seguramente, para que los pacientes descansasen su dolor antes de
poder salir del consultorio y reencontrarse con la vida. Después, le seguía sin
mayores ambiciones decorativas un mesón largo, adherido a la pared, lleno de
equipos, pomos, algodones, diques de goma, prótesis y demás peroles utilizados
en la labor dental. En último lugar, colocado en el lado derecho, un humilde
estante con algunos libros bastante nuevos, desfilaban todos acurrucados en
perfecta formación militar y ofrecían, conjuntamente con los diplomas
dispuestos en la pared, un clima de legítima sabiduría que inspiraba confianza
a los numerosos visitantes enfermos.
Vertiginosamente se impresionó al
poder reconocer con nitidez el brillo y el color de todas las cosas que allí
yacían. En eso, Nube comenzó a recordar la feliz impresión que le producía
percibir y examinar los refulgurantes colores con tanta viveza, tal como lo
conseguían los humanos y no tener que vivir en un mundo opaco, entre sombras y
penumbras, como les sucedía a todos los felinos. Algo grande se arremolinaba
dentro de él y fue entonces cuando intentó enderezarse para beber del agua que
corría sonora por la escupidera. El rugir de los aparatos encendidos le
trastocaba la paz del cuerpo y cuando ¡al fin!, logró adecuar su lengua para
tomar el agua, sintió repugnancia por lo que estaba a punto de hacer. Allí comenzó
la gran crisis existencial entre ambos seres.
Experimentó asco al recordar los
ríos de saliva y sangre que, a lo largo de los años, desfilaron libremente
hacia lo profundo de la vieja escupidera y un nuevo vahído estomacal los asaltó
prontamente. No recordaba si desinfectó esta parte del equipo después del
último paciente. La confusión y la
locura se apoderaron del cuerpo. Él, brincó intespectivamente desde una pulsión
primitiva que lo anegó, lanzándose al suelo, batuqueando la bandeja porta
instrumentos y generando un rugir de metales que se sintió, más allá del
consultorio.
Quedó agachado en cuatro patas
detrás de la unidad odontológica. Desde su perspectiva, Nube advirtió una gran
rabia por su nueva condición humana. La locura y el sin razón los atrapó a los
dos, al tiempo que un viento fuerte, salido de las fauces del aire
acondicionado les indicó que probablemente, la cabeza de ambos estallaría en
mil pedazos. Y así fue, para sellar la fusión cuando el caos se apoderó de
aquel cuerpo.
Después, gradualmente los latidos
del corazón se ralentizaron al momento que los dos seres, gata y hombre, se
percataron que estaban vivos dentro de aquel humilde recinto, únicamente conocido
por el saca muelas. Una respiración profunda cedió ante
Pronto, concentrados en un mismo fin
y victimas de un latir común del corazón, Nube y Rafael, comprendieron que
coexistían en una misma identidad biológica. El dentista intentó exorcizar su
materia de la gatuna intrusa, pero le fue imposible. Ella, por su parte, se
explayó en la costa de las entrañas del dentista, subyugándole al mortal la
voluntad, la emoción y los instintos más profundos. Las poderosas garras de la
felina aprisionaron todos los deseos, placeres, sentimientos, miedos,
pensamientos y necesidades de aquel señor. Nube tomó el control de la vida de
Rafael Antonio a través de una telaraña de magia que lo envolvió íntimamente.
El pobre se encontró expropiado de
su humanidad y encarcelado dentro de sí; espectando el peregrinar de su vida,
sin mucho que poder aportarle. Ambos sintieron un odio común, el uno, por el
otro. Pero lo cierto fue que después del amalgamamiento, compareció una inexorable
y sincrética existencia. Ahora en ellos, asidos a una misma biología, ya no se delineaba
cabalmente los límites de la mágica Nube, así como tampoco la vida planificada,
ordenada y correcta de Rafael Antonio. Los dos seres se convirtieron, al golpe
del bordón santo de Calipso, en la conjugación de una peligrosa unidad.
Nube fue introducida por su ama, la
gran maga, en el cuerpo del mortal y él, prácticamente inconciente de su nuevo
estado, nunca supo por quién sintió tanto odió en aquella hora, debido a lo que
estaba sufriendo en su propio consultorio. Calipso encajó a la gata mágica en
el organismo del Doctor Rafael Castillo y él, aún después de despertarse y
saberse prácticamente desalojado de sí, no encontraba una explicación certera,
racional, inteligente o ¿comprensible, tal vez?; al apreciarse tan minimizado y
perdido.
Sin embargo, Rafael no olvidó su
vida anterior. A pesar que todo su ser fungía bajo el dominio de la epicúrea
Nube, la gata consentida de Calipso, él luchaba por salirles al paso. Pero la
miza, sabiéndose ya experta en asuntos de transformación humana, ignoró los
jaloneos del doctorcito y se dispuso a reconocer su nueva oficina relativa a la
dentistería, en el pequeño centro comercial, del sur de la ciudad.
El animal se desperezó como
acostumbraba, estiró los brazos hacia arriba como intentado aleccionase frente
a las dimensiones de su recién estrenado cuerpo y se decepcionó al verificar
que había perdido su esponjosa cola nevada. Se observó ambas manos dándoles
vueltas lentamente, sonrió, escudriñando y moviendo cada uno de sus ágiles
dedos. Estudió lo amputado de las uñas, tanto como sus redondeadas formas y
poniendo cara de pocos amigos pensó, mientras movía todos los dedos con
ligereza:
_Nunca estos tronquitos de uñas podrán
llegar a ser tan hermosas como mis afiladas garras de nácar_.
Después, lentamente se acarició los
bellos de los antebrazos, sintiéndose horrorosamente lampiña. Al mismo tiempo,
Rafael, aún manteniendo un poco de independencia dentro de sí, se apreció con tranquilidad al poder
reconocer su cuerpo de siempre, delgado y fuerte. A partir de allí, ambos
seres, Nube y el odontólogo, comprendieron que necesitarían varios días para el
acoplamiento definitivo.
De todas maneras, él nunca logró
racionalizar su nuevo estado, pero llegó a comprender que en los actuales
momentos, además de humano, también era un gato. Más bien, una gata consentida
y cazadora venida del más allá, para cumplir funciones rigurosas de su ama. Por
otro lado, ella, conociendo lo que se le avecinaba, tomó el curso existencial
de la vida del hombre y se dispuso a cumplir con su nueva encomienda.
El teléfono de la oficina sonó y
ambos supieron que no contaban con mucho tiempo para actuar, además, Nube se
sentía sorda ya que únicamente, pudo escuchar el pequeño resoplido del aire
acondicionado y la dulce melodía que como odalisca, se alzaba desde la
computadora encendida sobre la mesa del fondo, mientras la molestaba el rugir
de la unidad dental. Ya no captaba los grillos lejanos, las mariposas del
jardín, ni el traqueteo de los carros de afuera. La gata perdió el oído felino.
La vida se veía y se sentía distinta
para ambos. La luz, el olor de las cosas, todos los sonidos que los envolvían
eran, resueltamente, de otro talante en la
oficina odontológica del doctor Castillo. El hombre elevó la cabeza y
comenzó a olfatear fuertemente el ambiente, levantando la nariz hacia el techo,
como intentando captar algún aroma distinto. Concientizó que le molestaba mucho
la tufarada química y la asepsia del lugar.
Asomó un ojo por la rejilla de la
persiana que tapaba la ventana y estudió loa alrededores de la calle y del
centro comercial. La gente iba y venia. Unos predicadores regalaban folletos
con la noticia que pronto Dios llegaría a la tierra salvando a los pecadores.
En los costados, las trinitarias yacían regadas por doquier. Le fascinó el
color sangre de los adornos navideños y las escarchas doradas que lo
abrillantaban todo, concediéndole un ambiente festivo al lugar. Ahora, no
tendría que correr por las calles como siempre pasó durante toda su vida de
gata y podría, con beneplácito, disfrutar de los comercios, las calles, los
parques y de todos aquellos sitios donde fue excluida por ser una gata
hogareña.
Volvió la vista al consultorio. Se
desplazó rápido y se paró frente a un pequeño espejo dispuesto en la pared.
Allí se acercó cautelosamente hasta el hombre que se reflejó en el fondo.
Nuevamente levantó la nariz en señal de reconocimiento y también para husmear
la imagen del frente; pero sólamente se topó con la fuerza plateada del espejo.
Inclinó el rostro hacia adelante y se concentró en el verde olivo de su mirada.
Sus cejas arqueadas le enmarcaban la faz y el entrecejo poblado le fue muy familiar
al hombre.
Aún los años no hacían grandes
estragos en su piel y un flequillo desordenado le rebotaba sobre la frente,
inspirando una halito pueril en el reflejo fotográfico del espejo. Con
regocijo, Nube reencontró su fiereza y un arcaico salvajismo depredador se
reflejó en lo profundo de la mirada de aquel nuevo ser.
Él, por su parte, se reconoció en el
retrato que estaba frente a sí. Cerró los ojos y Nube exploró sus entrañas. En
ellas percibió un estimulante cóctel de emociones; tocó sus miedos más profundos,
juntamente con el coraje irreverente que lo acompañaban siempre. Rafael era un
hombre valiente y eso motivó a la combativa Nube, a continuar el viaje
encomendado.
En este encuentro, los dos, formaron
parte de una misma ecuación. La minina, retadoramente y calculando su actual
posición pensó:
_ La muy desgraciada lo volvió a
hacer otra vez _; mientras Rafael no supo a quién se estaba refiriendo
semejante crítica brotada de sus interioridades, con la consabida blasfemia al
castellano. El odontólogo era un gran lector, un hombre culto que se vanagloriaba
en ser experto en el manejo del lenguaje, cuidando de todos los detalles necesarios
en sus conversaciones, escritos y demás ensayos. Nube sabía que fue la
hechicera quien la encarceló dentro de él.
Susana, la secretaria del Doctor
Castillo, abrió la puerta del estudio con timidez y sus ojos de tormenta
inspeccionaron el recinto. Él, de espaldas a la puerta la observó a través del
espejo, pero un pájaro gris se posó en las ramas del árbol que acariciaban la
ventana del consultorio. Nube tuvo la loca necesidad de cazar y comerse el ave
fugitiva, pues le arreciaba el hambre, al tiempo que hurgó el ambiente interno
del consultorio, percibiendo un tierno aroma de florecitas silvestres que
caracterizó, en lo sucesivo, la presencia de aquella mujer. El lado felino del
nuevo Rafael se concentró más entrañablemente en el aroma que desde siempre
invadía su oficina y descubrió que Susana olía a lirios. A lirios silvestres
del campo y eso le trasmitió confianza y paz.
Sin darle la cara frontalmente a la
joven, él se aproximó a las necesidades y sueños más enterrados dentro de la
secretaria: su melancolía ante el amor lejano, sus tristezas, anhelos y sus
dolores, haciéndola transparente ante su nuevo jefe.
Ella, sensitiva y tímida, miró en
derredor y notó que el Doctor Castillo no mostraba la afabilidad de todos los
días. Sin titubeos le informó que en la recepción le esperaban varios pacientes
desde tempranas horas y que se impacientaban preguntando por él. La mujer se lo
quedó mirando, intentando encontrar algo anormal en el doctor por su extraño
encierro matinal. Seguidamente y sin más ambages, ella le preguntó si había
escuchado el sinfín de repiqueteos del teléfono. Él, lerdo y mirándose
pacíficamente en el espejo, con la atención posada en el emplumado que brincaba
en las afueras de la ventana, sin importarle las preocupaciones de la
secretaria, no respondió ni una sola palabra, se estiró bien la bata como
intentado desaparecer el polvo y las arrugas de la faena, e hizo pasar al
consultorio a su primer paciente. Era un hombre grande y viejo, con cara de
sapo que de entrada abrió la boca antes de tomar asiento en el sofá de la
unidad. Parecía un caimán listo para el almuerzo. Una vez allí, Castillo y
Nube, vueltos uno solo, se concentraron en el trabajo que se les avecinaba y
resolvieron el conflicto del rancio reptil.
Interiormente, Nube se asombró al
ver la maestría con la que el doctor Castillo diagnosticaba las cavidades
bucales, utilizaba el instrumental odontológico, limpiaba dientes, ponías
gasas, anestesiaba encías y remendaba las maltrechas muelas. Por otra parte,
él, era preso casi de un delirio por recomponer cada pieza en la boca de sus
semejantes. El saca muelas perseguía la enfermedad en las interioridades
dentales con la misma excitación que un felino intenta cazar su presa, suelta y
fresca en medio del prado. Su acción era precisa, radical y en la mayoría de
las oportunidades era mortal. Estaba entrenado, desde hacia años, para acabar
con el morbo y las molestias en las fosas de las bocas humanas. Además, Nube se
percató que el odontólogo disfrutaba su trabajo. Actuaba con pasión, delicadeza
e ilusión.
Entonces,
la gata caviló:
_
Se parece a mí en algunas cosas, este doctorcito lampiño_.
El médico de dientes no permitía que
los monstruos infecciosos se apoderasen de las encías vacías al menos mientras
él estuviese al mando. Así comenzó a pasar el tiempo común entre ellos dos.
Frecuentemente, Nube se aburría con las disquisiciones filosóficas, las lecturas
y los análisis íntimos de Rafael. También la decepcionó sus deberes más
prácticos: las ocupaciones del mediodía, los pagos y deudas, la infinitud de
compromisos sociales y familiares, los recuerdos y meditaciones de sus amores
más encomiados, los miedos latentes, sus gustos y sustos, las emociones remotas.
Todo ese bla, bli, blo, tan humano que constituía el mundo de vida de Rabel
Antonio le resultaba, extremadamente anodino a la sibarita Nube. Pero ¿quizás?,
para ella, lo más execrable de todos los ensimismamientos del doctor,
insoportablemente tedioso para las necesidades de una gata persa, heredera del
linaje faraónico de los
dioses, era la angustia que él experimentaba diariamente ante la desidia y el saqueo que avizoraba en el paupérrimo destino hacia el cual se descarrilaba su mundo, por la irresponsabilidad de los militares que tomaron el control de su país.
dioses, era la angustia que él experimentaba diariamente ante la desidia y el saqueo que avizoraba en el paupérrimo destino hacia el cual se descarrilaba su mundo, por la irresponsabilidad de los militares que tomaron el control de su país.
_ Cuanta desdicha por la vaguedad de
las almas y las confusiones de las guerras entre la humanidad. Todo por tener
el control y el dominio de la vida, ja, ja,_; reflexionaba con risotadas Nube,
mientras él, era preso del pánico por la inseguridad que representaba la vida
de sus hijos en aquel lugar, donde imperaba el valor de la violencia y de la
muerte. Rafael sufría ataques de inseguridad y se perplejizaba por la angustia
que le producía la permanente sensación de muerte a su alrededor.
Todas estas intranquilidades humanas
fastidiaban y ocupaban la vida sosegada y precisa de la bestia que ahora yacía
dentro de él. Ella solo quería nutrirse, aparearse y vivir bien. Todo en
aquella fiera amaestrada era cuestión de instinto y placer; mientras él,
navegaba en muchas otras complejidades que llegaban desde sitios diversos y se
dirigían a destinos inimaginables. Prontamente la gata no tuvo más opción que
sumergirse en el inmenso mundo interior de Rafael Antonio para compartirlo
todo.
A medida que transcurrieron los días,
la fusión entre ambos se hizo cada vez más palpable y el cura muelas se mostró
más callado que de costumbre. Disminuyó las conversaciones con la secretaria,
los pacientes, colegas, amigos, hijos, pues en general, Nube sólo quería
finalizar el trabajo y abandonar aquel cuerpo prestado, tan mimético y
resistente. Además, bien sabia que no podía matar al perrito de la casa, de
acarameladas tonalidades, el cual odió desde el mismo día que sintió su
pestilencia al entrar por la puerta del hogar del dentista.
Días después de la metamorfosis
entre la gata y el hombre; y de tanto bla, bla, bla con los pacientes que hubo
curado en la semana, cansado ya de manipular fresas de turbina y contra
ángulos, cucharillas, escavadores, espejos, sondas dentales y periodontales,
cánulas, pinzas, separadores, jeringas,
agujas y demás instrumentos, Eloisa hizo acto de presencia en el consultorio.
Rafael Antonio la estaba esperando
parado delante de la ventana, con el cuerpo relajado y apoyado en el
escritorio. Llevaba puesta su bata blanca y unas gafas de carey que acentuaban
el brillo de sus ojos y sus facciones felinas. El entrecejo flácido en medio del
bosque de sus cejas y los labios relajados que le adornaban el rostro, reflejaban la naturalidad del encuentro. Él, estaba cruzado de brazos, como apegándose a sí mismo.
bosque de sus cejas y los labios relajados que le adornaban el rostro, reflejaban la naturalidad del encuentro. Él, estaba cruzado de brazos, como apegándose a sí mismo.
Ella penetró a tropezones, cargando
su intenso dolor bucal, tan grande como el Ávila, que le impedía coordinar
pensamientos y palabras. En medio del caos que representaba los alaridos de
Eloisa, Nube se acurrucó con fuerza dentro de la melancolía de Rafael quien,
prontamente, se interesó en resolver el caso. El odontólogo era un hombre de
retos, recio ante las vicisitudes de la vida, nacido para la cura y la salud,
por tanto, comprendió fácilmente la dificultad de lo que tenía delante.
Ella trató de hablar y explicarle su
situación, de intimar con el problema. Sin embargo, Rafael con su tótem leonino
le molestaba profundamente que la gente diera vueltas a través de su
consultorio, que le interrumpieran sus disertaciones profesionales, que los
ignorantes opinaran acerca de temas tan específicos sobre los cuales no sabían
nada, ni tenían la menor idea. Por algo estaban allí, él era el odontólogo.
Para los enfermos quedaba reservado el sillón electro hidráulico de la unidad.
Los quería sentados, más bien acostados sobre éste, para poder decidir como
curarles la boca. Eloisa se mostró como una neurótica parlanchina, mientras él,
reflejó serenidad y paciencia a través de todos sus moderados y sabihondos
discursos. Le solicitó unas radiografías y citó a la joven para una próxima
ocasión. Quería pruebas. Debía estar seguro del terreno donde iniciaría la
guerra contra la enfermedad de Eloisa.
Pasaron dos día y ella regresó, con
la angustia que la caracterizaba, quizás más malhumorada que de costumbre y con
las placa de la boca bajo el brazo. Susana lidiaba con el mal humor de la
mujercita y Nube quería rasguñarla para que no hablara ni una sola palabra más
y para que por fin, abriera la boca sólo para aplicarle la cura.
Después del diagnostico Rafael miró
hacia el techo en señal de
verdadero popurrí de desastres anegaban la sonrisa y la nutrición de Eloisa y la tristeza fue evidente en ella, ante el su situación. Él explicó, pedagógicamente, que la cura de su boca era una acción delicada, complicada y de larga duración.
_ Será necesario trabajar a través
de una suerte de mini proyectos. Resolveremos un problema primero y otro
después. Se requerirá tiempo y paciencia para observar la evolución de la
encía_, dijo sin reservas el doctor, mientras ella lo observaba aterrada.
Eloisa nunca tuvo ninguna de las dos condiciones a lo largo de su vida.
Nube se indignó por saberse presa en
la crisis de Eloisa y del tiempo mortal de Rafael. Sufrió un desgarramiento
denso en el cuerpo, al no poder explicar sus rabias y desencuentros internos.
Creció su odio por la mujer que tenía enfrente, tan débil y quejumbrosa. Sin
embargo, recordó lo malvada y cruel que podía resultar Calipso cuando se le
contradecía en el cumplimiento de sus planes, mucho más, si se trataba de su
hermana menor. En ese momento la gata resolvió replegarse de su impaciencia y
dejar trabajar al doctor Rafael. Ese fue el día en que se inició al tratamiento
de curación, en la boca de la maltrecha Eloisa.
Rasguño III
Nube sintió lo mismo de siempre ante
la hermanita de Calipso: rabia y aturdimiento. La importunaban sus cavilaciones
fantasiosas y sus constantes quejas sobre su vida. Le provocó,
una y mil veces, coserle la boca para no escucharla
más, pero el especialista de las muelas esperó el momento apropiado para
iniciar la cura. La joven bruja era una neurasténica. Pero él, quería sanarla y
no le importunaban sus exclamaciones de dolor. Rafael estaba acostumbrado a
lidiar con las enfermedades y fue, exactamente por ese don que Dios le entregó
al nacer, que fue escogido por Calipso para salvarle la vida a Eloisa.
En aquel tiempo Calipso dedujo
sencillamente, con su arcaica sabiduría, los regalos del cielo recibidos por el
odontólogo, pero estaba tan absorta en sus análisis sobre el inventario de los
saca muelas que ni siquiera se lo comentó a su gata ladina.
_ Rafael Antonio_, la bruja
escudriñó el nombre desde las profundidades etimológicas.
_ Rafael es un nombre cuyo
significado está referido a “la salud de
Dios”. Reseña el mito de Tobías y Arcángel Rafael a través de una larga
travesía, en donde se muestra el milagro de la salvación por la fe. Es la
historia de la sanación, tanto del cuerpo, como del alma_; dijo ella afilándose
la barbilla con una mano.
_ Bien. Antonio…San Antonio, el
cocinero portugués, ordenado en un barco por el mismísimo San francisco de
Asís, el santo vivo, hermano de la naturaleza. Cómo me gusta ese San
Francisco_; remató ella con alegría y luego continuó:
_ San Antonio, fue un hombre Santo,
el día que murió su compañero de celda lo vio cargando al Niño Jesús, el cual
con su inocencia siempre perdona y abre nuevas posibilidades. Es el camino, la
fe y la vida_; remató la bruja con la mano en el pecho.
Después, mantuvo la vista fija en el
computador, movió la cabeza hacia el lado derecho para escuchar bien los
consejos de sus muertos y pensó:
_ Rafael Antonio es el camino para
la salud, la salud de Dios. En consecuencia para que este mortal mantenga sus
equilibrios y su poder, debería empalmar con magistralidad tanta fe, como
racionalidad y tecnología_; dispuso ella. Luego finalizó:
_ Bueno, no pienso entrometerme en
las disquisiciones de este mortal por sus confusiones y oscuridades entre ciencia
y religión. Si quiere saber más que estudie y se esfuerce, que tenga fe y
rece_.
Transcurrieron los días pesadamente
y el dentista albergaba la esperanza honda de deshacerse de la gata trepadora y
falta de respeto que lo asaltó, inconsultamente, aquella mañana, arrebatándole
el cuerpo y toda su vida, lo más pronto posible. Por su parte la minina tan
desalentada como él por los entramados de lo que estaba viviendo, se mantuvo
expectante ante la salud de Eloisa.
El hombre tomó el espejo dental y
hurgó en los dientes de Eloisa:
_ Primero hay que desenterrar los
dientes buenos de las encías malas_; dijo seguro Rafael y durante varios meses,
la joven, respiró profundamente para soportar el dolor constante que sintió en
la boca, después de los trabajos realizados.
La primera prueba de fuego surgió en
el momento en que clavó la inyección con anestesia en la encía de Eloisa. Ésta
cerró los ojos, azotada por las mucosas hirvientes, en la poltrona de la unidad
odontológica, resignada a ser presa de los más terribles suplicios y torturas,
tal como fueron sus experiencias anteriores. No obstante, pese a todos sus
prejuicios pasados, lo increíblemente maravilloso de ese momento consistió en
que esta vez, las cosas no sucedieron tan mal como ella se lo imaginó.
La morronga y Rafael, al tomar la
jeringuilla y levantar la aguja,supieron que de ninguna forma podían seguir
siendo dos entes separados. Una mismidad surgió beatamente entre ellos. Él, por
su parte, concibió los instrumentos metálicos como el arma maestra con que
inyectar salud y vida en la boca de la joven. Sus dedos se mimetizaron con las
sondas, pinzas, curetas de Gracey y demás instrumentos; los manejó con tal
naturalidad que asemejabanse a las
largas garras de metal que se desprendían
del cuerpo de un hombre gato. Nube, por su parte, aportó su paciencia,
precisión y sutileza para los raspados, la detección de las caries y las
pérdidas de inserción de los dientes, colmillos y muelas.
![]() |
Santa Apolonia Madre de los Odontólogos y enfermos de los dientes |
Rafael, sentado en la butaca lateral
de la unidad odontológica, se acercó al oído de Eloisa y le susurró suavemente
al oído para dar inicio a la acción:
_ Respire profundamente_, dijo el
matasano y asestó sobre la encía sangrienta de la mujer, la primera inyección.
Eloisa apretó los puños, tanto como los ojos, mientras mantuvo un jadeo interno
y un pequeño dolor que desapareció cualquier sensación de vida en la boca.
Otra vez la voz espesa,
aterciopelada y el suave aliento cerca de la base del oído fungieron de
calmante en el cuerpo de la mujer:
_ Respire_; fue un susurro que más
calmó la emoción y la angustia que la encía de la Eloisa. Ella respiró
como intentando alejarse del daño por el agujetazo mientras se aferraba a las
apoyaderos de la silla para evitar que le temblaran tanto las manos. Él, dando
tiempo al efecto del tranquilizante inició una plegaria de recomendaciones:
_ Si siente alguna molestia levante
la mano, para hacer los cambios y tomar medidas; todo un bla, bli, bla _;
terminó por indicar amablemente Rafael, con su voz almizclada de ébano pulido.
Eloisa experimentó el tenue dolor de
los pinchazos en su encía mientras a cada paso, las molestias descendían, hasta
quedarse rendida y entregada a una parálisis total de su cuerpo, con la boca
abierta y la dentadura tan expuesta como la propia alma. Rafael Antonio se
concentró absolutamente en la primera operación bucal que le profirió a la
joven, al tiempo que Nube observaba atenta a la mujer, previendo cualquier loco
movimiento de ésta.
Por su parte, Eloisa estuvo atenta a
los diversos ruidos. Los chillidos secos de la unidad eran múltiples. Martillazos,
cegetazos y raspaduras silbaban con acordes acerados disímiles. Ella era una
pantera, con un oído extremadamente agudo y percibió hasta el momento en que se
abrió la carne de su encía al penetrar la aguja de la anestesia. Sentía los
resoplidos de la respiración del médico a pesar que estaba embalsamado con el
tapaboca y mientras él, se quedó absorto en el trabajo de la cirugía bucal que
le estaba practicando a la joven, ella se concentró en auscultar más allá de
los límites de la carne.
Lentamente escuchó un ronroneo
conocido, como el cántico que desenmarañan los gatos cuando se van a dormir, el
cual emergía desde el centro del pecho del hombre. El gorgojeo ronco acompasó
el latir del corazón de la rubia mujer, generando una sola melodía. Con los
ojos cerrados y las pestañas apretadas Eloisa, pacientemente, recobró la seguridad
tras el tamborileo que escuchó en las entrañas de Rafael.
Sin duda un felino vivía acurrucado
en el alma de aquel hombre. Ella presintió que estaba acompañada y protegida,
confiada en que sobre la silla odontológica y en las manos tibias de Rafael
podría descansar de sus aflicciones, las ulceraciones d
el alma y las malignidades del mundo. Percibió que estaba en familia.
el alma y las malignidades del mundo. Percibió que estaba en familia.
Al levantarse de la silla, a pesar
de los maltratos de la boca, intuyó que todo iría bien y que en lo sucesivo, la
suerte la acompañaría hacia una mejor dirección. La joven partió segura pues
presintió que recobraría la salud y la confianza pérdida por sí misma, con los
cuidados y curas de su odontólogo.
Aquel encuentro experimental, a
pesar de su sangriento final, fue considerado por todos como satisfactorio y
pese a sus adoloridas encías, la chica se dispuso a regresar para una nueva
cita. Calipso observaba los acontecimientos sucedidos a través de la pantalla
de su computadora y se sintió relajada cuando el trío comenzó a ganarle las
batallas a la enfermedad de Eloisa.
El tiempo pasó y en cada encuentro,
la boca de Eloisa mejoraba ostensiblemente. Pero las cosas entre Rafael y la
miza no marchaban tan bien como lo esperado. Nube andaba hastiada de la vida
del médico y éste, comenzó a deprimirse y a entristecerse por las anomalías que
el despiadado animal lo obligaba a vivir, permanentemente.
En medio de los estragos que le
causó la fiera, el dentista abandonó la consulta vespertina para poder hacer
una larga siesta, tal como era la costumbre de su nueva inquilina. En la noche
pasaba largas horas retozando en el balcón de su casa, fisgoneando las luces y
las estrellas, sin querer siquiera dirigirle la palabra a su mujer y sin
considerar ninguna de las solicitudes de sus hijos. En su nuevo entretenimiento
se limitó a cazar mariposas y lagartijas verdosas, entre las plantas. Las
personas que lo conocían bien, comenzaron a sospechar que algo malo le pasaba y
lo miraban con recelo.
Una tarde, en medio de un tráfico
feroz, recordó una máxima que en un pequeño cartelón yacía en la casa de sus
abuelos. “La vida es como una cebolla, se pela con llanto”. Finalmente Rafael
Antonio, comprendió a cabalidad el sentido de tal adagio. Su cambio fue tan
drástico que su familia llegó a desconocerlo totalmente. Él, ya no era el mismo
de antes.
Exclusivamente se preocupaba por su
ingesta de salmón, la cual
_ Antes de irme de esta casa te mató,
infeliz, pulgoso y desgraciado _, sentenció Nube martirizada ante tantos
ladridos y por la acumulación de los sucios pelos amelazados en sus pantalones.
Por último, no perdía oportunidad en molerlo a patadas cuando se hallaban
solos. Fue por eso que el perro se escondía cada vez que olfateaba la presencia
de su amo.
Era tal la tortura de la minina
encerrada en el cuerpo de Rafael que comenzó a interesarse por la salud de Eloisa,
tan sólo con el propósito de regresar con su ama, lo más pronto posible.
El tiempo corría a favor de Eloisa. La
mujer pudo comer con tranquilidad y la encía recobró su estabilidad de siempre.
Las caries sanaron, las hinchazones desaparecieron y las piezas faltantes fueron
sustituidas con hermosas prótesis de titanio. El siglo XXI formó parte de la
dentadura de Eloisa. Ella recobró el peso de su cuerpo, empezó a compartir con
sus amigos y dejó de llorar por cualquier cosa. Se sintió tranquila y quiso agradecer
su salud regalándole una visita de cortesía a su hermana mayor, llevándole como
obsequio un hermosos ramo de rosas rojas. Eloisa bien conocía lo mucho que
Calipso adoraba las rosas.
Rasguño IV
_ Su evolución ha sido excelente.
Creo que el esfuerzo está cosechando los mejores frutos_ dijo Rafael.
Eloisa alegre por los resultados se
despidió de su sanador. Al salir lo tomó por el antebrazo y le hizo una tímida
sugerencia que le brotó del alma.
_La vida de los mortales está en
manos de Dios. Si usted cree en él, háblele. Dios siempre nos ayuda. Todo lo
que vivimos los mortales son pruebas. Exámenes a libro abierto que dependen,
exclusivamente, de lo que podemos dar. Dios nos pone a prueba, pero todas éstas
son diseñadas para que las podamos pasar. Fíjese en mí. Usted me salvó _, y
luego continuó.
_ Durante quince años luchamos
contra una enfermedad crónica y salvaje en el cuerpo de mi hermano. Quince años
ganándole la batalla a la muerte y al final, un estúpido accidente
automovilístico nos lo arrebató de las manos, a mi hermana y a mí. He vivido la
mitad de mi vida con el miedo inyectado en las venas. Ahora soy presa de un
enemigo mayor, que me asalta cada vez que quiere: la tristeza por la pérdida.
Es un monstruo sin control que me paraliza y que surge sin siquiera
esperármelo. Vive dentro de mí. _; Rafael comprendió, perfectamente, lo que
significaba la experiencia de vivir con la imposición de un intruso.
Luego, serenamente, continuó:
_ Pero he resuelto matarlo. No lo
dejaré que me venza. Mi
amor.
Nunca sintió miedo por la muerte, lo que verdaderamente lo aquejumbraba era
dejarnos solas. El amor lo sostuvo en la vida, hasta que su hora quedó
cumplida. La tristeza no me devolverá vivo a mi hermano, pero si puede matarme.
No lo logrará, mientras yo pueda evitarlo. Que en paz descanse su alma y que
sea muy feliz cerca de Dios. Todos los días lo recuerdo. Usted mismo me comentó
doctor, que leyó algo que lo maravilló: El
amor es la alegría de saber que alguien existe. Donde mi hermano esté yo lo
sigo amando_; lo miró a los ojos, le deseó suerte y salió despacio sonriéndole
a Susana y buscando una nueva cita, para mantener el tratamiento.
El hombre tomó asiento abatido y se
quedó meditando las palabras de la mujer, tan pertinentes para su vida y sus
problemas actuales. Entonces, desde lo profundo de aquel descorazonado cuerpo,
Nube emergió fascinada:
_ La loca se ha curado, ya se parece
a su hermana, hasta filosofa. Ha vuelto ha ser de la casa. ¡¿Qué maravilla, no
le parece?¡. Creo que te puedo abandonar, mi querido doctor. Te dejo en
posesión de tu mundo y disculpa los desordenes que te he causado. No han sido
mi total responsabilidad_.
Rafael salió corriendo del
consultorio y se retiró a su hogar. Una vez en su apartamento comió salmón y
tomó leche. Se echó en el sofá, sobre la cama, en la alfombra, intentó cazar al
perro varias veces para matarlo estando solo a su merced. Revisó las mariposas
y los insectos de la lámpara. Se sentía raro, como nunca antes, hasta que llegó
su mujer. El olor que desprendió desde la puerta lo excitó. Ella siguió su
curso normal de vida, cumplió con sus deberes hasta que el cansancio la extenuó
y se fue a dormir en la alcoba. Él, la persiguió con sigilo, como si ella fuese
su próxima victima.
Rafael salió al balcón y le provocó
maullar fuertemente. El instinto hacia grandes estragos en su cuerpo. La luna
llena lo asolaba trasmutándole las ganas. Sentía un repiquetear muy hondo que
le aguijoneaba todo el cuerpo. Quería brincar hacia la cama y abandonarse a sus
deseos más profundos sobre aquella mujer. Todo le olía a sexo en la casa, como
nunca antes.
La luna le rozó la faz y él se miró
las manos como intentando sacar las garras. Nube tenía estro y la vida se
abriría paso esa misma noche, sobre el organismo de aquella mujer que placidamente,
dormitaba en la habitación contigua.
Vertiginosamente, él no pudo
contenerse más. Bajó del muro, saltó sobre el sofá de la sala y sin ruido,
corrió a través del largo pasillo. Se paró en la puerta de la habitación
desembarazándose de todo el ropaje que llevaba puesto. Sin perder de vista el amatorio
botín que reposaba allí, profundamente dormida, se lanzó sobre la cama, sin
mover el colchón. Quedó desnudo y en cuclillas al lado de ella. Su olor lo
anegaba hasta erizársele todo el bello del cuerpo y excitarlo hasta el punto de
sentir que iba a reventar como una castaña al fuego.
De un sólo movimiento la puso boca
arriba, le arrebató la ropa frenéticamente y se colocó sobre ella, encajando
todos sus músculos en el cuerpo de la mujer. Ésta, abrió los ojos y puerilmente
le sonrió. Rafael quiso hacer de las suyas y actuar con el romanticismo, la ternura
y el amor al que estaba acostumbrado, recitándole un decálogo de palabras
cariñosas en el oído a su esposa, excitándola con el roce de su piel,
acariciándola suavemente para elevarla hasta la cumbre del placer humano, perdidos
en medio del éxtasis. Para Rafael hacer el amor era más que un acto de placer, era una obra de
arte.
Pero Nube no estaba acostumbrada a
la zalamería erótica, ni a los perfeccionamientos amatorios y sentimentales del
saca dientes. Para la miza, apareamiento y nutrición eran funciones vitales de
la supervivencia. Sin pasiones, ni sensibilidades mortales, completamente fuera
de la imaginería humana y alejada de los mundos fantasiosos cargados de
bellezas individuales. En el hombre-gato, no hubo amor, compasión, ternura,
promesas, ni compromisos. Se trataba de la perfección en la obra de la
naturaleza: la reproducción de la vida. Únicamente era eso.
No le importó el cuerpo que yacía
bajo su dominio. Él la poseyó fuertemente, aprisionándole ambas manos bajo las
de él, e incrustándole la cabeza cerca de la almohada para mantener la fuerza erguida
del cuerpo, con acrobáticos jadeos encima de ella. La consorte tensó su figura
como un alambre y se estremeció, hasta que un quejido profundo saltó desde el
fondo de su vagina y finalmente, de todo su ser.
El sudor corrió a través del hombre
y tuvo unas ganas locas de lamerle el cuello, junto con los hombros y los
brazos. La probó infinitas veces y su piel joven le supo a crema pastelera,
dulce y lechosa a la vez. Nunca sabrá Rafael cuanto tiempo permaneció asido a su
esposa con tales contorciones y eficaces movimientos. Al desaguarse sus ganas,
se desprendió de ella de un solo jalón y se quedó, por algunos minutos
paralizados a su lado, acostado boca arriba, sin pensar, ni sentir nada.
Sin demora, Rafael se inquietó por
lo que ésta opinarse ante la nueva manera en que se efectuó el encuentro
amoroso. Pero se extrañó inútilmente al percatarse, según la propia versión de la
mujer, que fue el mejor sexo que nunca antes experimentó en su vida. Frente a
dicho alegato, él no supo, si alegrase o entristecerse por lo que acababa de
oír. Afuera, la luna se mantenía erguida en el horizonte y el cuerpo de la
mujer, tanto como su cama, asfixiaban al hombre. Desnudo, salió al balcón y se
recostó en una larga silla de jardín deseando que pronto amaneciera para beber
su leche y comer más salmón crudo.
Como un lucero y desde el fondo de
una maceta apareció Calipso, cubierta de plata. Se desplazó hacia él como si
volara a través del aire, apoyada sobre su arcaico báculo, con una risa que le
cruzaba el rostro. Por alguna razón incompresible Rafael sintió tanta alegría
como Nube, al percatarse de la presencia de la hechicera. Ella se plantó frente
al hombre, extendió la mano y le manoseó la cabeza diciendo:
_ Buen trabajo Nube, volvamos a
casa_ y luego, como en señal de reverencia, Calipso inclinó dos centímetros su
cuerpo hacia adelante y dijo en forma proverbial:
_ Muchas gracias doctor Castillo por
sanar a mi hermana. Que Dios se lo pague_. En ese momento el dentista despertó.
Rasguño V
En el instante en que Castillo
perdió el sueño, sonó el tamborileo del teléfono. Éste, se incorporó y abrió la
puerta, justamente cuando Susana intentó acceder al consultorio, informándole que
en el zaguán de afuera lo esperaba una emergencia. Ambos se asomaron a la
puerta y el odontólogo observó a lo lejos, con
_ Se trata de la señorita Laura y su
hermana Doña Rosa, ambas de la
Parra , ¿no las recuerda Doctor Castillo?_; en efecto, el
hombre se acordó de ellas y se sonrió con su mueca de todos los días. Pidió
unos instantes a la secretaria y se dio la vuelta.
Regresó al consultorio, se estiró el
cabello con las dos manos desde
la frente hasta la nuca como, intentando poner en orden las ideas. Estaba mojado por el sudor a pesar que se encontraba encendido el aire acondicionado. Aún sentía un jadeo interno y el desahogo del cuerpo. Rememoró el sueño, tan fresco y vivo, tal como si todo aquello existiese en alguna parte. Le pareció que aquellas trapisondas hubiesen sucedido en la realidad. Indagó con rapidez acerca de los contenidos y la moraleja de su quimera y rápidamente comprendió el sentido del sueño. Se sintió feliz por los logros de su vida y por contar con una bella familia.
la frente hasta la nuca como, intentando poner en orden las ideas. Estaba mojado por el sudor a pesar que se encontraba encendido el aire acondicionado. Aún sentía un jadeo interno y el desahogo del cuerpo. Rememoró el sueño, tan fresco y vivo, tal como si todo aquello existiese en alguna parte. Le pareció que aquellas trapisondas hubiesen sucedido en la realidad. Indagó con rapidez acerca de los contenidos y la moraleja de su quimera y rápidamente comprendió el sentido del sueño. Se sintió feliz por los logros de su vida y por contar con una bella familia.
Sin pensarlo mucho, mandó a pasar
hasta el fondo del consultorio a las dos mujeres, cerciorándose minutos después
que las pacientes en nada se asemejaban a los personajes de sus alucinaciones
adormiladas. Les curó la boca remediando la emergencia, mientras su mente se
recreaba en la trama argumental de lo vivido en su onírico viaje. Con sofoco
corroboró que Nube ya no vivía dentro de él, sin embargo, sintió que algo de su
fiereza animal y de su capacidad innata de supervivencia, permanecían intactos en
el fondo de su alma. Terminó la consulta y corrió hacia su casa, abrió la puerta
del frente y como siempre, el canino color melaza se acercó creándole una
fiesta de ladridos y meneos de cola.
Después salió a recibirlo su
primogénito Jordi Rafael. Cuando lo vio, estiró como siempre los bracitos
buscando cobijo en su padre. Los dos se abrazaron infinitamente, con el
regocijo del primer encuentro. El padre recreó su amor profundo, como la
primera vez que conoció a su primogénito recién nacido, en la cuna del hospital.
Desde ese día lo amó intensamente. Después se les sumó el resto del clan, las
dos niñas y el chiquillo menor. Todos arremolinados constituían una gran
familia. Cada uno era un mundo grande y tendrían vidas distintas en el futuro.
El amor jugaba suelto en medio de ellos
Repentinamente, un chillido seco se
escapó del balcón y después, una fila de ecos infractores se alzó dentro de la
casa. Todos salieron en tropel hacia la terraza donde quedaron estupefactos al
ver que un pequeño y peludo animal, tal como si fuese una pantera en miniatura,
abría las fauces enloquecidamente, pidiendo comida y reclamando atención. El
perro corrió adelante como imponiendo su ley de guardián del territorio, pero
el pequeño gato lo enfrentó sin titubeos y con gran valentía, haciéndolo
retroceder. El canino huyó colocándose, exactamente, detrás del niño Rafael, el
más pequeño de la familia.
Frente a la vista de todos y ante la
escena de combate gatuno, los cuatro hijos del odontólogo hicieron la misma
solicitud al unísono, sabiendo lo mucho que éste despreciaba los animales en
casa, por razones de salubridad y limpieza:
_ Que se quede, es muy bonito_,
dijeron todos a un compás mientras él, centrado en la pulcritud y la asepsia de
siempre, les regaló una sorpresa. Se agachó, cargó al animal con delicadeza y
le inspeccionó el género cerciorándose:
_ Es hembra. Se trata de una gata_,
dijo.
_ ¿Nos las podemos quedar?_; preguntó Rafaelito, el hijo menor del
odontólogo, con la tristeza del que advierte una conocida negativa. Pero está
vez hubo una sorpresa:
_ Si hijo, esta pantera ahora será
parte de nuestra familia_. Concluyó el hombre, en medio de la algarabía
bulliciosa de todos ellos por la alegre noticia.
Luego, soltó a la miza en el suelo y
mientras un embrollo de manitas quiso tocarla a la vez, meditó sosegadamente:
_ ¡Pantera!, sí…, está bien ese
nombre de Pantera. Suena interesante._
Luego, como alardeando y otorgándole
cierta grandeza al nombramiento, concluyó:
_ Pantera, la gata del dentista_.
En el horizonte, subida en el copo
de un viejo Roble, Calipso los observaba sonriente custodiada por dos hermosos
ángeles. No había dudas que el odontólogo de la calle Caroní, aprendió una
nueva lección. Él, pudo explorar su ser, así como el recorrido de toda su vida.
Gozó de la oportunidad de comprender mejor la diferencia entre lo urgente y lo
trascendente de la existencia. Supo de la importancia y de la fragilidad de lo
humano y consiguió evaluar, con mayor nitidez, sus circunstancias futuras.
Se estremeció al revivir el enigma
del verdadero amor en los ojos de Jordi Rafael, su hijo mayor y de acercarse a
su sexualidad nativa, sin los atavíos de la emoción, el miedo y el apego, que
tantas dificultades le causaban. Advirtió la presencia de la magia y la
inmortal espiritualidad que habitaba en todas las cosas; de lo cerca que se
hallaban los muertos de todos los vivos. Reencontró la felicidad en los
diminutos detalles que se comparten en la fraternidad familiar. Sin duda,
alrededor de Rafael Castillo y de su estirpe, flotaba el amor. Éste era su gran
escudo contra todas las mefistofélicas adversidades de su existencia.
Los ángeles agradecieron a Calipso
su encargo por haberles permitido intervenir en las hazañas del odontólogo. No
fue azarosa la presencia de estos dos en el difícil recorrido que el hombre
vivió, siempre apoyándolo y guiándolo secretamente, al estar a la merced de la
pendenciera Nube. Se trataban de los espíritus del padre y del hermano de
Rafael, los cuales desde hacía años abandonaron la tierra, dejando de
pertenecer al mundo de los mortales. Los dos seres, desde su partida, custodiaban
la acción de toda la familia desde el trasmundo, cooperando con las necesidades
de Rafael, garantizando la unión y la felicidad de todos.
Mientras tanto Nube, sin perder
tiempo, dormía placidamente sobre el regazo de su ama, soñando con un pequeño
ratón cenizo que corría arrebatado por toda la oficina. Los espíritus se
marcharon hacia la casa del odontólogo, donde vivían desde hacia algunos años y
Calipso recostó su cuerpo hacia atrás sobre una gran rama, para sosegadamente,
ver partir el cálido atardecer.