domingo, 15 de mayo de 2016

La moneda de Felicia: una bruja de Turmero y la magia de su riqueza

La moneda  deFelicia  

¡El amor es la alegría de saber que alguien existe!

By: María Mas Guasare Herrera y Herrera

Gracias a la Santísima Virgen de Coromoto,
patrona de Venezuela


Este relato se realizó a partir de difusos datos verbales que el Señor Carlos Bellorin, muy amablemente, en medio de cafecitos matutinos, las arepas furtivas del local de Doña Carmen,  las estimaciones académicas de la Profesora Ana Elvira Garrido;  desperezaron en mi mente,  reviviendo de los rincones del cielo oníricos trazos de las almas buenas, siempre dispuestas a continuar en el amor…, como el espíritu de Felicia … ¡El amor es la alegría de saber que alguien existe!
Dedicado a la amiga Felicia Carmona
 Y a las agua del río


El día que Felicia Carmona encontró su destino en las serpentinas
aguas del río comenzó su nueva vida. La pesada carga sobre su turbante aturquesado la aplastaba fieramente. Se desplazaba lerda y sola a través de estrechos caminitos turmereños, olorosos a Mastranto, Mapurite y Hierba Mora. Desde que nació, su conocimiento innato de la farmacopea, los anhelos por formar y cuidar una familia honrada y el deseo de compartir un gran amor, ¡Un amore vero e grande!, la acurrucaron como manta de oro. Sin más conocimientos que una inteligencia despierta, su audaz sentido común y los estudios básicos de cualquier niña de pueblo; Felicia, con el pasar de los años, se convirtió en una espigada moza, de manos largas, delicadas y rostro de impetuoso felino. Sus ojos esmeraldinos, destellaban luceros a cada golpe de la emoción de su pecho y arrebataban el aliento bajo el cándido pestañear de su mirada. 

Felicia Carmona tenía ojos brujos que embriagaban y arrastraban hasta el enigma, ojos de siniestros crepúsculo en la rabia, de intensa luminosidad en la alegría…, ojos de hechicera, encantadores hasta el enigma de la noche honda, misteriosos como la caverna, ojos de gitana, tan mala y perversa como buena y rebelde…, siempre envueltos en un halo sacramental y exotéricos que los caracterizo, irremediablemente, hasta su último amanecer.

Las crónicas exegéticas guardan, celosamente, datos acerca del fenómeno sobre ¿cómo Felicia lloró en el vientre de su madre?... y desde entonces, lo sagrado le auguró al mundo sus infinitos dotes sobrenaturales. ¡Felicia tiene poder!..., y el tiempo se encargó de mostrárselo ante la creación. Ella era alegre, curandera, despierta, oficiosa y trabajadora…, pero fundamentalmente, amante de una vida digna más que sibarita. La gran riqueza de su hogar no la caracterizó el oropel de las cosas perecederas y banales sino, más bien, la limpieza, el orden, la honestidad, la elegancia, la modestia y la dignidad que se muestran en el buen vivir y en la caridad que viene de la mano de Dios, y nunca del avaro o ambicioso que otorga sobras al prójimo. Felicia era una mujer que sabía

compartirlo todo con el necesitado, en la carestía o en la abundancia, con verdadero amor y buena voluntad para los demás, tanto para el menesteroso, como el bienaventurado. Por ello, Felicia era una mujer muy rica, aunque en su bolsillo solo hubiese una puya. Así es y así fue…, hasta su último aliento…

Cuando el cansancio y la voraz fogosidad del mediodía la obligaron a tomar un alto en el camino árido, la mujer cansada, con el cuerpo hinchado de tanta tensión por la brega se detuvo en la ribera del rio a retomar el aliento. El peso del cargamento sobre su cabeza la obligó a agacharse con gran esfuerzo, sintió que se le aplastaba el cuello y se arrodilló en la ribera húmeda. Sus rodillas se encajaron presurosas en la tierra mojada y los saltos cantarines del agua le devolvieron algunas fuerzas… Así ralentizó su pecho…, y el cántico alegré del agua tocó la inmensa puerta de su corazón…, chas, chas, chaaaaaaas… Fue el día del gran encuentro…

Felicia sumergió sus manos en el agua correlona, y con las góticas frías que arrastró, se humedeció el rostro. Abrió los ojos e intento mover la cabeza hacia atrás, siempre atenta al perfecto y tenso equilibrio de sostener el bulto sobre su cráneo. ¡Pesaba, pesaba mucho…!, tanto como la enfermedad, la muerte y la partida…, como la traición y la infidelidad futura. Fue, en esa hora, cuando la magia del símbolo la tomó. 

De lo profundo de su ser, un remolino de estrellitas doradas comenzaron a emerger de su corazón, tomando la forma de media luna y se desplazó hasta la mitad del rió en movimiento, justamente donde las aguas poseen mayor profundidad. ¡De repente! Ante los ojos moros de Felicia, el agua comenzó una potente ebullición, como si un gran caldero hirviera desde las profundidades arenosas del río y, en el lugar, una potente explosión de luces doradas se elevó por los aires colándose frente a las estrellas de Felicia. 

Fue así como las fuerzas del río mostraron, finalmente, su increíble contenido, pues la otra mitad de la moneda se desenterró de las aguas. Millones de pájaros cantaron, y el viento azotó las hojas de las copas verdes, tanto como los peces del río se agruparon tal acuática corona. Fue un momento divino, al unirse las dos partes de la moneda de Felicia, la de su corazón y la del fondo de las aguas. Una vez constituido el símbolo sagrado en mágica copula, ella fue posesa por un ente helado que le conminó hasta los huesos y el influjo mágico inicial regresó a su cuerpo, pero ahora acompañado por la potencia del río. 

Felicia se sintió cansada y feliz. ¡Quedó en extasis!. Desencajó la carga desde lo alto de su cabeza y apoyó su cuerpo sobre los talones, desfalleciendo su cuello hacia el frente, con los puños cerrados y apretados sobre su regazo mojado. Allí paso el tiempo… Nunca se sabrá cuanto… ¿segundos, minutos, horas…, cuánto tiempo…? mientras ella rezaba para retomar el aliento. Al fin, la joven abrió los ojos, lentamente, y se percató que el sol brillaba de otro modo…, más prístino y tranquilo, sin el desasosiego de siempre, no había miedo, ni angustia. Miró hacia las aguas y su
figura estaba patentada allí, hermosa, altiva, distinguida…, ella se avistó como una gran reina cuya estampa quedó anillada por millones de pececitos multicolores que acompañaron su icónica imagen. ¡Felicia encontró su corona en el río y también su destino!

Emocionada, suspiró hondamente y una mueca picará mostró sus dientes de marfil. Sintió que algo muy fuerte le agitaba el puño derecho y abrió la mano de sopetón. Al hacerlo una morocota añeja, con la imagen de la Virgen de la Coromoto fue su prenda y botín. ¡El símbolo sagrado había sido consumado inexorablemente!

Allí comenzó la magia de su vida, sus oráculos se hicieron famosos en Venezuela y personas de todas partes vinieron para que ella les deparara su suerte, destino y salud. Desde entonces, la riqueza y la fama tocaron la puerta de su vida y su familia hasta el presente…,
hasta hoy, hasta la pluma de los artistas, hasta la eternidad. 

¡También narran que cuando el río correlón transita con vivacidad las calles de Turmero son las estrellitas del alma de la “Gran Felicia” que están ayudando al pueblo...! Amén.



Oración de Felicia

Jesús, Jesús

Esta alma enferma 

Te pide tu salud

¡De Felicia para la doctora!