sábado, 22 de agosto de 2020

COLECCIÓN: EL DIARIO DE MIS VECINOS. 22 Agosto 2020

 

I. Vecindario, un chef gay, chinchorro aletargado y el regalucho…


Dicen que uno escribe acerca de lo que ve o siente. Quién sabe si eso será verdad o no? De todas formas, sea  cierto o falso, mis teclas se despliegan hacia la narrativa de lo que, lamentablemente y por infortunio del destino, observo a diario, cuando el sol despunta, los pajaritos entonan acordes primorosos, y yo asomo mis ojos a través de las grandes ventanas tupidas de ramas clorofílicamente perfectas. Me dispongo a escribir, a trozos, por partes  y sin mucho apuro, la vida y milagro de mis vecinos, en este vecindario infatúo, sin luz, sin aire y sin salida. Me siento como atrapado en un canturreo gitano, de ésos donde los árabes son los malos y los marineros fenicios  los buenos.

Sigo y continúo y el cuento del averno sobre los servicios públicos será para después, ya que, el centro neurálgico  son los colindantes humanos, con todos sus esplendores y miserias,  y que en virtud de su cercanía física, alguien podría considerarlos como parte de la familia.  Yo a veces, encuentro en muchos de ellos, acciones hasta más cooperativas y amorosas que los de la familia propia. Vivo solo aquí y vivo muy bien. Aclaro que soy alérgico a los animales salvajes y domésticos y será por ello que cuando noto las animaladas de mi vecina del frente, es cucho el arrastrar de sus cascos sucios, metáfora sobre sus chanquletas de goma pobretonas; sus alardes sobre  su hijo maricón, “El Chef” de la zona, con un curso de tres meses hecho al final de la cuadra, en un semillero de talleres del gobierno para mujeres de barrio y prostitutas envejecidas; me asqueo por completo. Reconozco que soy homofóbico…, es decir, que no me gustan los gay, los maricos…, verlos me da mucho asco, es la vergüenza de los hombres de este vecindario y de todo el planeta. Soy homofóbico, racista y Franquista…, así son las cosas y punto.

Él, es el único maricón que hay cerca, aunque hay comentarios de otros dos…; todos de closet. Y este vecino del frente es muy hembra. La vieja vecina de al lado, en combinación con el policía del final de la cuadra, han apodado al presunto chef como EL Totonota.  Pero cuando la cocinera varón, pasea la cuadra tongoneandose, mostrando sus múltiples tatuajes, exhibiendo los cortes de pelo extravagantes, hechos por él mismo y enseñando una musculatura recién estrenada, hechura de inyecciones de gimnasio, con sus pulseritas y cadenitas en tobillos y muñecas. Me da verdadero asco.

Luego, los encuentros con sus maridos y su fugaz padre que, de vez en vez viene a visitarlos. Todos dicen por esta zona que el viejo padre también es un homosexual como el cocinero y que, por eso nunca remato sexualmente a la vieja del frente. He allí la frustración sexual de la horripilante vieja y la amargura contra los felices de la cuadra. Yo NUNCA, JAMAS, pero JAMAS DE LOS JAMASES le

prestaría mi pene. Dicen los de al lado que los abrazos y besos del cocinero gay con su padre es porque ambos son gay. Estos vecinos traviesos  se acuestan en el suelo para burlarse y reírse del vecino gay de closet en este pueblo acalorado. Sin duda, estos hurgadores de la vida del maricón,  pasan horas de horas, rasgándoles el cuero lleno de Sida y aprovechan el jolgorio para hacer fiesta, tomándose una cervezas bien frías, comiendo tequeños y pastelitos acaramelados. Es entonces, cuando mi cerebro se percata  que convivo entre entes salvajes, cuyo único norte es la satisfacción de sus esfínteres.

Volviendo a los vecinos y a las múltiples miserias de la infeliz vieja del frente, todo lo que conozco es por las habladurías de La Flora, otra de las viejas de la cuadra, contratada por mí para hacer el aseo doméstico, tres veces a la semana y que entre trapeo y sacudida, me relata todos los aconteceres de por estos alrededores. A mí, en verdad, no me interesa para nada, ninguno de sus cuentos; en mi caso, ése no es el caso, ya que, con muy pocas excepciones y después de un pormenorizado, analítico, detallista y cuasi científico estudio de los alrededores, he concluido que estoy amarrado a un gentucismo sin igual...; gentucismo de gentuza y sus vidas me tienen sin el menor cuidado.

Dicho de mejor manera, mis gloriosos vecinos (cinismo desbordado por parte del humilde narrador y servidor); lo constituye un amalgamamiento de populacho acomplejado, salido del averno de la pobreza, con más maldad que el propio Caín y  Abel. ¡Pero cuidado!, todos pasan saludándome en alta voz, moviendo las manos en señal de reverencia y buscándome conversación a cualquier hora. Son pura pobreza concentrada…, y es que así es la pobreza… hipócrita, acomodaticia, oportunista y mentirosa!

En verdad y por lo poco que he logrado apreciar, cada vecino es un caso…, perdido y se salva uno que otro. Por estos lares, cuyo nombre me reservaré en función de mi propia seguridad, reside una fauna diferencial. Hay de todito como dijo el gay de closet del frente en estos días, cuando exhibió como trofeo, como si fuera una gran cosota, una  bolsa de plástico sucia, con la compra de dos cebollines  y un pimentón arrugado. Entró a su pocilga gritándole a la vieja a plumón batiente, la “Gran adquisición” de tres papas y un cebollín soleado. Siempre hace lo mismo para que todos los de la cuadra escuchemos y creamos lo ricos que están, tanto él, como la vieja, psicótica, fea y mal desvirgada de su madre loca. Creo que tanta gritadera narcisista intenta ganarse el respeto y el prestigio que nunca tendrán porque, sencillamente, los dos son unos ascos de humanos, una pestilencia de ruinas y desgracias.

El resto de los vecinos de por aquí, constituyen una variopinta cuasi universal, en el este tiempo y momento, ya que se contemplan: ladrones, vendedores de droga, prostitutas, homosexuales con la cara al sol, homosexuales de closet, acaparadores y sobre todo, en grandes cantidades y con efervescencia de levadura nueva…, mucha gente chismosos y acomplejados. Así, en medio de este tropel caótico que conforman Mis Vecinos…, daré curso al relato y comenzaré por el último y mayor  tramo: los lengüeteros, chismosos, habla gamelote, lenguas flojas, demás denominaciones y nombramientos.  Pero antes de adentrar al querido lector en esta zona geográfica, bonitica en su naturaleza y verdor, diré que su historia patria roza casi los cuatrocientos años, sus construcciones del centro son arcaicas y está bordeado con urbanizaciones nuevas  hoy venidas a menos. Luego emergen las casas viejas del centro, despintadas con sus zaguanes polvorientos. Finalmente, comparece la inmensa proliferación de ranchos y rancherías minadas con la más podrida delincuencia que infectan todos los recovecos de antaño con sus patinetas y patineteros decembrinos… ¿Cuál es la zona, adivina, adivinador? Si has logrado acercarte a mis otros escritos sabrás con facilidad de geógrafo.

Estoy muy cerca de la iglesia que linda con su respectiva plaza, al estilo Cordobés,  pues soy uno de los del Centro. Escucho las campanas de la Iglesia recién pintada, allende la plaza bailadora, en medio del consabido anillo de comercios de oropeles y bagatelas de los chinos mandamás. Las campanadas del templo me permite que siempre me conozca las horas sin necesidad de relojes.

Los orientales malolientes y sangre de chinche controlan la economía de la zona, sin más esfuerzo que el raspar los dineritos de los mulatos originarios, cada vez más empequeñecidos y arrinconados por el hambre crónica y las grandes plagas virulentas. Todas las utilidades reditan en la hucha de los chinos mandamás. Luego y en estricto orden del manejo del poder vienen los gobernantes. Sin mucho trabajo, estas sabandijas de la gente, reciben su tajadita por no meter sus belfos en los negocios ajenos. Recuerden el corrillo popular “por la plata baila el mono” y son todos, con el perdón de los monos, unos monos de circo. Finalmente, y sin ninguna diferenciación económica viene “EL RESTO”, “LOS OTROS”; no los muertos de la película de la rubia. Son LOS QUE VOTAN Y NO MANDAN…, en fin…, EL POPULACHO.

En este contexto paradisiaco vivo yo, tranquilo y sin nervios. Paso mis horas aireándome entre dos inmensas matas de mango, donde tengo amarrado un gran chinchorro de tela fosforescente. Siempre retozo en el chinchorro, en las tardes, después del almuerzo, en las horas del calor rampante…, la hora del burro. Me distraigo viendo los loritos, las tortolitas y las paraulatas surcadoras del  aire. Así, vivo tranquilo y logro dar foco a la verdadera belleza natural y a la bondad de muchos transeúntes desprevenidos.

De pronto, Tin, Ton, Tin, Ton, suena el timbre. Abro los ojos miro a la mujer parada en la reja con un bojote en la mano gritado por un tal…, “Vecinoooooo”. Yo me sonrió, me incorporo, saco las llaves del bolsillo, mientras me engancho las alpargatas. Voy  pensando en  que vendrá a pedir esta pendeja, con esas cochinadas en la mano… Vecinaaaaaa bienvenidaaaaaa.





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