jueves, 16 de julio de 2015

Los Pranes de Colinas de Bello Monte y el asesinato del Centro Polo

Los Pranes de Colinas de Bello Monte y el asesinato del Centro Polo




Todos los días, sin faltar uno, desayuné en la lonchería El Peregrino, ubicado en la mesanina de un añejo conjunto residencial, renombrado como El Centro Polo. Lo hacía porque Noelia, la dueña del establecimiento, era digna de todo mi respeto y admiración. Pienso que el señorío se gana a través del recorrido de una vida proba y honesta, y doña Noelia,
madre, esposa y microempresaria mostraba su don de gente siendo un modelo de trabajo serio para todos los habitantes de las Colinas de Bello Monte, cerca de las majestuosas y putrefactas riberas del Río Guaire, en el Valle de Caracas.

El Centro Polo era entones, un enjambre humano constituido por tres inmensas torres que como colmenas albergaban una fauna diferencial. Una ecléctica sociedad se acurrucaba en las faldas de los cerros de la antigua finca de Bello Monte, que por demás está decirlo, pertenecían a mis antepasados mantuanos. Mi rito de escritor era siempre el mismo. Levantado sin que aún el sol despedazara el cielo y la copa del Ávila con su brillo centelleante, yo hacía de prosista trasnochado y antes que las
campanas de mi cucú dieran las seis matutinas yo tenía escrito, al menos, cuatro páginas, escapadas de la pereza y la modorra de mis huesitos recién levantados. Luego, el atletismo me arropaba y puesta mi huesuda humanidad en el salón de fiesta, con mis aperos gimnásticos, dedicaba una hora más a darle candela a mis músculos y mantener mi cuerpo, ahora un poco desgastado por los años y la vida, en un carapacho seguro para la mente donde, probablemente y en algún oscuro rincón, se albergaba la magia y el arte de la escritura. Tesoro que realmente valoraba en mi existencia.

Durante los recorridos madrugadores por los derroteros de la terraza del Polo una escolta gatuna me custodiaba el paso. Se trataba de las mininas: Jorgelina y Saskia Petunia. Habían llegado allí y la conserje de la “C”, mujer caritativa y amante de los gatos, las adoptó si más compromiso que las de acercarles debajo de la matica un traste con agua fresca y un pocillo con galletas animalescas. Lo demás fue trabajo felino. Las dos miaus crecieron
bellas y cariñosas convirtiéndose, sin mayor prisa, en la delicia de muchos (me incluyo), dando la bienvenida protocolar a todos los transeúntes del sector. 


Los vecinos las acariciaban y adoraban a excepción de los dueños de perros grandes y agresivos (por cierto impropios de vivir en espacios reducidos, malo para dueños y perros). Las gatas peludas, con ojos de candela y mar, eran el mayor atractivo de las residencias y sin que yo pudiera
pensarlo mucho, el encuentro diario con ellas terminó por ser la mejor parte de todos mis días. Eran bellas, inteligentes, cariñosas…sin duda, perfectas…dignas de una obra de arte.

Un día, Noelia comentó a viva voz que Sorrastra, la percusia conserje de la A, estaba dispuesta a envenenar las dos gatas por cuanto, y según la versión de la
sirvienta, se introducían a través de su ventana y cometían grandes delitos en su propiedad además de amenazar, sin compasión, la vida dos espelucados canarios, piojosos y feos que ya ni cantaban, por la tristeza de tanto años de encierro. Dos pranes, pensé yo. Obstinados de verle la trompa de bicha mala, por entre el enrejado, a la vieja bruja frustrada de la Sorrastra.

Esa mañana cumplí mi rito diario pero me encolericé al no ser recibido por la Jorgelina y Saskia. Las gatas no corrieron a darme la bienvenida en el alba. Camine un rato pensando en la atrocidad cometida por la conseja-sirvienta. Su maldad al envenenar a mis ejemplares gatunos…La hiel corría por mi estomago tomando todo mi ser. ¡Ni un gato se puede acariciar ya en este patio lleno de arpías, traumatizadas, acomplejadas y frustradas…! El odio me encendió el entendimiento y perdí la razón…pero la inteligencia y la astucia se avivan con la adrenalina y al bajar por el asesor, rumbo a mi natural desayuno en la Lonchería, ya había perpetrado mi venganza.

Ordené lo de siempre para no levantar sospechas: pan integral con mantequilla y mermelada, huevos cocidos y mi intraficable jugo de cambur, que sólo Noelia sabía preparar a la perfección. En ese momento la vi salir de su edificio, a través de la puerta de cristal. También la cochina sirvienta hacia su rito madrugador: comer sus empanadas grasientas, café negro, para luego tomar el cuarto de la basura y husmear entre los desperdicios…A ver que conseguía de valor para su marginal vida…El rito de los pobres…

La mujer, engulló el desayuno como el perfecto animal salvaje que era y arrastró sus chancletas hasta el cuarto de abajo. Yo firmé mi cuenta y me despedí, como todos los días, con la diferencia que también terminé en el basurero…Abrí la puerta lentamente y sin ruido. Sorrastra, como rata, hurgaba la basura. Tomé en tubo oxidado y cuando ella volteó la cabeza para mirar, le asesté un brutal golpe en el cráneo y lo partí en dos…la sangre fluía libre por entre la masa hedionda que constituía la cabeza de la sirvienta…cayó de frente y medio cuerpo se embaldosó dentro del inmenso perolón de basura, medio vacío. Agarré las llaves que colgaban de su delantal, la impulsé por sus pantorrillas, levantándola y empujando sus despojos dentro del
recipiente de basura, tape aquella hediondez y salí. 

En la puerta me esperaban Jorgelina y Saskia Petunia, con cara de hambre y felicidad. Fue un momento mágico acariciar el terciopelo de sus lomos y contemplar el brillo de sus hermosos ojos egipcios…Supe que había hecho lo correcto…Me despedí de mis amores y caminé por
la ribera del río Guaire disfrutando de la media mañana. Luego, retorné a mi apartamento y escribí varias cuartillas. Mi día terminó en perfecto orden, sin ningún espaviento y con la conciencia tranquila por el deber cumplido…

Al día siguiente, después de saludar a mis amigas velludas y
bigotudas desayuné en El Peregrino. Noelia me comentó consternada lo de la muerte de la conserja y el enigma que representaba…Dos semanas después me solicitó el favor de cuidarle los canarios de la vieja muerta, pues la nueva conserje, no aceptaba animales feos y viejos en su casa. Con gusto acepté… llevé la jaula de canarios al salón de fiesta. Al lugar compareció de inmediato el dúo de mininas y al ver la mazmorra de plata, un resplandor de asesinas anegó la zona. Abrí las portezuelas esperando la contienda, pero
antes de un pestañeo gatuno, del primer garrazo, los canarios huyeron a través de los ventanales. ¡La vida se abre paso!...pensé yo… A la mañana siguiente escuché el cántico de los pájaros que entraron por mi balcón. Coloque alpiste y agua en una tazón que guindé en la reja y desde ese día los dos canarios pranes viven en mi casa, libres y seguros. Todos somos felices…como hermanos…cada quien en su lugar…vivos y muertos…ésta es una historia de la vida real…Miau, Miau.