lunes, 6 de junio de 2016

Las Costureras del Buen Traje (I)






Las Costureras del Buen Traje  (I)
Nurse Perdomo y su rubia hermanita Desdémona, aprendieron a ganarse la vida zurciendo ropa ajena y cultivando un colorido jardín en el frontal de su pequeña casa pueblerina. Hijas de unos añejos burgueses que se vinieron a menos después de la guerra, sus vidas transcurrían entre el trabajo y la compañía de unas perritas peludas que hacían la fiesta de sus impasibles atardeceres hasta aquel dramático día…, un día triste en el que Desdémona se enamoró enloquecidamente de un hombre alto y fornido como un roble viejo, perdiendo en minutos la virginidad y convirtiéndose en el hazmerreir de todo el mundo, por la fanfarronería de su amante
chismoso y exhibicionista. ¡Todos supieron como la desvirgó y se largó de Taransi…!, fue el corrillo popular que se susurró en el pabellón de múltiples oídos que se prestaron para el último chisme, en la modesta plaza grisácea del pueblo.

Las hermanas Perdomo, aunque de la misma sangre, eran distintas y los hechos terminaron por demostrarlo. Un día llegó la compañía Del Buen Traje y el cambio arropó a la impasible comarca. Desdémona, perseguida por sus fantasmas y por el deshonor, buscó trabajo y prontamente, se enroló como zurcidora del novel taller, tan velozmente como al giro de la moneda fue contratada su

hermana Nurse. Casi como una danza de estrellas, la ventolera de la gran industria textil liquidó los pequeños talleres artesanales de costura familiar y las tradicionales modistas, sastres y zurcidoras terminaron asalariados en la nueva fábrica para soportar el hambre. Fue así como todas las prendas de la excelsa tienda Del Buen Traje serpenteaban por doquier, desde los grandes bazares y pequeños rincones tradicionales, hasta las mantas modestas de los tenderetes de orilla de los caseríos aledaños.

Poco a poco, el pueblo fue olvidando el deshonor de la menor de los Perdomo… ¡todos! …, menos ella. La mujer se juró que el gran desprecio y chisme concebido con su desgracia seria cobrado, poco
a poco, con la sangre de los infelices. Entonces, ella decidió seducir a los hombres claves de la fábrica sin más ética que el largo de sus ligueros y faldellines. Primero fue preso don Rugencio Calcañez, un viejo enclenque y sadicón que intercambiaba aumentos de sueldo por momentos de sexo con las costureras, dentro del almacén de telas o en el baños de los hombres que caleteaban las mercancías. Un día cualquiera, el tipejo apareció muerto detrás de unos telares y su autopsia señaló que fue un ataque al corazón… Fue todo…, y felizmente Desdémona ya había alcanzado el mayor sueldo que cualquiera pudo aspirar en el grupo de las costureras de la fábrica Del Buen Traje. Aumento, que si se piensa bien, fue conseguido en tiempo record, si se compara con el resto de los emolumentos de las empleadas y trabajadores.

Luego, un nuevo romance de la Desdémona arribó hasta el escritorio del contador Ovidio Aponte, hombre serio, con familia establecida por muchos años y laboriosidad de puntillista. Desdémona lo sedujo con sus grandes ojos de tormenta y todas las tardes lo esperaba en un pequeño café del pueblo para escaparse y
pasar juntos largas tardes amatorias, desterrados en una posadilla de ladrillos rojos, en las montañas escarpadas de los linderos de la zona. Desdémona había aprendido a dar placer a un hombre y a cobrar por sus afectuosos besos sin que su conciencia se angustiase por ello..., convirtiéndose en lo que el pueblo había decretado, injustamente, que ella era… ¡Una mujer sin honor!

En pocos meses y sin dificultad fue ascendida desde el taller de costureras hasta el Olimpo administrativo, quedando coronada como asistente administrativa. Ahora, la catira tenía poder, pues la información de los ingresos, aumentos de sueldo y próximos despidos estaban al alcance de sus manos de tijeras. Poco tiempo
pasó hasta que Don Ovidio sufrió de sangramientos estomacales que lo obligaron a tomarse largos reposos. Entonces, la recién ascendida costurera esmeró sus acciones en llenar el espacio vacío por el contador. Muchas tardes, fue la antigua costurera quien hacia las entregas de los informes…, pues largas noches de auto aprendizaje llenaron los espacios de su vida. Un día llamaron de casa de Ovidio Aponte informando que había muerto. La tristeza inundó el lugar y un dejo de esperanza corrió por la mente de la antigua zurcidora. ¿Quién sustituiría al contador Ovidio?...

En la tarde se presentó en la oficina un hombre con chaqueta mohosa, verde aceituna llamado Amadeo Pernia y dijo que era el nuevo contador. Sus ademanes afrancesados y finísimos pronto lo catapultaron como el “nuevo monigote gay de la fábrica” y esta falta de reputación impidió que los superiores homófobos apreciaran su trabajo. A la siguiente semana fue despedido sin ninguna explicación. El puesto lo ocupó, prontamente, una tal Nereda Carrillo, una contadora vieja y amargada, con porte y rostro de yo no fui, que por sus años de servicios se suponía con la
experiencia suficiente para sacar adelante las cuentas de la pequeña empresa. Pero con la vieja en la jefatura las cosas eran distintas para la Desdemona. Su nueva regente era un ser amargado que quiso cambiar todo el trabajo de la fábrica e incluso, amenazó a la rubia con regresarla a su antiguo tugurio de hilos y tijeras si continuaba la tongoneadera con los demás contadores de la oficina. Ésto, retumbó hasta el fondo en el corazón de la recién estrenada aprendiz de contabilidad y decidió invisibilizarse, escondida detrás de los archivos, armarios y demás muebles de la oficina. Se enterró en un hueco en el fondo oscuro del recinto y desde allí acechaba con sigilo y odio a la mandamás.

Las cosas mostraban una lasitud de corbata caída hasta el día que a la vieja Nereda Carillo, su esposo la fue buscar a la salida de la fábrica. Éste, era un viejo flaco y grasiento, pelo blanco, con dientes de ratón, quien no paraba de vomitar incoherencias locas, haciéndose pasar por poeta y gran artista. Con sus visitas vespertinas, poco tiempo tardó el hombre en visualizar, justamente al fondo del salón, los grandes ojos azules de la Desdémona; que agazapada como pantera tras su botín, en minutos, perpetró mentalmente la forma en ¿cómo deshacerse de la peligrosa vieja de la oficina de contabilidad?. Comenzó el vejestorio del Atilano a visitar diariamente a su esposa gorda, con la escusa de acompañarla de regreso al hogar, justamente hasta el día que intercambió la cita con Desdémona. La joven, sin pérdida de tiempo, atrapó al infiel en su ardiente alcoba y después de varios meses de impetuosos amoríos lo dejó, intempestivamente, sin más comentarios que el cotidiano “eres un hombre casado”.

La ruptura con Desdémona enloqueció al enamorado Atilano que se deshizo en cartas, poemas, regalos, citas, flores, bombones y utilizó todos los artilugios de la ciencia y el arte de enamorar a una mujer que hasta ese momento el pobre conocía. Así llegó el gran día…, la espigada rubia le daría una cita. Ella acudió parca y no le permitió al hombre su ridícula palabrería de siempre. Fue categórica insistiéndoles que de continuar la relación con ella debía abandonar para siempre a su mujer. Luego, le acercó a su mano un pequeño frasco con el veneno suficiente para dar marcha infinita a ese nuevo amor. El hombre abrió la boca asustado mientras Desdémona se marchó sin más explicaciones que un gélido adiós. 



Así pasaron días, semanas y meses, sin más acontecimientos que las miradas de Atilano cuando todas las tardes se apersonaba a la fábrica a recoger a su vieja mujer y desplegar sus ojos de cordero degollado sobre la humanidad de la rubia que con desprecio lo ignoraba insistentemente. Pero la vieja Nereda era experimentada y
siempre supo bien los sentimientos de su marido con la costurera. Al día siguiente y en venganza ordenó que regresaran a Desdémona al viejo taller de costura, hasta nuevo aviso, argumentando que ella no cumplía con eficacia el trabajo de los números. Esa noche la costurerita no pudo dormir pensando en su vertiginoso descenso laboral y en medio de sus tribulaciones una idea fija la obsesionó hasta el cantar de los gallos. Al levantarse su plan estaba conformado.

Aquella mañana, cuando la jefe de los contabilistas se aproximó a la escalera para avisar a un empleado, Desdémona, sigilosamente y sin que nadie se fijara, le propinó a la vieja un gran empujón que la hizo volcarse pendiente abajo hasta romperse la nuca con el último escalón. La rubia nunca más seria una obrera del montón y ese fue su gran juramento después de quedar desprestigiada en todo el
pueblo. Desdémona gritó despavorida ante el cadáver y, mientras todos se agolpaban asustados alrededor del cuerpo de la vieja gorda de Nereda, ella disfrutó su obra desde lo alto. Sintió que la alegría le punzaba todos los poros de su ser mientras burbujeaba la sangre desde el cráneo de la vieja. Nunca más permitió que el infeliz del Atilano se le acercará, ni por un minuto…, nunca más.

Fue cuestión de tiempo su nuevo cargo, pues la ex costurera siempre dio muestras de ser muy inteligente, trabajadora y había aprendido con esmero el arte de la contabilidad, a pesar que en su apartada casa del pueblo todas las noches la vieja máquina de coser
movilizaba sus aceitados engranajes. Ella usaba un vestido nuevo todos los días…, a pesar de la crítica de su hermana Nurse. Además, ella se encargó de pestañearle sensualmente al administrador de la fábrica, un rubio, con cara de sádico que terminó por recomendar a Desdémona como la candidata adecuada para llevar las cuentas de la fábrica. Así sucedió.

La menor de las Perdomo destacó ante la Directiva por su impecable trabajo, su larga y dorada melena y sus curvas abultadas. Ella enredaba los análisis contables para ser llamada por el administrador ante la Directiva, conformada por un puñado de viejos anacrónicos que eran los dueños y accionistas Del Buen Traje. Su plan de asenso hacia el poder tomó cada vez más cuerpo, pues su inteligencia despierta, buen porte y audacia en la respuesta la hicieron, prontamente, sobresalir del resto del personal. Finalmente, la Directiva sintió en ella una aliada, no sólo en
materia de números, sino de las interioridades del personal y en los últimos diseños, la nueva moda, pues su estampa mejoraba día a día. De ser una obrera del montón Doña Desdémona, como se hizo llamar con el tiempo, se convirtió en la mano derecha de todos los negocios de los inversionistas interviniendo en las compras, los diseños, los despidos, los aumentos de sueldo y todo lo demás. Desdémona trabajó todas las horas que pudo sin solicitar una sola moneda más a cambio de información, poder y control total de la compañía.

Nurse, por su parte, se mantenía tranquila cosiendo cierres y dobladillos, sin dar cuenta, ni hacer mucho alarde de su parentesco con Doña Desdémona. Sin embargo, todas las noches, cuando su hermana menor se trancaba en el viejo taller familiar, a puertas cerradas, para realizar sus novedosos diseños y coser…no se sabe qué?..., unas arcadas toscas le retorcían el fondo de las tripas. Era como si una desgracia desanchada se desplegaba por el medio del hilo y la tela en movimiento…




Esta historia continuará….