domingo, 20 de julio de 2014

LiterArte: Adiós a las Mariposas AmarillasMaría Mas desde m...

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Adiós a las Mariposas Amarillas
María Mas desde m...
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Adiós a las Mariposas Amarillas María Mas desde mi chinchorro


Adiós a las Mariposas Amarillas


María Mas desde mi chinchorro
ESCRITORA DE ARAGUA. Venezuela.




La muerte oprime, por ello Karl Marx, gran titán del pensamiento filosófico, expuso que la religión era el opio del pueblo. Marx dilucidó cómo ante la muerte no hay más salida que la resignación, comportamiento humano que sólo comparece ante la imposición inalterable del caos en el entorno. El grito y el quejido de una criatura arrodillada que alertó Marx, el
alemán, fue contra la opresión que procura la muerte a todo lo terrícola, ante su inmanente y eterna presencia. No sólo los pobres se van de este mundo, también aquellos que simpatizan con los comunistas y son premio nobel en literatura.


Bueno, es muy humano avenirse con comunistas, pues algo de desviado tienen el arte y los escritores de fama como fue el caso del Gabo, el gran escritor Gabriel García Márquez
que ahora narrará sus novelas, cuentos y peripecias literarias desde los arcanos del cielo, entre la hojarasca iridiscente de las nubes, las flores amarillas que arremolinaban sus personajes y los olores pestilentes de los pasquines que ya deben anunciar su última obra en las estanterías angelicales del otro mundo.


Confieso que me leí a García Márquez por imposición de mi profesora de bachillerato que militarmente auguró: Son cien años de soledad, ni uno más, ni uno menos. Luego de la impresión ante tantas páginas por escudriñar para una adolescente de pueblo, comenzó el
transito irrenunciable hasta hoy, de sentir el sopor de su novela, la circularidad del tiempo que se va y siempre regresa, los personajes que se repiten renovados y vibrantes como el calor y la escasez en Venezuela. 

Allí estaba yo, largo a largo sobre el chinchorro de hilo suave, acariciada por la cálida brisa aragüeña, mirando el cielo aturquesado cuando decidía imaginar a Doña Ursula o a Remedios la bella, numinosa y perdida por entre la niebla de la fantástica redacción del colombiano. Aún siento el momento con palpitante desespero, con el trasegar del que avanza y no llega a ninguna parte, pues el no entender el caos fue uno de los grandes conflictos de un autor que desde su primera letra se preparaba para la muerte, la desaparición y la inmortalidad de su voz, impresa en cada huella que dejan hoy sus traviesas letras, a tiempo de complicados trabalenguas que dejan grandes revelaciones de la historia humana. 


Pues Gabriel García escribió todo acerca de la religión y cantó al símbolo desde su obra ya que su infinito terror por la nada patente en la hojarasca movediza, indefinible, de difusos límites, su permanente
capacidad por exponer exotéricamente lo inabarcable en cada personaje, en cada trama, en cada línea, en el −de pronto−, que caracterizó su paralizante llamado de alerta al lector, dan cuenta de una profunda conexión con lo sagrado, componente fundamental en la condición del arte y de la vida humana. El arte es pues un puente entre lo sagrado y profano, un salvavidas ante la opresión de la muerte, un éxtasis humano que mitiga el dolor que nos produce las hordas malvadas de la vida o el sin sentido que nos atesora a su paso la muerte.


Pero nada tan iluminado como sus cuentos y con éstos sus personajes. La angustia de la muerte anunciada me siguió acompañando y luego ya en la universidad me tropecé con sus 12 cuentos peregrinos, llenos de santería, rapúcenles enterradas, viejos con cuerpo de pájaros que renacen siempre desde su último segundo de vida antes de su muerte. Y donde dejas el gato viejo de las putas tristes? Mi ídolo. El acompañante perfecto de un viejo loco que a falta de poder corporal se dedicó al deleite sexual a través del disfrute de una mulata
El gato viejo de Mis Putas Tristes
durmiente que en la lujuria de la vejez no perdió su vida en lamentaciones sino que retomó su antigua vida burdelesca en la mente y en el recuerdo, en alianza con la madama Rosa Carcavas. Son tanto los personajes que sin duda me pongo melancólica. Creo que la noticia que me llegó de su muerte en el malévolo pasquín me recordó la mala hora, tal como su novela, con el mismo desasosiego y el no saber de dónde viene, ni hacia dónde va?





Ahora, quién me llevará nuevamente a conocer
el hielo en Macondo, esa caverna de ensoñación donde la mente del Gabo pario a las cien generaciones de Buendías que acompañaron mi destierro escolar. ¡Ahora quien cuidará de Macondo! Por primera vez voy leyendo y comprendiendo al amigo Aureliano Babilonia que se encontró con el rabillo de cochino y nunca más salió del cuarto donde terminó de leer los pergaminos del Gabo, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra en las letras de Gabriel García Márquez el colombiano de Macondo.

Gran Final:

Antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrastrada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia  acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible, desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.

Gabriel Gracia Márquez

Último párrafo de la novela

“Cien años de Soledad”

 

Mi Chinchorro en Aragua






Con mariposas amarillas que no son mis preferidas







LiterArte: Carta de la madre de Osmán MijaresQueridos (as) y...

LiterArte: Carta de la madre de Osmán Mijares
Queridos (as) y...
: Carta de la madre de Osmán Mijares Queridos (as) y apreciados (as) damas y caballeros de Aragua: H ablar de los hijos, tanto propio...

Carta de la madre de Osmán Mijares


Carta de la madre de Osmán Mijares



Queridos (as) y apreciados (as) damas y caballeros de Aragua:



Hablar de los hijos, tanto propios, como ajenos, no es cosa fácil pues el corazón materno es una caverna hecha de sal y oscura noche, insondable para humanos. Pero en mi acostumbrada irreverencia intentare acallar mi emocionalidad materna, para referirme a un vástago que di a luz en Turmero y que vine arropando en mi vientre desde las azules costas del Estado Aragua, durante un crepúsculo en Choroní para, finalmente, remontar familia en los derroteros del pueblo de Turmero.

Osmán es nombre de origen Árabe aunque él se precie de ser “un hombre de Turmero, nacido y criado en ese pueblo de Dios”. Claro!, los hijos no conocen tan bien su historia como su madre quien resulta la protagonista del pasado. Por eso, su padre biológico fue de tan fuerte carácter  para darle herencia en la resistencia de la vida. Así lo escogí yo. Osmán, significa “dócil como pichón”, pero este hombre acantonado en la margen de La Camilo Torres heredó varias cosas mías: es minucioso en sus actos, trabajador, le encanta ayudar al prójimo y aportar ideas pues, es profundamente creativo, tanto como enamorado. Esto último, lo reconozco sin vergüenza fémina, es enteramente mío.

Osmán es un hombre enamorado, enamoradizo y enamoradísimo de
todo cuanto le rodea bueno y malo. Él, ama la vida y esto, sin duda alguna, lo heredó de mí y se lo trasladó a sus cinco hijos, seis nietos y de alguna manera lo ha patentado a través de sus grandes encuentros amorosos con sus acompañantes femeninas, familia, amigos, clientes y coterráneos del Estado Aragua y de Venezuela. ¿Quién no conoce a Osmán Mijares aquí en el pueblo de Turmero? Se pregunta sonreído en su casa, hecha establecimiento, donde cada mañana regala su sonrisa y buen humor, acompañada de una suculenta empanada, cafecito dulce, la prensa diaria y una buena conversación; y que conste, esta última es gratis y eso de las relaciones humanas lo heredó de mí, pues yo soy una gran humanista, ¿quizás? la última humanista de la tierra pues en mí, se encripta todo principio y todo final del planeta tierra.

Mi hijo Osmán es un pensador práctico que disfruta de una buena lectura y conversación, no se deja arrodillar por las carencias de la vida, ni materiales, ni humanas. Es socialista de los que no reciben dádivas y creen en el altruismo marxista y en la igualdad de oportunidades de vida para la sociedad actual, es justo por definición, libre como un caballo salvaje y no acepta gríngolas, ni ataduras ideológicas que lo compren o encarcelen en alguna maldad. Por tales motivos, la política pequeña, hecha de negocios turbios, componendas y acomodamientos propios no está en la psicología de su vida. Pero además, él, es un protegido de Dios por ello recorrió el tránsito mortuorio desde Cobalongo a Turmero cuando falló su corazón y su anhelo de vida, lo salvó. No hubo despedida aunque sintió el vértigo del vacío final. Pero ahí estaba yo, silente entre el polvo del camino, amaneciendo desde su salado sudor, socorriéndolo a lo largo del camino, como siempre; y con su fuerza y mi amor, él aún está en la vida y en el Estado Aragua vendiendo empanadas.

Mi hijo es un aventurero nato y su gran sueño es recorrer el mundo, conocer, escudriñar aprender sobre la obra de Dios y de la humanidad. Eso también lo heredó de mí, porque Osmán, tanto como yo, es un filósofo, un amante del saber. Fue así, que la menor de mi nieta, hija de Irene Mijares, la bella, con ojos pintados de la fuerza de la lluvia, se llama Sofía, más bien!, la invencible Sofía, que ni el más corrosivo de los ácidos, ni venenos la retira del juego y de la vida.

Mi hijo, aunque no aparente, tras su modesta venta de empanadas
es un pensador práctico, que planea en grande y pequeño sobre lo sustantivo de la vida. Meticuloso y organizado de mano de su querida Nancy quien hoy comparte su nido en apoyo amoroso, tanto como lo fue con su esposa Gladys, la eterna…, la cual siempre vivirá en su corazón y en su recuerdo porque el cáncer y las enfermedades no arrasan con el gran amor. Él, es un hombre de amores verdaderos y eternos, tanto con sus parejas, como con sus amores más hondos: Sus hijos, sus nietos, Venezuela toda. Ellos son su más excelso tesoro.

No quiero aburrir más a mi querido lector acerca de las grandes cualidades de mi hijo Osmán Mijares, pues, la vida es corta y no puede desperdiciarse en torpes fastidios y bostezos. Pero no me puedo despedir sin recordarles que la íntima herencia que le he dejado a mi hijo Osmán ha sido el aturquesado cromatismo de mi presencia en sus ojos que asemejanse a dos grandes océanos de turquesa líquida, donde se recibe desde la serenidad inconmensurable de la luz del atardecer, hasta la furia del mar de leva. En esos ojos de mi hijo Osmán patenté el misterio de la vida misma. Ojos taciturnos y alegres,  furia de aguamarina que calma y castiga a la vez, ojos brujos como los míos, que invitan al amor y al placer. Ojos de número siete. Ojos humildes y provocadores, ojos de turquesa y agua marina, ojos de cielo y mar…ojos de eternidad.

Así me despido, mis queridos lectores y si el hambre apremia busquen a Osmán, en la Camilo Torres donde yo también, de alguna manera los estaré esperando a través de la picara mirada de mi hijo,

Con gran afecto,

La Inmensa Mar


Choroni tierra de ensueño en el Estado Aragua Venezuela




La inmensa Mar

Sangre en el Ovalo de Turmero #Relato #CuentoCorto #Microrelato

Sangre en el Ovalo de Turmero

La historia que narraré a continuación es triste, tanto como un oscuro lamento, asemejase a un zumbido en el viento perdido, como la nada, como el desamor. Es triste y verdadera a la vez. Sucedió una mañana aragüeña, entrando las siete y media, cuando el alba ya vociferaba puñaladas calientes sobre las mejillas de los transeúntes, a la hora que la luz robusta me ciega la mirada con su espesura. Yo, como todos los días, a esa misma hora, ya había hecho mi recorrido madrugador y vigilante me mantuve apostada bajo el Samán florido, mi árbol preferido. Acostada allí, meditando sobre los posibles caminos a seguir, me distraigo un rato mientras avanza a rápidas pisotadas la hora de la carrera de hombres y mujeres gordas, flacas, largas y medianas que con su trotador recorrido rompen el sosegado ambiente matinal  en el Ovalo de Turmero.

De repente, la estridente música se desplaza saltarina entre la ventolera, saltos y chillidos con aroma a sudor anegan la pista, la entrada de las canchas y flota seductoramente hasta la cumbre del Picacho asoleado. Todo el Ovalo se llena de un escándalo esquizofrénico como si las piedras quisieran cantar, rebotar y roncar como los tempraneros deportistas.

Yo, con mi acostumbrado sosegamiento de siempre me aposte, cómodamente, y entrecerré los parpados como vigilando el terreno, mientras una parte de mí, insistía en dar la siesta matutina. A lo lejos, una mujer caminaba desganada, de mano de una niña morena que a rastras daba tumbos por todas partes, descolgada de las manos de esposas impuestas por la adulta. Era un forcejeo perenne lo que yo vi. Luego, cuando el calor arreció en su punto cumbre de la mañana las perdí de mi visión, como si una nube de fuego hubiese cocinado todo cuanto ser vivo estuvo de guardia en El Ovalo de Turmero. No imagino siquiera cuánto tiempo permanecí dormida en medio de un denso calor con olor a tierra seca en el El Ovalo, ni que cosas espantosas y escalofriantes sucedieron en esas pequeñas guaridas de piedras y monte; sólo sé que la muerte retomó su rumbo marcial hacia el cementerio llevándose a las almas nobles.


Sacudida por una pesadilla nebulosa me alcé, ya que en mi estupor del regreso soñé que la pequeña niña se derrumbaba desde el último piso del edificio en ruina y el susto que me provocó su alarido de partida me despertó. Luego, una gritería de cornetas, sirenas, pitos y una marejada tronadora de motores arrolló mi paz, cuando de sopetón me percaté que algo grande estaba pasando. Me asusté y como atleta me incorporé y me escondí tras una piedra gris que hace de corta caminos en la entrada. Súbitamente, un olor a sangre anegó mi olfato y todo el mundo se arremolinó cerca de la ruinosa construcción. Caminé sigilosamente deslizándome como seda entre los pies humanos y me topé con el terror y la sangre.

Fue  por mi inmensa curiosidad, más grande que mi cautela que ligeramente me dejé escurrir por entre la grama, los pequeños arbustos y las grandes piedras que como nubes limitan el terreno del Ovalo, hasta ubicarme en el centro de la contienda. Allí estaba ella, tendida de largo a largo en el suelo, rociada con sangre que esparcía por su boca, los ojos sin vista, sin más fuerzas para llorar, jugar o amar. Se enturbió mi mente y recordé la escena de la mujer y a la misma niña forcejando para llegar a ninguna parte. En medio de mi somnolencia de siempre, recordé el motor del carro y los lacitos de escarcha de la nena que se mantuvieron como centinelas jugando sobre la escalera. Fue desde allí que llegó su mala hora, la que acompaña a todo lo mortal, acelerada por la falta de cuidado y amor. En ese preciso instante que la madrastra se retiró del Ovalo a pagar...nunca nos importará que cosa, que deuda, que cuenta…; la  pequeña fue arrebatada del sosegado encanto de la mañana para dar al traste en los parques verdes y empinados del cielo. Me incline en medio de la mirada asustadiza de la concurrencia y me mantuve a una nariz de su respiración y aún estaba viva. Días después, mientras  me afilaba las uñas con una de las rocas calizas, una amiga de sardinas y de atunes quien siempre me lleva pepitas sueltas y me acaricia el lomo, le comentó a una gorda comelona del camino que la niña descansaba en paz en lo profundo del cementerio.

Aun no comprendo enteramente mi tristeza cuando mi
naturaleza cazadora no conoce de esos intensos sentimientos. Pero por esos días me desgané, perdí el apetito, tanto de pescado, como de salmón, no me explayé para mi acostumbrada asoleada y no quise investigar sobre la nueva madriguera de ratas albinas cerca de los edificios de los portugueses. No hubo baño, ni largas lamidas. Subí por el árbol de mamón de todos los días, brinque sobre mi tejado y me deje caer por las rejas de la fuente hasta el epicentro del jardín residencial.

Luego de estas extrañas sensibilidades gatunas hace días que no visito el Ovalo y no he tomado el sol mañanero. Juanita, mi dueña, dice que la niña está muerta y que muchos otros juguetones han visto sombras de una niña que llama desde lo alto del edificio en ruinas, cuando aparece al oeste del horizonte, cerca de las escaleras. El problema de mi Juanita es que no entiende mis maullidos pues desde hace tiempo ya, que esa niña, de grandes lacitos escarchados, rasca mi barriga en el patio de la casa, luego traspasa la reja, toma el camino por entre los helechos de la casa cercana, sube las escaleras de donde se desencajó y observa la tarde, tumbada desde lo más alto.


Algunas noches asciendo con cautela y me siento a su lado para hacerle compañía, pero cuando comienzan los escalofríos huyo despavoridamente del Ovalo de Turmero y me escondo en la cesta de mi ama, donde todos los gatos tenemos nuestro lugar especial. Pero cuando hay luna llena la niña llora porque se siente sola y yo me acurruco a su lado, le ronroneo y la acaricio con mi largo pelaje felino para que sus gritos no despierten a las estrellas del cielo.






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LiterArte: Sangre en El Ovalo de Turmero
Lahistoria que narra...
: Sangre en El Ovalo de Turmero La historia que narraré a continuación es triste, tanto como un oscuro lamento, asemejase a un zumbido en...

Desde la Cocina de mi Amigo Gatos: Mi locura Wiliam Fayad


Desde la Cocina de mi Amigo 
Gatos: Mi locura
Wiliam Fayad                                            


Dedicado al doctor Rafael wiliam Fayad
 y a todos sus comensales domingueros


Wiliam Fayad
En el Municipio Sucre, del Estado Aragua, específicamente por los lares de Cagua, pude comprobar que el aroma y el sabor de una cocina delatan el genio humano. Fue por ambas características que surgió mi entrañable amistad con William Fayad, hijo de un comerciante libanés, Estaban Fayad, quien contrajo nupcias con la Señorita Amelia Isaac, la cual perteneció, hasta el día de su boda, a la selecta organización de las hermanas de María, una asociación religiosa para jóvenes solteras de Valencia. Todas las féminas godas del centro del país cuidaban su prestigio anidadas en dicha cuna del decoro.

Los días que Fayad cocinaba todos los asistentes conocían su
puesto y las responsabilidades atribuidas en el laboratorio de fragancias, degustaciones y comestibles en la casa de Corinsa, apodada la Fayalera. A Carmen Morroe, la menor de todo el grupo, siempre le correspondió hacer el café de despedida, John Guillen se encargaba de freír y amasar; Mirna, la dulce maestra y amiga de la niñez de nuestro médico-cocinero,  prefirió las tortas, quesillos y demás postres. Yo, por si acaso, me mantengo al margen escuchando y olfateándolo todo. Y siempre, como de la nada, aparece la dupla de las Mas, oriunda del pueblo de Turmero. La encabeza Susana Herrera y a ella le corresponde informar sobre  noticias, redes sociales, además de exponer los últimos acontecimientos del momento en Venezuela. La otra Mas, menor en todo y hasta un poco tontica, le sigue el juego a la primera, repitiéndole el final de las palabras como un eco de montaña y riéndose a mandíbula batiente de todo cuanto dice la gente, sin mayor gracia que la de enseñar su amarillenta dentadura de dromedario. Por mi parte, algunas veces hago de Lazarillo del doctor José Román Aponte, quien coopera con la limpieza del jardín y acomoda los aperos de la mesa, pues verdaderamente a ninguno de los dos, ni a él, ni a mí, nos gusta hacer nada que tenga que ver con el complicado arte de la cocina. Fue en esas tertulias que conocí a la Cagua de principios de siglo XX.

Supe que era un pueblo caliente, con pequeñas callejuelas que terminaban en el cementerio de la calle Sucre, sin más distracciones que la misa de las 6 de la tarde para las mujeres y uno que otro relato sobre fantasmas y política para los hombres más fuertes, que descansaban a la vera de la pensión de Madame Isabel Aseff, en la calle Bolívar, frente a la plaza, quien por parentesco terminó siendo la abuela materna de nuestro médico-cocinero.



-Soy médico, partero y sexólogo-, le enfatizó William a Carmen, cuando la pelirroja insistía que las señoritas de antes no eran como las libertinas adolecentes del presente, ante lo cual, el hombre le retumbó diciendo: -no hay siglo, ni edad para la decencia y el decoro. Esos son mitos de viejos rancios, Carmucha-. Ellos dos, como de costumbre peleaban y finalmente, hacían las paces. Yo, por mi lado, siempre me sentí victima de una cierta envidia de parte de todos los convidados, pues Fayad, no dejaba de hacerme constantes alabanzas y carantoñas, me acariciaba la cabeza, me ofrecía canapés y siempre mantuvo un tono heroico para referirse a la historia de mi vida, exponer mi alto linaje, mostrar mi inteligencia creadora y el eficiente trabajo que ejecutaba en su casa. 




Fue así, entre olores, sabores criollos y árabes como me enteré que Esteban Fayad llegó a Cagua en el viejo tren del centro, el día de los Reyes Magos, del año 1.925 y contaba, para ese entonces, tan sólo con 16 años. Desde su llegada al Estado Aragua, este hombre recio de carácter y mirada de águila, no hizo más que ejercer una solemne paternidad con sus 10 hijos, ser un esposo leal con doña Amelia y trabajar como comerciante en su Ferretería, ubicada en un anexo de su propia casa. Su pueblo natal Bathroum, en el norte de Beirut, terminó como nebulosa en su recuerdo, cuando años más tarde el Líbano resultó sólo un espacio en el almanaque perdido de su mente. -Soy un Venezolano de Cagua-; decía, y por su trabajo constante, tanto los pobladores de Aragua, como de Venezuela, lo terminaron reconociendo y aceptando de esa manera: como un importante e ilustre miembro de la comunidad de Cagua.

Su apellido lo precedió y lo salvó. Aquel adolecente, sin entender una palabra en castellano, perdido entre los nubarrones del puerto de la Guaira, se encontró con un paisano  guaireño y éste al preguntarle su nombre al recién llegado, logró arrancarle únicamente su apellido: - Fayad-. Fue cuando el mestizo listo, de aquella pequeña aldea que era Caracas a principio de siglo, respondió: -Yo sé a quién buscas turquito, móntate en el carro y te llevo con tu gente-. Así, por suerte del destino, el joven Estaban fue trasladado a la casa de un familiar catedrático de la UCV, con su mismo nombre, quien posteriormente, lo empujó hacia el tren rumbo al Estado Aragua. Trajo consigo dos papeles, uno en cada bolsillo que decían: el primero, favor bajarlo en la estación de Cagua. El segundo, favor llevarlo a casa de la Madame Isabel Aseff, dueña de la pensión del centro. Fue allí donde conoció a la bella Amelia, el amor de su vida. En esta forma, el tamborileo del azar originó la zaga de los Fayad en el Municipio Sucre, del Estado Aragua.

Muchas historias anegaban las tardes domingueras en la Fayalera. Siempre me impresionó el alboroto y la camaradería familiar de los comensales, pues aunque entre ellos no existían lazos de sangre, había un vínculo singular que mostraba que sus diferencias no eran lo suficientemente grandes para no ser familia. Así se querían, como amigos y familia. A pesar de las contradicciones de Carmen Morroe, la tontera y habladera de las Mas de Turmero, la apatía de la maestra Mirna, la somnolencia de José Román, el estoicismo de John y mis perennes interrupciones, juntos éramos la típica familia de Cagua. Cada uno poseía su propio discurso, en mundos muy lejanos y de alguna manera, que aún no logro entender, unidos hacíamos un solo mundo.

Fue entonces que llegó una muchedumbre con la gente que
cobra los impuestos en nuestra acalorada Cagua. Nunca pierdo el sentido de un olor y cuando me percaté de su presencia se obnubiló mi entendimiento. Di un brinco espectacular, salte por encima de la mesa acabando con el almuerzo de todos y me dispuse a mantener a los cobradores alejados de la reja, hasta que comprendieran mi enfurecimiento, mostrando mis colmillos imperiales. Ladré hasta la locura. Bueno, luego, Fayad dio la orden y me encarcelaron en la cocina, acompañado de un gran plato de rica comida hecha de carne, papas y pasta, aderezada con salsa de tomate. ¿Aún me gustaría saber si los cobra impuestos no comprenden que en la casa de mi amigo William Fayad vive un perro muy bravo? Luego, Carmen entró a la cocina y me preguntó si me sentía bien, mientras se sacaba un cigarro del sostén y lo encendía con unos fósforos grasientos. Esa mujer siempre me encantó por sus confusos olores a perros y gatos.
 
Me rascó la cabeza con sus dos grandes manos que asemejaban dos totumas, me acarició el lomo hasta llegar al final de mi peluda cola, mientras yo daba giros en su derredor. Ladré como explicándole que, al fin y al cabo, es bueno que me conozcan, pues, yo soy el perro guardián de mi amigo William Fayad.











































































































































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LiterArte: Un antiguo tesoro o el secreto de la Plaza de Turm...: Un antiguo tesoro o el secreto de la Plaza de Turmero Recorro con nostalgia los largos pasillos de la vieja casona. El suelo adoquina...

Un antiguo tesoro o el secreto de la Plaza de Turmero. El inicio de los #GuasareHistory. Primer relato originario #Éxito

Un antiguo tesoro o el secreto de la Plaza de Turmero


La espectacular Lazara Guasare Herrera señora de Turmero
Recorro con nostalgia los largos pasillos de la vieja casona. El suelo adoquinado aún seduce mi paso lerdo que corta con desdén el sopor de la tarde, en la vieja casona del centro del pueblo de Turmero. Alzo la vista al cielo y centellas rojizas cierran mis ojos, tanto como las caricias de la abuela María Dolores Herrera, cuando en mi niñez limpiaba mi rostro del polvo del camino.

Al regreso, acompañada de la muchachada, una gran centellar de verde desplegaba sobre su regazo cuando yo derramaba en su nevado delantal mi más preciado botín: un rosario de grandes mamones verdes y dulzones que se ajustaban sobre su cuerpo en forma de totuma, tan grandes como los mangos de bocado que el señor Simón Quiñoles nos donaba cuando paseábamos el fin de Semana al cañaveral de Guayabita. Hacia el fondo del corredor, descolgado sobre el antiguo tinajero familiar, dispuesto hermosamente al lado del tiesto con el helecho de novio que en vida siempre cultivó desmonta, entre el sopor cálido vespertino, el retrato de mi tía abuela Lazara Guasare Aristigueta Herrera quien me recordó, con sus grandes ojos crepusculares, el misterio de la plaza de Turmero.

Cuentan que ella también se perdió, una tarde de noche buena y despuntó, pasada las nueve de la noche, en la esquina del Matadero, más allá del inmenso Samán. Fue un escándalo familiar. Algunos mal hablados comentaron que se había fugado con su único novio Ramón Vudú de los Ángeles, un Antillano de gran fortuna. Otros familiares se preparaban para pagar el secuestro. -Sólo me desorienté al pasar por la plaza. Compre las cinticas del canesú de Susana y unas medias de papá-, fue su única y última respuesta. Hasta hoy se mantiene el misterio de Doña Lazara Guasare al perderse en la plaza de Turmero. Luego, muchas otras leyendas de mis antepasados aragüeños e infinitos relatos de mortales mariñenses han dado cuenta de esta transmutación de la mente, de la ensoñación hipnótica que plaga el entendimiento de los mortales y termina en extraña desorientación, pérdida y extravío de los transeúntes de la plaza.

Y es que hasta mi primo Damian, hombre fuerte y actual inspector de policía de Turmero fue víctima del arcaico secreto del centro del pueblo, cuando hace sólo dos semanas, frente al bullicio cantador del juego de futbol que se muestra en la gran pantalla dispuesta en el centro de la plaza, no logró
encaminarse hasta la estación de policía, sino que su humanidad fue a dar al traste cerca del cementerio, al lado de una antigua y destruida mueblería. -Me desorienté, prima, me desorienté-, fueron sus únicas palabras. La gente pasa por la plaza y de pronto!, una mano alada le roba el entendimiento y quedan asustados, caminan a la deriva hacia el cementerio viejo cerca del matadero o hacia el nuevo, acurrucado en una orilla de la encrucijada. Es como si la muerte les anunciara su destino final, como si una amorfa fuerza les robara momentáneamente la intuición y el entendimiento. Dicen que es un frenesí desmemoriado y sin conciencia que los arrastra hacia los derroteros de ninguna parte.

Algunos turmereños viejos cuentan que es la Virgen de la Candelaria, triste por el crimen que Boves cometió en el centro de la plaza, al ahorcar a los curas de la iglesia, que hizo que la Virgen se asustara y a ciertas horas, ella vaga desconsolada buscando a la gente buena para contarle los crímenes cometidos y darles protección.

Reza la leyenda que el general Bolívar pasó de campaña hacia Guayabita y cuando el pueblo de Turmero se percató de su
tránsito, hizo una fiesta. Una gran fanfarria dio la bienvenida a los patriotas, con hojas de palma, dando el paso bajo la coz de las fuertes pisadas de los caballos, montados por centauros liberadores en campaña. El pueblo de Turmero en pleno saltó a la calle, vistiendo con mantos españoles los balconcitos y regados sobre las plantas. Los curas, alegres tocaron las campanas en señal de bienvenida a la gesta Libertadora. Dicen que hasta buñuelos azucarados de Lairen repartieron gratis por todo el pueblo. Tres días después de ese evento, al llegar las hordas de Boves a Turmero los curas cerraron la iglesia; éste, enfurecido por el desagravio, sabiendo la fanfarria que acreditó el paso de los patriotas y para aleccionar a la juerguista población, apresó a los curas y los ejecutó, ahorcándoles públicamente en los grandes y frondosos árboles de la plaza. Aun el terror del asesinato y la muerte de los hombres santos anegan las cuatro esquinas. Desde ese día, sólo una deriva honda, el desconcierto y una suerte de despiste recorre a Turmero.


Muchas personas más, grandes y chicos, oriundos y forasteros del pueblo de Turmero se han extraviado por estos caminos aragüeños, llenos de  perplejidad y turbación. Yo misma he sido víctima de tales extrañas alucinaciones y puedo dar fe de ello. Hoy, cuando el tiempo se arrimaba a las 9 y media de la mañana, trasegué por el centro de la plaza y seguí con esmero hacia la puerta de la farmacia. Como no encontré la medicina requerida empecé una nueva búsqueda. Súbitamente aceleré el
paso y me fue irreconocible el paisaje que lentamente se abría sobre mis pisadas. Me encontré entre medio de un conjunto de castillos medievales, con una torre y un inmenso reloj. Pero mi tía abuela, Lazara Guasare Herrera ya bien me había advertido de niña. -En Turmero hay un secreto, bien guardado en medio de la plaza, es un tesoro de morocotas y piedras preciosas que nuestros antepasados escondieron antes de la última rebelión. 

Cuando cruces esa plaza que no te falte la señal de la cruz y si por alguna suerte se turba tu entendimiento siéntate en el piso para que los espíritus sepan que estas viva y te devuelvan al pueblo-. Quizás sea por este tesoro familiar que todos los gobernantes escarban la plaza de Turmero? No lo sé! Sólo sé que me levante estupefacta del suelo donde súbitamente me tumbe, me sacudí el polvo del camino, muy lejos de la plaza, y corrí hasta la vieja casona donde vivo, en el centro del pueblo para relatarles a ustedes la verdad sobre este mito, tan arcaico y tan contemporáneo, del tesoro bien guardado y del añejo desconcierto en la plaza del pueblo de Turmero. Aún, la efigie del General Santiago Mariño parece que nos está mirando desde allí.