martes, 11 de abril de 2017

Frente al Topecos Grill: La historia de una cruel maestra de Cagua que fue descubierta en SanMateo de Aragua

Frente al Topecos Grill

Usted está encarando una historia verdadera…, tan horrible como el sufrimiento que producen las guerras y cargada de la veracidad de los proverbios de antaño. Fue una mañana tibia cuando la vi descender del destartalado autobús, proveniente del pueblo de Cagua y sentí una oscura perturbación por todo el cuerpo, como si todas las ratas hambrientas del mundo tomasen el poder de sopetón. La hediondez a cigarro rancio y el olor a muerto comenzaron su bamboleo por el aire mañanero. Incontrolablemente mi lomo se erizó y la delgaducha mujer, responsable de todo el despendolamiento madrugador, descendió trastabillando del autobús grisáceo, dando largas zancadas y arrastrando una picuda barriga de preñez ficticia.

Entonces, ella traspasó la media reja desordenada del colegio y caminó en marcha militar hasta la oficina de la Dirección. En instantes, supe que era una mala persona y que debía cuidarme…, que podría traerme problemas. Lo intuí por su olor de albañal y su perfume barato; pero no calculé bien el talante de su endemoniada maldad. Al pasar a mi lado  intentó patearme con sus chancletas de goma coloreadas. Yo me aparté presto y haciendo una pirueta felina salté a una rama del Samán del patio, refunfuñándole desde lo alto y enseñándole las garras con las que me sería fácil destrozarle la cara de perra vieja y frustrada… ¡He debido hacerlo en ese momento y sin más demora!.   

En minutos descendí por el terraplén de atrás persiguiéndola con sigilo cual espía ingles. Mi instinto me obligaba a custodiar todas las alimañas y bichos del colegio. La contrahecha viejona llegó al fondo y allá, detrás del rosal sangrante que decora el pasillo principal, se detuvo justo en la puerta del despacho de la maestra Dolores Escarrás, amiga indistinta de animales y niñitos, Directora del colegio desde hacía varios años atrás.

Y es que nuestra directora arribó por los derroteros de San Mateo recién graduada de normalista, siendo casi una niña y desde el primer día de su llegada como jefa de El Pasito Ricaute me adoptó, rescatándome de las fauces inclementes de gatos hambrientos, perros callejeros flacuchentos y sarnosos, tanto como de las llantas negligentes de borrachos y ladrones desertores. Desde ese día soy su mascota y más grande acompañante.

La maestra Escarrás tiene ritos, como yo. Todos los días ventila su oficina antes que el sol de Aragua paralice la vida de todo el mundo, con sus ardores de averno y mantiene la puerta de su despacho abierta. Es, como un sello personal, mostrar amabilidad, paciencia y buen trato con el prójimo... Sin duda que la directora de la escuela El Pasito Ricaute; acantonada en el meandro del camino que conduce al caserío de El Consejo, en el Estado Aragua logra conversar, mansamente, con todos los miembros de la escuela y realiza, a diario, largos recorridos por entre los recovecos del malogrado colegio supervisando, con su esplendida sonrisa de marfil, a todos los que laboran allí: maestras, aseadoras, obreros y representantes.

Así, ella va regalando besos, arrumacos y también algunos regaños a los niños y al resto de los colegas que hacemos vida en esta escuela. Finalmente, cuando Dolores termina su ronda inquisidora por todo el plantel, llega como trotando a un parque improvisado que mandó a construir en el solar trasero y allí, siempre degusta un cafecito aromático y comienza nuestro mejor momento: conversamos juntos, con palabras y maullidos.

El parquecito se abre paso en un amplio terreno verde que constituye nuestro lugar de esparcimiento, además de un centro de distracción escolar. Se nos muestra perpetuamente cercado por plantas frondosas y flores de dulces aromas, donde los pájaros anidan muy alto y chismean con las ardillas e iguanas trotadoras. Los perros controlan la tierra y por supuesto, merodeando desde los tejados y en las ramas medias de los árboles…, estamos nosotros… ¡los gatos!, líderes del territorio. Ya somos una manada importante…, de ello me he encargado yo, personalmente.

Hoy, sólo apaño a un rubio cachorro llamado Caramelo que es la delicia de todos; grandes y chicos… Soy solidario con su madre muerta, Chela, atropellada en medio de la carretera… ¡Una gran desgracia que aún no hemos superado con la perdida de Doña Chelita! ¡Pero en fin, así es la vida felina…, difícil!. Actualmente todos los demás gatos son poderosos adultos y marmotean a lo largo del colegio a la hora del calor…  Pero yo…,  yo soy el rey de la manada y no tengo descanso alguno. Ser el jefe es un gran compromiso. Quizás, por ello, sea la empatía con la Directora Escarrás.

Luego  supe que el filistrín de mujer recién llegado al colegio era la nueva maestra de preescolar…, una tal Midna Mogollón… ¡¿Pero qué nombre marcado por la ordinariez pueblerina? Pensé yo! Es como la equivocación originaria… También me enteré por los chismes de las cocineras que la conocen de atrás, del pueblo…. ¡Aquí no se salva nadie de las lenguazas…, pueblo pequeño… ya saben las candelas del averno! Que un amante tartamudo de su madre fue quien le endilgó el nombre en el registro, quedando amortajada en palabras  tan ridículas y mal pronunciadas como Midna.

Midga la deslenguada, Midna la mocha, Midna la lengua e trapo… cuanta burla soportó de chiquita en su colegio. Midna Mogollón se terminó llamando, sin más apellidos que el Mogollón que además, no  suena cristiano, como dice Sor Rosmira, sino más bien vibra a bojote, rollo, enredo, problema…, al gran caos. Así me enteré que la maestra de Cagua es una hija natural, abandonada por el padre y, seguramente ese hecho, la acomplejó para toda su vida. Por eso ella siempre camina en público como si se hubiese tragado un palo de escoba, con los hombros hacia atrás, sacando el pecho al frente,  la cabeza erguida…, como quien muestra con altanería un gran defecto. ¡Bueno! Así son los pueblos pobres…, nidos de traumas e inaceptaciones.

Ella, todas las mañanas desciende del autobús percudido, dando taconazos, calzando sus sandalias azules, por donde se asomaban feos juanetes, dedos flacos y mugrientos que  acompañaron unos talones callosos, terrosos y repugnantes.

La vieja se movía dando esquizofrénicos taconazos y desprendía un sudor rancio a perfume barato.  Desde el primer día de clase, Midna traspasó la puerta principal del colegio, con la vanidad propia que sufren los hijos feos y pobretones. Con el tiempo se acostumbró a lo mismo y llegaba frente mí, dando gritos y cacareando que yo…, yo, el gato negro, el maléfico, el endemoniado, era el culpable de todo lo malo que le ocurría en su salón. Que tumbaba libros, destruía cuadernos, robaba alimentos, defecaba por todos los rincones y orinaba los enceres de los alumnos. Decía que había que sacarme del colegio  y matarme, porque de lo contrario, nunca se desharían de mí,  ya que agredía a los niños del preescolar como una sucia alimaña.

Siempre intentó patearme la trompa sólo por el placer de  aniquilar la belleza ajena pues, no soportaba la monstruosidad de su ser…, la de su cuerpo y alma. Midna era más fea en sus interiordades que lo que dejaba ver su indumentaria de vieja, clase baja. Siempre con sus pantalones floreados de tela barata, sus blusitas de algodón ruñido y… por supuesto, su envidia perenne hacia mis garras nacaradas. Llegaba mostrando unas uñas postizas, pintoreteadas de rojo y escarcha, como cualquier mesonera de Bar escondido en botalones de la Encrucijada.

La maestra de preescolar era bruta, fea, desclasada, envidiosa y acomplejada. La hacía infeliz la preciosura ajena: de animales, humanos…; en todo y todos. Ya estaba loca por fea y mal querida. Nos contaron que nunca se le conoció novio fijo, amante o marido y que si alguien se acostó con su esperpéntica humanidad nunca más repitió la escena. ¡Cuánto desespero humano para copular con la Midna Mogollón! Ningún hombre en sus cabales se atrevía a mirarla…, así era de repugnante la pobre maestra nueva del preescolar de San Mateo.

El rito madrugador de la maestra Midna fue siempre repetitivo. A las siete y media de la mañana llegaba a la puerta del colegio. Entraba silente, evitando ser vista, camuflajeandose entre el bululú de la hora pico escolar. Luego y con puntualidad  se paraba en la puerta de la Dirección, abría la carpeta marrón, anotaba su hora de entrada y, de inmediato arrimaba sus grasientos huesos hasta la bodega del frente del colegio: Topecos Grill. Allí sacaba el primer cigarro con desespero y pagaba en lochitas, dos sorbos de un café, amargo y mestizo, para luego iniciar el éxtasis de fumar halando bocanadas profundas en largos cigarros mentolados.

Así, la mujer manoseaba cualquier minuto y excusa para abandonar los niños, dejar la clase y salir a partirse los pulmones con el humo negro en la bodega del frente. Midna era una viciosa empedernida del tabaco, con una pestilencia infernal en la boca que hacía que todos los niños arrugaran la cara cuando ella se les acercaba mucho. Olía mal…, una nociva combinación entre humo, mugre y pachuli barato ¡Asco me da recordarla!

Es una viciosa del tabaquismo−, replicaba la Directora.
−Es, más bien una enferma psíquica−, agregaba Sor Rosmira con su carita de yo no fui, embalsamada en su habito níveo.
− Es un peligro acechante−, presumía yo, pues todos sus ademanes eran destructivos y truculentos…, como si una rata enfermiza estuviese dentro de ella.

Con el tiempo se peleó con todas las maestras y poco a poco, le retiraron el habla alegando su condición de chismosa y doble faz. Hasta Sor Rosmira, mujer de hábitos, cruces y credos, tuvo que alejarse de la Midna pues un mediodía inventó que la monja había lanzado una gran cucaracha en su comida. Pero además de fumar en la puerta de la escuela, su mayor placer estaba en desprestigiar, día y noche a la Directora despedazándola de cualquier manera. Yo la escuchaba en el patio y en la cancha, en la cocina y en los salones…, por todos lados se refería a la Directora Dolores como:

−La Directora esa…, floja, engreída,  ¿quién se creerá qué es?; ¿muy bonita?, catira rancia, inteligentica, la geniesitio, la perfectísima jefa−; que tal cosa y lo otro. Sólo tuvo interés en criticarla y destruirla con su lengua de arsénico.

Pero era que la maestra Midna, tan pueblerina y chismosa estaba llena del ¿qué dirán? de los demás, sin haber tenido nunca novio, esposo o amante… ¡tan sola y desnuda en la vida! Desierta como una Ortiga ponzoñosa asomada en una reja vieja…, nadie quiso acercársele, ni hembra o varón. En los recreos se inventaba historias con unos novios, amantes y amigos ricos y poderosos…, pero la triste verdad de su vida, era que en lo profundo de sus palabras y para el mundo, lo que ella fuese o dejase de ser, la Midna  de Cagua, no le importaba a nadie. La maestra de San Mateo era mala, con un alma ponzoñosa porque disfrutaba y la excitaba el daño ajeno. ¿Quizás con ello paliaba el desamor, la fealdad de su vida y la soledad de su existir?....

No es cuento Señorita Dolores…, yo la he visto maltratar a los niños. Los pellizca con las afiladas uñas postizas de bruja malévola, les golpea las manitas con un regla, les grita y los termina ridiculizando ante resto de la clase, sólo por cometer una equivocación en la lectura o porque no la complacen con sus exigentes meriendas de frutas tropicales. Esa maestra es un nido de avispas, el diablo de Cagua venido por aquí, remató con parca preocupación Sor Rosmira ante la Directora.

Pero el día que la maestra de Preescolar conoció a Turbencio Corredor comenzó su verdadero destino. El joven y atlético Turbencio, era un camionero que arribaba todos los días, sin falta, a las siete en punto para despedir, en la puerta del colegio, a una niña aseada, perfumada y muy bien peinada, con canelita en la piel, idéntica a la de él. El hombre de atlético porte, alto como un chaguaramo de plaza, voz cálida y ojos tristes despedía dulcemente a la niña todos los días en el zaguán principal del colegio. Ella lo vio y enloqueció…, se enamoró ciegamente del camionero y en lo sucesivo, lo esperó en el portón principal de la escuela, cual gallo de pelea, sólo para intercambiar un corto e insípido; Buenos Días−; con el padre de la mulatita.

El minutero se deslizó como humo y la maestra de preescolar no pudo averiguar, prontamente, como hubiese querido, acerca del hombre que la cautivó aquella mañana. Ella buscó e interrogó lo que pudo sobre el representante pero nadie la ayudaba. Fue tal su insistencia y curiosidad sobre el origen de aquel señor que, prontamente, todo el personal terminó comentando el repentino interés de la maestra Midna por el apuesto zambo. Las especulaciones y los datos volaron tan alto que, repentinamente, Corredor y la maestra se encontraron tomando un café, apostados en el abastico del frente y varios obreros aseguran que, más de una vez y a la hora del recreo, la Midna se perdía en cortos paseos por el pueblo de San Mateo, montada en la gandola del buen Turbencio.

¡Y repentinamente la maestra cambió! Su atuendo y peinado eran otros. Se pintó de caoba las cuatro mechas de su melena grasienta, decidió emperifollarse con tacones altos, muchos collares y pulseras de nácar. Finalmente, se mandó a blanquear los dientes y los pelaba como un tiburón ante la presa cansada, hasta el día que alguien le contó que Turbencio corredor era el esposo de la Directora del colegio. Midna abrió los ojos desorbitados, se fue al baño de la cancha y maldijo, lloró y pateó hasta la hora de salida.

Se lo contaron una tarde de pasar notas. Lo hizo la maestra de cuarto grado, con la alevosía del que espera y disfruta le desgracia ajena. Midna, pálida y sudando frio, sin proferir palabra salió del colegio y por más de dos semanas no regresó al trabajo, alegando que una depresión muy grande la inmovilizaba. Los informes médicos llegaron con puntualidad, hasta la mañana que la vieron regresar y cruzar la verja del colegio. Yo avizoré su maldad a lo lejos. Tenía el rostro desencajado y la mirada perdida… Está más loca que nunca−; intuí sin ambages. Y así comenzó la mañana en la escuela.

Como todos los días, la maestra Midna llegó a la Dirección, firmó la planilla de la entrada, fue al baño y se cambio los zapatos de suela por unas cotizas rotas, se dirigió a la puerta principal, cruzó la calle y llegó al abasto del frente. Una vez allí, repitió su solicitud de siempre. Tomó café y fumó su primer cigarro en la mañana de San Mateo. Luego, salió campante y lista para empezar su jornada de clase y sadismo cuando, ¡súbitamente!, desde lo profundo de la calle un camión la embistió embalado y la dejó aplastada contra el asfalto cálido cual estampilla. El vehículo se perdió por entre las curvas del camino y la gente se arremolinó al cadáver como avispas curiosas. Nadie supo nada…, nadie vio. No se conoce el paradero del camión, ni el conductor.

−Parecía un fantasma−; alegaron desde el ruñido almacén. Todo el colegio se volcó a la calle para conocer de la tragedia, pero la Maestra Dolores impidió que los niñitos mirasen el cadáver. También, decretó tres días de duelo por la pérdida. Los forenses llegaron pasadas las seis de la tarde hora en que, finalmente salgo a la calle a dar una vuelta. El cadáver sin vida reposaba yerto y cubierto con un encerado azul con el que solían tapar en la bodega Topecos Grill el contrabando de cerveza. Me desplace silente por debajo del cobertor percibiendo que la hediondez característica de la maestra se iba perdiendo. Luego, sentí un raro trepidar y me puse alerta para enfrentar al enemigo. Me desplace tenso hasta que vi acurrucado en un costado, a un pequeño ratón cenizo que reposaba a su lado. Él, me miró con inocencia, con unos ojitos negros y brillantes como piedritas luminosas del río, como si su candidez le permitiera la magistral metamorfosis que lo salvara de mis fauces asesinas y rompiera la fuerza de la naturaleza salvaje. Se me quedó mirando paralizado, acurrucado al costado de la vieja tiesa, él se veía tan hermoso, pulcro y especial.

Contemplé el cadáver con la parsimonia del que tiene el poder… ¡espeluznante visión! Decidí superar mi propia naturaleza y perdonar a la belleza. No mataría al ratón bonito con cara de niño. Entonces, salí de allí y me fugué al parquecito de atrás, para disfrutar la tarde sosegada y la alegría de saber que la maestra Midga Mogollón se había ido para siempre. Pensé en el silencio de los gatos, en los secretos de los humanos y en que nunca jamás se sabría de dónde y porqué murió la maestra de Cagua... ¿o la maestra de San Mateo? Así, mis estimados lectores, termina esta historia donde los seres intrascendentes no dejan huella en esta vida.

FIN
Yo, el narrador que he tenido que soportar tanto y tanto de la vieja Midna