martes, 14 de junio de 2016

II La Caída


II La Caída

Desdémona en su nuevo plan

Los días transcurrían velozmente en la nueva vida de la elegantísima Desdémona, pues, a través de su plan perfecto logró catapultarse hasta la cima del poder del Buen Traje. Su belleza natural, su estampa de maniquí viviente y sus meneos sinuosos y constantes con los sexagenarios de la junta directiva, le permitieron hacerse con el poder total de la empresa… Fue así, hasta el día que Madame Gladys Estocolmo de Trandisi, una diseñadora internacional, con vasta trayectoria y fama mundial, amparada en la recomendación de familiares de ciertos accionistas descontentos, traspasó la puerta principal del negocio, oscureciendo con su gabardina atigrada y su sombrero de ala ancha, hecha de razo negro, toda la luz de la mañana que desmenuzaba la reja de la fábrica en movimiento.

Ésta, al ser llevada frente a Doña Desdémona, inclinó la cabeza para visualizar a su interlocutora, mirándola de pie a cabeza, sin sonrisas, ni carantoñas y justamente cuando la anfitriona iba a pronunciar la primera letra para hacer sentir su presencia, la refinada mujer, inquirió con cara de asco:

− ¿Mi oficina?... Hay mucho trabajo en esta pocilga campestre y ni se crean que viviré en el ombligo de este pueblo de campesinos perdidos. Quiero un chofer para mis traslados diarios a la ciudad… No se puede llegar a París con el humo de los campesinos pegándonos en las narices día y noche−; y salió como bala, expresamente a buscar a los dueños, para su inicio triunfal. Luego remató escéptica:

− Espéreme en mi oficina para dictarte tus deberes y la agenda de hoy y no me mire con esa cara de perra chiquita. Consígueme a la brevedad, agua fresca y mucha fruta que aún no he desayunado y no vine a este pueblucho a pasar hambre..., y rápido ¿he? Que no tengo tiempo que perder ante su facha cubierta de harapos artesanales que lleva endilgados como vestimenta jefatural…, estoy apurada−; remató sin mirar a Desdémona a los ojos y corrigiéndose el maquillaje mientras se miraba complacida en el espejo incrustado en una reluciente polvera de plata.

La platinada Desdémona sintió como hirvió su cabeza tal como olla de presión en plena ebullición y tuvo que contener sus puños para no estrangularla allí mismo o hacer alguna locura que delátese su capacidad de exterminar a sus enemigos. Sintió unas locas ganas de matarla y a partir de ese instante su mente nunca perdió de centro ejecutar el referido propósito. Fue así, como el chisme del desagravio contra la mandamás del Buen Traje, corrió como pólvora en ventolera a través del boca a boca que se abre en todas las máquinas de coser en el gran taller. Ninguna de las obreras y costureras…, todas menos Nurse, la hermana mayor de la Desdémona, consideraron ese día como el primero de una larga lista de ajusticiamientos merecidos y necesarios. 



La ex jefa, a lo largo del tiempo, había desarrollado una sutil tiranía con todas las empleadas que, para aquel entonces, había traspasado el umbral de la amenaza verbal y el despido, contemplando vejaciones, humillaciones y castigos físicos innecesarios para con unas humildes costureras pueblerinas de fábrica. El punto culminante estalló cuando su propia hermana fue azotada en presencia de las demás trabajadoras y sin claro motivo que justificase tal tropelía. Los días mostraron su lerda travesía de camión viejo…

Madame Gladys arrolló y desplazó, con su perfecta estampa de modelo y de mujer conocedora del mundo de la moda, sofisticada y refinada; el sitial que Desdémona consiguió en su carrera en el Buen Traje. La rubia terminó relegada a un
banquillo mullido en la puerta de la secretaria de la “Gran Modista” como finalmente la apodaron en la fábrica a Madame Estocolmo de Trandisi. Pero su lasitud y pasividad abrían el espacio para que Desdémona pudiera idear su asesinato perfecto.

Una tarde de tormenta, se corrió por entre los cafetines luminosos surgidos del ombligo del nuevo negocio de la moda y sus cómplices tarantines y comercios, la llegada de un tal Plinio Martelino y la memoria de los oriundos del pueblo
dio marcha atrás. La noticia se origina por la entrada de su carro último modelo y por la forma tan arrolladora como el joven y guapo mozo, seducía a todas las mujeres a lo largo de su mano. Sus ojos de fiera en caería, su perfil griego y la perfección de todo su cuerpo se acompañaban con un tono de voz cálido y aterciopelado que combinaba con sus perennes halagos hacia las féminas y su capacidad para complacer sexualmente a todas las mujeres.

Y mientras Desdémona ideaba planes infinitos para deshacerse de su rival en la fábrica, las noches se hacían cortas dentro del taller de costura de su casa, pues Desdémona ensayaba constantemente nuevos modelos que le permitieran sobresalir ante los accionistas, en el diseño y confección de piezas innovadoras…, necesitaba algo especial que pudiera sobresalir por encima de todo lo conocido. Por otra parte, ella retomó sus paseos con el ahora viudo y enamoradísimo Atilano, quien días después del entierro de su esposa, no había dejado de rogarle su regreso y solicitarle favores de amor a la platinada. Desdémona, despreciaba hasta el fondo del alma a este hombre infiel, pues lo consideraba un vejestorio inútil y anticuado con el que no permitía ser vista en público, ni por un instante; pero, sin él saberlo se convertiría, poco a poco, en el eslabón perfecto para el ejercicio de su regreso al poder dentro del Buen Traje.

Sin embargo, sus días de esplendor dentro de la fábrica se acurrucaba sólo en la memoria de Doña Desdémona pues, todas las costureras se encargaban, casi con precisión militar, de hacerle los días largos y desdichados, burlándose de ella
por doquier, ridiculizándola a cada paso y con el correr del reloj, desautorizándola y desobedeciéndola hasta en las más pequeñas tareas y órdenes; al tiempo que la admiración, el respeto y la total sumisión ante la recién llegada jefa Gladys mostraron su mejor sonrisa a la orden del día. 

En la tarde, casi a la hora de partida de las obreras, mientras Desdémona pasaba los minutos sentada haciendo que trabajaba y fraguando el rápido momento de deshacerse de su nueva jefa, Gladys espantó las sombras que rodeaban a la antigua patrona y sin más explicaciones les propinó un seco:

− Ya no te quiero más por las oficinas administrativas. A partir de ahora regresarás al taller−; dio media vuelta y desapareció entre los royos de telas estampados y las hojas de diseño de moda pegados de la pared. Las arcadas y el sabor a hiel regresaron a la boca de Desdémona, como el primer día que descubrió que había sido la burla de Taransi…!



Esta historia continuará….