jueves, 14 de agosto de 2014

Espada de sangre en Guardatinajas

Espada de sangre en Guardatinajas


Cuenta la leyenda que desde el perdido año de 1769 los indios Guaiquires fueron trasladados, con acuerdo del Gobernador, al sitio de la nueva Misión de Santa Bárbara de Guardatinajas, ubicada seis leguas distante y cerca del río Tiznados y desde ese fecha, no hubo tanto alboroto como la noche en que Doña Tula, una bruja mulata colombiana decretó: 
-Hoy mato a esa india del diablo-.

Ese fue el primer y gran relato de recepción en el polvoriento poblado que me recibió. Yo andaba de paso intentando acampar en Monteoscuro pues mis  alumnos de la Universidad me esperaban en Zaraza. El aire seco, con olor a monte y tierra
vieja me envolvía a cada paso del tiempo. Un sol ácido nos cubría cuando indagaba el origen de la extraña sequía del Batey. Era un sitio estratégico de cruce de caminos entre el oriente y los llanos de Venezuela.



Entre las narraciones me enteré que Artemisa Celina alias Doña Tula llegó a Guardatinajas en Corpus Cristi para quitarle un daño a Don José Cantarellas, conocido en el pueblo como Boves, por su fisonomía, origen español y lo sanguinario que resultaba con sus enemigos. Él era, además, un millonario y en prenda por los favores recibido de la bruja, él, la dejó viviendo en una de sus casas del centro del pueblo, apertrechada con una escuálida finca de donde se erigió como una buena comerciante de maíz, entre muchos otros oficios.

-El español es una santo-, decía bufando humo de tabaco que compartía con el blanco quien, semanalmente, le donaba tres
Iglesia de Guardatinajas, Guarico
cajas de habano, aguardiente, diez gallos y un saco de algún tubérculo de la cosecha del momento para mantenerlo espiritualmente limpio de todo maleficio. Tula, iba a misa pero el cura no quería darle la comunión por bruja y libertina hasta el día que ésta le relinchó con odio en plena misa; 
- Si insiste en la guerra contra mi persona, le digo a Benito que usted se acuesta con su esposa-

Ese día, en la iglesia, comenzó la tragedia y el cura permitió, a regañadientes, la comunión de la colombiana. Tula y la India Rosa eran vecinas, amigas, confidentes. Sin embargo, un buen día, fin de semana y como todos los sábados, Rosa se percató que Benito, el congito, como le decían a su marido, cruzó por detrás la verja desde el zaguán de la colombiana y desembocó en su casa. El hombre alegó que Tula le retiraba un daño y que
el trabajo duró toda la noche, historia que Rosa nunca creyó, pues sabía de las predilecciones sexuales de su vecina, de su voracidad por el dinero y de su condición ninfomaníaca.-Yo necesito sexo todos los días, esa es la fuente de mi hechicería-repetía la Tula, a los cuatro vientos, sin casto pudor. Rosa le declaró la guerra a Doña Tula desde ese día por traicionarla con su marido Benito.

Yo me sentía desfallecer no sólo por el sopor caliente del mediodía sino por la perorata parlanchina del bodeguero que además, hacía de médico, contador y jefe de la policía del pueblo, sin contar que entre otras actividades coordinaba la manga de coleo y las ferias que todos los cuatro de Diciembre se le celebraban a la Santa Bárbara patrona de Guardatinajas.


Santa Bárbara Bendita
Saque el pañuelo almidonado y me enjugue dejándole una película de sudor y tierra incrustada en los hilos. Parecía que todo el sol y el calor de la tierra se concentraban a la doce y media, en la plaza de Guardatinajas. Sólo el viento nos guiaba la ruta, brisa cocinada en Mastranto, bosta seca y casuchas descoloridas con techos de zinc y árboles frondosos nos servían de utilería del momento. Viré la cara a mi asistente replicándole:


-¿Y dicen que Venezuela llegó al siglo XXI?; No será por estos lares- inquirí. Él respondió: 
-Deme una cerveza y refrésquese usted también, mi doctor, mire que el camino es largo en el llano-


Yo, sin pensar mucho, recibí el frasco helado y dejé que el divino sabor de cebada me reconfortara hasta el alma.

Así estuvimos un buen rato en trio parlanchín, flanqueado por mi asistente y el bodegero intercambiando datos y conversando sobre los cuentos de los llanos. Pero cuando el alcohol hizo que la conversación entrara en confianza y el juego del compadrazgo se hiciere presente, el vendedor nos advirtió:
Cuídense de Tula y de sus fantasmas. Es una bruja mala. En Guardatinajas todos le tienen miedo y es protegida del catire Boves pues es su bruja personal. Muchos dicen que mata y seca a la gente-. En mi interior, entre el alcohol y el cansancio me alegraba la creatividad de los paisanos de la zona, de sus costumbres y de sus advertencias. 

-Por aquí mismito sale una de sus víctimas, la india Rosa. Dicen que la mató porque le rompió los helechos y le robó una morrocoya-. Allí, hizo una mueca socarrona y continuó: 

-Otros dicen que fue por cosas del corazón. Lo cierto es que deben tener cuidado por el centro durante el atardecer. Dicen
que deambula el ánima de la india tratando de encontrar a su marido: por cierto a él lo encontraron abombado hace un año en un zajón, explotado de tanto sol. Dicen que fue la borrachera- replicó pegando la carcajada.

Otros, mientan que fue el ánima de Rosa, mandada por Tula, para que aprendiera a comportarse bien. Cuídense y guarézcanse hasta mañana en la pensión de Fifina, está allá al fondo-; remató el paisano señalando una casita diagonal a la plaza. 

En este punto ya estábamos borrachos, caminamos hasta la referida posada de misia Fifina y allí dormí hasta que el calor se alejó con el sol. Me despertaron los largos ronquitos del asistente y el tumulto retumbe de las aspas del ventilador que seguía soplando aire hirviente. Salí de la casucha, me persigne frente a la iglesia, saque mi estampita de Santa Bárbara entregada por mi madre para que me cuidara y cuando me disponía a descansar en uno de los bancos destartalados de la plaza, una bocanada de humo negro me abordó por la espalda. Su voz cálida me sedujo de inmediato. Al regresar la vista, una mujer negra con cara de pantera me invitaba a su habitación. Sentí escalofríos, luego olor a jazmín e inmensas ganas de tener coito con ella. Se acercó, impúdicamente me toco, besó y cuando tomamos el rumbo hacia su rancho el estridente grito de un descomunal rayo me sacó de mi desacostumbrada obnubilación. La mujer entró en cólera cuando se sintió despreciada. Yo lo sentí en el alma y le pedí escusas.

En ese momento me maldijo con alaridos y me condenó a muerte según sus poderes, dio la vuelta y se perdió en el monte. Sentí que un centenar de espíritus negros recaían sobre mí. Saque la estampa de Santa Bárbara y la estreché a mi pecho pidiendo protección. De pronto, un enorme rayo golpeó sobre el tope de la cruz de la iglesia, bajo a través del terraplén en forma de bola de fuego y terminó en el suelo. Luego, corrió por
en medio de la plaza hasta tomar la calle donde me hallaba. Siguió rotando con millones de luces hasta llegar hasta mi lado.  Entró por mi brazo derecho, recorrió mi cuerpo y salió por el mismo sitio, tomo nuevamente la calle y se perdió en el camino. Yo no supe que paso, pero a partir de ese momento me sentí tranquilo y reconfortado, sin miedo, ni sensaciones diabólicas rondándome. Regrese a la pensión y dormí plácidamente hasta el alba.

Como a las siete de la mañana una escandalera me despertó. Salimos todos corriendo hacia la plaza. La gritería venia de la Iglesia. Todo el pueblo se acercó hasta el lugar. Cuando entramos a la modesta capilla el cura lloraba y encontramos que el busto de Santa Bárbara empuñaba su espada clavada en la garganta de Doña Tula. El comisario inició la investigación y el pueblo dijo que fue un castigo a la mujer por sus fechorías e
inmensa maldad. No sé cuál será la verdad de los acontecimientos, sólo sé que partimos prestos del pueblo rumbo al Batey y que algunas noches siento un viento podrido de pantera que me acecha por la espalda y parece azotarme desde Guardatinajas. Todos los cuatro de Diciembre comparezco ante Santa Bárbara, con sus rosas escarlatas color sangre en Guardatinajas y aún dicen que Doña Tula y sus ánimas asesinadas siguen asustando a los nuevos forasteros.