Espada de sangre en Guardatinajas
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-Hoy
mato a esa india del diablo-.
Ese
fue el primer y gran relato de recepción en el polvoriento poblado que me
recibió. Yo andaba de paso intentando acampar en Monteoscuro pues mis alumnos de la Universidad me esperaban en
Zaraza. El aire seco, con olor a monte y tierra
vieja me envolvía a cada paso
del tiempo. Un sol ácido nos cubría cuando indagaba el origen de la extraña
sequía del Batey. Era un sitio estratégico de cruce de caminos entre el oriente
y los llanos de Venezuela.
Entre
las narraciones me enteré que Artemisa Celina alias Doña Tula llegó a
Guardatinajas en Corpus Cristi para quitarle un daño a Don José Cantarellas,
conocido en el pueblo como Boves, por su fisonomía, origen español y lo
sanguinario que resultaba con sus enemigos. Él era, además, un millonario y en
prenda por los favores recibido de la bruja, él, la dejó viviendo en una de sus
casas del centro del pueblo, apertrechada con una escuálida finca de donde se
erigió como una buena comerciante de maíz, entre muchos otros oficios.
-El
español es una santo-, decía bufando humo de tabaco que compartía con el
blanco quien, semanalmente, le donaba tres
cajas de habano, aguardiente, diez
gallos y un saco de algún tubérculo de la cosecha del momento para mantenerlo
espiritualmente limpio de todo maleficio. Tula, iba a misa pero el cura no
quería darle la comunión por bruja y libertina hasta el día que ésta le
relinchó con odio en plena misa;
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Iglesia de Guardatinajas, Guarico |
-
Si insiste en la guerra contra mi persona, le digo a Benito que usted se
acuesta con su esposa-
Ese
día, en la iglesia, comenzó la tragedia y el cura permitió, a regañadientes, la
comunión de la colombiana. Tula y la India Rosa eran vecinas, amigas, confidentes.
Sin embargo, un buen día, fin de semana y como todos los sábados, Rosa se
percató que Benito, el congito, como le decían a su marido, cruzó por detrás la
verja desde el zaguán de la colombiana y desembocó en su casa. El hombre alegó
que Tula le retiraba un daño y que
el trabajo duró toda la noche, historia que
Rosa nunca creyó, pues sabía de las predilecciones sexuales de su vecina, de su
voracidad por el dinero y de su condición ninfomaníaca.-Yo necesito sexo todos los días, esa es la fuente de
mi hechicería-repetía la Tula, a los cuatro vientos, sin casto
pudor. Rosa le declaró la guerra a Doña Tula desde ese día por traicionarla con
su marido Benito.
Yo
me sentía desfallecer no sólo por el sopor caliente del mediodía sino por la
perorata parlanchina del bodeguero que además, hacía de médico, contador y jefe
de la policía del pueblo, sin contar que entre otras actividades coordinaba la
manga de coleo y las ferias que todos los cuatro de Diciembre se le celebraban
a la Santa Bárbara patrona de Guardatinajas.
Saque el pañuelo almidonado y me
enjugue dejándole una película de sudor y tierra incrustada en los hilos.
Parecía que todo el sol y el calor de la tierra se concentraban a la doce y
media, en la plaza de Guardatinajas. Sólo el viento nos guiaba la ruta, brisa
cocinada en Mastranto, bosta seca y casuchas descoloridas con techos de zinc y
árboles frondosos nos servían de utilería del momento. Viré la cara a mi
asistente replicándole:
-¿Y dicen que Venezuela llegó al siglo XXI?; No será
por estos lares- inquirí. Él respondió:
-Deme una cerveza y refrésquese usted también, mi doctor, mire que el
camino es largo en el llano-.
Yo, sin pensar mucho, recibí el frasco helado y dejé que el divino sabor de
cebada me reconfortara hasta el alma.
Así
estuvimos un buen rato en trio parlanchín, flanqueado por mi asistente y el
bodegero intercambiando datos y conversando sobre los cuentos de los llanos. Pero
cuando el alcohol hizo que la conversación entrara en confianza y el juego del
compadrazgo se hiciere presente, el vendedor nos advirtió:
- Cuídense de Tula y
de sus fantasmas. Es una bruja mala. En Guardatinajas todos le tienen miedo y
es protegida del catire Boves pues es su bruja personal. Muchos dicen que mata
y seca a la gente-. En mi interior, entre el alcohol y el cansancio me
alegraba la creatividad de los paisanos de la zona, de sus costumbres y de sus
advertencias.
-Por aquí mismito sale una de sus víctimas, la india
Rosa. Dicen que la mató porque le rompió los helechos y le robó una morrocoya-. Allí, hizo una mueca socarrona y continuó:
-Otros dicen que fue por cosas del corazón. Lo cierto
es que deben tener cuidado por el centro durante el atardecer. Dicen
que
deambula el ánima de la india tratando de encontrar a su marido: por cierto a
él lo encontraron abombado hace un año en un zajón, explotado de tanto sol.
Dicen que fue la borrachera- replicó
pegando la carcajada.
- Otros,
mientan que fue el ánima de Rosa, mandada por Tula, para que aprendiera a
comportarse bien. Cuídense y guarézcanse hasta mañana en la pensión de Fifina, está
allá al fondo-; remató el paisano señalando una casita diagonal a la
plaza.
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En
ese momento me maldijo con alaridos y me condenó a muerte según sus poderes,
dio la vuelta y se perdió en el monte. Sentí que un centenar de espíritus
negros recaían sobre mí. Saque la estampa de Santa Bárbara y la estreché a mi
pecho pidiendo protección. De pronto, un enorme rayo golpeó sobre el tope de la
cruz de la iglesia, bajo a través del terraplén en forma de bola de fuego y
terminó en el suelo. Luego, corrió por
en medio de la plaza hasta tomar la
calle donde me hallaba. Siguió rotando con millones de luces hasta llegar hasta
mi lado. Entró por mi brazo derecho, recorrió
mi cuerpo y salió por el mismo sitio, tomo nuevamente la calle y se perdió en
el camino. Yo no supe que paso, pero a partir de ese momento me sentí tranquilo
y reconfortado, sin miedo, ni sensaciones diabólicas rondándome. Regrese a la
pensión y dormí plácidamente hasta el alba.
Como
a las siete de la mañana una escandalera me despertó. Salimos todos
corriendo hacia la plaza. La gritería venia de la Iglesia. Todo el pueblo se
acercó hasta el lugar. Cuando entramos a la modesta capilla el cura lloraba y
encontramos que el busto de Santa Bárbara empuñaba su espada clavada en la
garganta de Doña Tula. El comisario inició la investigación y el pueblo dijo
que fue un castigo a la mujer por sus fechorías e
inmensa maldad. No sé cuál
será la verdad de los acontecimientos, sólo sé que partimos prestos del pueblo
rumbo al Batey y que algunas noches siento un viento podrido de pantera que me
acecha por la espalda y parece azotarme desde Guardatinajas. Todos los cuatro
de Diciembre comparezco ante Santa Bárbara, con sus rosas escarlatas color
sangre en Guardatinajas y aún dicen que Doña Tula y sus ánimas asesinadas
siguen asustando a los nuevos forasteros.