El
timbre de la vieja casona sonó y no dio tiempo de llegar hasta la puerta antes
que la nana Kimbisa abriese de sopetón. Sus ojos ardieron en candela y a pesar
que escuche un; -buenos días-;
seco y ahembrado, divisé como la nana bajó la cabeza hasta la altura de los
pies del recién llegado y luego elevó la mirada hasta el centro de la cabeza
como quien diagnostica el aura con un escáner divino. Sus ojos teñidos de
cataratas arroparon al visitante. El
recién llegado solicitó a la niña Beatriz Guasare, alias Frescolita y Kimbisa
abrió la puerta de par en par y con ademán de mano violento, invitó a
pasar al
hombre que hablaba como un radio prendido. Dijo que se llamaba Rafael Muñiz al
tiempo que se deshizo en elogios y carantoñas con la mulata que escéptica lo
miraba por encima de sus gruesos lentes.
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Portal de la Familia Guasare Herrera en Aragua |
Súbitamente,
ella movió el labio superior con una risita entre dientes y sentí el típico
desarticular de mi maquina cuando Nana Kimbisa se molestaba. Ella, era oriunda
de Chuao y escuchamos siempre que era descendiente de la Negra Matea, Nana del
Libertador Simón Bolívar. Su voz era una autoridad en la casa. Nadie
contravenía una orden o solicitud suya. Su historial suponía la crianza de dos
tátara abuelas maternas y fue
traída al caserón de Turmero desde niña a ayudar
en los oficios más rudos Hoy la Nana es un miembro de la familia y aunque
podría sentarse a ver pasar la vida a tiende la brega y controla todo en la
casa. No se conoce al detalle su edad. Nadie viajaba sin traerle un presente,
nunca fue excluida de ninguna conversación aunque ella jamás intento compartir
una comida familiar a pesar de las infinitas solicitudes. Su habitación era
bunker de recuerdos y altares visitado, únicamente, por la persona que ella
permitiera.
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La Poderosa Nana Kimbisa |
Doña
Josefina, la señora de la planchada, escolta de la Nana pegó el acostumbrado alarido
y en pocos minutos llegó al recibidor familiar la niña Beatriz. Siempre me ha
gustado ese espacio. Hay
una rocola negra herencia de Don José Cantarellas y un tocadiscos del abuelo Ramón Budú, con radio incorporado, ambos de principios del siglo XX, donde algunos domingos en la tarde la familia se acurruca para escuchar música y las noticias del momento.
una rocola negra herencia de Don José Cantarellas y un tocadiscos del abuelo Ramón Budú, con radio incorporado, ambos de principios del siglo XX, donde algunos domingos en la tarde la familia se acurruca para escuchar música y las noticias del momento.
Al
recibir la visita de un tal Rafael Muñiz, oriundo de Zuata, en el Estado Aragua,
mi madre, siempre escuchando detrás de la puerta, no le pareció conocido el
apellido y pensó que se trataba de gente sin linaje, sobre todo por su
sospechoso interés de explicar su origen después del saludo. Zuata, caliente y
risueña como quinceañera, la conformaban pueblitos bordados entre matorrales verdes,
acompañados de rancherías peligrosas que aún mantienen el primitivismo del
pasado aragüeño. El centro del pueblo, hilvanada con antiguas casas coloniales,
adornadas con tejitas desteñidas, se acomodan compartiendo espacios con filas de
rancherías que, vistas desde la avioneta familiar, asemejase a una estela de
plata marina.
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Recibidor de la Casona de los Guasare Herrera |
Beatriz
llegó al recinto corriendo y se plantó ante el regordete visitante. Él, intentó
darle un beso pero ella lo rechazó moviendo la cabeza en contrasentido. El hombre
era feo, con rostro de queso, cuerpo contrahecho, de hombros caídos y una risa
de ratón acompañada de una hipócrita mirada. Beatriz, que además de bella era
inteligente, se decepcionó al escuchar su perorata parlanchina de bienvenida.
Kimbisa que no le alcanzaba la vida para intrigas banales le advirtió a su
niña:
-Todo lo que dice es mentira. No es revolucionario, sólo se cubre con esa bandera para ganar contratos y hacerse rico rápidamente pues tiene complejo de pobretón. Niña, este hombre es casado con una culebra, tan hipócrita y enferma como él, tiene cinco hijos en varias mujeres. Se arrima a usted y a esta familia, únicamente, porque anhela hacerse del prestigio histórico del linaje familiar. En fin;- Dijo doña Kimbisa; -es un pendejo envidioso. Como se ve que no la conoce. Piensa que la puede manipular y destruirla con unos besitos y con cuatro lochas. No pierda el tiempo con él. No vale la pena mi niña-. La Nana Lo miró de arriba abajo y con ademán de mano lo invitó a salir de la casona.
-Todo lo que dice es mentira. No es revolucionario, sólo se cubre con esa bandera para ganar contratos y hacerse rico rápidamente pues tiene complejo de pobretón. Niña, este hombre es casado con una culebra, tan hipócrita y enferma como él, tiene cinco hijos en varias mujeres. Se arrima a usted y a esta familia, únicamente, porque anhela hacerse del prestigio histórico del linaje familiar. En fin;- Dijo doña Kimbisa; -es un pendejo envidioso. Como se ve que no la conoce. Piensa que la puede manipular y destruirla con unos besitos y con cuatro lochas. No pierda el tiempo con él. No vale la pena mi niña-. La Nana Lo miró de arriba abajo y con ademán de mano lo invitó a salir de la casona.
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Pero
Kimbisa era astuta y jugaba bien con los códigos de vida de toda la familia. Se
le acercó al rostro del hombre y soplándole una bocanada de su ocre aliento de
tabaco lo interpeló: - ¿Sabe usted quien es la
llora?, ¿Lo sabe? - De inmediato Muñiz resolló
diciendo que por supuesto que en Zuata se conocía a la Llorona y que en el
gallinero de una de sus múltiples haciendas salia para Corpus Cristi.
Kimbisa miró a Beatriz, dio la vuelta y sin más palabras arrastró sus alpargatas y su falda floreada hasta la cocina a terminar de freír los buñuelos de Lairen, los preferidos de la familia. Beatriz Guasare sabía que la Llora era un baile tradicional de Zuata y que
su nana siempre fue una invitada especial. Entonces,
abrió la puerta principal y empujó al hombre hasta el portal sin pronunciar
palabra. Luego, se asomó a mi vidrio inferior y oteo su maquillaje empañándome
con su soplido. Yo arranque la danza de mis once campanadas. A los cien años
aún sigo trabajando sin parar. Eso es lo duro de ser el cucú de la bruja
Kimbisa, oriunda de Chuao, donde las olas no lloran jamás por amores de
pacotilla y charlatanes de otoño.
Kimbisa miró a Beatriz, dio la vuelta y sin más palabras arrastró sus alpargatas y su falda floreada hasta la cocina a terminar de freír los buñuelos de Lairen, los preferidos de la familia. Beatriz Guasare sabía que la Llora era un baile tradicional de Zuata y que
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Los sabrosos buñuelos de Lairen de Mamá Kimbisa |