lunes, 8 de septiembre de 2014

El Cucú de la Nana Kimbisa Y el abyecto mesonero de Zuata #GuasareHistory

El Cucú de la Nana Kimbisa
Y el abyecto mesonero de Zuata

El timbre de la vieja casona sonó y no dio tiempo de llegar hasta la puerta antes que la nana Kimbisa abriese de sopetón. Sus ojos ardieron en candela y a pesar que escuche un; -buenos días-; seco y ahembrado, divisé como la nana bajó la cabeza hasta la altura de los pies del recién llegado y luego elevó la mirada hasta el centro de la cabeza como quien diagnostica el aura con un escáner divino. Sus ojos teñidos de cataratas arroparon al  visitante. El recién llegado solicitó a la niña Beatriz Guasare, alias Frescolita y Kimbisa abrió la puerta de par en par y con ademán de mano violento, invitó a
Portal de la Familia Guasare Herrera en Aragua
pasar al hombre que hablaba como un radio prendido. Dijo que se llamaba Rafael Muñiz al tiempo que se deshizo en elogios y carantoñas con la mulata que escéptica lo miraba por encima de sus gruesos lentes.

Súbitamente, ella movió el labio superior con una risita entre dientes y sentí el típico desarticular de mi maquina cuando Nana Kimbisa se molestaba. Ella, era oriunda de Chuao y escuchamos siempre que era descendiente de la Negra Matea, Nana del Libertador Simón Bolívar. Su voz era una autoridad en la casa. Nadie contravenía una orden o solicitud suya. Su historial suponía la crianza de dos tátara abuelas maternas y fue
La Poderosa Nana Kimbisa
traída al caserón de Turmero desde niña a ayudar en los oficios más rudos Hoy la Nana es un miembro de la familia y aunque podría sentarse a ver pasar la vida a tiende la brega y controla todo en la casa. No se conoce al detalle su edad. Nadie viajaba sin traerle un presente, nunca fue excluida de ninguna conversación aunque ella jamás intento compartir una comida familiar a pesar de las infinitas solicitudes. Su habitación era bunker de recuerdos y altares visitado, únicamente, por la persona que ella permitiera.

Doña Josefina, la señora de la planchada, escolta de la Nana pegó el acostumbrado alarido y en pocos minutos llegó al recibidor familiar la niña Beatriz. Siempre me ha gustado ese espacio. Hay
una rocola negra herencia de Don José Cantarellas y un tocadiscos del abuelo Ramón Budú, con radio incorporado, ambos de principios del siglo XX, donde algunos domingos en la tarde la familia se acurruca para escuchar música y las noticias del momento.

Al recibir la visita de un tal Rafael Muñiz, oriundo de Zuata, en el Estado Aragua, mi madre, siempre escuchando detrás de la puerta, no le pareció conocido el apellido y pensó que se trataba de gente sin linaje, sobre todo por su sospechoso interés de explicar su origen después del saludo. Zuata, caliente y risueña como quinceañera, la conformaban pueblitos bordados entre matorrales verdes,
Recibidor de la Casona de los
Guasare Herrera
acompañados de rancherías peligrosas que aún mantienen el primitivismo del pasado aragüeño. El centro del pueblo, hilvanada con antiguas casas coloniales, adornadas con tejitas desteñidas, se acomodan compartiendo espacios con filas de rancherías que, vistas desde la avioneta familiar, asemejase a una estela de plata marina.

Beatriz llegó al recinto corriendo y se plantó ante el regordete visitante. Él, intentó darle un beso pero ella lo rechazó moviendo la cabeza en contrasentido. El hombre era feo, con rostro de queso, cuerpo contrahecho, de hombros caídos y una risa de ratón acompañada de una hipócrita mirada. Beatriz, que además de bella era inteligente, se decepcionó al escuchar su perorata parlanchina de bienvenida. Kimbisa que no le alcanzaba la vida para intrigas banales le advirtió a su niña: 
-Todo lo que dice es mentira. No es revolucionario, sólo se cubre con esa bandera para ganar contratos y hacerse rico rápidamente pues tiene complejo de pobretón. Niña, este hombre es casado con una culebra, tan hipócrita y enferma como él, tiene cinco hijos en varias mujeres. Se arrima a usted y a esta familia, únicamente, porque anhela hacerse del prestigio histórico del linaje familiar. En fin;- Dijo doña Kimbisa; -es un pendejo envidioso. Como se ve que no la conoce. Piensa que la puede manipular y destruirla con unos besitos y con cuatro lochas. No pierda el tiempo con él. No vale la pena mi niña-La Nana Lo miró de arriba abajo y con ademán de mano lo invitó a salir de la casona.

Muñiz palideció y luego en un asalto ególatra gritó que él nunca mentía pues era un hermano en Cristo y los evangélicos sólo decían verdad. Luego, tomó la mano de Beatriz y le recalcó que no hiciera caso a sirvientas brujas. Yo sentí el vacío de un gran colapso en mis engranajes, pues no había fuerza más poderosa para arrebatarle la ira de la Nana Kimbisa que la acusaran de bruja. Ella regreso del pasillo por donde iba y retomando su posición inicial le repreguntó su lugar de nacimiento. Cara de luna callosa insistió que él era oriundo de Zuata y que pertenecía a una rancia familia aragüeña mientras a exprimía su garganta con una variopinta de apellidos desconocidos.


Pero Kimbisa era astuta y jugaba bien con los códigos de vida de toda la familia. Se le acercó al rostro del hombre y soplándole una bocanada de su ocre aliento de tabaco lo interpeló: - ¿Sabe usted quien es la llora?, ¿Lo sabe? - De inmediato Muñiz resolló diciendo que por supuesto que en Zuata se conocía a la Llorona y que en el gallinero de una de sus múltiples haciendas salia para Corpus Cristi. 

Kimbisa miró a Beatriz, dio la vuelta y sin más palabras arrastró sus alpargatas y su falda floreada hasta la cocina a terminar de freír los buñuelos de Lairen, los preferidos de la familia. Beatriz Guasare sabía que la Llora era un baile tradicional de Zuata y que
Los sabrosos buñuelos de Lairen de Mamá Kimbisa
su nana siempre fue una invitada especial. Entonces, abrió la puerta principal y empujó al hombre hasta el portal sin pronunciar palabra. Luego, se asomó a mi vidrio inferior y oteo su maquillaje empañándome con su soplido. Yo arranque la danza de mis once campanadas. A los cien años aún sigo trabajando sin parar. Eso es lo duro de ser el cucú de la bruja Kimbisa, oriunda de Chuao, donde las olas no lloran jamás por amores de pacotilla y charlatanes de otoño.