miércoles, 28 de julio de 2021

Sálveme doctora

 Sálveme doctora




Llego diligente y vastamente agobiado al consultorio de la doctora Rosembland por que el tapaboca me impide respirar con total libertad. ¡Tiempos de pandemia, son sinónimos del aire ahogado en la garganta!


─ ¡Calma Rufino Belmonte, calma hombre de Dios, que poco a poco se logra el triunfo! ─; me reitero mentalmente, con la mano puesta en el pecho y la mente compartida en mil funciones, acciones y emociones. Tin, Ton, Tin, Ton; suena el timbre del consultorio tal como en una Abadía inglesa. Aseméjanse a las campanas de la catedral de Caracas; me digo en las entrañas y logro sacarme un risita socarrona. “¡¿Cómo inventa la gente en sus negocios para llamar la atención y conseguir más dólares de los pacientes locos?! Mira que poner un timbre palaciego en un consultorio médico psiquiátrico. Una locura original, pienso.

Es cuando y en forma automática la puerta de vidrió se abre sola, como por arte de magia, y una inmensa planta de marca “Fortuna”, hoy de moda en todos los comercios y negocios chinos de Venezuela, me da la bienvenida. Me gusta la botánica…, es una afición que desde pequeñito he cultivado por herencia de Lolita…, mi madre…, que Dios la tenga en su santa gloria. La mata China, nombre vulgar de “La Fortuna”, se me mostró, eso sí, modesta y sin supercherías realengas. La desvalida planta no contaba con los artilugios mágicos en boga: Lacitos rojos, moneditas meciéndose por entre sus ramales y el retrato de Buda en comparsa para atraer la buena suerte, según las creencias populares. La mata China, ¡¿última novedad en botánica decorativa 2021 en un consultorio de una loquera?!; ¡Que sorpresa la mía! Luego, mi mente siempre acelerada analiza que sin trabajo no hay suerte. Y como de la nada un trémulo: 

─ pase por aquí profesor Rufino ─; corta la disciplina de mis disquisiciones sobre la suerte y la botánica.

─ Por favor tome asiento que la doctora pronto lo atenderá─; es el graznido de una mujer gorda y muy blanca, con rostro de cerdo chiquito que me asalta en la entrada. Paso sin premura y listo para salir del compromiso lo más pronto posible. Necesito el informe para completar los documentos que me sacaran del infierno venezolano. Italia es un lugar que he añorado por años y finalmente será mío. Ser profesor en Pollenzo es un sueño acariciado desde siempre en mi mente ya que….

La secretaria regresa presta con un: 
─ Por favor pasé el consultorio. La doctora lo está esperando─. Mientras me muevo hacia el salón oscuro, pienso en la necesidad de salir de ese trámite velozmente, deseando que la doctorcita no realice preguntas impertinentes, sobre mi mente, mis ansiedades, mis ansiolíticos y demás interrogatorios superfluos. Pero siento que un hormigueo toma mis piernas y sudan mis manos a cántaros a pesar del gélido bostezo que bufan los dos aires acondicionados de la oficina. La gorda secretaria, envuelta en un traje barato de poliéster y flores marrones me sigue, y me deja sentado en una tumbona larga de cuero negro. Allí, me imagino que soy un animal cuyo destino es el matadero. Desde lejos, un taconeo sale desde un ángulo del cuarto en penumbras e invade el lugar como humareda. Entonces se para frente a mí:

─ Soy la doctora Rosembland. Mucho gusto─; remata secamente y sin más adornos dulces y amables la recién llegada.

─ El gusto es mío─; respondo con voz serena e intento desperezar mi cuerpo para saludarla.

─ Por favor, no se levante. Permanezca recostado y dígame en qué puedo servirle─; apunta la doctorcita con su voz de corneta desafinada. Intuyo que esta doña tiene más de sesenta años y que alguna vez fue bonita. Lleva puesta una bata blanca que enfatiza su carácter de médico cirujano, lo que me parece bastante inusual e irrelevante para el caso que nos ocupa. Frente a mis ojos, en el ángulo derecho se refleja mi rostro sobre el vidrio que recubre su Título de Psiquiatra. Ver para creer, seguro es el lema de esta matasano de oficio. Sí, es Psiquiatra, lo que revela su condición de médico. Pues, bien, que comience la rueda, pienso con arcadas estomacales.

Inicio mi perorata y un bla, bla, bla; flota por el salón anegándolo todo a su paso lerdo. El olor de café pronto me relaja y me hace sentir en casa, mientras ella sentada en un sofá rojo, de orejas laterales, toma nota en un cuadernillo que sostiene dentro de una opulenta carpeta de cuero negro. Después de veinte minutos de mi explicación sobre la necesidad de contar con un informe psiquiátrico, la presentación sobre mi profesión y la forma en que había sido referido a su consultorio, repostó:

Psiquiatra: ─ Fue su esposa Brisa Otazzo la que organizó nuestro encuentro. Me dijo que el informe era crucial para usted y su desempeño laboral.

Yo: ─ Bueno sí. A pesar que ya estamos divorciados Brisa sigue ocupándose o más bien entrometiéndose en algunas asuntos míos. ¡Claro!, de los que le interesan a ella…; obviamente.

Psiquiatra: ─ ¿Tiene mala relación con su ex-esposa? ─; advierte la psiquiatra en tono especulativo.

Yo: ─ Bueno, no se podría decir que hay una mala relación entre ambos…, más bien diría inusual, para no alegar inexistente. Lo que sucede es que los pocos instantes en que coincidimos me logra poner muy nervioso con sus infinitos silencios. No obstante, si llegase a dirigirme la palabra, seguro estoy de sus juicios despectivos hacia mi persona. Siempre yo soy el delincuente.


Psiquiatra: ─ ¿Cómo cuáles son esos enjuiciamientos, por ejemplo?

Yo: ─ Bueno, asevera que soy infiel, desleal y traidor a pesar de reconocerme algunas virtudes. Dice que soy bonito y que bailo bien. También alaba mi angustiosa necesidad de releer “La balandra Isabel llegó esta tarde” cada mes y medio. Me dice que soy leal al arte y a los escritos de calidad venezolanos. Parece que éso le gusta de mí, lo demás no lo sé. No tengo idea.

Psiquiatra: ─ ¿Y a qué cree usted que se deban dichas calificaciones negativas?

Yo: ─ Todo ocurrió en la luna de miel. Yo le fui infiel con una mujer del conjunto donde estábamos pasándola. ¡Usted sabe doctora como son las mujeres entre el sol, el alcohol y la marea!. Lo cierto fue que al tercer día de haber llegado a la bahía, ella nos encontró en un baño de la piscina teniendo sexo, como a las seis de la mañana y ese día me juró que se vengaría. En verdad, me quiero ir de Venezuela porque de lo contrario yo creo que Brisa terminará acabando conmigo. Ella me mata…, me mata doctora… Sálveme por favor.

Psiquiatra: ─ Pero ¿qué pasó después que lo descubrió en su encuentro sexual y amatorio con su vecina en la playa?.

Yo: ─ Brisa subió al apartamento donde estábamos alojados y se puso a limpiarlo. Parece que hacer de sirvienta la relajaba y pensaba mejor. Yo llegué corriendo, tras ella, para darle explicaciones, pero me ignoró completamente…, lo cual, hace hasta el día de hoy. Si ella me ayudó con esta cita es sólo porque desea mi fracaso en el extranjero. Durante la luna de miel intenté excusarme, pero ella, con su rostro inexpugnable me advirtió que no le interesaban mis explicaciones y que tenía que estudiar. ¿Estudiar en una luna de miel? le pregunté y ella me respondió que había llevado sus libros, porque imaginaba que yo cometería alguna estupidez, tal como lo había hecho. Luego, dijo burlonamente que esperaba lo sucedido, pero que ella se había equivocado era en el tiempo de ocurrencia, pues, mis errores fueron más rápido de lo esperado. Andaba fúrica porque, según dijo, su madre se lo había advertido y hasta habían concertado una apuesta. La vieja le había ganado la partida. Ese día, terminó alegando que no la molestara con excusas de pacotilla. Me advirtió que ella sabía bien el tipo de hombre que era yo, y después de varias horas de súplica por mi parte, la mujer me lanzó un jarrón por la cabeza que si logra asestármelo me mata y me sentenció al hecho que ella se cobraría, con creces, todo el mal que yo le había hecho a mis otras esposas.

─ Que te quede claro Rufy…, soy el ángel exterminador…─; sentenció escéptica, aquella fatídica mañana asoleada cuando me encontró siéndole infiel con la vecina.

Psiquiatra: ─ Perdón… ¿y cuántas esposas ha tenido usted?

Yo: ─ Cinco, han sido cinco. Brisa fue la esposa número cinco.

La Psiquiatra en su interior se dijo: ─ Que masoquista la mujercita.

Psiquiatra: ─ ¿Y qué pasó después?; ¿Cuántos años compartieron juntos?, preguntándole entonces:

Yo: ─ Estuvimos casados por siete interminables años, tiempo en el que ella se dedicó a ignorarme sistemáticamente y a utilizarme como una suerte de mayordomo o ayudante administrativo. Yo le hacia la compra, iba al banco, le daba mantenimiento a su carro, pagaba las cuentas, ¡Claro con el dinero de ella!...; limpiaba los baños…, trabajos menores. Todo ocurría mientras ella estudiaba. Cuando la conocí ya ejercía como docente en varios sitios..., pues le encanta enseñar y compartir con sus alumnos. Dice que cada uno es un mundo y entonces aprende de cada mundo. Además, trabajaba como asesora…, incluso de personeros muy importantes en el cenáculo del gobierno. Por si fuese poco, los instantes libres que le sobraban los dedicaba a la escritura. Pasaba horas en su estudio escribiendo cuentos y relatos. Me gustaba escucharlos de sus propios labios. Su lectura tenía un sabor salado y picante que me apetecía. Inventaba mucho y contaba historias al aire. Lo hacía con tal naturalidad que a veces me parecía que no eran una fábula o una historia inventada, sino que eran salidos del mundo real.

Psiquiatra: ─ ¿Qué sentía por las actividades que desarrollaba su esposa?

Yo: ─ Celos. En principio sentí celos porque la alejaba de mí y con el tiempo comencé a sentir mucha envidia y rencor. De hecho, siento que la odio con todo mi corazón. Esta mujer se instaló en su biblioteca y se graduó de doctora con completa naturalidad, pero en el interludio escribió doce libros y no contento con ello, el propio presidente de la Academia de Letras se los publicitó en varias de sus alocuciones, lo cua,l la convirtió en un autor best seller de la nación. 

El éxito del primer libro la obsesionó y escribió muchos textos más. Así pasó de la narrativa al ensayo científico de sopetón. Nunca leí una letra para no darle importancia a su trabajo. No iba yo a ser el burrito de la famosilla…, que va.

Psiquiatra: ─ Rufino ¿qué siente hoy por su ex esposa?

Yo: ─ En verdad, doctora Rosembland, siento que la odio a toda hora, pero no puedo dejar de pensar en ella, pues en cualquier cosa que hago, ella está allí, criticándome, minimizándome, marginándome con su indiferencia. Me obsesiona pensar que no voy a verla más, ni comer lo único que ella sabe hacer bien: las tortillas de papa españolas con sobrasada; o no la escucharé tocar el piano, recitar los libros de administración o las poesías. La quiero matar por lo mucho ella me ignoró y me sigue ignorando hoy. Yo la grito, la insulto, la vejo y ella me ignora. Le confieso que una vez le fui a pegar… Mis divorcios anteriores fueron porque he golpeado a las mujeres. Pero el día que lo intenté con Brisa, ésta sacó un revólver de la nada y me lo clavó en la sien. Hasta ese día me dieron ganas de golpearla. Parecería que me estaba esperando en la acción.

Psiquiatra: ─ ¿Su padre golpeaba a su madre? ¿De pequeño estuvo usted sometido a maltratos o castigos severos en su núcleo familiar o en algún otro sitio?

Yo: ─ Nunca percibí malos tratos. En mi casa todo fue siempre paz y amor. El problema era Brisa, con su constante indiferencia, sus libros, matas, amigos y mascotas que me ignoró constantemente y eso me ofuscó. Yo me sentía como una piedra en el camino, le hablaba y siempre respondía un ¡UJU!, sin mirarme. Por favor doctora hágame un informe donde diga que no estoy loco para irme al exterior y salir de todos los malos recuerdos y del agobio en el que vivo hoy.

Psiquiatra: ─ Pero yo no puedo hacerle el informe. Yo creo que usted está muy loco…, pero loco de amor. ¿Vivir siete años con alguien que lo desprecia tanto? Es un tipo de locura ¿Por qué no mejor insiste y pide una reconciliación con su esposa?; regrese con ella.

Yo: ─ Doctora, esa mujer nunca me perdonará. Por ello tiemblo, duermo mal, me sudan las manos. ¿No podría usted recetarme un ansiolítico más fuerte para aplacar mis nervios?

Psiquiatra: ─ No puedo…, creo que aún no tiene un grado de ansiedad patológica severo y no sufre de ningún desequilibrio mental como para medicarlo. La angustia y obsesión por la conducta de su ex mujer se debe a su enamoramiento compulsivo. Presenta usted ciertos rasgos de narciso y Brisa le aplicó la medicina correcta: lo encadenó a la mayor indiferencia donde boxea con su ego. Así, lo confrontó consigo mismo, donde usted no es competente para vivir únicamente con su propio yo. El mayor dominio es del que infringe una venganza sistémica, calculada y sin sentimientos. Usted necesita público que lo admire y ella lo ignora, lo mete en una caja negra y lo tapa. Así, le ganó la pelea. Señor Rufino se le acabó su hora. Dejé su correo electrónico con mi secretaria. Pague la cuenta y en la tarde se le mandará su informe…

Yo: ─ Pero doctora ¿no me va a decir más nada? ; ¿Cómo me quito esta angustia?

Psiquiatra: ─ Buenas tardes y buena suerte.

Salgo del consultorio y aún late su voz en mis oídos. Sus palabras suenan a sentencia.

FIN