El
tazajeador de la Fragata XXI
La Playa de las
Lamentaciones en Puerto Cabello
Los alaridos comenzaban a
escucharse diariamente a las cuatro de la mañana, en el mismo momento que los
peñeros y las gondolitas de madera rústica de los pescadores de Puerto Cabello se
hacían a la mar para extraer la zafra escamosa del día. Yo la escucho y
recuerdo al flacucho “Perro de Pueblo” (así lo llamó siempre la tropa que lo
rodeó), jadeando y lleno de un polvo amarillento que le segaba la respiración.
Así le decían en la tropa al capitán de fragata
Erlikia Villa, alias el
tazajeador de la XXI. Ésta, fue su única oportunidad de ser ascendido. La XXI
era una fragata patrullera y se hacía a la mar con frecuencia. El único sueño
de Villa era recibir las lisonjas de la concurrencia el día que las caponas de
contralmirante se sumergieran sobre sus hombros caídos, pero ésto nunca
ocurrió.
Perro e pueblo |
Siempre tuvo problemas con su
persona. Era un dientón, con cara de camello y una pequeña joroba que perjudicó
su desgarbada estampa frente al alto mando de la Armada Nacional. Si no hubiese
sido por su habilidad para cantar en inglés, manejar las teclas de la
computadora y, fundamentalmente, adular a sus superiores, nunca hubiese
superado el primer año de cadete. Pero Villita, como lo apodaron sus amiguitos
de adulación, era un hombre empecinado en lograr las mieles del poder militar.
Su La mujer de Villa |
Con el tiempo sus encuentros
computacionales lo asignaron a la Unidad de Telemática de la Armada donde
cobijó su locura. Las redes, los bits y la presunta guerra marina con los
programas y sistemas eran su orgullo. En verdad allí no había ninguna
tecnología de guerra más que la que utilizaba una secretaria rasa en un
ministerio cualquiera. Hasta el día que un oficial, Mauricio
Torondoy, hijo de
italianos lo puso en su sitio y organizó la oficina. Torodoy era un verdadera
ingeniero, sabia de tecnología y emprendió un mejor control. Encontró que los
inventarios estaban fallos y que muchas de las máquinas que salían a reparación
no regresaban a la oficina. Torondoy levantó un pormenorizado informe y Erlikia
Villa fue confinado a Puerto Cabello, en el Estado Carabobo, sobre la fragata
XXI, de donde no bajaría nunca más.
La fragata XXI puso a prueba su cordura,
pues siendo un oficial sin más habilidad que teclear las computadoras para
juegos poco pudo aportan dentro de ella más que convertirse en el hazme reír de
toda
la tripulación. Se cristianizó como el astrólogo del barco y llegó a
intentar cobrar por sus servicios. Cuando el capitán lo reprendió ferozmente y
lo insultó en público, mandándolo dos semanas al calabozo, sus pensamientos se
trastocaron. Al salir del encierro se le vio taciturno y cortó la comunicación
con los demás miembros minimizándola a lo imprescindible. En la noche se
sentaba en la cubierta afilando unas barras de metal que pronto se convirtieron
en varios cuchillos. Durante semanas su conducta fue la misma en el silencio
del amolador.
El amanecer del 4 de Febrero los gritos
de altamar rodearon la costa cuando la alférez Dalia de Jesus fue hacer
limpieza en el camarote del Capitán. Éste fue hallado sobre el somiel de su
cama completamente descuartizado. Los pedazos estaban envueltos en
mecatillo. Se dio la alerta general y
Villa no se le encontraba por todo el barco. Comenzaron las pesquisas y fueron
hallados diez cadáveres más, completamente descuartizados guardados en latas,
tanques, y hasta hubo uno que fue encontrado en el carapacho de una
computadora. Ese día fue un desastre y las fuerzas especiales de la Armada
comparecieron.
Cuando el equipo táctico llegó a
cubierta se encontraron con una verdadera escena de guerra. Todos, a excepción
de Villita estaban muertos. El hombre apilaba los pedazos de carne sobre tablas
y los tazajeaba como bistec. Al intentar atraparlo, Villa lleno de sangre y
vuelto una bestia carnicera recibió un tiro en la frente que percutió por los
siete mares. La armada limpió los rastros del asesinato y tiempo
después la
fragata XXI volvió a la mar. Desde entonces, en las madrugadas, se escucha en
la costa gritos y lamentaciones.
También dicen que en la calle real de
Antimano, de donde era oriundo el capitán Villita, una fantasmagórica figura de
un marino enterrado bajo una red mojada aparece gritando y asustando a la gente
que visita la iglesia. Cuentan que la mujer de Villita se mudó con el oficial
Torondoy pues su marido la ofreció en prenda para que le dieran el ascenso y dicho
oficial aceptó gustoso. Ésta es la historia de los alaridos mañaneros que
rompen el silencio de la costa en la bahía
de Puerto Cabello. Aquí mismo, cerca
de la Playa de las Lamentaciones.El comando que extermino a Erlikia Villa, el asesino de la fragata XXI |