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Antes era Adeco, Ahora es huevo frito: Amarillo y blanco Finalmente al mejor postor del rojo gobierno |
La Rompehueso
era una experta en la materia burdelesca y todo en su vida lo consiguió por la
venta de favores sexuales. La maestra Diana, camuflada en el kindergarten y con
trabajitos de sirvienta vespertinos, juntó sus delirios de grandeza con Rafael Muñiz, el mesonero de Upata, quien quiso ser concejal, alcalde, gobernador y
empresario y nunca logró más votos que los que la Rompehueso amarraba con su
pellejo, entre sabanas grasientas de sus amantes vespertinos. Ella decía que lo
hacía por sus muchachos y no porque le gustaba y le entretenía.
La
vocación de Muñiz era taxista de día y para redondearse la mesada, se ayudaba
con las propinas y el enjuto sueldo que arañaba como mesonero en la cachapera
principal, justo en el ombligo de Cuidad Guayana. La india Rompehueso, para
sellar su abolengo de “señora seria y decente” se ocultó tras el paragua de la
religión convirtiéndose al protestantismo y vociferando “Gloria a Dios”, a
pulmón batiente, a toda hora. Hicieron un rancho de paja y barro, aquí mismito,
al lado del mío y vi como, anualmente, cuatro tripones feones y malcriados
derretían con sus chillidos el silencio calurosos de este monte.
Un
día, de tanto suplicar, rebuscar y arrodillarse ante el poder de turno logró
que le arrimasen un contrato en Guayana y el timón de la suerte, por primera
vez, le sonrió al laudatorio. De mesonero a contratista cambia la paga. Nunca
fue hombre que le importara cuanto o a quién debía adular, si los encargos eran
legales o ilegales, si había crimen o no en sus labores, si lo llamaban el
huevo frito o el venado de Upata. Su vista
fija sobre el botín lo valía y
soportaba todo. Se hizo un hombre rico y lo mostró sin decoro ante el pueblo, - para que me envidien y respeten -, decía borracho compartiendo con los demás mesoneros.
Así, la Rompehueso y los tripones abandonaron el rancho;
-Gracias a Dios-;
ya no tuve que soportar las malolientes brujerías de la india para retener al
marido hasta el atardecer. De día bruja y de noche
demencialmente gritaba ¡Gloria
a Dios!. Al hombre lo cambió el dinero, se sentía superior y se avergonzaba de
los primitivismos de la Rompehueso. Él, cumplía con la mesada y nada más. Ahora,
Rafael era un hombre nuevo. Compartía con gente fina, culta y de Caracas. Su
ignorante familia de color lo avergonzaba y partió a Cumaná en pos de un gran
contrato eléctrico.
Las
riveras de Mochima y las baratijas que salían de sus bolsillos lo acercaron a la
joven hija del jefe de policía, una tal Sandra de Jesús. Le dijo que era
soltero y le prometió matrimonio. Sus mentiras aumentaron con su posición. Ella aceptó abandonando a su novio de toda la vida,
un árabe panadero y mafioso, como muchos en Cumaná.
No
se conoce bien cuándo y cómo la Rompehueso se enteró de la nueva amante de su marido, pero un
día, quizás en un burdel de carretera, Muñiz ingirió una bebida, de muchas que
acostumbraba tomar en sus suntuosos bacanales. Lo encontraron por el camino
hacia Guayana, con los ojos saltados y
las tripas reventadas. Fue entonces cuando Sandra de Jesús regresó a su pasado y se casó con su antiguo novio, la Rompehueso se hizo de una fortuna por las pólizas
de seguros y se adueñó de la mitad de todas las empresas de Muñiz, el restó de la hucha fue
de sus hijos.
Cuentan en el pueblo que por las tardes, justo en la entrada de
Upata, un mesonero enjuto, se aparece a los viajeros invitándolos a
cortar el
camino, lleva una copa llena de dinero y las tripas le arrastran por el suelo;
sus gemidos y llanto asustan de tanto dolor. Dicen que la Rompehueso vendió lo
que pudo, se hizo rubia, dejó sus hijos y se da la gran vida en Panamá con un
joven amante, bello y con dientes de marfil.
Esta
leyenda es verdadera y le advierto: en el crepúsculo, por los
lados de Upata,
un ánima en pena lo quiere asustar y si desea continuar el rumbo sin problema,
lance unas monedas por la rivera del camino para que el alma codiciosa de
Rafael Muñiz pueda pagar su castigo en las podridas profundidades del infierno.