miércoles, 30 de julio de 2014

Expropiación del zaguán en Aragua: Por el pescado baila Alcántara

Crónicas de Aragua

Expropiación del zaguán en Aragua:
Por el pescado baila Alcántara
  
La expropiación es un proceso jurídico que otorga legalidad constitucional al Estado Venezolano para poder apropiarse, utilizar, usufructuar y demás poderes sobre bienes, servicios y patrimonio privado; ¡pero cuidado!, sólo razones de “utilidad pública” posibilitan que el Estado “compre” un bien más allá del visto bueno de los dueños constitucionales. Escribo este “compre”, entre comillas, pues en todo proceso de oferta y demanda hay tensiones y conflictos donde el más poderoso, generalmente el Estado, impone condiciones y elementos críticos en el despliegue de la negociación. 


La expropiación es un pleito duro, particularmente, cuando el dueño original no está dispuesto a vender espontáneamente y el Estado termina “obligando al dueño a entregarse a costa de algún dinero, poco o mucho”, sin más miramientos que las razones que esgrime una de las partes la cual, generalmente es el gobierno quien funge de representante indiscutible del Estado. 

La expropiación no es asunto de gobierno, sino de Estado, por ello su consecución había sido tan poco usada en Venezuela hasta hace algunos años.


Imagínense lo que significa para el obligado vendedor perder la historia propia, los recuerdos de infancia o del inicio del negocio; -Cuando mi tatarabuelo llegó a Venezuela y sembró la primera mata de azúcar en estas tierras-; o el muy cacareado; -desde los tiempos que aún no recuerdo mi familia ha vivido en este lugar-; sin duda la economía no tiene corazón, ni más mente que no esté asociada a la lógica de la productividad, pero la expropiación no sólo es económica, sino política. La ciencia económica no es buena para dar testimonio de la herencia propia. 

La expropiación, si se mira bien, puede convertirse en una mutilación familiar pues no hay dinero que reponga las emociones, la historia, los sentimientos, las vivencias…la vida misma de una familia, de un pueblo, una cultura, la sociedad en su conjunto.

Imagínense por un segundo el inmenso poder del Estado arrebatándote algo que es de tú peculio, esa pérdida deja huellas hondas, aunque sólo sea económica. Es una mutilación que no se cura por más dinero que se reciba. Me imagino a la Duquesa de Alba entregando enteramente la magnífica “Maja
Maja Desnuda y vestida de Goya
Desnuda” y vestida también del enamoradísimo Goya (Por cierto la historia cobija hondamente el romance entre la Duquesa de la pintura y el artista, je, je… son cosas del arte que nadie las debería saber). O vender la espada del Libertador para poder pagar la deuda externa nacional. ¡Impensable!, para algún venezolano patriota; ¿o no? 


Así, queda claro que hay bienes que no tienen precio por más dinero y riqueza que se transe, ya que lo meramente económico no da cuenta del valor subjetivo de un bien el cual se encripta en la esfera de las interioridades humanas, de lo onírico, diría yo; y hay materias que no pueden dejarse limitada a la acción de la oferta y la demanda del mercado. Hay cosas que no tienen precio y las transacciones de mercado son para la economía y no para la herencia familiar, el recuerdo del país o el testimonio de los territorios. Sin historia, ni cultura no hay desarrollo, esto ya es prueba científica en ciencia social.


Barrunto todo está perorata económica-leguleya para  decir que Alcántara me expropió el zaguán de la casa. Lo
s recibidores de Aragua son famosos por su belleza y utilidad. Los hay humildes y suntuarios, los hay como tú los quieras, con matas de Topocho y Mamón, con flores de lirios, rosas azules y orquídeas atigradas. Son lugares de ensueño, por más humildes que sean. Mi zaguán es sumiso, lo advierto de antemano. En estos lugares frontales a las casas se realizar las más diversas actividades: Se reúne la familia y comparte, tanto con amigos, como con vecinos. Hay comunicación constante. La gente se ventila, toman aire, ven la noche, estudian, chismean, lloran por el amor perdido, vigilan a los ladrones que estudian la casa para robarla en vacaciones, enamoran y se dan besos escondidos de despedida, en fin; son tantas las actividades del zaguán que no me alcanzaría la hoja de papel.


Pero Alcántara me ha hecho víctima de una mefistofélica expropiación. No soporta que nadie use las sillas de mimbre, verde perico con blanco, que mamá arrimó en el porche para ver la tarde en Santa Cruz de Aragua. Sus ojos arden en candela, se eriza como tigre y se lanza a morder, gritando  y rasguñando cuanta carne humana se le atraviese. Él, es el gobierno dictatorial. Se considera el único dueño, sin ningún otro argumento válido que el de sus propias ganas. El dueño y poderoso es enteramente él, sin más miramientos, ni negociaciones. Su maullido es la ley.


Pero mi madre me advirtió categórica: -Yo nací en Santa Cruz y nadie me quita mi casa.  O Alcántara o yo. Quiero de vuelta mi porche-; Nervios y palpitaciones por toda nuestra modesta
vivienda. Son dos poderes casi incompatibles coexistiendo juntos, pero yo lo resolví con el manejo de la economía. Me percaté que si se le paga vacuna de pescado fresco el gato se concentra en lamerse y la familia puede disfrutar nuevamente del zaguán de la casa. Sin duda, por el pescado baila Alcántara y muchos otros también. Digo yo, je, je,je. Que viva la economía de la paz y la buena convivencia.