Me baño, visto y emperifollo lo más
bonita que puedo. Finalmente mi encuentro amatorio está cerca y voy hacia mi destino sexual con Cesar, en el Parque Central…, he esperado toda la semana por
este regalo. Mi corazón late aceleradamente como locomotora vieja. ¿Qué
dulcitos sabrosos me llevará mi querido Romeo el día de hoy para nuestro lúdico
y mojado encuentro?.... Que espero que; ¡finalmente, por fin!, sea muy mojado.
¿Quizá? esta vez no me regala dulces,
como en el último encuentro. El día que nos citamos en el cafetín del centro me
dijo que yo estaba un poquito rellenita… ¡Claro, con la comedera de tanta arepa,
pan y carbohidratos en esta casa de gentuza clase media venidos a pobres, se me
deforman las caderas con la inmensa ingesta de arepas a toda hora. Pero lo triste y
lo cruel del clásico y repetitivo plato gastronómico, ¡porque las arepas son un
clásico alimenticio en Venezuela!, es que últimamente la confección responde a
unas harinas baratas, de esas diseñadas para los paladares menesterosos de los más pobres…, ¡los pobres no tienen tiempo de cataduras y exquisiteces gastronomicas!, Los pobres sólo reciben harinas hechas como
para porcinos de engorde. Con esta alimentación de arepas, mis curvilíneas
carnes de concurso se perderán entre la masa de una celulitis espesa y maloliente,
acompañadas de unos rollos de concurso para matadero de cerdos ¡Asco! Igual a
la super gorda de la Betina Cellavista que vive en la planta baja. Es tan gorda que hay
que abrir el portón completo para que ese adefesio celulitico pueda pasar. La
hambrienta mujer es un monstruo deforme, no está un segundo sin engullir como un animal algún mendrugo.
¡Pues yo, ya estoy a dieta…!; pienso adolorida
por permitir que una gorda fea, redonda y celulítica intente engullir mi
cuerpazo de concurso.
Me aplico el perfume…, por aquí y por
allá. Bien puestas las tanguitas verdes por si acaso el hombre hoy,
¡finalmente!, se decide a que consumemos nuestro amor carnal, sensual, sexual,
total. Ya van dos largos meses de encuentros adolescentes donde no pasamos de
la insulsa tomadita de mano, el besito lengüetero fugaz, casi robado en el
último encuentro, diría yo; y el débil cariñito
del seno derecho, donde Cesar enrojeció como cazuela vieja cuando retiró
la mano y yo para hacerme la seria, decente y mojigata le grite un «¿Y entonces? »; desaforado y estridente. Hoy le tocaría
hacerme un masajito a mi seno izquierdo…, y ya… ¡si, si, si, Dios te lo pido!.
Ya va siendo hora que Cesar se quite el suiche de niño chiquito y bien portado,
para que entráramos en materia sexual, como gente grande y adulta. Necesito
saber cómo funcionamos en el camastrón reproductivo e intenso. Quiero conocer
el macho que encierra dentro de él, sus olores, colores y tamaños…, quiero
conocer de frente el arma que tiene guardada para castigar mi humanidad. ¡Dios,
me éxito, me retuerzo, me emociono, sólo con el pensamiento!; de lo contrario
estoy perdiendo el tiempo y yo no tengo tiempo que perder, menos en materia de
amoríos y quereres.
Salgo del baño con la cabeza enredada
en una toalla vieja de rayas moradas y tonos mandarines, de tanto cloro barato
que usan en esta casa y ¡de pronto, ¡zúas!, como posesa por un espíritu
malo, irrumpe en mi modesta alcoba de
sirvienta La Susana, con sus ademanes fingidos de señorona de casa grande. Entonces,
utilizando un aire de mando me ordena que asista a la junta de condominio en representación
de la familia. Luego pienso: «Ni que ir a la Junta fuese un trabajo
de una sirvienta come arepas como yo», y se escapa mi respuesta rápida y contundente: «No, no, NOOOOOO. Ni lo sueñes Susana,
no tengo nada que hacer, ni que decir en reuniones de condominios de gente
pobre. ¿Por qué no va usted?; ¿No es usted la señora de la casa?; ¡la reina del
arroz con coco?». Y luego pienso: ¿Es arroz con coco u otra comida, con pollo, será? En
verdad ya no sé qué comidas son, como en esta casa solo hay arepas pobretonas,
sólo hay arepas con arepas… ¡Tú me dirás!
Súbitamente, Susana hace lo que mejor
sabe hacer. Me informa, me implora, casi se arrodilla y me suplica que asista a
semejante despropósito de reunión en representación de la familia, a ese
esperpéntico encuentro de propietarios e inquilinos, ¡URGENTE!. Que debo ir yo,
pues ella se lo prometió a la vieja presidenta, hacia minutos. Con ojos
suplicantes me rogó que no le fallara a la familia, que ella no estaba en
condiciones mentales, ni psicológicas de enfrentar una jauría de semejante
hienas condominieras, pero que yo… ¡Claro la más negrita!, era la candidata
perfecta para tomar las decisiones a que diera lugar el imprevisto encuentro,
pues, todos los vecinos me respetaban mucho desde el día que le arranque los
dientes al fulano del pen-hause por tocarme las nalgas en el ascensor. ¡Viejo
sádico, maldito!
Al escucharla, me comienza a subir la
rabia de arriba para abajo, por lo que considero un abuso contra mi vida
amorosa y sexual…, se me acaloran las sienes
y de pronto…, pin, pin, pin, suena el pitico de los mensajes en mi móvil
de pobretona que tengo metido en el tanga. No respiro, no hablo, no argumento nada,
manteniendo la toalla amarrada en la cintura, los senos saltándome sobre el
pecho y el pelo mojado, amarrado en el cuello, como soga de ahorcado. Saco el
bichito comunicacional y miró la pantallita a ver; ¿Qué hay? Yupiiiii ¡Es él!
Es Cesar, mi Cesar. Pero me está escribiendo que hoy no puede cumplir con
nuestra anhelada cita, porque según explica con palabras temblorosas que saltan
en su Wuasap, su hija menor se enfermó y la lleva al médico de emergencia. ¡Que
es cosa de vida o muerte!, pero que yo sigo estando en el pedestal de sus
amores!. Intuyo que el sexo viene pronto en lo que la mocosa recupere su salud
y retome su eterna pedidera de dinero… Todos los hijos de divorciados son
iguales, sobre todo cuando la madre los manipula para extorsionar al padre y
devorarle la conciencia por el abandono. Son los hijos de las garras de la
manipulación, por lado y lado. Finalmente, los hombres todopoderosos terminan
cancelando sus equivocaciones con dinero contante y sonante.
«Bueno un avance», pienso yo. «Al menos ya plantea el tema de la
cama y el placer». Deduzco que lo del sexo también estaba en su agenda personal de esta
tarde y que todo no sería caminar viendo turpiales, chupando azucarados frapes
y dándonos apretones de mano. Que hoy si nos alzaríamos a mayores…, pero el
destino me juega una mala pasada. Ni helado, ni paseo, ni orgasmo, ni nada…,
nada de nada. ¡Dios!... cuanto deseo reprimido hay en este cuerpo serrano.
La loca de mi jefa se despide de mis
aposentos y pega un alarido repreguntando por mi asistencia en la junta.
— Que sí, que si voy —; respondo en tono envalentonado y con retrechería
de vagina frustrada, vespertina.
— Que si voy, que si escucho y que si
le cuento a la vuelta de la reunión —; rematándole la perorata con un: — CONTENTA YA S E Ñ O R A —. Hoy no es el día de mi suerte, hoy
ni caramelos, ni sexo, ni mi querido Cesar rozándome el seno derecho. Me dan
ganas de romper a llorar o, más bien, de patear la vida. Se me cae la toalla y
mis senos brincan sudorosos como reclamándome que no hay novio, ni orgasmo…,
que no hay ni siquiera una mustia chupadita de mantecado…. ¡Lloro, lloro mucho,
con el rostro hundido entre mis manos! Me visto y me embalsamo en un ancho batolón
floreado, que sufre de un descosido en una manga, pero no importa… voy como
voy. Me amarro el cabello negro en una cola, asido al cogote y salgo con las
llaves en la mano, rumbo a la incertidumbre de un encuentro condominiero de
vejestorios sin oficio y sin sexo. Por el descenso interminable del ascensor
plateado reflexiono sobre mi desriz y en el encarecimiento de los tientes,
pinzas y dispositivos del peinado. ¡Cuánto trabajo para estirarme el greñero
chicharrón y ser mujer de pelo lacio, para ser querida por Cesar!. A nadie le
gusta tocar la cabeza de su amada y salir rasguñado con un cabello de alambre
de negrero.
Escucho voces estridentes,
alteraciones sonoras de bocas gritonas de varones y hembras, hay peleas y unas
palabrotas burdelescas de prostíbulos de Barlovento… tierra ardiente y del
tambor. Mi andadura desacelera hasta que llego al centro del contubernio
condominiero, justo en el rellano principal de la planta baja. Es cuando la
vieja cara de Baba, del 23, una tal SenPablos se encuentra en pleno acto
difamatorio contra la gente de nuestra casa. Alega que Rufina…, Rufinita, mi
niña Rufina, ésto y lo otro…, todo malo y que según ella verificó, la niña
vomita por los rellanos, acusando que la pobre muchachita es un ave solitaria y
sin control de ningún representante y que la pobrecita Rufi, en un acto de desesperación
y hambruna se llega hasta las jardineras y se dedica a comer tierra y hierba
seca. Ósea que la niña Rufina… ¡Mi niña Rufinita!, porque a ésa la cuido yo, es
mi trabajo; anda realenga y suelta por entre pasillos peligrosos y oscuros del
edificio, como una menesterosa lombriz de tierra. ¡Fin de mundo!. Y remata diciendo
que la esquizofrénica de la sirvienta… la cachifa de mierda, ósea yo, me dedico
al chisme y a “Sacarle cuadro” a todos los maridos buen mozos del conjunto
residencial. En resumen y según ella alega a todo el mundo, yo soy una vulgar putica de carretera.
Es, en ese instante que ardo como
budare, se me sale el Barlovento, el quilombo y el negrero. Pues, una cosa es
ser sirvienta y otra es ser puta. Y si yo lo fuese, está bien y a mucha honra,
con una profesión milenaria, pero no, no lo soy. Pero, entonces, debe ser que
soy una meretriz desquiciada que me gusta llevar el uniforme de sirvienta en la
mañana y la minifalda y la tanga puesta en la noche para ejercer la
prostitución frente al poste del edificio, en la acera del frente de este
conjunto residencial majunche y chanchullero. Esta estúpida vieja se pasó de
maraca. Fue así, como se me subió la rabia, se obnubiló mi pensamiento y se me retorcieron
los puños y caminé hasta la vieja falaz, sin mediar palabra y la puse en su
sitio. Todos los asistentes estupefactos presenciaron como agarré a la
propietaria engreída por los cuatro pelos teñidos que le quedan en la cabeza y
le estrellé la frente contra el mesón de madera, donde acontecía la plana mayor
de la Junta de Condominio.
— Toma, toma y toma. Vieja indecente,
envidiosa, bruja maldita, fea, asquerosa, chismosa, acomplejada, mierda…; bla,
bla, bla…
La sangre le lamió el rostro a la vieja infeliz y todos los
varones, allí presentes, se lanzaron sobre mí para arrancarme la presa de la
mano. Entre tanto, unos gritaban y otros aplaudían…, y fue así como con el paso
de los minutos, me percate que el sonido de las palmas iba creciendo.
Finalmente, un fuerte aplauso resonaba por toda la planta baja. Y mientras la
vieja fue arrastrada para su alcantarilla habitacional, una ola de murmullos,
reuniones rápidas y pequeñas, cuchicheos y comentarios lo anegó todo. Pero la
reunión término bien y en paz.
Llego al apartamento y Susana sale corriendo y preguntándome
un azorado: — ¿Qué pasó?
— Nada —; respondo yo.
Y luego remato con rostro de morisqueta: — Te presento a la nueva presidenta de
la Junta de Condominio de las Residencias “O Sole Mio” —.
Susana abre la boca y se lanza abatida sobre la una silla del comedor mientras
Rufina, golpea el plato de sopa como
baterista moderna, inundando toda la sala con un apetitoso aroma de auyama
recién cortada. Cesar en silencio y el teléfono muerto como el chisme de la
loca SenPablos que ha quedado sepultada en el libro de novedades del portero.
Reflexiono que en la política un poco de sangre nunca está de más.
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FIN