domingo, 10 de mayo de 2020

Secuestro en Aragua, la Abuela y el General S...... Autora: María Mas (*)

Secuestro en Aragua,
la Abuela y el General S. Chourio 
Autora: María Mas (*)          

Mi tío paterno, Moisés Almudena Ríos, nativo del Castaño, Estado Aragua, a duras penas tocó el portalón de la Casona y cuando la puerta se abrió, el pobre se desvaneció sobre los fuertes brazos de mamá Kimbisa, diciéndole que sus fiebres eran por la peste de la Chikungunya. Hubo alerta general pues la abuela, Catalina Libertad Herrera Herrera, escuchó al hombre y de inmediato armó una campaña para salvarle la vida, al hombro de su lugarteniente la Nana Kimbisa, nuestra niñera por cien años, quien tomó su inmenso tabaco y salió al monte a buscar hierbas para la pócima curativa.

 Debe ser una maldición−; pensé yo y me dispuse a salir de compras, como corresponde, cuando la abuela y Kimbisa comienzan sus exóticas curaciones. De pronto, suena el teléfono. Atendí y una voz opaca y entrecortada, del otro lado, pidió 150 millones de dólares por el rescate de mi sobrina Frescolita. Fue cuando supimos que la niña estaba secuestrada. Dijeron que llamarían luego para lo del intercambio y que no dieran parte a ninguna policía porque la matarían. Creo que no saben que Damián, el jefe de policía del pueblo vive en esta casa. Estallé en llanto, grité todo el brollo a los cuatros vientos y la casa se volvió un torbellino en instantes. Mi madre cayó desmayada, Juanita, la sirvienta lloraba abrazada de José Tomás, el chofer. Llamaron a mi tío el juez, Jaime Gregorio Mas, para que intercediera ante los plagiarios. De pronto, desde el fondo del oscuro corredor, emergió la abuela, ataviada con una boina negra y vestida de militar, con un uniforme antiguo de la segunda guerra mundial. Llevaba dos cintas de balas en baldomera y las escopetas al hombro, mientras descolgaba algunas pistolas viejas del abuelo del cinto de su pantalón de camuflaje. 
Allí empezó a vociferar que buscarán el General Suárez Chourio, que esa era un militar de verdad, revolucionario, que le encontraría a su niña, sin payasadas, ni pantomimas de policías pueblerinos subdesarrollados. También mandó a que le entregaran los dólares en efectivo pues, ella, conjuntamente con el general, harían la entrega a los secuestradores. Al instante, todos nos miramos y no sabíamos si reír o llorar. La abuela entró en cólera sacó una pistola vieja y se la puso al hijo en la sien. 


−Jaime Mas no tengo tiempo, dame los dólares que quiero a mi niña en la casa− dijo desesperada. Mi tío, Jaime era un hombre serio, ponderado, el único que creo cuerdo de la casa se lo explico todo, lentamente, a la abuela. 

Ella lo miró fijamente y le preguntó:− ¿Tú me estás diciendo que nosotros somos pobres?− El tío tragó grueso y replicó: −Sí madre, no hay más bienes de fortuna que esta vieja casona, todo lo demás se han ido en revoluciones y enfermedades. No queda nada. Nuestros familiares han regalado la herencia para la revolución cuando el común de los actuales revolucionarios han hecho todo lo contrario, han formado parte de ella para enriquecerse y dejar de ser unos pobretones descastados−, fueron sus palabras de funeral. 


En ese punto la vieja se dejó caer sobre el viejo banco del patio y se quitó la boina alegando su desgracia de saber semejante verdad. Después, levantó el rostro, secó sus lágrimas e insistió: −llámame al general. Necesito que me ayude; él es un hombre de combate como yo−. Y mientras todos trataban de convencer a la abuela en que lo sensato era llamar a la policía sonó el timbre de la casona. Fue cuando Kimbisa abrió la puerta para que el inmenso hombre cubriera todo con su sombra. 


Nunca supe, cómo supo él, pero lo cierto es que la imponente figura del General Jesús S. Chourio invadió, de norte a sur, la sala de casa. Al verlo, la abuela dio un salto y seenroscó en su cintura como una culebra de jardín. Intercambiaron y hablaron. Todos los teléfonos de la casa sonaban a la vez. La noticia salió entwitterr, radio, en el tabloide de la tarde y la gente sólo hablaba del secuestro. Sin embargo, Kimbisa, dándole un agua de papelón al general que, sin duda, armó una red cívico-militar para el rescate, advirtió que Frescolita no estaba secuestrada pues sus ánimas se lo habían dicho. Si yo no hubiese recibido la llamada me lo hubiese creído pues los muertos de la Nana jamás se equivocaban en sus alegatos. 


Las agujas del reloj movieron sus segundos de plata y la tensión aumentó en el caserón. El general abrazado de la abuela trataba de tranquilizarla y todos reprimían el vapor de una gran angustia. Luego, se oyó una algarabía y un tintineo de campanas con voces y gritos. −Llegó Frescolita− se escuchó a lo lejos. Final feliz, la niña en casa. No hubo secuestro sino que la colaparar comprar los útiles escolares de sus ahijados era interminable, pues son muchos y en un solo día no alcanza una sola chequera para llenar un bulto de libros hoy.