domingo, 20 de julio de 2014

Un antiguo tesoro o el secreto de la Plaza de Turmero. El inicio de los #GuasareHistory. Primer relato originario #Éxito

Un antiguo tesoro o el secreto de la Plaza de Turmero


La espectacular Lazara Guasare Herrera señora de Turmero
Recorro con nostalgia los largos pasillos de la vieja casona. El suelo adoquinado aún seduce mi paso lerdo que corta con desdén el sopor de la tarde, en la vieja casona del centro del pueblo de Turmero. Alzo la vista al cielo y centellas rojizas cierran mis ojos, tanto como las caricias de la abuela María Dolores Herrera, cuando en mi niñez limpiaba mi rostro del polvo del camino.

Al regreso, acompañada de la muchachada, una gran centellar de verde desplegaba sobre su regazo cuando yo derramaba en su nevado delantal mi más preciado botín: un rosario de grandes mamones verdes y dulzones que se ajustaban sobre su cuerpo en forma de totuma, tan grandes como los mangos de bocado que el señor Simón Quiñoles nos donaba cuando paseábamos el fin de Semana al cañaveral de Guayabita. Hacia el fondo del corredor, descolgado sobre el antiguo tinajero familiar, dispuesto hermosamente al lado del tiesto con el helecho de novio que en vida siempre cultivó desmonta, entre el sopor cálido vespertino, el retrato de mi tía abuela Lazara Guasare Aristigueta Herrera quien me recordó, con sus grandes ojos crepusculares, el misterio de la plaza de Turmero.

Cuentan que ella también se perdió, una tarde de noche buena y despuntó, pasada las nueve de la noche, en la esquina del Matadero, más allá del inmenso Samán. Fue un escándalo familiar. Algunos mal hablados comentaron que se había fugado con su único novio Ramón Vudú de los Ángeles, un Antillano de gran fortuna. Otros familiares se preparaban para pagar el secuestro. -Sólo me desorienté al pasar por la plaza. Compre las cinticas del canesú de Susana y unas medias de papá-, fue su única y última respuesta. Hasta hoy se mantiene el misterio de Doña Lazara Guasare al perderse en la plaza de Turmero. Luego, muchas otras leyendas de mis antepasados aragüeños e infinitos relatos de mortales mariñenses han dado cuenta de esta transmutación de la mente, de la ensoñación hipnótica que plaga el entendimiento de los mortales y termina en extraña desorientación, pérdida y extravío de los transeúntes de la plaza.

Y es que hasta mi primo Damian, hombre fuerte y actual inspector de policía de Turmero fue víctima del arcaico secreto del centro del pueblo, cuando hace sólo dos semanas, frente al bullicio cantador del juego de futbol que se muestra en la gran pantalla dispuesta en el centro de la plaza, no logró
encaminarse hasta la estación de policía, sino que su humanidad fue a dar al traste cerca del cementerio, al lado de una antigua y destruida mueblería. -Me desorienté, prima, me desorienté-, fueron sus únicas palabras. La gente pasa por la plaza y de pronto!, una mano alada le roba el entendimiento y quedan asustados, caminan a la deriva hacia el cementerio viejo cerca del matadero o hacia el nuevo, acurrucado en una orilla de la encrucijada. Es como si la muerte les anunciara su destino final, como si una amorfa fuerza les robara momentáneamente la intuición y el entendimiento. Dicen que es un frenesí desmemoriado y sin conciencia que los arrastra hacia los derroteros de ninguna parte.

Algunos turmereños viejos cuentan que es la Virgen de la Candelaria, triste por el crimen que Boves cometió en el centro de la plaza, al ahorcar a los curas de la iglesia, que hizo que la Virgen se asustara y a ciertas horas, ella vaga desconsolada buscando a la gente buena para contarle los crímenes cometidos y darles protección.

Reza la leyenda que el general Bolívar pasó de campaña hacia Guayabita y cuando el pueblo de Turmero se percató de su
tránsito, hizo una fiesta. Una gran fanfarria dio la bienvenida a los patriotas, con hojas de palma, dando el paso bajo la coz de las fuertes pisadas de los caballos, montados por centauros liberadores en campaña. El pueblo de Turmero en pleno saltó a la calle, vistiendo con mantos españoles los balconcitos y regados sobre las plantas. Los curas, alegres tocaron las campanas en señal de bienvenida a la gesta Libertadora. Dicen que hasta buñuelos azucarados de Lairen repartieron gratis por todo el pueblo. Tres días después de ese evento, al llegar las hordas de Boves a Turmero los curas cerraron la iglesia; éste, enfurecido por el desagravio, sabiendo la fanfarria que acreditó el paso de los patriotas y para aleccionar a la juerguista población, apresó a los curas y los ejecutó, ahorcándoles públicamente en los grandes y frondosos árboles de la plaza. Aun el terror del asesinato y la muerte de los hombres santos anegan las cuatro esquinas. Desde ese día, sólo una deriva honda, el desconcierto y una suerte de despiste recorre a Turmero.


Muchas personas más, grandes y chicos, oriundos y forasteros del pueblo de Turmero se han extraviado por estos caminos aragüeños, llenos de  perplejidad y turbación. Yo misma he sido víctima de tales extrañas alucinaciones y puedo dar fe de ello. Hoy, cuando el tiempo se arrimaba a las 9 y media de la mañana, trasegué por el centro de la plaza y seguí con esmero hacia la puerta de la farmacia. Como no encontré la medicina requerida empecé una nueva búsqueda. Súbitamente aceleré el
paso y me fue irreconocible el paisaje que lentamente se abría sobre mis pisadas. Me encontré entre medio de un conjunto de castillos medievales, con una torre y un inmenso reloj. Pero mi tía abuela, Lazara Guasare Herrera ya bien me había advertido de niña. -En Turmero hay un secreto, bien guardado en medio de la plaza, es un tesoro de morocotas y piedras preciosas que nuestros antepasados escondieron antes de la última rebelión. 

Cuando cruces esa plaza que no te falte la señal de la cruz y si por alguna suerte se turba tu entendimiento siéntate en el piso para que los espíritus sepan que estas viva y te devuelvan al pueblo-. Quizás sea por este tesoro familiar que todos los gobernantes escarban la plaza de Turmero? No lo sé! Sólo sé que me levante estupefacta del suelo donde súbitamente me tumbe, me sacudí el polvo del camino, muy lejos de la plaza, y corrí hasta la vieja casona donde vivo, en el centro del pueblo para relatarles a ustedes la verdad sobre este mito, tan arcaico y tan contemporáneo, del tesoro bien guardado y del añejo desconcierto en la plaza del pueblo de Turmero. Aún, la efigie del General Santiago Mariño parece que nos está mirando desde allí.


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