domingo, 20 de julio de 2014

Desde la Cocina de mi Amigo Gatos: Mi locura Wiliam Fayad


Desde la Cocina de mi Amigo 
Gatos: Mi locura
Wiliam Fayad                                            


Dedicado al doctor Rafael wiliam Fayad
 y a todos sus comensales domingueros


Wiliam Fayad
En el Municipio Sucre, del Estado Aragua, específicamente por los lares de Cagua, pude comprobar que el aroma y el sabor de una cocina delatan el genio humano. Fue por ambas características que surgió mi entrañable amistad con William Fayad, hijo de un comerciante libanés, Estaban Fayad, quien contrajo nupcias con la Señorita Amelia Isaac, la cual perteneció, hasta el día de su boda, a la selecta organización de las hermanas de María, una asociación religiosa para jóvenes solteras de Valencia. Todas las féminas godas del centro del país cuidaban su prestigio anidadas en dicha cuna del decoro.

Los días que Fayad cocinaba todos los asistentes conocían su
puesto y las responsabilidades atribuidas en el laboratorio de fragancias, degustaciones y comestibles en la casa de Corinsa, apodada la Fayalera. A Carmen Morroe, la menor de todo el grupo, siempre le correspondió hacer el café de despedida, John Guillen se encargaba de freír y amasar; Mirna, la dulce maestra y amiga de la niñez de nuestro médico-cocinero,  prefirió las tortas, quesillos y demás postres. Yo, por si acaso, me mantengo al margen escuchando y olfateándolo todo. Y siempre, como de la nada, aparece la dupla de las Mas, oriunda del pueblo de Turmero. La encabeza Susana Herrera y a ella le corresponde informar sobre  noticias, redes sociales, además de exponer los últimos acontecimientos del momento en Venezuela. La otra Mas, menor en todo y hasta un poco tontica, le sigue el juego a la primera, repitiéndole el final de las palabras como un eco de montaña y riéndose a mandíbula batiente de todo cuanto dice la gente, sin mayor gracia que la de enseñar su amarillenta dentadura de dromedario. Por mi parte, algunas veces hago de Lazarillo del doctor José Román Aponte, quien coopera con la limpieza del jardín y acomoda los aperos de la mesa, pues verdaderamente a ninguno de los dos, ni a él, ni a mí, nos gusta hacer nada que tenga que ver con el complicado arte de la cocina. Fue en esas tertulias que conocí a la Cagua de principios de siglo XX.

Supe que era un pueblo caliente, con pequeñas callejuelas que terminaban en el cementerio de la calle Sucre, sin más distracciones que la misa de las 6 de la tarde para las mujeres y uno que otro relato sobre fantasmas y política para los hombres más fuertes, que descansaban a la vera de la pensión de Madame Isabel Aseff, en la calle Bolívar, frente a la plaza, quien por parentesco terminó siendo la abuela materna de nuestro médico-cocinero.



-Soy médico, partero y sexólogo-, le enfatizó William a Carmen, cuando la pelirroja insistía que las señoritas de antes no eran como las libertinas adolecentes del presente, ante lo cual, el hombre le retumbó diciendo: -no hay siglo, ni edad para la decencia y el decoro. Esos son mitos de viejos rancios, Carmucha-. Ellos dos, como de costumbre peleaban y finalmente, hacían las paces. Yo, por mi lado, siempre me sentí victima de una cierta envidia de parte de todos los convidados, pues Fayad, no dejaba de hacerme constantes alabanzas y carantoñas, me acariciaba la cabeza, me ofrecía canapés y siempre mantuvo un tono heroico para referirse a la historia de mi vida, exponer mi alto linaje, mostrar mi inteligencia creadora y el eficiente trabajo que ejecutaba en su casa. 




Fue así, entre olores, sabores criollos y árabes como me enteré que Esteban Fayad llegó a Cagua en el viejo tren del centro, el día de los Reyes Magos, del año 1.925 y contaba, para ese entonces, tan sólo con 16 años. Desde su llegada al Estado Aragua, este hombre recio de carácter y mirada de águila, no hizo más que ejercer una solemne paternidad con sus 10 hijos, ser un esposo leal con doña Amelia y trabajar como comerciante en su Ferretería, ubicada en un anexo de su propia casa. Su pueblo natal Bathroum, en el norte de Beirut, terminó como nebulosa en su recuerdo, cuando años más tarde el Líbano resultó sólo un espacio en el almanaque perdido de su mente. -Soy un Venezolano de Cagua-; decía, y por su trabajo constante, tanto los pobladores de Aragua, como de Venezuela, lo terminaron reconociendo y aceptando de esa manera: como un importante e ilustre miembro de la comunidad de Cagua.

Su apellido lo precedió y lo salvó. Aquel adolecente, sin entender una palabra en castellano, perdido entre los nubarrones del puerto de la Guaira, se encontró con un paisano  guaireño y éste al preguntarle su nombre al recién llegado, logró arrancarle únicamente su apellido: - Fayad-. Fue cuando el mestizo listo, de aquella pequeña aldea que era Caracas a principio de siglo, respondió: -Yo sé a quién buscas turquito, móntate en el carro y te llevo con tu gente-. Así, por suerte del destino, el joven Estaban fue trasladado a la casa de un familiar catedrático de la UCV, con su mismo nombre, quien posteriormente, lo empujó hacia el tren rumbo al Estado Aragua. Trajo consigo dos papeles, uno en cada bolsillo que decían: el primero, favor bajarlo en la estación de Cagua. El segundo, favor llevarlo a casa de la Madame Isabel Aseff, dueña de la pensión del centro. Fue allí donde conoció a la bella Amelia, el amor de su vida. En esta forma, el tamborileo del azar originó la zaga de los Fayad en el Municipio Sucre, del Estado Aragua.

Muchas historias anegaban las tardes domingueras en la Fayalera. Siempre me impresionó el alboroto y la camaradería familiar de los comensales, pues aunque entre ellos no existían lazos de sangre, había un vínculo singular que mostraba que sus diferencias no eran lo suficientemente grandes para no ser familia. Así se querían, como amigos y familia. A pesar de las contradicciones de Carmen Morroe, la tontera y habladera de las Mas de Turmero, la apatía de la maestra Mirna, la somnolencia de José Román, el estoicismo de John y mis perennes interrupciones, juntos éramos la típica familia de Cagua. Cada uno poseía su propio discurso, en mundos muy lejanos y de alguna manera, que aún no logro entender, unidos hacíamos un solo mundo.

Fue entonces que llegó una muchedumbre con la gente que
cobra los impuestos en nuestra acalorada Cagua. Nunca pierdo el sentido de un olor y cuando me percaté de su presencia se obnubiló mi entendimiento. Di un brinco espectacular, salte por encima de la mesa acabando con el almuerzo de todos y me dispuse a mantener a los cobradores alejados de la reja, hasta que comprendieran mi enfurecimiento, mostrando mis colmillos imperiales. Ladré hasta la locura. Bueno, luego, Fayad dio la orden y me encarcelaron en la cocina, acompañado de un gran plato de rica comida hecha de carne, papas y pasta, aderezada con salsa de tomate. ¿Aún me gustaría saber si los cobra impuestos no comprenden que en la casa de mi amigo William Fayad vive un perro muy bravo? Luego, Carmen entró a la cocina y me preguntó si me sentía bien, mientras se sacaba un cigarro del sostén y lo encendía con unos fósforos grasientos. Esa mujer siempre me encantó por sus confusos olores a perros y gatos.
 
Me rascó la cabeza con sus dos grandes manos que asemejaban dos totumas, me acarició el lomo hasta llegar al final de mi peluda cola, mientras yo daba giros en su derredor. Ladré como explicándole que, al fin y al cabo, es bueno que me conozcan, pues, yo soy el perro guardián de mi amigo William Fayad.











































































































































No hay comentarios:

Publicar un comentario