Desde la Cocina de mi Amigo
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Gatos: Mi locura |
Wiliam Fayad
Dedicado al doctor Rafael wiliam Fayad
y a todos sus comensales domingueros
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Wiliam Fayad |
Los días que Fayad cocinaba
todos los asistentes conocían su
puesto y las responsabilidades atribuidas en el laboratorio de fragancias, degustaciones y comestibles en la casa de Corinsa, apodada la Fayalera. A Carmen Morroe, la menor de todo el grupo, siempre le correspondió hacer el café de despedida, John Guillen se encargaba de freír y amasar; Mirna, la dulce maestra y amiga de la niñez de nuestro médico-cocinero, prefirió las tortas, quesillos y demás postres. Yo, por si acaso, me mantengo al margen escuchando y olfateándolo todo. Y siempre, como de la nada, aparece la dupla de las Mas, oriunda del pueblo de Turmero. La encabeza Susana Herrera y a ella le corresponde informar sobre noticias, redes sociales, además de exponer los últimos acontecimientos del momento en Venezuela. La otra Mas, menor en todo y hasta un poco tontica, le sigue el juego a la primera, repitiéndole el final de las palabras como un eco de montaña y riéndose a mandíbula batiente de todo cuanto dice la gente, sin mayor gracia que la de enseñar su amarillenta dentadura de dromedario. Por mi parte, algunas veces hago de Lazarillo del doctor José Román Aponte, quien coopera con la limpieza del jardín y acomoda los aperos de la mesa, pues verdaderamente a ninguno de los dos, ni a él, ni a mí, nos gusta hacer nada que tenga que ver con el complicado arte de la cocina. Fue en esas tertulias que conocí a la Cagua de principios de siglo XX.
puesto y las responsabilidades atribuidas en el laboratorio de fragancias, degustaciones y comestibles en la casa de Corinsa, apodada la Fayalera. A Carmen Morroe, la menor de todo el grupo, siempre le correspondió hacer el café de despedida, John Guillen se encargaba de freír y amasar; Mirna, la dulce maestra y amiga de la niñez de nuestro médico-cocinero, prefirió las tortas, quesillos y demás postres. Yo, por si acaso, me mantengo al margen escuchando y olfateándolo todo. Y siempre, como de la nada, aparece la dupla de las Mas, oriunda del pueblo de Turmero. La encabeza Susana Herrera y a ella le corresponde informar sobre noticias, redes sociales, además de exponer los últimos acontecimientos del momento en Venezuela. La otra Mas, menor en todo y hasta un poco tontica, le sigue el juego a la primera, repitiéndole el final de las palabras como un eco de montaña y riéndose a mandíbula batiente de todo cuanto dice la gente, sin mayor gracia que la de enseñar su amarillenta dentadura de dromedario. Por mi parte, algunas veces hago de Lazarillo del doctor José Román Aponte, quien coopera con la limpieza del jardín y acomoda los aperos de la mesa, pues verdaderamente a ninguno de los dos, ni a él, ni a mí, nos gusta hacer nada que tenga que ver con el complicado arte de la cocina. Fue en esas tertulias que conocí a la Cagua de principios de siglo XX.

-Soy médico, partero y sexólogo-, le enfatizó William a Carmen, cuando la pelirroja insistía que las señoritas de antes no eran como las libertinas adolecentes del presente, ante lo cual, el hombre le retumbó diciendo: -no hay siglo, ni edad para la decencia y el decoro. Esos son mitos de viejos rancios, Carmucha-. Ellos dos, como de costumbre peleaban y finalmente, hacían las paces. Yo, por mi lado, siempre me sentí victima de una cierta envidia de parte de todos los convidados, pues Fayad, no dejaba de hacerme constantes alabanzas y carantoñas, me acariciaba la cabeza, me ofrecía canapés y siempre mantuvo un tono heroico para referirse a la historia de mi vida, exponer mi alto linaje, mostrar mi inteligencia creadora y el eficiente trabajo que ejecutaba en su casa.
Fue así, entre olores, sabores
criollos y árabes como me enteré que Esteban Fayad llegó a Cagua en el viejo
tren del centro, el día de los Reyes Magos, del año 1.925 y contaba, para ese
entonces, tan sólo con 16 años. Desde su llegada al Estado Aragua, este hombre
recio de carácter y mirada de águila, no hizo más que ejercer una solemne
paternidad con sus 10 hijos, ser un esposo leal con doña Amelia y trabajar como
comerciante en su Ferretería, ubicada en un anexo de su propia casa. Su pueblo
natal Bathroum, en el norte de Beirut, terminó como nebulosa en su recuerdo,
cuando años más tarde el Líbano resultó sólo un espacio en el almanaque perdido
de su mente. -Soy
un Venezolano de Cagua-;
decía, y por su trabajo constante, tanto los pobladores de Aragua, como de
Venezuela, lo terminaron reconociendo y aceptando de esa manera: como un
importante e ilustre miembro de la comunidad de Cagua.
Su apellido lo precedió y lo
salvó. Aquel adolecente, sin entender una palabra en castellano, perdido entre
los nubarrones del puerto de la Guaira, se encontró con un paisano guaireño y éste al preguntarle su nombre al
recién llegado, logró arrancarle únicamente su apellido: - Fayad-. Fue cuando el mestizo
listo, de aquella pequeña aldea que era Caracas a principio de siglo, respondió:
-Yo sé a quién buscas
turquito, móntate en el carro y te llevo con tu gente-. Así, por suerte del destino, el
joven Estaban fue trasladado a la casa de un familiar catedrático de la UCV, con
su mismo nombre, quien posteriormente, lo empujó hacia el tren rumbo al Estado
Aragua. Trajo consigo dos papeles, uno en cada bolsillo que decían: el primero,
favor bajarlo en la estación de Cagua. El segundo, favor llevarlo a casa de la
Madame Isabel Aseff, dueña de la pensión del centro. Fue allí donde conoció a
la bella Amelia, el amor de su vida. En esta forma, el tamborileo del azar originó
la zaga de los Fayad en el Municipio Sucre, del Estado Aragua.
Muchas historias anegaban las
tardes domingueras en la Fayalera. Siempre me impresionó el alboroto y la
camaradería familiar de los comensales, pues aunque entre ellos no existían
lazos de sangre, había un vínculo singular que mostraba que sus diferencias no
eran lo suficientemente grandes para no ser familia. Así se querían, como
amigos y familia. A pesar de las contradicciones de Carmen Morroe, la tontera y
habladera de las Mas de Turmero, la apatía de la maestra Mirna, la somnolencia
de José Román, el estoicismo de John y mis perennes interrupciones, juntos éramos
la típica familia de Cagua. Cada uno poseía su propio discurso, en mundos muy lejanos
y de alguna manera, que aún no logro entender, unidos hacíamos un solo mundo.
Fue entonces que llegó una
muchedumbre con la gente que

Me rascó la cabeza con sus dos grandes manos que asemejaban dos totumas,
me acarició el lomo hasta llegar al final de mi peluda cola, mientras yo daba
giros en su derredor. Ladré como explicándole que, al fin y al cabo, es bueno
que me conozcan, pues, yo soy el perro guardián de mi amigo William Fayad.
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