viernes, 30 de enero de 2015

Bienvenido 2015 y el susto de fifi en el cementerio de Turmero FiFI la amiga inseparable de la abuela Catalina

Bienvenido 2015 y el susto de fifi  en el cementerio de Turmero
FiFI la amiga inseparable de la abuela Catalina

Se despertó el nuevo año 2015 taciturno. El Municipio Santiago Mariño asemejabase a un pasaje de la obra de “Casas Muertas” del escritor y político anzoatiguense Miguel Otero Silva. El polvo amarillento y acalorado se me untaba en la garganta cada vez que husmeaba el penacho oloroso y pegajoso en la desértica calle principal Turmereña. Basura, polvo, mugre y silencio me
dieron siempre la bienvenida. Sin embargo, yo me la pasé de lo lindo acompañando a la dinámica Frescolita, la más joven de la casona, paseando por la plaza y sentándome en los grandes bancos acantonados frente a la celeste Iglesia de la Candelaria. 

Pero mi dueña, la abuela Catalina Guasare Herrera decretó la partida hacia el cementerio. Es un rito en la casona visitar a nuestros muertos y hacerle
los honores que se merecen  como tributo por cuidar a la familia, todo el año desde el más allá. Para el encuentro exotérico se cocinan arepitas dulces anisadas, salpimentadas con queso de mano telita,
acompasadas del té de papelón con limón. También, se elabora la torta negra de melaza y las polvorosas mágicas de la Nana Kymbisa; unas con chocolate de Chuao y otras con vainilla (esas son mis preferidas). La abuela exige, sin negociación posible, que todos nos uniformemos de luto, hasta a mí me amarran un cinta de raso negro en el cuello. El primo Ramón Vudú alega que él parece un zamuro, que siendo negro y vestido de noche
sólo se le destaca la dentadura. Pero es un petitorio sin respuesta. La abuela es dictadora en algunas cosas, pero yo la quiero mucho a pesar de sus inmensos defectos.

Ya son muchos años de tradición y la única persona eximida de semejante arbitrariedad de mi dueña es la Nana Kymbisa, ya que su religión Yoruba no le permite utilizar colores oscuros. Ella se acicala de blanco de la cabeza a los pies, se retira los collares en la puerta cementerial y
La Nana Kimbysa Lista para salir al cementerio de
Turmero
comienza a rezar desde que pisa el Campo Santo hasta que se decreta la retirada esparciendo, como locomotora vieja, humo de tabaco a los cuatro vientos.

Llegamos al sitio y yo patrullo la zona. Doña Mariana me compró unas botas azules eléctricas, ridiculísimas por cierto, pero aquí voy, libre como el viento, brincando entre flores, piedras, musgo de viejas y destartaladas tumbas, monte, basura y más basura. Sé que de vuelta enjuagaran mi diminuta humanidad en varias aguas. Soy curiosa y me aleje
de la familia distrayéndome con un contingente de humanos que llegaron portando una inmensa caja de madera, acompañados de algunos de mis colegas de la calle. No soy amiga de compartir narices con desconocidos, pues mi fortaleza radica en mi rapidez para alertar y correr, nunca en la fuerza de mis mandíbulas. Me acerqué al grupo mientras el cajón se escondía en un hueco de la tierra. Algunos lloraban, otros maldecían. Era triste aquella escena por el dolor y
la pena. Había hombres y mujeres ataviados con ropas coloreadas.



¡De pronto! Como de la boca del averno, un grupo de hombres con cara de diablo, algunos con el rostro tapado, entraron como fantasmas portando armas de todos los tamaños. Al divisarnos las apuntaron contra nosotros y abrieron fuego sin contemplaciones. Yo me aplasté sobre la tierra, sorda por la fuerza de las detonaciones y los
múltiples gritos de los concurrentes, sin poder distinguir ningún otro aroma distinto a la pólvora. A mí alrededor observé como se desplomaban humanos sangrantes y sin vida, con la vista perdida sobre las tumbas. Me desesperé buscando asilo. Me arrastré hasta un hueco en el suelo abalanzándome hasta el fondo e incrustándome en una vieja calavera. Allí permanecí inmóvil y temblorosa, reposando al lado de una osamenta hasta que el escandalo se mitigó. Luego, un insoldable silencio llenó mi cueva. Estuve acurrucada, hecha un restrojo, aterrada y sin facultades para percibir nada. Después de un tiempo escuche voces desconocidas, luego timbres, pitos, sirenas y finalmente sentí la voz y las pisadas de la Abuela Catalina llamándome. Me impulse como un San Bernardo desde el fondo y de un solo brinco atiné a saltar sobre sus brazos. Todos salimos rapidito del cementerio, tomamos la furgoneta y asaltamos la casona sin dirigirnos la palabra.

En la noche, después de rezar el rosario, mientras los muchachos jugaban ajedrez escuché a la abuela lamentarse por la inseguridad del pueblo. Hurtos y asesinatos son el saldo de fin de año y el preludio
del que despunta en el almanaque del futuro. Ella dijo que un pueblo sin moral era un pueblo de demonios y que no encontraba en los dirigentes del presente la suficiente fuerza para reconstruir una ética de la vida y del buen encuentro. Que lo sucedido en el cementerio de Turmero, donde bandas delictivas asesinaron a venezolanos ¡al pueblo!; como pase de factura y venganzas personales, daba cuenta de la terrible enfermedad socia del país. Se perdió la moral; dijo llorando; y éste es un pueblo de demonios porque la vida no vale nada. Yo brinque sobre su regazo y comencé a lamerla como para darle ánimo. No comprendo bien lo que dice mi ama, pero algo muy malo sucede por estos lares que una perrita faldera como yo no puede resolver. Se requiere más que perros falderos para enfrentar la crisis de seguridad y las mafias de Aragua. La Nana Kymbisa dice que el demonio está suelto en Aragua y que a mí hay que ponerme un escapulario también... ¿Cómo será eso?...je, je , je.



















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